Mis Blogs .

Mis Blogs son: Actual (Actualidad y Aficiones), Heródoto (Ciencias Sociales, Geografía e Historia), Plini (Ciències Socials, Geografia, Història i Història de l’Art), Lingua (Idiomas), Oikos (Economía y Empresa), Paideia (Educación y Pedagogía), Sophia (Filosofía y Pensamiento), Sport (Deportes), Thales (Ciencia y Tecnología), Theos (Religión y Teología), Tour (Viajes), Altamira (Historia del Arte y Arquitectura), Diagonal (Cómic), Estilo (Diseño y Moda), Pantalla (Cine, Televisión y Videojuegos), Photo (Fotografia), Letras (Literatura), Mirador (Joan Miró, Arte y Cultura), Odeón (Ballet y Música).

martes, 25 de septiembre de 2012

CS 4 UD 01. El siglo XVIII, la crisis del Antiguo Régimen.

CS 4 UD 01. EL SIGLO XVIII EN EUROPA: LA CRISIS DEL ANTIGUO RÉGIMEN.
Índice.
Introducción.
1. Economía agraria y desarrollo comercial.
1.1. La pervivencia de la economía agraria.
1.2. Los crecimientos demográfico y económico.
El comercio colonial.

2. Sociedad estamental y monarquía absoluta.
2.1. Una sociedad desigual.
Los privilegiados.
Los no privilegiados.
2.2. La monarquía absoluta.

3. El pensamiento ilustrado.
3.1. Que es la Ilustración.
3.2. Los filósofos de las Luces.
El pensamiento económico.
El pensamiento político.
3.2. La Enciclopedia.

4. La caída del absolutismo.
4.1. La Revolución inglesa.
La Guerra Civil y la República.
La limitación del poder del rey.
4.2. El Despotismo Ilustrado.

5. La revolución americana.
5.1. La revuelta americana.
5.2. La guerra de independencia americana.
5.3. La formación de los Estados Unidos.
5.4. El liberalismo americano.

6. El siglo XVIII en España: la monarquía borbónica.
6.1. La Guerra de Sucesión en España (1701-1714).
6.2. El despotismo ilustrado de Carlos III.
6.3. El crecimiento económico del siglo XVIII.

APÉNDICES. Textos para comentario en clase.

Apéndice: La recuperación económica española en el siglo XVIII.


Introducción.
El siglo XVIII fue un período de transición en Europa.
Se mantenían rasgos del Antiguo Régimen: la monarquía absoluta, la sociedad estamental y la economía señorial agraria.
Pero se abrían camino cambios importantes: el auge de la Ilustración en la cultura y las ideas políticas, el aumento del poder socio-económico de la burguesía, y el crecimiento demográfico y económico, sobre todo debido a la expansión comercial.



Gabriel Lemonnier. El salón de Madame Geoffrin (1812). Col. Louvre, París. Entre los personajes destacan Montesquieu, Diderot, D'Alembert, Voltaire y Rousseau. [https://es.m.wikipedia.org/wiki/Archivo:Salon_de_Madame_Geoffrin.jpg]

A finales del siglo XVII la democracia parlamentaria ya se había establecido en Inglaterra, después de una Revolución, y a finales del siglo XVIII se añadieron los Estados Unidos de América, independizados de Inglaterra en 1783, y finalmente Francia, donde la revolución de 1789 inició un proceso que destruyó el Antiguo Régimen en toda Europa.
En España, el siglo XVIII fue un período de recuperación de la grave decadencia del siglo XVII, con una nueva dinastía, los absolutistas Borbones franceses, más autoritarios y centralistas que los Austria, y también aparecieron, pero más tardíos y débiles, los cambios que trastornaron Europa.

1.    Economía agraria y desarrollo comercial.
El Antiguo Régimen dominaba en casi toda Europa a comienzos del siglo XVIII, con sus rasgos de una monarquía absoluta, una sociedad estamental y una economía señorial agraria.

1.1. La pervivencia de la economía agraria.
Las actividades del sector primario, y en especial la agricultura, eran las principales fuentes de riqueza. Era sobre todo una agricultura de subsistencia, con rotación trienal (barbecho el tercer año), de rendimientos bajos, dedicada al autoconsumo y los mercados locales o regionales.


El sistema trienal de cultivo y barbecho.

Periódicamente había crisis alimentarias, con falta de alimentos, alza de precios y hambre, que originaban a menudo graves revueltas en los pueblos y las ciudades.
La mayoría de las tierras de las grandes fincas eran propiedad de los señores de la nobleza y el clero. La mayoría de los habitantes eran campesinos pobres.

1.2. Los crecimientos demográfico y económico.
Durante el siglo XVIII la población europea se recuperó de los grandes desastres provocados por las guerras, las hambrunas y las epidemias de la primera mitad del siglo XVII.
En comparación, el siglo XVIII fue un período de relativa paz, rota de vez en cuando por guerras que no afectaban tanto a la población civil, y las mejoras de la producción agrícola, y en la medicina y la higiene, favorecieron un aumento de la natalidad y una reducción de la mortalidad. Así, la población pasó de 100 millones de habitantes en 1650 a 200 millones en 1800, y este crecimiento se repartió entre el campo y las ciudades.
El aumento de población provocó un incremento de la demanda y un alza de los precios de los productos agrícolas, que posibilitaran más ganancias e inversiones de los propietarios, que así aumentaban la producción, en un ciclo virtuoso.


