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sábado, 26 de marzo de 2011

UD 38. Revolución Industrial e Industrialización.

UD 38. REVOLUCIÓN INDUSTRIAL E INDUSTRIALIZACIÓN.

INTRODUCCIÓN.
Un resumen.
Los términos Revolución Industrial, Industrialización y Segunda Revolución Industrial.

1. LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL INGLESA.
1.1. EL PROCESO.
La Revolución Industrial en Gran Bretaña (1780-1850).
1.2. LAS INDUSTRIAS DEL DESPEGUE.
LA INDUSTRIA TEXTIL.
LA INDUSTRIA SIDERÚRGICA.
LOS EFECTOS SOBRE OTRAS ACTIVIDADES.
Las otras industrias.
La energía.
UN NUEVO TIPO DE EMPRESA: LA FABRIL CAPITALIS­TA.
1.3. LOS CAMBIOS:
EL CAMBIO POLÍTICO.
EL CAMBIO DEMOGRÁFICO.
EL CAMBIO AGRÍCOLA.
La teoría de North sobre el origen de la revolución capitalista.
EL CAMBIO COMERCIAL.
EL CAMBIO DEL TRANSPORTE.
EL CAMBIO TECNOLÓGICO.
EL CAMBIO FINANCIERO.

2. LA EXPANSIÓN DE LA INDUSTRIALIZACIÓN POR EUROPA.
2.1. EL PROCESO INDUSTRIALIZADOR.
El proceso de la Industrialización.
Las causas determinantes de la Industrialización.
2.2. LAS INDUSTRIAS.
2.3. LOS CAMBIOS.
EL CAMBIO POLÍTICO.
EL CAMBIO AGRÍCOLA.
EL CAMBIO DEMOGRÁFICO.
EL CAMBIO DE LOS TRANSPORTES.
EL CAMBIO DE LAS FUENTES DE ENERGÍA.
EL CAMBIO DE LA TECNOLOGÍA.

3. LAS TRANSFORMACIONES SOCIALES.
UNA NUEVA SOCIEDAD.
El cambio de mentalidad.
La movilidad espacial.
La movilidad social.
LAS CLASES SOCIALES.
El campesinado.
El proletariado.
La burguesía.
La aristocracia.
DOSSIER: LA CIUDAD INDUSTRIAL DEL SIGLO XIX.

LOS MOVIMIENTOS SOCIALES.
Las primeras asociaciones obreras.
El sindicalismo.
Los socialistas utópicos.
El socialismo y el marxismo.
El anarquismo.
Las Internacionales obreras.

BIBLIOGRAFÍA.

INTRODUCCIÓN.
Un resumen.
La Revolución Industrial y la Industrialización es una Unidad Didáctica (UD) muy compleja, pues no hay consenso historiográfico sobre sus conceptos, sus causas, sus efectos y su periodización. Optamos por una opción concreta: la Revolución Indus­trial es el proceso económico revolucionario que se dio en Gran Bretaña en el periodo 1780-1830 y continuó en el periodo de 1830-1870, mientras que la Industrialización es la extensión de ese proceso a Europa en el periodo 1830-1870.
Los términos Revolución Industrial, Industrialización y Segunda Revolución Industrial.
En un sentido estricto, la Revolución Industrial es el proceso revolucionario de industrialización originado en Gran Bretaña hacia 1780 y consolidado hacia 1850, y que vivió su expansión a Europa hacia 1830-1870. No hay consenso sobre su periodización: los autores proponen fechas tan distintas para su inicio como 1730, 1750, 1760, 1770, 1780, 1800 y finalizan su primera fase en 1830, 1850 o incluso en 1870. Podría discutirse de entrada si un proceso tan largo es una revolución, pero lo aceptaremos por ser una convención historiográfica.
En un sentido amplio, que muchos manuales usan, la Revolución Industrial incluye, como fases suyas, la Industrialización europea (1830-1870) y la Segunda Revolución Industrial (1890-1914), con lo que se extendería a la segunda mitad del siglo XIX e incluso los primeros decenios del siglo XX, marcados por la definitiva extensión de la industria a la mayoría de los países de Europa, América y Asia.
El término de Revolución Industrial apareció en Francia hacia 1820 para designar el conjunto de cambios que la industrialización había introducido en la sociedad británica. Cayó en desuso, hasta que volvió a ser usado por Arnold Toynbee en la publicación póstuma de sus Lectures on the Industrial Revolution of the 18th Century in England (1884). Los primeros análisis históricos se limitaban a considerar el caso británico, elevándolo a modelo único y universal para los demás países que quisieran alcanzar su nivel de desarrollo, en una línea teórica que culmina con la obra de W. W. Rostow, The Process of Economic Growth (1960), que propone como indispensables las condiciones políticas, sociales y culturales en que se había producido la revolución industrial británica y formula una secuencia universal de etapas, de las cuales la fun­damental sería el surgimiento o take-off, que marcaría el fuerte arranque de la sociedad en vías de industrialización.
Pero ya desde 1952 el historiador estadounidense Gerschenkron había comenzado a matizar esta interpretación, proponiendo un modelo “graduado”, con va­riantes que dependerían del grado de atraso de cada país en el momento de comenzar su industrialización. El historiador marxista británico Vincent Gordon Childe ya había afirmado la especificidad del modelo británico, al afirmar que la revolución industrial británica se debía a los recursos naturales de que disponía y a su excelente situación geográfica en los circuitos internacionales. La excepcionalidad del modelo británico ha sido demostrada históricamente ya que los intentos en el siglo XX de repetir el modelo británico de industrialización han fracasado en los países en desarrollo porque se produjo en un contexto histórico irrepetible (por ejemplo la floración de iniciativas individuales se hizo con poco capital, pero muy rentable), por lo que hoy se proponen distintos modelos de industrialización, teniendo en cuenta no sólo las condiciones propias de cada sociedad sino también el contexto mundial en cada momento.
Es preciso distinguir entre los conceptos de Revolución Industrial y de Indus­trialización (que algunos autores incluyen en la anterior y la fechan ya en 1830). La “Industrialización” puede definirse como la expansión más tardía de la Revolución Industrial a Europa continental, sobre todo en Francia, Alemania y Bélgica, a lo largo del periodo 1830-1870 aproximadamente (en Francia habría comenzado en 1830 y en Alemania hacia 1850), con el desarrollo de la industrialización y del capitalismo, la na­vegación a vapor y el ferrocarril, con una siderurgia e industria química ya más importantes que la industria textil. Es un proceso que a partir de 1870 se extiende a la mayoría de los países europeos, los EE UU, Japón y otros países. Los países mediterrá­neos y Rusia serán los más retrasados en este proceso.
Otro concepto relacionado es el de la llamada “Segunda Revolución Industrial”, término acuñado por H. Pasdermadjian, para referirse a una segunda fase de la revolu­ción industrial, que él periodiza en 1890-1914 (para otros autores en 1870-1914 y en muchos países se extiende hasta los decenios de 1920-1940), caracterizada por el desarrollo de nuevas fuentes de energía (electricidad, petróleo en motor de explosión) e industrias (automóvil y química), en un proceso casi coetáneo en todos los países industrializados en un ámbito geográfico mucho mayor, desde Gran Bretaña y Europa continental hasta EE UU y Japón.

Un resumen.
La Revolución Industrial fue un proceso revolucionario de auge industrial, con el conjunto de transformaciones económicas y sociales que este comporta. Fue a mediados del siglo XVIII cuando comenzaron a aparecer las condiciones adecuadas para este fenómeno que se inició hacia 1780 en Gran Bretaña y se consolidó hacia 1830-1870. El término Industrialización se utiliza para la extensión de ese proceso durante el periodo 1830-1870 a diversos países, primero europeos, al final también EE UU y Japón.
Como consecuencia el mundo se llena de fábricas, los ferrocarriles atraviesan los continentes, la población se traslada a vivir a las grandes ciudades. La economía se organiza de otra manera, a base de sociedades anónimas, bolsas y bancos. La sociedad se organiza sobre unos supuestos teóricos de igualdad de todos los seres humanos. Hay una evolución general en todos los aspectos.
Es la era de la máquina. El invento fundamental fue la máquina de vapor de Watt, que utiliza una nueva fuente de energía, el carbón, y cuyas posibilidades revolucionaron la industria textil (los telares), la siderúrgica y el transporte (el ferrocarril).
Los cambios básicos de la Revolución Industrial son a su vez verdaderas revoluciones paralelas (por eso a menudo se habla de revolución agrícola, revolución de los transportes, revolución demográfica, etc.): una población que crece rápido, una agri­cultura que produce más alimentos, la acumulación de capital, las materias primas abun­dantes y baratas, nuevas fuentes de energía, unos transportes masivos, una maquinaria moderna, una nueva organización del trabajo y la actividad económica...

1. LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL INGLESA.
1.1. EL PROCESO.
El aumento del nivel de vida produce una mayor y más diversificada demanda, satisfecha con nuevos productos, en un círculo de demanda-oferta que parece inagotable a largo plazo, llenando de optimismo a los empresarios.

La Revolución Industrial en Gran Bretaña (1780-1850).


En Gran Bretaña hubo un verdadero “despegue” (take off) de la industria algodonera durante el decenio 1780-1790. Las largas guerras de la Revolución y del Imperio estimularon en conjunto la expansión económica del país, pese a ciertas dificul­tades. Hubo dos fases: la primera, de 1780-1830, fue de considerable crecimiento; la segunda, de 1830-1870, fue de incluso mayor crecimiento. Unos indicadores nos muestran la magnitud del proceso en estas dos fases.
1) 1780-1830, fue de considerable crecimiento. La población aumentó de 13 millones de habitantes en 1781 a 24 millones en 1831. La producción textil creció un índice 76 (1770), a 100 (1800), 127 (1815), 288 (1827) y 360 (1832). La producción de carbón pasó de 12 millones de tm (1800) a 22,5 millones (1830). La población activa del sector secundario aumentó hasta superar el 40% del total (1831).
2) 1830-1870, fue incluso de mayor crecimiento. Hubo una “fiebre de inventos”. Si en 1820-1828 se registraron 1.462 patentes, en 1830-1839 fueron 2.452 y en 1840-1849 crecieron a 4.581.
Se emprendió la construcción de los ferrocarriles, que ya eran 450 km en 1825 y que triunfaron gracias a la invención de la locomotora de Stephenson (1830), por lo que se vivió un gran boom en 1830-1850, con una considerable movilización de capitales, obreros, acero y maquinaria. En 1850 la producción de carbón era ya de 50 millones de tm y la de hierro colado de 2 millones tm.


 
Londres a mediados del siglo XIX.

El auge económico transformó las condiciones de vida de una parte muy importante de la población, que afluyó a las ciudades, donde sufrieron graves problemas de vivienda y sanidad, al tiempo que las condiciones de trabajo eran penosas, con un masivo empleo de mujeres y niños en labores repetitivas y mal pagadas, sobre todo en la industria textil y las minas. Hacia 1848, en medio de una virulenta crisis económica, con numerosos conflictos laborales y huelgas en las fábricas, y mientras se extendía la revolución política liberal y nacionalista en el continente, parecía cercana también una revolución del proletariado británico, como predecía Marx, quien como otros autores denunciaba en sus obras la explotación capitalista. Las numerosas críticas a esta explotación fueron el primer golpe a las doctrinas liberales de Adam Smith y entonces el Estado se sintió obligado a intervenir creando una legislación laboral.
En el periodo 1850-1870, la situación de los obreros mejoró considerablemente, gracias a un considerable crecimiento económico, una mejor organización del proletariado (sindicatos) para conseguir mejores salarios y condiciones de trabajo, las reformas legislativas y los grandes proyectos de modernización urbana. La Revolución Industrial triunfó definitivamente.

Las causas de la Revolución Industrial.
Las causas fueron muchas, destacando el aumento de la demanda de la creciente población, las nuevas materias primas (algodón, hierro) y las fuentes de energía (carbón, energía hidráulica), que estimularon las industrias textil y siderúrgica. Más abajo examinaremos con detalles estos cambios trascendentales.

1.2. LAS INDUSTRIAS DEL DESPEGUE.
LA INDUSTRIA TEXTIL.
El primer impulso llegó con la fabricación de tejidos de algodón, que eran más baratos, resistentes, higiénicos, cómodos y bonitos que los de lana. La demanda de tejidos de algodón importados de la India (las famosas indianas) era tan grande que se planteó la posibilidad de fabricarlos en Gran Bretaña a precios competitivos, lo que se consiguió con las nuevas máquinas y la fuerza motriz del vapor. La lanzadera volante de John Kay (1733), que aumentó la velocidad de producción de tejidos y la anchura de estos, fue seguida por las hiladoras mecánicas que se desarrollaron rápidamente: la spin­nig jenny de Hargreaves (1764), la water-frame de Arkwright (1769), la mule-jenny de Crompton, con lo que se necesitó menos mano de obra y se produjo mucho más hilo y más barato. El telar mecánico de Cartwright (1785) y luego el telar de tejidos es­tampados de Jacquard (1801) multiplicaron nuevamente la producción de tejidos y de paso redujeron el precio, por lo que el consumo subió y proliferaron las tiendas de tejidos y ropa en las ciudades.


Máquina hiladora.



Telar mecánico de Cartwright (1785).


El algodón sustituyó a la lana como el tejido más popular. Si en 1772 la producción de algodón era una 1/30 de la de lana, en 1800 era 6/10 y en 1860 de 2,5/1, con precios además a la baja. Entre 1772 y 1860 el consumo de lana se había mul­tiplicado por 5, y por ello seguía siendo un sector textil muy importante, pero el de algodón lo había hecho por 300. Y también habían crecido de modo espectacular las producciones de tejidos de seda o lino. Los beneficios de la industria algodonera y del comercio colonial pagaron la construcción de los ferrocarriles, que a su vez actuaron como acicate de la industria siderúrgica. El algodón llegaba desde EE UU, Egipto y la India, creando un mercado global.

LA INDUSTRIA SIDERÚRGICA.
El hierro es fundamental en la Revolución Industrial: su producción se multiplicó por 100 entre 1750 y 1850. La demanda era creciente para los ferrocarriles y los barcos, la construcción (viviendas, puentes, estaciones ferroviarias), la maquinaria fabril, los instrumentos agrícolas o las armas. Las minas de carbón proveían de una fuente de energía barata y accesible, mediante el coke, un derivado refinado de la hulla descubierto por Darby en 1709, que era utilizado en los altos hornos para producir un hierro de gran pureza. Gracias a la técnica del pudelaje para obtener hierro dulce de Cort (1784), en la que el coke no entraba en contacto con el hierro, lo que eliminaba el azufre y el carbón del resultado final, la siderurgia inglesa se puso en cabeza de Europa.


A mediados del siglo XIX comenzó la producción masiva de acero, mediante la aleación del hierro con carbono y otros metales (manganeso, cromo, níquel…) para darle distintas propiedades especiales. Pero hubo que esperar a las innovaciones de Bes­semer (1855) y Martin-Siemens (1865) para que el acero sustituyera masivamente al hierro.

LOS EFECTOS SOBRE OTRAS ACTIVIDADES.
Las otras industrias.
Otras industrias en expansión eran la mecánica, la óptica, las destilerías de alcohol, las fábricas de armas, los astilleros de construcción naval.

La energía.


            Mineros del carbón.

Aparecieron nuevas fuentes de energía. El carbón sustituyó a los agotados bosques ingleses, gracias a la existencia de grandes y accesibles cuencas carboníferas en las cuencas de los ríos navegables. El carbón, esencial en la industria y el transporte gracias a las máquinas de vapor, así como en la siderurgia, siguió siendo la principal fuente de energía mundial hasta bien entrado el siglo XX, gracias a los grandes yaci­mientos del Ruhr en Alemania y de los EE UU, y siguió creciendo su producción hasta hoy mismo, aunque cedió su posición hegemónica progresivamente al petróleo y la electricidad en el periodo 1870-1914, debido al desarrollo del motor de explosión y de los vehículos que lo utilizaban, y a la distribución de electricidad a largas distancias.

UN NUEVO TIPO DE EMPRESA: LA FABRIL CAPITALISTA.
En Europa había a mediados del siglo XVIII dos grandes sistemas de producción: el gremial y el doméstico.
El gremial era el sistema dominante en gran parte de Europa, con talleres artesanos dominados por los maestros, para el que trabajaban los oficiales y los apren­dices, y que se beneficiaban de las reglamentaciones proteccionistas que limitaban la libre competencia en precio, cantidad y calidad.
El otro sistema era el de producción doméstica, dominante en Gran Bretaña y algunas zonas de Holanda, Francia, Alemania, Cataluña..., mediante el cual el mercader controlaba la producción de numerosos artesanos en el campo y los pueblos sin gremios. Les suministraba las materias primas, vigilaba la calidad del producto, lo com­praba a un precio estipulado y finalmente lo comercializaba. Era el sistema más eficiente de la época, al no sufrir las restricciones gremiales, pero chocaba con sus propias limitaciones: no permitía aumentar la producción a gran escala y dependía sobre todo de la mano de obra campesina, con la que ocurrían hechos aparentemente tan absurdos como que un aumento del salario llevaba a una disminución de la producción porque el campesino menos mísero no quería producir más.