Producto de la Manufactura Real francesa de Sèvres.

Los Estados fomentaron las mejoras productivas, porque así tenían más ingresos fiscales y más población para competir en la carrera por el poder en Europa. Entre las principales medidas estaba la creación de manufacturas reales para producir objetos de lujo, fábricas de cañones o arsenales de buques, la creación de compañías comerciales con privilegios para comerciar con las colonias, y la construcción de carreteras, canales y puertos. Todo ello favoreció la artesanía, el comercio, sobre todo el colonial, y las finanzas, y consolidó el poder social y económico de la burguesía.

El comercio colonial.
Europa ya comerciaba con otros continentes mucho antes del siglo XVIII pero fue entonces cuando se incrementó extraordinariamente el comercio colonial.




Mapa del comercio colonial en el mundo del siglo XVIII.

Las grandes potencias marítimas eran Inglaterra, Francia, Holanda, España y Portugal, que intercambiaban sus productos manufacturados (armas o tejidos) por metales preciosos (oro y plata), especias (pimienta, canela, clavo), materias primas (algodón, café , azúcar, cacao, tabaco, maderas especiales o tintes) y esclavos.


El comercio más próspero fue el triangular entre Europa, África y América.

El mercader compraba primero las manufacturas en Europa, las transportaba a África, donde las cambiaba por esclavos, que llevaba a América donde los cambiaba por materias primas que llevaba finalmente a Europa, volviendo entonces a recomenzar el ciclo.
Las inmensas riquezas ganadas en este comercio triangular permitieron el ascenso social de muchos burgueses en Europa, pero el coste humano fue terrible: la destrucción en guerras de gran parte de las sociedades africanas, y su traslado forzoso en América, donde fueron sometidos a durísimas condiciones de trabajo en esclavitud, sobre todo en el Caribe, Brasil y el sur de los Estados Unidos.

2.    Sociedad estamental y monarquía absoluta.
2.1. Una sociedad desigual.
La sociedad del Antiguo Régimen estaba dividida en dos partes: los privilegiados (los grupos sociales de la nobleza y el clero) y los no privilegiados (los grupos sociales populares del Tercer Estado: campesinos, burgueses, artesanos...).



La pirámide social del Antiguo Régimen.

Los privilegiados.
La nobleza tenía la mayor parte de las tierras y vivía de las rentas de estas propiedades, y de los cargos públicos. Tenía privilegios como no pagar impuestos, reservarse los cargos más importantes y tener una justicia propia. Había diferentes niveles en la nobleza, desde la alta más rica e influyente en el poder, a la baja nobleza que podía sufrir para sobrevivir.
El clero tenía también muchas tierras y vivía de las rentas de su patrimonio, y del diezmo (la décima parte de los ingresos) pagado por los fieles. Estaba también dividido en niveles, desde el alto clero (a menudo los segundos hijos de los nobles) al bajo clero, que vivía en la pobreza. Tenía grandes responsabilidades sociales, porque mantenía viudas, huérfanos y pobres, y ayudaba cuando había hambrunas, actuando como una primitiva red de seguridad social.

Los no privilegiados.
El estado popular o Tercer Estado era la inmensa mayoría de la población, más del 90% del total, y estaba dividido en muchos grupos y niveles.
Los burgueses eran sobre todo los grandes artesanos y comerciantes, y los banqueros. Fue el grupo que aumentó más su poder en el siglo XVIII, aliado con la monarquía, a la que prestaba dinero para las guerras.
Las clases populares urbana seran los pequeños artesanos y comerciantes, obreros, sirvientes domésticos, soldados, pequeños funcionarios ...
Los campesinos, los más numerosos, vivían de la explotación de sus pequeñas propiedades y tierras arrendadas, y del trabajo en los latifundios de los señores. Los campesinos soportaban la mayor parte de los impuestos y los derechos señoriales.

2.2. La monarquía absoluta.
En el Antiguo Régimen el rey tenía un poder absoluto o casi, en algunos países sin límites legales (el caso de Rusia), pero en otros con limitaciones como respetar los derechos y costumbres históricos, o no aplicar impuestos no reconocidos por las antiguas instituciones representativas, como eran los Estados Generales en Francia y las Cortes en España.

 

El rey francés Luis XIV, prototipo de rey absoluto.

Palacio de Versalles

El Palacio de Versalles, símbolo del poder absoluto de Luis XIV.

La monarquía era hereditaria y de derecho divino, porque se pensaba que su poder provenía directamente de Dios, de modo que rebelarse contra él era un pecado.
El rey controlaba todas las instituciones del Estado, como la administración, la justicia o el ejército, y dirigía la política interior y exterior.
Tenía a su servicio a los funcionarios de los consejos, los secretarios, y muchos pequeños burócratas para aplicar la sus órdenes.

3.    El pensamiento illustrado.
3.1.  Que es la Ilustración.
La Ilustración es un movimiento intelectual en Europa en el siglo XVIII, que criticó los principios del Antiguo Régimen.
Dos importantes precursores fueron los ingleses Locke y Newton. Locke criticó el absolutismo y defendió la división de poderes. Newton desarrolló el método científico deductivo, basado en la observación, el pensamiento de una hipótesis y la comprobación de ésta en los hechos.
La Ilustración defendía la razón como medio para entender el mundo, y rechazaba la tradición y la revelación como fuentes de conocimiento. La razón y el conocimiento ofrecían a la Humanidad el camino al progreso y sobre todo la felicidad, el objetivo último del ser humano, y por eso fomentaban la educación.
Propugnaban la tolerancia política y religiosa, y una moralidad racional, y criticaban el dogmatismo religioso y la creencia en la superioridad de unas religiones sobre otras.