Finalmente, en los últimos decenios del siglo XVIII apareció un nuevo tipo de empresa, la fabril capitalista, que sustituyó paulatinamente al antiguo taller artesano y al sistema de producción doméstico, que quedaron en desventaja al no poder competir con la industria fabril. Pero no los destruyó de golpe sino que convivieron mucho tiempo porque muchas grandes empresas industriales subcontrataron parte de su producción a los talleres artesanos y a los productores domésticos, que utilizaron también las nuevas máquinas.
En la actualidad, en pleno siglo XXI, asistimos incluso a cierto resurgir de la artesanía, sobre todo de productos de calidad y lujo, y del sistema de producción do­méstico, sobre todo en los sectores del calzado y textil de los países emergentes. Las causas de este revival son la demanda de productos personalizados y no estandarizados de la artesanía, y la mayor flexibilidad productiva y competitividad fiscal de la produc­ción doméstica, casi siempre asociada a la economía “subterránea” o de “dinero negro”. Lo más importante, empero, es que desde el siglo XIX la empresa capitalista predominó abrumadoramente en peso relativo e hizo dependientes a las empresas más tradi­cionales. La nueva empresa fabril, cuyo modelo se utiliza también por empresas comerciales y de otros sectores, se caracteriza por:
- Ya no es un taller con unos cuantos artesanos sino que concentra en la fábrica muchos obreros, a veces miles.
- Los obreros de la fábrica no hacen la pieza completa, como anteriormente el artesano, sino que trabajan con máquinas, cada una de las cuales hace una parte de la pieza. La nueva organización del trabajo se basa en dos conceptos, el taylorismo (reducción de los tiempos muertos en las acciones) y la estandarización (organización en cadenas de montaje), cuya implantación reduce los costos y aumenta la productividad de un modo extraordinario.
- El obrero no es dueño de lo que fabrica, porque la producción de la empresa pertenece al propietario.
- Se utiliza de modo masivo e intensivo la maquinaria, la energía y las materias primas.
- El capital es imprescindible para llevar a cabo este proceso, puesto que hay que pagar locales, materias primas, máquinas, salarios, impuestos. De ahí que el sistema se llame capitalista, y a los empresarios que invierten su dinero, capitalistas. El capitalista es el dueño de la fábrica, de la maquinaria y de la producción. La mayoría de las inver­siones se hacen en forma de participaciones, para disminuir el riesgo. La gestión se deja en manos de técnicos y directivos profesionales, a los que se exige lograr el máximo beneficio.
Para conseguir la financiación los empresarios usan tres sistemas:
- Asociarse con otros empresarios y repartirse con ellos los beneficios.
- Acudir al crédito de los bancos, pagando dinero por el dinero concedido en préstamo.
- Crear una Sociedad Anónima (SA), con el capital distribuido en acciones que dan derecho a una parte del patrimonio y de los beneficios. Estas acciones pueden ser negociables en el mercado mobiliario de la Bolsa, sujeta a altibajos bursátiles según la coyuntura económica general y de la empresa en particular.
La empresa capitalista está sujeta a los avatares del sistema de producción capitalista, que sufre periódicas crisis ocasionadas por la superproducción de bienes que saturan el mercado y por la excesiva competencia, y entonces los precios bajan en exceso y la empresa pierde dinero, por lo que cierra, y esto aumenta el paro, y con ello aun se vende menos. Sólo las empresas más competitivas pueden sobrevivir en las crisis económicas, facilitando la concentración empresarial hasta formar monopolios y oligo­polios, más rentables al permitir las economías de escala horizontal y vertical.
Esta nueva empresa capitalista creará una nueva relación entre las clases sociales, aupando a la burguesía, reduciendo el papel de la aristocracia, transformando a muchos campesinos y artesanos en proletarios, creando una clase media.

1.3. LOS CAMBIOS:
Hay en el seno de la Revolución Industrial varios cambios o transformaciones fundamentales, que a menudo se han llamado revoluciones (pero que debemos di­ferenciar de “la” Revolución Industrial, que las reúne a todas). Son el político, el demográfico, el agrícola, el tecnológico, el del transporte, el comercial, el financiero...

EL CAMBIO POLÍTICO.
El siglo XIX vive una oleada de revoluciones políticas, sea mediante una evolución reformista en Gran Bretaña o mediante la violencia en Francia, los dos casos más conocidos.
El sistema parlamentario inglés fue una vía moderada y progresiva de parti­cipación de las clases medias en la vida política y social del país, de modo que hubo un gran consenso social en que debía conservarse la estabilidad política. Frente al modelo revolucionario francés, Gran Bretaña apostó por el modelo reformista, y en él los em­presarios tuvieron una amplia libertad para desarrollar sus fábricas maquinistas, casi sin normas laborales ni trabas comerciales o gremiales.

EL CAMBIO DEMOGRÁFICO.
Hubo una explosión demográfica. La población creció rápidamente, debido a una natalidad que se mantuvo alta la mayor parte del siglo XIX, mientras que la mortalidad era muy decreciente.
La natalidad se mantuvo alta e incluso experimentó algún tiempo un ligero incremento, debido a la mayor prosperidad de la población, que fomentaba la nupciali­dad más temprana y por consiguiente la fecundidad. Las parejas mantenían la ancestral costumbre de tener muchos hijos, porque en el régimen demográfico antiguo los episodios catastróficos diezmaban la población, cuando era frecuente tener diez o más hijos porque la mayoría perecían pronto. Pero esto cambió en el siglo, cuando al cabo de unas pocas generaciones se comprendió que aquellas mortandades ya no se repetían y entonces se replanteó la necesidad de tener tanta progenie.
El descenso de la mortalidad se debió sobre todo a la alimentación más abundante y variada, gracias al periodo de buenas cosechas que comenzó en el siglo XVIII gracias a la mejora climática y el cambio agrícola. Esto redujo la mortalidad catastrófica de las epidemias, cuya incidencia se fue reduciendo pese a algunos rebrotes (cólera, fiebre amarilla, tifus). Los últimos ataques de la peste, la peor enfermedad epi­démica de la historia, fueron a principios del siglo XIX. Durante el final del siglo XVIII y el siglo XIX se añadieron espectaculares avances de la medicina, como la vacuna de Jenner contra la viruela, la asepsia o la cirugía con anestesia. Otros progresos fueron la mejor calidad de las viviendas, la mejora del suministro de agua potable y evacuación de aguas residuales, la mejor higiene gracias a los tejidos de algodón, y la difusión del jabón y la costumbre del baño.



Gran Bretaña, con una población que se había mantenido e incluso reducido momentáneamente durante los primeros 40 años del siglo XVIII, experimentó una explosión demográfica desde 1750, que se incrementó durante el siglo XIX. Entre 1750 y 1900 se sextuplicó: 6,5 millones de habitantes (1750), 9,4 (1790), 11,6 (1814), 14 (1831), 20,5 (1854), 25,7 (1874), 29,2 (1884), 41,5 (1900). Y eso pese a que otros 17 millones emigraban al mismo tiempo a EE UU y las colonias de ultramar. Sin esa emigración la población británica probablemente hubiera superado de largo los 60 millones en 1900.



Al mismo tiempo hubo un intenso proceso de redistribución de la población, abandonando las zonas rurales para dirigirse hacia las zonas urbanas y costeras, donde se concentraban las industrias y las actividades económicas en auge. El mayor ejemplo fue la capital: Londres pasó de 200.000 habitantes en 1700 a 1 millón en 1800 y 6,7 millones en 1900. Se había multiplicado por 33.
El éxodo rural no disminuyó significativamente la población del campo pero alivió su crecimiento hasta 1850, para seguir ya una curva negativa en 1850-1900. No obstante, el crecimiento natural en el campo fue mayor que en la ciudad, porque en esta las condiciones de salubridad fueron peores al menos hasta finales del siglo XIX.

EL CAMBIO AGRÍCOLA.
La revolución agrícola del siglo XVIII, que en Gran Bretaña y Holanda ya se había iniciado parcialmente en el siglo XVII, se basó en un extraordinario aumento de la productividad agraria, sobre todo en 1790-1850, debido a varias causas:
- La extensión de las enclosures (campos cercados, protegidos del ganado), que sustituyeron a los campos abiertos, openfield, propios de la propiedad comunal, que fue prácticamente liquidada.
- La concentración de la propiedad agraria en manos de propietarios (grandes y medios), que disponen de más capital y que enfocan la producción hacia la comercialización y la obtención del máximo beneficio, utilizando mano de obra asalariada y maquinaria.
- La extensión de las superficies cultivadas a los eriales y las zonas comunales.




- Los nuevos métodos de cultivo y la supresión del barbecho a favor de una rota­ción más productiva (cereal, legumbres, forrajes).
- La integración de la explotación agrícola y ganadera, puesto que el ganado consume la producción de forraje (nabos, cebada, centeno, trébol…) y además abona el campo con sus excrementos.
- La extensión de las nuevas plantas: maíz, patata, remolacha azucarera…
- Más y mejores abonos químicos.
- Introducción de la maquinaria agrícola: sembradoras, cosechadoras, batidoras…
- La selección de mejores semillas.
- La estabulación, selección y cuidado veterinario del ganado.
- La mejora de la conservación, transporte y comercialización de los alimentos.
- El aumento de los precios de los alimentos, por la mayor demanda urbana, lo que estimuló la producción.

Todo esto tuvo unos extraordinarios efectos en la industria:
- El aumento de la producción de alimentos con precios más baratos y menor ne­cesidad de mano de obra, liberó una gran cantidad de campesinos que acudieron a las ciudades a encontrar empleo.
- El aumento del nivel de vida de los campesinos aumentó su capacidad de compra de productos industriales de consumo. Por ejemplo, en España los mejores años de la industria textil fueron los años de buenas cosechas.
- La demanda de maquinaria y abonos incentivó la industria metalúrgica y química.
- La agricultura hizo autosuficiente en alimentos a Gran Bretaña hasta 1850 y esto permitió ahorrar divisas e invertir en la industria.
- Muchos capitales del periodo inicial de la industrialización provinieron de campesinos enriquecidos.
En suma, sin este cambio o revolución agrícola no hubieran sido tan intensas ni la revolución demográfica ni la industrial. Pero estas también empujaron a la primera: fue un proceso mutuamente beneficioso.

La teoría de North sobre el origen de la revolución capitalista.
Douglas North, historiador y premio Nobel de Economía, sostiene que la revolución capitalista sólo surgió como consecuencia de una innovación institucional: la propiedad privada, que disolvía la propiedad común de los bienes instaurando derechos en exclusiva. Históricamente, esto se produjo por primera vez en la Inglaterra del Renacimiento, mediante los cercamientos o enclosures, que, al vallar la tierra, antes feudal o comunal, la privatizaban permitiendo que su propietario privado se apropiase de sus frutos en exclusiva. Barrington Moore vio en esto los orígenes sociales de la democracia. Según North, los derechos exclusivos de propiedad era la condición necesaria y suficiente para que se produjese la inversión productiva. En condiciones de propiedad comunitaria no hay incentivos para invertir, pues las externalidades impiden rentabilizar la inversión comprometida. Pero, si están garantizados los derechos en exclusiva, ya resulta rentable invertir (trabajo, capital y tecnología), en la confianza de que se multiplicarán las inversiones realizadas. Por eso, las enclosures agrícolas supusieron el big bang de la revolución industrial, pues no hay posibilidad de negocio capitalista, ni, por tanto, inversión privada, sin derechos exclusivos de propiedad.


La Enclosure del siglo XVIII en Inglaterra.



Ejemplo de enclosure de finales del siglo XVIII en Sheffield, Inglaterra. [http://sytimescapes.org.uk/zones/sheffield/S06]

Por supuesto, no todo debe ser privado. Existen bienes o servicios necesarios, que, por su propia naturaleza universal e indivisible, generan externalidades, por lo que no admiten exclusividad ni pueden rentabilizarse: son los bienes públicos, como la Justicia o los derechos sociales de sanidad, educación o pensiones. Aquí es donde interviene el principio de subsidiariedad: debe ser el Estado, a cargo de los contribuyentes, quien financie esos bienes públicos. Para los otros bienes, los privados, el Estado es un mal administrador. ¿Por qué? Pues porque la inversión pública carece de poder multiplicador al tener que repartir universalmente los saldos excedentes.

EL CAMBIO COMERCIAL.
Gran Bretaña se convirtió en la gran potencia comercial del mundo civilizado en el siglo XIX. Fue esta una auténtica revolución del comercio, tanto el interior como el exterior.
El comercio interior se benefició de la creación de un verdadero mercado nacional británico, gracias a la extensa y eficaz red de canales, barcos de vapor y fe­rrocarriles. Las pobladas ciudades y los pueblos llenos de campesinos constituían un mercado de creciente nivel de vida (no hay suficientes estadísticas fiables, pero todos los indicadores muestran que en el siglo XIX el nivel de vida de la mayoría de la población era bastante mejor que la del continente). Por consiguiente crecieron las compañías comerciales, los grandes almacenes, las tiendas...


Puerto de Londres a principios del siglo XIX.

El comercio exterior vivió un crecimiento aun mayor, basado en el fomento de la flota mercante (que era casi la mitad de la mundial en 1850), el dominio naval de británico los mares, la política imperial de dominio comercial, una política económica de librecambio que abría los países al comercio británico, la exportación de los tejidos de lana y algodón, y la reexportación de los productos coloniales a Europa.
El proceso ya había comenzado mucho antes: en el periodo 1660-1760 las exportaciones británicas se triplicaron, y en 1750 el 25% de las exportaciones eran cereales y el 48% tejidos de lana. Pero el boom llegó en 1780-1830. En 1800 predo­minaban las exportaciones de tejidos de lana (28%) y algodón (24%), mientras que se importaba trigo y algodón. En 1815 los tejidos de algodón eran un 40% y los de lana un 18%. El vuelco se había completado en sólo unos decenios y se debió a la innovación tecnológica, la industrialización textil y el comercio de importación de algodón en rama y exportación de tejidos, y la abundancia de carbón para mover las máquinas. Todo se interrelacionaba.
El comercio creó una próspera clase comerciante, que diversificó sus negocios y capitales a la agricultura, la industria y la banca. Fomentó el crecimiento de las ciudades y facilitó el éxito de la agricultura y la industria al asegurar un mercado interno y exterior. Era un proceso que se retroalimentaba.

EL CAMBIO DEL TRANSPORTE.
La revolución de los transportes comenzó con los canales y las carreteras de pea­je y siguió con la mejora de la navegación marítima a vela y más tarde la de los ferrocarriles y la navegación a vapor. Todo esto posibilitó que la Revolución Industrial se extendiera a los tradicionales núcleos industriales (Barcelona, Milán...) que no tenían recursos naturales o carbón, que llegaron en ferrocarril o en barco.

EL CAMBIO TECNOLÓGICO.
La revolución tecnológica y científica fue notable, con las máquinas textiles ya en el siglo XVIII, para superar la tradicional rueca: la lanzadera volante de Kay (1733), las hiladoras de Hargreaves (1764) y las sucesivas jennies desde su primer diseño (como la de Crompton, 1770), la hiladora continua de Arkwright (1769, que revolucionó la industria algodonera), el telar mecánico de Cartwright (1785) Y el telar de Jacquard (1801).



El invento más importante fue la máquina de vapor de Watt (1769), que utilizaba carbón, y que permitió transformar tanto la fabricación en serie como el transporte.
Es el poder de la innovación, uno de los factores esenciales de todas las revoluciones estructurales. Se debe a la “secuencia desafío-respuesta”: los problemas de la producción creaban nuevas respuestas, y estas nuevos problemas, en una cadena nunca cerrada, cada vez más rápida, de descubrimientos. De hecho, aún vivimos en la enorme y creciente ola de avances científicos desencadenada por la Revolución In­dustrial.

EL CAMBIO FINANCIERO.
La acumulación de capital sobrevenida con la revolución agrícola del siglo XVIII y el comercio colonial se invirtió en empresas industriales, comerciales y financieras, con la reinversión de los beneficios de estas empresas en nuevos sectores, como industrias, el ferrocarril, la banca, etc. Era un sistema de inversión en gran parte cruzado: por ejemplo, los campesinos enriquecidos invertían en la industria, los industriales en el comercio y la agricultura, los comerciantes en la industria y la agricultura, y todos ellos en las finanzas. El capital en préstamo no fue el factor decisivo porque los costos de las inversiones industriales eran relativamente bajos y los beneficios muy altos, siendo estos la mayor fuente de capital, que se reinvertía.
La Bolsa de Londres en 1850.

Hubo un formidable desarrollo de la banca y los seguros, y de las empresas cotizadas en Bolsa, destacando las Bolsas de Londres y París. Los Bancos Centrales de los países garantizaron el papel moneda y la solidez del sistema financiero, lo que permitió un vigoroso crecimiento del ahorro y de la inversión, sobre todo en los préstamos internacionales y la construcción de los ferrocarriles.
El crédito era relativamente barato debido a la baja inflación, puesto que la industrialización tensó a la baja los precios de los productos manufacturados. En 1700 el tipo de interés en Londres era del 8% y en 1757 era sólo del 3% y se mantuvo con fluctuaciones del 4% o 5% durante casi todo el siglo XIX.

2. LA INDUSTRIALIZACIÓN: LA EXPANSIÓN EN EUROPA.
2.1. EL PROCESO INDUSTRIALIZADOR.
El proceso de la Industrialización.


El proceso industrializador llegó a EE UU y varios países de Europa a partir de 1830 aproximadamente, trazando varios círculos de expansión, primero en Bélgica, norte de Francia, Alemania, Suiza; más tarde, hacia 1850-1870, en el norte de Italia, Holanda, Suecia, zonas de Rusia (San Petersburgo, Moscú, los Urales), España (Cataluña, País Vasco), etc. En EE UU apareció ya en Nueva Inglaterra hacia 1800, se consolidó rápidamente en los años 1830-1860 y se aceleró desde 1870. En Japón comenzó tras la revolución Meiji de 1868, que abrió el país a la influencia occidental.
El proceso industrializador sufrió empero un largo periodo de crisis económica (1873-1893), marcado por una gran deflación (descenso de los precios), en el que el crecimiento fue desigual, bastante lento en Gran Bretaña, Francia y gran parte de Europa. Pero no se interrumpió y, además, asumiendo la experiencia de Gran Bretaña, otros países (en especial EE UU y Alemania, y en menor grado Japón), dieron un salto mucho más rápido, de modo que cuando comenzó el siguiente periodo de gran crecimiento (1893-1914) ya habían alcanzado (y pronto superaron) a Gran Bretaña, demasiado atada a las viejas industrias del textil y la siderurgia del primer periodo.
Pero hay que destacar que en estos países la importancia relativa de la industrialización fue menor que en Gran Bretaña. La industrialización era un fenómeno regional, no nacional como el británico, y grandes regiones seguían siendo agrarias.

Las causas determinantes de la Industrialización.
El proceso de industrialización tuvo varios factores (algunos de los cuales se ampliarán en el apartado de los cambios). Podemos afirmar que básicamente fueron:
- El apoyo del Estado para superar la amenaza británica y de los otros países en industrialización. Esto implicó una legislación proteccionista con altas tasas aduaneras, que se generalizó en Europa desde 1868.
- Los mercados nacionales más amplios, gracias al progreso de los transportes (el ferrocarril y la navegación a vapor) y las comunicaciones (el correo y el telégrafo, que cruzó el Atlántico en 1866).
- El buen nivel educativo en Europa, EE UU y Japón. Por ejemplo, en Suecia el 90% de la población sabía leer en 1850.
- La expansión del ferrocarril y de la industria textil, que tiraron con su demanda de las industrias siderúrgica, química y de maquinaria entre otras.
- Los recursos naturales (enormes y variados en EE UU, el hierro en Francia y Suecia) y de energía (el carbón en Alemania, Bélgica...). En general, donde se unieron a la vez carbón y hierro la Revolución Industrial fue más temprana y rápida, como demuestran los casos de Inglaterra, Alemania, Bélgica y el norte de Francia.
- La creciente población, que daba a la vez mano de obra y un mercado de alto nivel adquisitivo.
- La imitación del modelo británico y el impacto de la competencia de este país, que forzó a muchos empresarios a adoptar las nuevas tecnologías y sistemas de producción.
- La aplicación inmediata de las nuevas tecnologías: mientras en Gran Bretaña muchas máquinas obsoletas seguían siendo utilizadas, en los otros países, en cambio, se introducían los últimos modelos, más competitivos. Este fue un factor esencial para que varios países alcanzaran a Gran Bretaña hacia 1900, como evidencia el caso alemán.
- La desaparición de los gremios del Antiguo Régimen, que impedían la libre competencia y protegían a grandes grupos de artesanos. Este fue un fenómeno político-social: sólo cuando logró el poder político la burguesía consiguió prohibir los gremios. Pero estos ya estaban en decadencia a finales del siglo XVIII, por las medidas de los gobiernos ilustrados y la competencia de la industria capitalista en sus dos formas, la doméstica y la fabril.