3.2. Los filósofos de las Luces.
Los pensadores más destacados eran los franceses Montesquieu, Diderot, D'Alembert, Voltaire, Rousseau... Defendían la libertad y la igualdad para todos los ciudadanos, y por ello se opusieron a la sociedad estamental.


Los privilegiados cabalgan sobre los no privilegiados.

El pensamiento económico.
El pensamiento ilustrado defendía la fisiocracia y el liberalismo económico, en especial el derecho a la propiedad y la libertad de comercio e industria, y criticaba los obstáculos a la producción y el comercio que ponía el mercantilismo, la doctrina económica dominante en el siglo XVII, que consideraba la acumulación de metales preciosos como fuente principal de riqueza.


François Quesnay.

La fisiocracia francesa sostenía que la tierra era la principal fuente de riqueza, como dice François Quesnay, a máximo general du gouvernement économique de un Royaume Agricole (1767):
‹‹Que el soberano y la nación nunca pierdan de vista que la tierra es la única fuente de riquezas, y que es la agricultura quien las multiplica. Ya que el aumento de las riquezas asegura el de la población, los hombres y las riquezas hacen prosperar la agricultura, extienden el comercio, estimulan la industria, acrecientan y perpetúan las riquezas. De tan abundante manantial depende el logro de todas las partes de la administración del reino.››

El pensamiento político.
El pensamiento ilustrado se oponía al absolutismo y, con el ejemplo del régimen parlamentario inglés después de la Revolución inglesa de 1688, defendía el liberalismo: se deben garantizar los derechos y libertades individuales.

Los principales pensadores políticos son:


Montesquieu.

• Montesquieu, que propone la división de los poderes legislativo, ejecutivo y judicial, haciendo mención de la independencia del poder judicial.


Rousseau.

• Rousseau, que define el contrato social como el resultado de un pacto implícito entre todos los ciudadanos, defiende que el hombre, por naturaleza, es bueno, y que es el contacto con la sociedad lo que lo corrompe. Plantea la idea de la soberanía nacional, que reside en el pueblo, que la ejerce con el voto.


Voltaire.

• Voltaire, que defiende el parlamento para limitar el poder del rey, y un sistema fiscal en que también paguen los privilegiados.

 
3.2.  La Enciclopedia.
Diderot y D'Alembert pusieron en marcha el ambicioso proyecto de la Enciclopedia, una publicación que reuniera los principales conocimientos, fundamentada en la razón y en la observación de la naturaleza. Se empezó a publicar en 1751, y llegó al 35 volúmenes, con la participación de los más destacados intelectuales.


El libro fue prohibido y perseguido por muchos Estados absolutistas, pero difundió las ideas ilustradas por el mundo, ayudado por los salones y academias.
A finales del siglo XVII nos encontramos con una serie de transformaciones políticas en Gran Bretaña donde se limitan los poderes de la Monarquía absoluta de los Stuart.
Al mismo tiempo las ideas ilustradas promueven el reformismo del Despotismo Ilustrado.

4.1.  La Revolución inglesa.
Durante la Edad Media en Inglaterra el poder real estaba limitado por el Parlamento, dividido en dos cámaras: la de los Lores (nobles y clero) y la de los Comunes (burgueses). Los monarcas necesitaban la aprobación del Parlamento por los nuevos impuestos y declarar la guerra.

La Guerra Civil y la República.
Durante los primeros decenios del siglo XVII la dinastía de los Stuart intentó gobernar sin el control del Parlamento y detener y ajusticiar sin trabas.
La revuelta de los burgueses y muchos de propietarios contra los abusos originó una guerra civil, que acabó con la ejecución del rey Carlos I en 1649 y la proclamación de la República para Cromwell.

Resultado de imagen de Charles I, execution

Resultado de imagen de Charles I, execution

Ejecución de Carlos I en Londres en 1649.


Oliver Cromwell.

Cromwell transformó la república en una dictadura militar hasta su muerte en 1660, y fortaleció el poder militar y comercial del país, en pugna con España y Holanda.

La limitación del poder del rey.
El Parlamento restableció en 1661 la monarquía en el hermano del rey anterior, Carlos II, que aceptó la limitación de su poder, y en 1679 firmó el habeas corpus, que garantizaba las libertades individuales e impedía las detenciones arbitrarias.
Su sucesor, el católico Jacobo II, intentó restablecer el absolutismo y el 1689 estalló una segunda revolución que acabó con la dinastía Stuart (Estuardo), y dio la corona al príncipe protestante holandés Guillermo III de Orange (casado con María, la hermana de los dos reyes anteriores), que juró la Declaración de Derechos (Bill of Rights), donde se limitaba aún más el poder del rey.


Inglaterra se convirtió en el gran modelo para Europa de una Monarquía Parlamentaria, donde el rey tenía un poder limitado, con los poderes ejecutivo y legislativo separados, y la justicia era independiente del rey, mientras los ciudadanos tenían garantizadas las libertades individuales.