2.2. LAS INDUSTRIAS.
La industrialización fue masiva en los nuevos países industriales.

Las economías de escala desarrollaron las zonas industriales europeas en Gran Bretaña, la cuenca del Rin, el norte de Francia, Bélgica, el Piamonte, Cataluña, País Vasco, Bohemia. En EE UU destacó Nueva Inglaterra (en el Este), con las activas zonas de Nueva York, Boston y Pittsburg.

La producción se desarrolló sobre todo en 1850-1870 y después de 1890, con tasas anuales espectaculares. De entrada aumentó la industria textil: de 500.000 tm de tejidos de algodón en 1850 en el mundo, se pasó en 1900 a 5,5 millones de tm, once veces más. Pero l industria se diversificó mucho más que en la primera mitad del siglo XIX, con ramas de producción nuevas, de mayor valor añadido y más beneficios que la textil, cuyos beneficios estaban en descenso por la mayor competencia. Así, no fue la textil la única industria importante del nuevo periodo, pues compartía el podio con la siderurgia y la industria química, la construcción naval y de maquinaria, las industrias de bienes de consumo y de equipos eléctricos, óptica, etc.

2.3. LOS CAMBIOS.
EL CAMBIO POLÍTICO.
En Europa las condiciones políticas favorables aparecen progresivamente durante el proceso de las Revoluciones y de la destrucción del Antiguo Régimen iniciado en 1789 y del que son hitos las revoluciones de 1830 y 1848. Al fin, con la su­presión de las barreras jurídicas y sociales a la libre empresa, los burgueses pudieron desarrollar libremente la industria sin el freno de las normas gremiales, y participaron al fin en el poder político.

EL CAMBIO AGRÍCOLA.
En el continente europeo los factores agrícolas que permitieron en Gran Bretaña la primera Revolución Industrial llegaron más tarde (excepto en la temprana Holanda). Pero desde 1789 en Francia, y desde las guerras napoleónicas y las revoluciones de 1830 y 1848 en el resto de Europa, se introdujeron cambios importantes, que aumentaron la productividad agraria y extendieron al campo las relaciones capitalistas. Además de los cambios que se han indicado arriba en Gran Bretaña, aunque sin su intensidad, se añadieron dos más:
- La desamortización de los bienes eclesiásticos, un proceso que en Gran Bretaña ya había ocurrido en el siglo XVI.
- La transferencia de la propiedad de muchas fincas agrarias desde la nobleza y los municipios a la burguesía.

Pero había grandes diferencias.
En Francia la Revolución Francesa repartió la tierra entre una clase media de campesinos acomodados, que mantuvieron una estructura agraria tradicional, con pocas inversiones, relativamente ineficiente.
En Alemania y Austria-Hungría el efecto fue aún menor, pues los grandes pro­pietarios (los junkers) acapararon las mejores tierras.
En Rusia, el resto de la Europa del Este y en la Europa del Sur no hubo una re­volución agrícola, pues los grandes propietarios mantuvieron casi invariable el sistema tradicional de dominio de la tierra.

EL CAMBIO DEMOGRÁFICO.
Los progresos en la alimentación, higiene y medicina explican que en el con­tinente europeo aumentase la población rápidamente a partir de 1750 y su crecimiento aun fue mayor en el siglo XIX. Destacaron en la medicina las nuevas vacunas (viruela, más tarde la rabia), la anestesia contra el dolor en las operaciones, las medidas antisépticas...
Los números son elocuentes. En 1700 había 110 millones de europeos, que crecieron continuamente: 136 (1750), 200 (1800), 265 (1850), 401 (1900), pese a la elevada emigración a otros continentes (en especial América) de 40 millones (17 de ellos británicos).

Gran Bretaña triplicó su población entre 1750 y 1860, y la dobló entre 1860 y 1900. Rusia pasó de 40 millones en 1800 a 100 millones en 1900, España de 11 a 18,6, Francia (más estancada) de 26 a 38, Italia de 18 a 32,5. En consecuencia, había un mayor mercado para los productos y más mano de obra barata.
El éxodo rural llenó las ciudades de trabajadores. Si en 1800 había 23 ciudades de más de 100.000 habitantes, con un total de 5,5 millones, en 1900 eran 135 y vivían en ellas 46 millones. Londres pasó de un millón en 1800 a 2,3 millones en 1850 y 6,7 en 1900.

EL CAMBIO DE LOS TRANSPORTES.
La revolución en los transportes fue fundamental, con los ferrocarriles y los bar­cos de vapor.


El triunfo del ferrocarril (algunos autores consideran que hubo una “revolución del ferrocarril”) está simbolizada por la locomotora de Stephenson (1830), que se difundió por una red que cubrió Europa al cabo de pocos decenios, ocasionando un transporte más rápido, barato, cómodo y seguro. Esto permitió concentrar la producción, abaratar los costes y crear mercados más amplios y más integrados a nivel mundial. Las líneas férreas explican gran parte de los cambios económicos y sociales: por ellos los hombres y las mercancías circulan, los alimentos acaban con las hambres en las regiones con malas cosechas. El ferrocarril conquistó los nuevos territorios en ultramar (EE UU, Canadá, India, Australia, Siberia, etc.), permitiendo la explotación de enormes espacios antes cerrados al comercio, la minería, la agricultura y la ganadería.
Unos datos selectos sobre la red ferroviaria europea explican y nos dan un precioso indicador sobre el desarrollo relativo de los países industrializados: entre 1850 y 1910 Alemania pasó de 6.000 km a 61.000, Francia de 3.000 a 49.500, la pequeña Bélgi­ca de 900 a 8.500, mientras que la más atrasada Italia pasó de 400 a 17.000, y la ya muy avanzada Gran Bretaña subió de 10.500 a 38.000 (aunque casi cuadruplica, vemos que desde su posición hegemónica de partida desciende a una digna tercera posición).


Los barcos de vapor sustituyeron paulatinamente a los veleros, rompen la dependencia comercial de los vientos con lo que regularizan el comercio marítimo, revalorizaron los grandes ríos europeos y de otros continentes (en el Mississippi había 1.000 barcos a vapor en 1860) y las rutas oceánicas antiguas y nuevas, así como la necesidad de contar con puntos estratégicos de suministro de carbón. Las novelas de Jules Verne muestran a una sociedad fascinada por la velocidad y sus consecuencias para conocer el mundo. La apertura del canal de Suez en 1869 fue un hito histórico, que revalorizó el Mediterráneo y redujo las distancias entre Europa y Asia.

EL CAMBIO DE LAS FUENTES DE ENERGÍA.
El carbón continuó siendo la fuente de energía fundamental hasta finales del siglo XIX, abriéndose grandes explotaciones en EE UU, Alemania, norte de Francia y Rusia. En cambio, en España hay escasez de este recurso, salvo en los yacimientos de Asturias.
Se añadieron a partir de 1890 el petróleo y la electricidad, que posibilitaron la segunda revolución industrial.


Primer pozo de petróleo en 1859, en Pennsilvania, EE UU.



Pozos de petróleo a finales del siglo XIX en EE UU.

El petróleo se empleó primero como alumbrado doméstico y luego como combustible para el transporte, gracias al motor de explosión de Otto, Daimler y Benz (desde 1890) y el motor de aceites pesados de Diesel (1892), que movía camiones, barcos, centrales eléctricas y motores. A lo largo del siglo XX el petróleo se convirtió en la principal fuente de energía, hasta hoy.
La electricidad, al principio de origen hidráulico, luego también proveniente de plantas térmicas que se nutren de carbón y productos petrolíferos, se aplicó a la industria gracias a los inventos de la dinamo y los transformadores, y se transportó a largas distancias. Se aplicó al alumbrado de las ciudades y de las casas con la bombilla eléctrica de Edison (1879) y más tarde se aplicó al transporte.

EL CAMBIO DE LA TECNOLOGÍA.
Los avances tecnológicos en la fabricación del acero, con hitos como el convertidor Bessemer (1855) y el procedimiento Martin-Siemens (1865) para la eliminación de las impurezas, permitieron cubrir la nueva demanda de acero para la construcción naval y ferroviaria, la construcción de viviendas, maquinaria... También fue fulgurante el desarrollo de inventos como el automóvil, la bicicleta y el avión, los nuevos productos químicos, aparatos de electricidad, etc., que permitieron la diversificación industrial. La industria química se desarrolló para producir cemento y suministrar productos como ácido sulfúrico y clorhídrico a las otras industrias, abonos al campo o fármacos a la población.


             Un autómovil Porsche de 1900.


Bicicleta hacia 1890.



Primer vuelo de un avión, por los hermanos Wright, en 1903.

3. LAS TRANSFORMACIONES SOCIALES.
UNA NUEVA SOCIEDAD.
En el siglo XIX hubo también una revolución social, dados los extraordinarios cambios en la estructura de la sociedad: se pasó de una sociedad estamental a una sociedad de clases, con una nueva mentalidad y una gran movilidad social.

El cambio de mentalidad.
Apareció una nueva mentalidad (podríamos decir que una movilidad mental). La ruptura de las relaciones económicas del Antiguo Régimen dio paso a las relaciones capitalistas de producción, marcadas por el maquinismo. Decayó el modelo estamental, rígido y basado en el código de honor aristocrático y el valor de la herencia de la sangre.
El enriquecimiento y, en menor grado, el mérito intelectual fueron los nuevos indicadores del prestigio social. Un aristócrata arruinado era menos valorado que un burgués nuevo rico aunque este hubiera salido de la miseria (incluso cuanto más bajo sea su nivel de partida más será admirado).
El interés por la riqueza, la confianza en el progreso y la ciencia, la búsqueda del conocimiento, el interés por el mundo, la extensión de la cultura y la educación a las masas, la lucha por las libertades políticas y la igualdad, fueron algunos de los rasgos ideológicos y culturales del siglo.

La movilidad espacial.
El cambio mental y social fomentó también una movilidad espacial. Más que nunca antes en la Historia las personas ya no vivieron toda su vida en el mismo lugar donde nacieron, sino que viajaron, emigraron, desplazaron a las ciudades y a otros países y continentes. No era un fenómeno nuevo, pero es en el siglo XIX que es masivo: el éxodo rural a las ciudades, decenas de millones de emigrantes a otros continentes.

La movilidad social.
La movilidad social es una de las máximas características de esta nueva sociedad: los ricos ascienden de categoría y los pobres bajan.
Había una clase media de pequeños y medianos agricultores, artesanos y comerciantes, que disponían de ahorros que invirtieron en las primeras experiencias industriales, reinvirtiendo las ganancias y en unas pocas generaciones consolidaron el dominio de la nueva clase social, la burguesía industrial y financiera, que gozó de amplia libertad para desarro­llar sus capacidades económicas.
La aristocracia británica no sufrió los inconvenientes de la ética continental que rechazaba el trabajo y el comercio, y se dedicó a invertir en empresas, ganando nuevos capitales que reinvertía.
Los campesinos desarraigados y los artesanos arruinados por el maquinismo se convirtieron en un creciente ejército de proletarios que trabajan en condiciones miserables en las ciudades y las minas, con salarios ínfimos.

LAS CLASES SOCIALES.
El campesinado.
El nivel de vida en el campo mejoró, pero a un ritmo inferior al de la ciudad. Los campesinos disminuyeron primero relativamente a la población total y finalmente incluso en números absolutos. El campesinado se estratificó en grupos: en la cúspide los propietarios y arrendatarios grandes y medianos, en medio los pequeños propietarios y arrendatarios, y abajo los jornaleros sin tierras, abocados a trabajar por escasos salarios y condiciones penosas, que emigraban en masa a las ciudades.

El proletariado.
La clase obrera aumentó en número, se organizó en sindicatos y se erigió como el oponente principal de la burguesía. Sus condiciones de vida, al principio (1780-1820) tendieron a empeorar, sobre todo en Gran Bretaña, donde las grandes ciudades estaban masificadas y padecían las malas viviendas y la falta de higiene y servicios sanitarios, por lo que se multiplicaban las enfermedades (cólera, tifus…). El estudio antropométrico de la altura media de los individuos de la población obrera, indica su depauperación en Inglaterra durante gran parte (1800-1850) de la primera Revolución Industrial, lo mismo que ocurrió en las revoluciones comunistas en Rusia y China mucho después. Los salarios eran bajos debido a la gran oferta de mano de obra, las guerras napoleónicas afectaron sobre todo a los obreros, las malas cosechas subieron el precio del pan (especialmente en 1819), los horarios eran terribles (12 a 14 horas de media diaria), no había buenas condiciones de seguridad laboral ni seguros de invalidez, viudedad o vejez. El trabajo infantil era generalizado y con pésimas condiciones, lo que aumentó la mortalidad infantil.

Niños obreros en una fábrica textil hacia 1870.

Para algunos autores, sin embargo, es posible que la situación social del proletariado mejorara en el periodo 1820-1850, y esta mejora es ya segura en el periodo 1850-1870, gracias a las reformas emprendidas que aseguraron la estabilidad del sistema y redujeron la conflictividad social; por ejemplo, la Factory Act (1833) prohibió el trabajo de los menores de 9 años y el trabajo penoso de las mujeres embarazadas. En el resto de los países el proceso de mejora fue más lento, pero también se generalizó durante el periodo 1870-1890, cuando se hicieron reformas sociales para moderar el impacto de las crisis y evitar las revoluciones violentas.

La burguesía.
La burguesía, o clase media, se estratificó, con una gran movilidad social entre las capas: se podía ascender por mérito y riqueza desde la pequeña hasta la alta burguesía e incluso a la nobleza (se generalizó la concesión de títulos nobiliarios a los grandes capitanes de empresas). Además, los hijos de los burgueses a menudo bajaban de nivel en su juventud y emprendían un proceso de ascensión mediante el trabajo, y renovaban continuamente las generaciones.


Mujeres de la alta burguesía de Madrid a finales del siglo XIX.

La alta burguesía dominaba las principales empresas de la industria, la minería, el comercio, los transportes o las finanzas, e incluso compraba las mejores tierras pues­tas en el mercado, de modo que consolidó su ascensión a la cima del poder económico y pronto a la cúspide del sistema político.
La burguesía media se componía de medianos y pequeños empresarios, profe­sionales del próspero y creciente sector de servicios (médicos, abogados, gestores, arquitectos…) y funcionarios medios.
La pequeña burguesía, finalmente, era la más numerosa, y la componían profesionales y empleados públicos y privados, como capataces, fontaneros, mecánicos, artesanos o pequeños comerciantes, que tenían unos mayores ingresos. Su presencia dio estabilidad al sistema, puesto que tenían expectativas de subir en el escalafón social.

La aristocracia.
La aristocracia perdió su hegemonía política, económica y social, al pasar a manos de la burguesía las principales actividades que permitían la acumulación de capital y quedar estancadas sus rentas en el sector agrícola. Pero en Gran Bretaña y después en Europa muchos nobles (y sobre todo hijos segundones de la nobleza) en­traron en las filas de la alta y mediana burguesía al participar y gestionar empresas o conseguir puestos en la administración, lo que aseguró su supervivencia. Además mantuvieron su influencia como ideal de modo de vida: los burgueses enriquecidos aspiraban a ennoblecerse, a vivir en las mansiones aristocráticas del campo y de la ciudad, a casarse con sus descendientes...

DOSSIER: LA CIUDAD INDUSTRIAL DEL SIGLO XIX.


Tranvías en la Puerta del Sol de Madrid en 1870.


Ejecución de Mompart en Barcelona en 1901.


La base de la torre Eiffel en París en 1889.


Muelles de Londres en 1900.

Los alumnos desarrollarán un trabajo de investigación sobre la evolución de la ciudad industrial en el siglo XIX, haciendo hincapié en los siguientes puntos: la multiplicación del número de ciudades, su especialización en actividades industriales, el aumento extraordinario de la población, la división espacial de las clases sociales en barrios e incluso en los pisos de los mismos edificios, y finalmente los problemas de hacinamiento, contaminación, comunicaciones y servicios sociales.

LOS MOVIMIENTOS SOCIALES.
Las primeras asociaciones obreras.
La conciencia de clase creció entre los obreros a medida que avanzaba la Revolución Industrial. La opresión económica y social en las fábricas y la falta de cauces de participación política porque el voto era censatario provocó que las primeras reivindicaciones del proletariado fueran violentas y clandestinas. La forma que más pronto concitó la atención pública fue el ludismo, que propugnaba la quema de las máquinas porque quitaban el sustento a los artesanos, y de las fábricas porque se pagaba muy poco a los obreros.
Más pacífica fue la creación de sociedades de socorros mutuos, también llamadas mutualidades, que servían para protegerse unos a otros en casos de huelga, paro, enfermedad, accidente o viudedad.

El sindicalismo.
El siguiente paso fue crear las primeras asociaciones obreras, que reunían fondos mutuos para sostenerse en caso de huelgas. Al inicio estas asociaciones fueron ilegales por las Combination Acts (1799-1800) en Gran Bretaña, debido a que la legislación liberal las asimilaba a los gremios medievales y por tanto se interpretaba que limitaban la libre competencia.
Pero en 1824 se revocó su prohibición en Gran Bretaña y en pocos años se extendieron por las ciudades, constituyendo así en 1830 las Trade Union, los primeros sindicatos obreros, estructurados por federaciones de oficios, que a su vez se federaron en la Great Trade Union en 1834. Pidieron en la llamada Carta del Pueblo (1838), que originó el movimiento político-sindical del “cartismo” (fundía ideas del movimiento obrero, el liberalismo y el pensamiento cristiano), los plenos derechos políticos de reunión, asociación, manifestación, huelga y sobre todo, de sufragio universal, como medio de conseguir mejores condiciones sociales, y obtuvieron la jornada de diez horas (1847) e importantes reformas, sobre todo en el periodo 1850-1870. Con el tiempo dieron origen al partido laborista (1900) y en pocos decenios llegaron a ganar las elecciones generales.