     4.2.  El Despotismo Ilustrado.
Pese al ejemplo de los parlamentarismos inglés y holandés, la mayoría de los monarcas europeos del siglo XVIII mantenían un poder absoluto, pero las ideas de la Ilustración y la competencia para obtener más riqueza y población también influyeron en los monarcas, que desarrollaron entre 1760 y 1789 el llamado absolutismo o despotismo ilustrado, un sistema político que buscaba el bien del pueblo, pero sin su participación: Todo para el pueblo, pero sin el pueblo.
Así, durante gran parte de la segunda mitad del siglo XVIII, la Ilustración se alió con el absolutismo. Inspirados por los filósofos ilustrados y los fisiócratas, los monarcas absolutos como Federico II el Grande de Prusia, José II de Austria y Catalina II de Rusia, se modelaron a sí mismos en el ideal del rey filósofo e intentaron con distintos niveles de éxito utilizar el poder al servicio del bien común.
A pesar de su notable sinceridad, que transluce en su correspondencia privada y sus decretos, su mayor éxito fue radicalizar aún más el absolutismo. Bajo su mando, el particularismo político  de las naciones y las regiones de cada Estado continuó su retirada ante el avance de la uniformidad legal a través de los códigos de leyes y las regulaciones burocráticas. Un antecedente son los Decretos de Nueva Planta en España en 1715, que suprimieron las instituciones y la mayor parte de las leyes propias de Cataluña y Baleares.
Al mismo tiempo, hubo un resurgir aristocrático al socaire del despotismo ilustrado, pues los aristócratas debían servir al Estado en sus reformas. En resumen, bajo los monarcas absolutos ilustrados la centralización del poder se desarrolló rápidamente; y en un auténtico esfuerzo por mejorar el bienestar de sus súbditos, los déspotas ilustrados introdujeron aún más el poder del Estado en la existencia diaria.
En España, ya Felipe V y Fernando VI apoyaron sendas reformas, pero fue bajo Carlos III cuando más florecieron estas, así como las artes y las letras, gracias a políticos excelentes, como el conde de Aranda, el conde de Campomanes, Gaspar Melchor de Jovellanos y el conde de Floridablanca, amigos y seguidores de los ilustrados franceses y de los nuevos ideólogos ingleses.


El rey Federico II de Prusia, prototipo de rey ilustrado, fue un famoso general.

Entre las reformas más repetidas en Europa estaban la racionalización de la administración, la reforma y extensión de la educación, una mayor libertad de empresa, la modernización de la agricultura, el desarrollo de las manufacturas y el comercio, la construcción de comunicaciones, la mejora de la higiene en las ciudades, etc.
Pero al final no era posible transformar la economía del Antiguo Régimen sin cambiar las estructuras sociales (la sociedad estamental) y políticas (el absolutismo monárquico), y los reyes reformistas se moderaron o renunciaron a su programa, sobre todo al surgir las grandes revoluciones liberales, la primera en Francia en 1789, y es que hacia finales del siglo XVIII la concentración de poder en manos del monarca comenzó a ser desafiada. La reacción europea al absolutismo se intensificó con el éxito de la guerra de la Independencia estadounidense y la creación de los Estados Unidos, un ejemplo que cristalizó en 1787 en la primera Constitución liberal escrita, y por el auge político, social y económico de la burguesía inglesa gracias a la consolidación de la Revolución industrial en la segunda mitad del siglo XVIII.
Esta transformación cristalizó por primera vez en Francia, en 1789, y desde allí se extendió por todo el continente durante el siglo siguiente. La era del despotismo ilustrado había acabado.

5. La revolución americana.
5.1. La revuelta americana.
Los Estados Unidos fueron el primer país donde las colonias europeas lograron su emancipación y, al mismo tiempo, el primer Estado donde se aplicaban los principios del liberalismo político.
Todo empezó porque las trece colonias inglesas de la costa este de América del Norte, animadas por la evolución política hacia el liberalismo en Inglaterra y la difusión de las ideas ilustradas, se enfrentaron a la metrópoli en defensa de sus intereses y derechos. En especial se oponían a pagar tasas e impuestos, y al monopolio comercial que los ingleses ejercían sobre su territorio, además sin tener representación en el Parlamento de Londres.


John Trumbull. La declaración de Independencia (1819). Col. del Congreso, Washington.

El 4 de julio de 1776 representantes de las trece colonias reunidos en Filadelfia redactaron la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América, el preámbulo y el contenido fueron escritos por Thomas Jefferson. Esta declaración expresaba los principios que impulsaban la revuelta de los colonos: el derecho de todos a la libertad ya la búsqueda de la felicidad, el deber de los gobernantes a respetar los derechos inalienables del pueblo, el derecho a la rebelión contra la tiranía y la división de poderes.
‹‹Consideramos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos derechos está el derecho a la vida, a la libertad ya la búsqueda de la felicidad; que para garantizar estos derechos se instituyen entre los hombres los gobiernos, que obtienen sus poderes legítimos del consentimiento de los gobernados; que cuando ocurra que una forma de gobierno se haga destructora de estos principios, el pueblo tiene derecho a reformarla -o abolirla e instituir un nuevo gobierno que se funde en dichos principios, organizando sus poderes de la forma que a su juicio ofrezca las mayores posibilidades de lograr su seguridad y felicidad (...).
Esta ha sido la paciencia largamente demostrada por las colonias y esta es hoy la necesidad de que los obliga a modificar su antiguo sistema de gobierno (...).››
A esta Declaración de Independencia se añadió posteriormente la Declaración de los Derechos del Hombre redactada en Virginia (1776):
‹‹Todos los hombres son por naturaleza igualmente libres e independientes y tienen ciertos derechos inherentes a su persona (...). Todo poder reside en el pueblo y, por consiguiente, se deriva (...). El gobierno está y debe estar instituido para el beneficio, la protección y la seguridad comunes del pueblo, nación o comunidad (...). El poder legislativo y el poder ejecutivo del Estado deben separarse y distinguirse del judicial (...). Las elecciones de los miembros que actúan como representantes del pueblo en la asamblea deben ser libres (...). La religión (...) debe orientarse exclusivamente con la Razón y la convicción, no por la fuerza o la violencia y, por tanto, todos los hombres tienen el mismo derecho al ejercicio libre de su religión (...).››

5.2. La guerra de independencia americana.
La Guerra de Independencia de los Estados Unidos comenzó como una guerra entre el Reino de Gran Bretaña y las trece colonias británicas en América del Norte, y derivó en una guerra de alcance mundial de Gran Bretaña contra Francia, España y Holanda. La guerra contra la metrópoli fue larga (1775-1782) y se puede dividir en dos etapas:


La primera etapa (1.775 a 1777).
Inicialmente, las milicias de los rebeldes, dirigidos por George Washington, se enfrentaron con los británicos siguiendo una táctica de guerrillas. Las victorias rebeldes en Lexington (1775) y Saratoga (1777) impulsaron la insurrección, e hicieron que llegaran voluntarios liberales europeos, y que Francia, enemiga del Reino Unido en la lucha por la hegemonía europea, se decidiera a apoyar a los rebeldes. Lo mismo hizo España con apoyo financiero y una intervención militar en Misisipi y Florida, y el asedio de Gibraltar, porque le interesaba que el Reino Unido perdiera poder colonial en América, pero temía que la rebelión se contagiara a sus propias colonias.


Segunda etapa (desde 1778 hasta 1782).
Con la intervención francesa y española inició una nueva fase en la que el ejército británico se quedó ay instalado, sin abastecimientos. Tras la derrota inglesa en Yorktown en octubre de 1781, el Reino Unido aceptó la derrota, presionada por la intervención extranjera, la creciente mejora del ejército americano, el apoyo mayoritario de la población americana y los daños para su comercio.
La paz se acordó el Tratado de Versalles de 1783, por el que Reino Unido reconocía la independencia de los Estados Unidos de América, que convertían una modesta potencia de gran superficie con unos cuatro millones de habitantes blancos y muchos esclavos de origen africano.

5.3.  La formación de los Estados Unidos.
La guerra también fue una revolución liberal y después de la victoria los Estados Unidos establecieron un sistema político basado en la división de poderes y plasmado en una Constitución redactada por los padres fundadores (cincuenta delegados del Congreso) en 1787, que entraría en vigencia en 1789. El primer presidente fue el general George Washington.
Era la primera Constitución promulgada en el mundo que llevaba a la práctica los principios teóricos de soberanía nacional y separación de poderes.
Creaba un sistema político republicano federal, en la que el Gobierno federal se encargaba de los asuntos exteriores, la defensa, las finanzas y la moneda, y el comercio con el exterior o entre los Estados federales.
Las antiguas colonias se convirtieron Estados con autonomía para legislar en todos los demás asuntos, como la educación o los transportes.
Establecía la total separación de poderes (ejecutivo, legislativo y judicial).
El presidente, elegido por sufragio universal masculino indirecto, controlaba el poder ejecutivo promulgando las leyes y ejerciendo el derecho de veto.
En el Congreso, un parlamento bicameral, los representantes en la Cámara de Representantes y el Senado serían elegidos por sufragio, y sobre ellos recaía el poder legislativo aprobando los impuestos y los presupuestos, llevando la iniciativa de las leyes y declarando la guerra y la paz .
El poder judicial estaba en manos de los tribunales independientes del poder político.
Además, se creaba el Tribunal Supremo, formado por seis miembros nombrados por el presidente, que debía velar por que las leyes y las actuaciones del gobierno no vulnerasen la Constitución.
La Constitución recogía los derechos básicos garantizados por el nuevo Estado: la libertad de expresión, reunión, asociación, prensa, religión, petición, a ser juzgado por un jurado, a la propiedad ya la libertad personal.

5.4.  El liberalismo americano.
Los Estados Unidos fueron el primer país donde se aplicaban los principios del liberalismo político, como hemos visto en la constitución.
La falta de grandes diferencias sociales daría lugar a una democracia muy igualitaria en la práctica, en la que la mayoría de la población comparte un buen nivel de vida. Pero los derechos políticos eran reconocidos sólo para los hombres de la minoría blanca, las mujeres no podían votar, la esclavitud se mantuvo, y los indios no fueron considerados ciudadanos.
A pesar de estas carencias, era un modelo más avanzado que cualquiera de la época y excitó la imaginación de los revolucionarios en todo el mundo.

6. El siglo XVIII en España: la monarquía borbónica.
6.1. La Guerra de Sucesión en España (1701-1714).
Carlos II fue el último monarca hispánico de la casa de Austria. Murió sin descendencia directa en 1700. La sucesión la disputaban entonces el Archiduque Carlos, hijo del emperador Leopoldo de Austria, y Felipe de Borbón, duque de Anjou, nieto de Luis XIV de Francia. Las potencias europeas se pusieron en guardia ya que Francia o Austria podían sumar los territorios hispánicos y convertirse en potencia suprema en Europa.


Felipe V (1708), retratado por Meléndez al inicio del reinado.