Los socialistas utópicos.
Los primeros teóricos socialistas son los llamados utópicos, la mayoría de los cuales fueron franceses pero resalta la excepción del inglés Owen, tal vez el más exitoso de todos. El comunismo tuvo un antecedente en el revolucionario francés Babeuf (1750-1797), autor del Manifiesto de los iguales, que propugnaba una reforma fiscal y una ley agraria comunista.
Los socialistas utópicos se llaman así porque lo que intentaban parecía imposible de realizar. Partían del principio de que el hombre es bueno por naturaleza y que si se le ofrece una auténtica igualdad de oportunidades, sin injusticias ni egoísmos, dejará de haber pobres y ricos, y todos los hombres serán realmente iguales. Para conseguirlo consideraban que era preciso suprimir la propiedad privada de los medios de producción (campos, fábricas y máquinas), los cuales debían pasar a ser de propiedad colectiva.
Saint-Simon creía en una sociedad de hombres iguales, con una organización social basada en las clases productivas, en la que no habría clases y que sería igualitaria, con auténtica igualdad de oportunidades para todos. Para conseguirlo había que aumentar el progreso social mediante la industrialización y una nueva moral laica.
Fourier (el maestro de otro socialista, Considérant) propugnó el falansterio, una pequeña comunidad en la que la propiedad es colectiva, con trabajo libre, amor libre, sin matrimonio ni familia.
Cabet defendió la distribución de la riqueza según las necesidades de cada uno.
Proudhon, un antecedente también del anarquismo, proponía la abolición, por medios pacíficos, de cualquier orden coercitivo (Estado, legislación).
Louis Blanc durante en la revolución de 1848 promovió los Talleres Nacionales, unas fábricas con autogestión obrera en las que los trabajadores se quedaban el producto íntegro de su trabajo.
August Blanqui propugnaba la dictadura del proletariado.
El británico Robert Owen, un rico industrial inglés, creía que el medio social conforma el carácter humano, y fomentó con éxito en su fábrica una políti­ca social a favor de los obreros, con mejores salarios y condiciones de trabajo, vivienda, educación y sanidad. Propugnó extender este modelo a unas comunidades ideales (New Lamark), pero fracasaron.


New Lamark.

El socialismo y el marxismo.
Los dos principales pensadores socialistas fueron los alemanes Marx y Engels.



Friedrich Engels y Karl Marx.

En 1848, poco antes de estallar la revolución en Europa, estos dos emigrados en París publicaron un folleto titulado Manifiesto Comunista, en el que exponían los princi­pios de una nueva teoría socialista:
· La lucha de clases es el motor de la Historia.
· El proletariado debe organizarse para acabar con la burguesía.
En contraposición a los socialistas utópicos, al marxismo se lo llamará socialismo científico, porque parte de una realidad económica y social concreta para establecer después unas leyes y unas reglas de conducta y acción.
Para Marx la economía es el fundamento de la Historia y la sociedad se articula en función de las relaciones de producción (materialismo histórico).
Marx considera que la acumulación de capital permite la reproducción del sistema de producción capitalista, de resultas de la plusvalía producida por los trabaja­dores y apropiada y no consumida por los capitalistas. La “acumulación originaria” inicia la destrucción de las relaciones sociales del modo de producción feudal y precede y asegura el paso al capitalismo.
Los hombres no viven ni actúan aisla­dos, sino que forman grupos sociales diferentes, que siempre se han enfrentado entre sí (lucha de clases). De la lucha entre proletariado y burguesía debe salir la destrucción del sistema capitalista y la conquista del Estado por parte del proletariado. El capitalismo quedará desmontado cuando desaparezca la propiedad privada de los medios de producción. Entonces desaparecerán las clases sociales, todos los hombres serán iguales y ya no habrá más lucha de clases. Esto se conseguirá mediante una etapa previa de dictadura del proletariado y cuando esto esté conseguido, el Estado podrá desaparecer.
El marxismo alcanzó gran difusión entre el proletariado europeo y llegó por primera vez al poder en Rusia, mediante la revolución de 1917.

El anarquismo.
Ya un pensador inglés, Godwin, defendió en 1793 la desaparición del Estado, la propiedad privada y el matrimonio. Hacia 1848, algunos socialistas utópicos como Proudhon derivaron hacia el anarquismo, teoría social y política que pretende la supre­sión del Estado, otorgando una ilimitada libertad al individuo. Proudhon escribió que “La propiedad es un robo” y fue el socialista utópico que más influyó en el anarquismo.


Bakunin.

Su principal pensador fue Bakunin (1814-1876), un aristócrata ruso que huyó de su destierro en Siberia, y vivió en Francia, Italia e Inglaterra. Sus ideas básicas eran: el ateísmo, la exaltación de la libertad del individuo, la eliminación del Estado (y del ejército), el rechazo de toda autoridad, la necesidad de la revolución campesina y de la revolución hecha por las masas de una manera espontánea, y de la huelga general re­volucionaria por los proletarios. La sociedad se organizaría a base a comunas (grupos de hombres y mujeres) autónomas, gobernadas en régimen de autogestión mediante sufragio universal (tanto masculino como femenino), con propiedad colectiva del capital y de la tierra pero no de la producción. Las distintas comunas podían federarse o sepa­rarse libremente. Como los anarquistas querían suprimir el Estado, su enfrentamiento se haría mediante la abstención absoluta de la vida política, la huelga y la revuelta individual.
Kropotkin (1842-1921), otro aristócrata ruso, residió en Gran Bretaña, Suiza y Francia. Fue el teórico del anarco-comunismo, una variante más moderada en la acción política y más atenta a la protección de la naturaleza.
Otros influyentes pensadores anarquistas de finales del siglo XIX fueron el escritor ruso Tolstói y los franceses Réclus y Grave.
El anarquismo se extendió sobre todo por tres países europeos: Rusia, Italia y España, con una fuerte base agraria. Algunos grupos anarquistas propugnaron la “propa­ganda por el hecho”, mediante el terrorismo, con famosos atentados contra perso­nalidades políticas (los españoles Cánovas y Canalejas fueron asesinados por anarquis­tas) o clases sociales determinadas (la bomba del Liceo de Barcelona en 1893 contra la alta burguesía).
Ya en el siglo XX se calmó la oleada terrorista y los anarcosindicalistas apoyaron los sindicatos obreros de tendencia revolucionaria. El anarquismo desapareció como fuerza importante en la I Guerra Mundial, salvo en España donde la CNT perduró potente hasta 1939. Después de 1968 hubo un renacer de conceptos anarquistas como la autogestión, el antimilitarismo, la denuncia de la arrogancia del poder, el rechazo del consumismo, que fueron recogidos por distintos movimientos contraculturales y de ac­ción ciudadana para cuestionar el orden imperante.

Las Internacionales obreras.
Marxistas y anarquistas se unieron inicialmente en la I Asociación Internacional de Trabajadores, llamada Primera Internacional, que difundió las ideas políticas de ambos movimientos y la organización de partidos (el PSOE en España) y sindicatos obreros (UGT en España). Pero se dividió en sus dos corrientes: la socialista y la anarquista, que finalmente fue expulsada (1872), y al cabo se disolvió la Primera Internacional (1876).
Finalmente, en 1889, los partidos y sindicatos más importantes de Europa decidieron constituir otra Asociación Internacional de Trabajadores, la Segunda, sin la presencia de los anarquistas. Sus símbolos fueron el himno de la Internacional y la fiesta del Primero de Mayo (Día de los Trabajadores).
La corriente reformista del movimiento obrero fundió las tesis de los socialistas utópicos (sobre todo los cartistas) y del marxismo, y ejerció la acción política a través de los partidos obreros (laborista en Gran Bretaña, socialdemócrata en Alemania y Aus­tria, socialista obrero en España) y la acción reivindicativa a través de los sindicatos. Consiguió importantes mejoras, sobre todo desde que la amenaza revolucionaria convenció a la burguesía dominante de que había que hacer concesiones significativas: mejoraron los salarios, los seguros sociales, disminuyeron las horas de trabajo, etc.

BIBLIOGRAFÍA.
Internet.
[http://es.wikipedia.org/wiki/Revolución_Industrial] Muchos datos, aunque le faltan coherencia estructural y referencias historiográficas.

Documentales / Vídeos.