Carlos II dejó la Corona a Felipe, que entró en Madrid en 1701 y posteriormente se hizo reconocer en los estados de la Corona de Aragón. Felipe convocó Cortes en Cataluña, juró las Constituciones y fue proclamado Conde de Barcelona.
Pero en la Gran Alianza de La Haya se reunieron las potencias partidarias del Archiduque Carlos: Austria, Inglaterra, Portugal, Holanda, Prusia, Hannover y Saboya. Temían que Francia y España acabaran en manos de un mismo soberano y declararon la guerra a los Borbones de Francia y España.
Comienza la guerra en 1701, con importantes victorias de los aliados en Italia, que fue ocupada en poco tiempo, y en las fronteras de Francia, aunque nunca pudieron invadir la misma. En España el conflicto se mezcló con una guerra civil entre los partidarios de los Borbones, sobre todo Castilla, y los Austrias, en especial los territorios de la Corona de Aragón desde 1705.
Al principio parecía que la guerra se decantaba a favor de Carlos, pero las victorias felipistas en Almansa (1707) y más tarde en Brihuega y Villaviciosa (1710), le permitieron recuperar Valencia y Aragón, restando sólo Cataluña y Baleares en manos de Carlos.La guerra continuó en Europa, hasta cansar a los dos bandos, y cuando en 1713 el archiduque Carlos heredó Austria, entonces Inglaterra y Holanda lo abandonaron porque temían que los Habsburgo tuvieran un excesivo poder.
El Tratado de Utrecht en 1713 puso fin al conflicto internacional, con el reconocimiento de Felipe V como rey de España, manteniendo su imperio, pero perdiendo los antiguos dominios del Milanesado, Nápoles, Sicilia y Flandes que pasaban a manos de Carlos, mientras Cerdeña pasaba a Saboya, y Gibraltar y Menorca se entregaban al Reino Unido.
Finalmente los felipistas recuperaron Cataluña (Barcelona cayó el 11 de septiembre de 1714, día en que se conmemora la Diada) y Baleares (1715).

6.2. El absolutismo borbónico.

Felipe V (1700-1746) y sus sucesores, Fernando VI (1746-1759), Carlos III (1759-1788) y Carlos IV (1788-1808) establecieron en España el absolutismo francés, caracterizado por el autoritarismo y el centralismo.
Reformaron la administración, reduciendo el poder de los consejos y potenciando los secretarios, una especie de ministros que formaban el Gabinete. Las Cortes desaparecieron, excepto las castellanas, pero incluso éstas no eran convocadas con regularidad, por lo que el rey controlaba el poder legislativo.

6.3. El uniformismo territorial.


Los Borbones centralizaron el poder, imponiendo la unidad en las leyes e instituciones. Como castigo por haber apoyado a Carlos, en los Decretos de Nueva Planta (1715-1716) fueron suprimidos los fueros y las instituciones de la Corona de Aragón. Sólo quedaron los fueros del País Vasco y Navarra, por su lealtad a Felipe.
El territorio español fue dividido en 21 provincias, gobernadas por capitanes generales en las cuestiones militares y administrativas, con audiencias para la administración de justicia e intendentes para la recaudación de impuestos, mientras que los municipios fueran controlados por los corregidores.

7. El reformismo ilustrado en España.
7.1. Los ilustrados españoles.
En el siglo XVIII surgieron en España numerosos ilustrados, influidos por el pensamiento europeo y preocupados por los problemas del país, sobre todo por la pervivencia del Antiguo Régimen y sus obstáculos al progreso.


El conde de Floridablanca.

Entre los ilustrados destacan el marqués de la Ensenada, el conde de Campomanes, el conde de Floridablanca, el conde de Aranda, Pablo de Olavide y Gaspar Melchor de Jovellanos.
Estos reformadores ocuparon importantes cargos en la Corte, al servicio de los reyes, porque pensaban que sólo la monarquía, de acuerdo con las ideas del Despotismo Ilustrado, tenía suficiente poder para cambiar España, donde la burguesía era escasa y débil, y predominaban los sectores intelectuales conservadores en la nobleza y el clero.
Los ilustrados nunca tuvieron suficiente poder para imponer todas las reformas necesarias, pero avanzaron mucho, como se ve en el reinado de Carlos III.

7.2. El despotismo ilustrado de Carlos III.


El rey Carlos III, un prototipo del Despotismo Ilustrado, tenía mucha experiencia de gobierno en su anterior reino de Dos Sicilias (Nápoles y Sicilia en Italia), y en España, aunque no quería renunciar a su poder absoluto ni cambiar la situación de privilegio de la nobleza, con la ayuda de los condes de Floridablanca y Aranda acometió muchas e importantes reformas, algunas muy centralistas:
-Imposición de la autoridad real sobre la Iglesia católica, y expulsión de los jesuitas (1767), porque se les consideraba enemigos del poder del Estado.
-Reforma de la educación con la creación de nuevas escuelas de enseñanza primaria, reforma de los estudios universitarios para hacerlos más científicos, e imposición del castellano como único idioma en la enseñanza.
-Crear una red de caminos reales, de estructura radial desde Madrid, así como canales y otras importantes obras públicas en la capital.
-Liberalizar el precio del trigo (1765), para favorecer la producción de cereales.
-Colonización de nuevas tierras (1787) en Sierra Morena, creando nuevos pueblos (fue la misión de Olavide).
-Limitar el poder de la Mesta, la organización de los ganaderos de ovejas que molestaban a los agricultores.
-Liberalizar el comercio con América para todos los puertos españoles (1778).
-Impulsar las Sociedades Económicas de Amigos del País, para promover la agricultura, la industria y el comercio.
-Declarar honestas todas las profesiones (1783).
-Medidas sociales como controlar la vestimenta de la gente, para hacerla más moderna y facilitar la vigilancia policial, pero esto provocó en 1766 el motín llamado de Esquilache, el ministro que impuso esta impopular reforma.
-Otras medidas sociales fueron prohibir la discriminación (1782) de los chuetas mallorquines, pero en cambio perseguir a los gitanos (1783), porque no se asentaban en ningún sitio.


Motín de Esquilache (1766).

7.3. El crecimiento económico del siglo XVIII.
A comienzos del siglo XVIII España era una sociedad rural, con una agricultura pobre, de técnicas antiguas y bajo rendimientos, con la mayoría de las tierras en manos de los privilegiados.
Durante el siglo fue evidente la mejora demográfica debido a la disminución de las guerras, las hambrunas y las epidemias que habían asolado el país en el siglo XVII, junto a la mejor alimentación e higiene, y este aumento de la población incentivó la economía, un proceso similar al del resto de Europa.
El campo produjo más por la introducción de nuevos cultivos (maíz, patata), la expansión de las tierras cultivadas y del regadío, y la mayor demanda de vino.
La industria progresó con la promoción de las manufacturas privadas, sobre todo las textiles en Cataluña y siderúrgicas en el País Vasco, la creación de manufacturas reales de vidrio, cerámica y tapices, y la protección aduanera contra las importaciones de productos extranjeros.
El comercio aumentó con la disminución de las trabas al comercio interior (la eliminación de las aduanas interiores y de la tasa al precio de los granos) y exterior con las colonias.
Pero continuaba el gran problema, la escasa demanda del pobre campesinado, que sólo podía resolver una reforma agraria que limitara la concentración de las tierras en manos de los privilegiados.


Fuentes.
Internet.
[http://www.jotdown.es/2017/02/oliver-cromwell-iii-estafadores-puteros-borrachos-payasos/Rodríguez, E. J. Oliver Cromwell (III): estafadores, puteros, borrachos y payasos. “JotDown” (II-2017). 

Documentales / Vídeos. Europa.
Los alemanes - Federico II de Prusia y la emperatriz. 42 minutos. La lucha entre Federico II de Prusia y María Teresa de Austria.
Pedro el Grande. 49 minutos. El rey Pedro I de Rusia, el gran reformista.
Washington. Serie histórica de tres episodios de 120 minutos cada uno, sobre la vida de George Washington. 1. Súbdito leal. 2. Comandante rebelde. 3. Padre de la patria.

Documentales / Vídeos. España.
De los Austrias a los Borbones. Documental de RTVE, Serie Memoria de España nº 15. [www.rtve.es/alacarta/videos/memoria-de-espana/]
La nueva España de Felipe V. Documental de RTVE, Serie Memoria de España nº 16. [www.rtve.es/alacarta/videos/memoria-de-espana/]
Carlos III y sombras del reformismo. Documental de RTVE, Serie Memoria de España nº 17. [www.rtve.es/alacarta/videos/memoria-de-espana/]
A la sombra de la revolución. Documental de RTVE, Serie Memoria de España nº 18. [www.rtve.es/alacarta/videos/memoria-de-espana/] El reinado de Carlos IV y la Guerra de Independencia.

Exposiciones.
*<Carlos III, majestad y ornato en los escenarios del Rey Ilustrado>. Madrid. Palacio Real (5 diciembre 2016-30 marzo 2017). 131 obras de arte. Reseña de Fraguas, Rafael. El Palacio Real recuerda los pasos de su primer inquilino. “El País” (6-XII-2016).

Libros. Texto.
García Sebastián, M.; Gatell Arimont, C. Ciències Socials, Geografia i Història. Cives 4. Vicens Vives. 2011: pp. 4-23.

Libros. General.
AA.VV. Historia del Mundo Moderno Cambridge. Sopena. Barcelona. 1980. 14 vols. Para las UD siguientes, hasta el siglo XX.
Diderot y D’Alembert (dirs.). Breve antología de las entradas más significativas del magno proyecto de la Enciclopedia que dirigieron Diderot y D'Alembert y que fue uno de los hitos de la Ilustración. Prólogo de Fernando Savater. Edición y traducción de Gonzalo Torné. Debate. Barcelona. 2017. 389 pp.
Englund, Peter. La batalla que conmocionó Europa: Poltava y el nacimiento del imperio ruso. Trad. Martin Simonson. Roca Editorial. Barcelona. 2012. 452 pp. Reseña/entrevista de Antón, Jacinto. La delgada línea azul de los suecos. “El País” (4-X-2012) 47. Peter Englund (Boden, 1957), historiador sueco, especialista en historia contemporánea y la I Guerra Mundial.
Godechot, Jacques. Las Revoluciones (1770-90). Nueva Clío 36. Labor. Barcelona. 1974. 375 pp. La primera es la estadounidense y le sigue la francesa.
Pagden, Anthony. La Ilustración. Trad. de Pepa Linares. Alianza. Madrid. 2015. 542 pp. Reseña de Savater, Fernando. La agonía de la Ilustración. “El País” Babelia 1.247 (17-X-2015) 5.
Pontón, Gonzalo. La lucha por la desigualdad. Una historia del mundo occidental en el siglo XVIIIPrólogo de Josep Fontana. Pasado & Presente. Barcelona. 2016. 850 pp. Un ensayo histórico, ganador del Premio Nacional de Ensayo,  con una historia alternativa del siglo XVIII que desmonta los mitos de igualdad, libertad y fraternidad de la Ilustración. Reseña de Martínez Shaw, Carlos. Explotación, incultura y desigualdad. “El País” Babelia 1.298 (8-X-2016). / Geli, Carles. Pontón. ‘Hoy sufrimos la misma desigualdad que en el XVIII’. “El País” (14-XI-2017). Sobre el tema véase: Trillas, Ariadna. L’enganyifa de la Il·lustració. “El País” Quadern 1.658 (8-XII-2016) 1-3. Diálogo en catalán del editor Gonzalo Portón y el periodista económico Andre Missé sobre el origen histórico de la desigualdad actual.