La Revolución Industrial. Documental educativo de Antonio García Megía. Duración: 10 minutos. [https://www.youtube.com/watch?v=PvoAHKQCe6s]

Libros.
Belinchón, M.; Alonso, I. Otra visión de la Revolución Industrial británica: presencia de las mujeres. Recopilación de textos y materiales. Generalitat Valenciana. Valencia. 1989. 200 pp.
Berg, Maxine. La era de las manufacturas 1700-1820. Una nueva historia de la Revolución Industrial británica. Crí­tica. Barcelona. 1987 (1985). 378 pp.
Castronovo, Valerio. La revolución industrial. Nova Terra. Barcelona. 1975. 115 pp. Textos y documentos.
Cipolla, Carlo M. (ed.). Historia económica de Europa. Ariel. Barcelona. 1979 (1973 inglés). vol. III. La Revolución industrial. 641 pp.
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Godechot, Jacques; et al. La abolición del feudalismo en el mundo occidental. Siglo XXI. Madrid. 1979 (1971 francés). 248 pp. Artículos y debates sobre el tema tanto en Europa como en España (Domínguez Ortiz, Vilar, Amalric, Bennassar).
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Landes, David S. La riqueza y la pobreza de las naciones. Crítica. Barcelona. 2008 (1998 inglés). 604 pp. Subtitulo: Por qué algunas son tan ricas y otras tan pobres. David S. Landes (1924), fue profesor de Harvard en historia económica. Su libro se centra en Reino Unido, China, India, España y Portugal, y la Revolución Industrial. A menudo es brillante en el estilo y siempre es sugerente, con amplia documentación, pero su texto está lleno de errores cronológicos y estadísticos, afirmaciones basadas en pruebas (con una buena porción de dudosas) cuidadosamente seleccionadas a favor de sus interpretaciones a priori, algunas muy manidas desde el tiempo de la Leyenda Negra. Está desgraciadamente cargado de un transparente menosprecio por los países latinos (desde Francia a Italia, pasando por una España a la que le asesta palos con gusto sádico) y la Iglesia católica, que aparecen como los grandes (¿únicos?) malvados de la Historia europea. Su determinismo y chovinismo son fanáticos: parece asombroso que la maravillosa Inglaterra, su genial hijo americano y las nobles religiones protestantes no dominen hoy el mundo entero. Pero es cierto que en el libro hay muchos puntos en los que un historiador puede concordar.
Merton, Robert K. Ciencia, tecnología y sociedad en la Inglaterra del siglo XVII. Alianza. Madrid. 1984 (1970 inglés). 294 pp.
Miller, David (dir.). Enciclopedia del pensamiento político. Alianza. Madrid. 1989 (1987). 704 pp.
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Artículos. Orden cronológico.
Tortella, Gabriel. Los nuevos caminos de la historia económica. “Claves de razón práctica”, 84 (julio-agosto 1998) 2-7.
Wade, Nicholas. El origen de la Revolución Industrial. “El País” (12-IX-2007) 44-45. La teoría de evolución biológica de Gregory Black.
Fagan, Brian. Cuando la niebla de Londres mató a 12.000 personas. “El País” (23-IX-2017). El ‘smog’, una mezcla de niebla y el humo producido por el carbón, fue una tóxica seña de identidad de la ciudad, desde principios del siglo XIX hasta la segunda mitad del siglo XX, con episodios tan mortíferos como la niebla de 1952.
Zúmer, Carlos. Las bicis son (y fueron) para modernos. “El País” Ideas 163 (1-VII-2018). La bicicleta ayudó (y ayuda) a transformar el mundo desde la segunda mitad del siglo XIX, facilitando la libertad, la movilidad, la igualdad de la mujer, el intercambio genético (relacionaba con parejas más distantes)...
Criado, M. Á. El hollín de las fábricas llegó al Himalaya. “El País” (11-II-2020). Hallan en los glaciares del Himalaya cenizas de la Revolución Industrial europea.
Rubio Hancock, Jaime. ¿Qué podemos aprender de los luditas? “El País” Ideas 452 (7-I-2024). El movimiento obrero de los luditas destruyó máquinas en el siglo XIX como respuesta a los abusos de la Revolución Industrial. Sus preocupaciones siguen latentes en la actualidad ante los abusos de la Revolución Tecnológica.
Lahoz, Use. Irlanda homenajea a sus caídos en combate contra el hambre. “El País” Semanal 2.477 (17-III-2024). The National Famine Museum recrea la famosa hambruna que en 1845-1849 mató a un millón de personas e hizo emigrar a un millón y medio. Se encuentra en la finca y la mansión del abominable terrateniente Denis Mahon, asesinado a tiros en 1847 por su cruel trato a los aparceros, que habían de escoger entre la muerte, el hospicio o la emigración asistida a cambio de ceder sus derechos a la tierra.

Criado, M. Á. La industrialización empezó en Inglaterra un siglo antes de su Revolución Industrial. “El País” (5-IV-2024). [https://elpais.com/ciencia/2024-04-04/la-industrializacion-empezo-en-inglaterra-un-siglo-antes-de-su-revolucion-industrial.html] La recopilación de millones de documentos por historiadores de la Universidad de Cambridge muestra que la agricultura había perdido su hegemonía frente a la manufactura mucho antes de la máquina de vapor hacia 1750. El cambio del mercado laboral en Inglaterra comenzó en el siglo XV, ganó velocidad en el XVII y hacia 1740 ya había más empleo en el sector secundario y en el terciario que en el primario. Incluso hubo sorprendentes retrocesos en la industrialización durante los siglos XVIII y XIX, cuando grandes zonas del sur y el este volvieron al dominio de la agricultura. El sector que más creció en el XIX y aun más después fue el terciario. El trabajo femenino e infantil fue fundamental en el XVIII y la primera mitad del XIX, pero después decreció, para recuperarse el femenino ya bien entrado el XX1. No obstante, se confirma que el gran cambio tecnológico hacia el maquinismo en Reino Unido se hizo en 1750-1850.


PROGRAMACIÓN.  
REVOLUCIÓN INDUSTRIAL E INDUSTRIALIZACIÓN.
UBICACIÓN Y SECUENCIACIÓN.
Bachillerato, 1º curso. Historia del mundo contemporáneo. Apartado 2. Balance del siglo XIX hasta 1914.
La revolución industrial. Transformaciones económicas, sociales y culturales en el siglo XIX. Las aportaciones del periodo 1870-1914.
ESO, 4º curso. Eje temático 3. El mundo actual. Bloque 5. Sociedad y Cambio en el Tiempo. Núcleo 3. Cambio social y revolución en la época contemporánea.
- La crisis del Antiguo Régimen y las revoluciones liberales burguesas.
- Revolución industrial, desarrollo capitalista e imperialismo.
RELACIÓN CON TEMAS TRANSVERSALES.
Relación con el tema de la Educación para la Paz y de Educación Moral y Cívica.
TEMPORALIZACIÓN.
Cuatro sesiones de una hora.
1ª y 2ª Exposición del profesor.
3ª Exposición del profesor, de refuerzo y repaso; esquemas y comentarios de textos.
4ª Comentarios de textos; debate y síntesis.
OBJETIVOS.
Conocer el proceso de la Revolución Industrial en Gran Bretaña.
Conocer el proceso de Industrialización en el resto del mundo.
Comparar ambos procesos.
Analizar las causas de estos procesos.
Sintetizar en un esquema los cambios sociales que hubo en estos procesos.
Interesarse por las condiciones de vida en el pasado.
Comprender la relación que hay entre la industrialización y la sociedad y la cultura actual.
CONTENIDOS.
CONCEPTUALES.
La Revolución Industrial en Gran Bretaña: el proceso, las causas, los sectores fundamentales (textil, siderúrgico), los cambios estructurales.
La industrialización en el resto del mundo: el proceso, las causas, los sectores fundamentales (siderúrgico, químico...), los cambios estructurales.
Las consecuencias sociales.
B) PROCEDIMENTALES.
Tratamiento de la información: realización de esquemas del tema; utilización de estadísticas, gráficos, mapas...
Explicación multicausal de los hechos históricos: en comentario de textos.
Indagación e investigación: recogida y análisis de datos en enciclopedias, manuales, monografías, artículos...
Realización de debate y documento de síntesis en el grupo.
C) ACTITUDINALES.
Rigor crítico y curiosidad científica.
Tolerancia y solidaridad.
Interés por las condiciones de vida en el pasado.
Interés por la relación que hay entre la industrialización y la sociedad y la cultura actual.
METODOLOGÍA.
Metodología expositiva y participativa activa.
MOTIVACIÓN.
Documental sobre la Revolución Industrial.
Una lectura de Dickens sobre las condiciones de vida del proletariado en la ciudad de Londres hacia 1850, ilustrada con diapositivas de Doré sobre la ciudad y un fragmento del filme Oliver Twist.

ACTIVIDADES.
A) CON EL GRAN GRUPO.
Exposición por el profesor del tema.
B) EN EQUIPOS DE TRABAJO.
Realización de una línea de tiempo sobre el proceso.
Realización de esquemas sobre los distintos apartados del tema, de modo que se visualicen las causas y los efectos, con su interrelación.
Comentarios de textos sobre las condiciones de vida en las ciudades, las condiciones de trabajo en las fábricas y minas...
Debate y síntesis de la posición del grupo ante el tema de cómo puede desarrollarse una sociedad tradicional: qué condiciones deben darse, qué problemas puede haber, cuál sería la mejor política económica...
C) INDIVIDUALES.
Realización de apuntes esquemáticos sobre la UD.
Participación en las actividades grupales.
Búsqueda individual de datos en la bibliografía, en deberes fuera de clase.
Contestar cuestiones en cuaderno de trabajo, con diálogo previo en grupo.
RECURSOS.
Presentación digital (o transparencias, diapositivas y mapas).
Libros de texto, manuales.
Fotocopias de textos para comentarios.
Cuadernos de apuntes, esquemas...
Película.
EVALUACIÓN.
Evaluación continua. Se hará especial hincapié sobre que se comprenda la relación entre los procesos de Gran Bretaña y el europeo, sobre las condiciones necesarias para el desarrollo y sobre la influencia de ambos procesos industriales en la sociedad actual y la vida de los propios alumnos.
Examen incluido en el de otras UD, con breves cuestiones y un comentario de texto.
RECUPERACIÓN.
Entrevista con los alumnos con inadecuado progreso.
Realización de actividades de refuerzo: esquemas, comentario de textos...
Examen de recuperación (junto a las otras UD).

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