Artículos. General. Orden cronológico.
Altares, G. Últimas noticias sobe la bestia de Gevaudan. “El País” Semanal 2.079 (31-VII-2016). Una monstruosa criatura mató a decenas de personas en el pueblo de Gevaudan entre 1764 y 1767, convirtiéndose en un mito perdurable.
Llovet, J. ‘Marginalia’. L’‘Enciclopèdia’ de Diderot. “El País” Quadern 1.702 (23-XI-2017).
Olaya, V. G. Los 200 españoles que murieron por la independencia de Estados Unidos. “El País” (4-X-2021). Estaban entre los 1.000 prisioneros del bando estadounidense en la batalla de Long Island. Los británicos los recluyeron en barcos-prisión en la bahía Wallabout de Nueva York, en condiciones terribles, Del total de 20.000 que pasaron por ellos fallecieron unos 11.500.

Libros. España.
Albareda, Joaquín (ed.). El declive de la Monarquía y del Imperio español. Los tratados de Utrecht. Crítica. Barcelona. 2015. 368 pp. Reseña de Martínez Shaw, Carlos. España-Inglaterra pasando por Gibraltar. “El País” Babelia 1.258 (2-I-2016) 6.
Alcoberro, Agustí. La ‘Nova Barcelona’ del Danubi (1735-1738). Rafael Dalmau Editor. Barcelona. 2011. 128 pp. Reseña de Santacana, Carles. Barcelona al Danubi, 1735. “El País” Quadern 1.427 (12-I-2012) 4. Sobre la aventura de los exiliados catalanes que se refugiaron en Viena después del triunfo de Felipe V en 1715, unos 800 supervivientes que en 1735 fundaron una colonia, ‘Nova Barcelona’, en el banato de Temesvar, en la cuenca del Danubio. Las limitaciones de los exiliados, la peste y una guerra contra los turcos hicieron fracasar el proyecto en 1738.
Avilés Fernández, Miguel; et al. Carlos III y fin del Antiguo Régimen. EDAF. Madrid. 1979. 199 pp.
Canales, Esteban. Los diezmos en su etapa final. pp. 103-183. En ed. de Anes, Gonzalo. La economía española al final del Antiguo Régimen. Tomo I. Agricultura. Alianza. Madrid. 1982. 348 pp.
Calvo, J. La Guerra de Sucesión. Anaya. Madrid. 1988. 96 pp.
Castro, Concepción de. El pan de Madrid. El abasto de las ciudades españolas del Antiguo Régimen. Alianza. Madrid. 1987. 329 pp.
Castro, Concepción de. Campomanes. Estado y reformismo ilustrado. Alianza. Madrid. 1996. 540 pp.
Chávez, T. España y la independencia de Estados Unidos. Taurus. Madrid. 2005.
Defourneaux, Marcelin. Inquisición y censura de libros en la España del siglo XVIII. Taurus. Madrid. 1973 (1963 francés). 268 pp.
Fernández, Roberto (ed.). España en el siglo XVIII. Homenaje a Pierre Vilar. Crítica. Barcelona. 1985. 685 pp.
Fernández, R. La España del siglo XVIII. Anaya. Madrid. 1990. 96 pp.
Fernández, R. Carlos III, un monarca reformista. Espasa. Madrid. 2016. 613 pp. Reseña de Díaz, Eva. Carlos III, entre las paradojas del cambio y la tradición. “El País” (11-X-2016).
Fischer, J. R. Relaciones económicas entre España y América hasta la Independencia. Edición de Fundación Mapfre. Madrid. 1992. 280 pp.
Guerra de la Vega, R. La Corte española en el siglo XVIII. Anaya. Madrid. 1991. 96 pp.
Herr, Richard. España y la Revolución del siglo XVIII. Aguilar. Madrid. 1964 (1960 inglés). 419 pp.
Herr, Richard. La Hacienda Real y los cambios rurales en la España de finales del Antiguo Régimen. Madrid. 1991.
Iglesias, Carmen. Razón, sentimiento y utopía. Reseña de Martínez Shaw, Carlos. Los ilustrados y el poder. “El País”, Babelia 788 (30-XII-2006) 7.
Marías, Julián. La España posible en tiempo de Carlos III. Planeta. Barcelona. 1988. 201 pp.
Mestre, Antonio. Despotismo e Ilustración en España. Ariel. Barcelona. 1976. 220 pp.Ramos Pérez, Demetrio (coord.). Historia General de España y América. Rialp. Madrid. 1982. Vol. IX.2. América en el siglo XVII. Evolución de los reinos indianos. 587 pp.
Palop, José Miguel. Hambre y lucha antifeudal. Las crisis de subsistencias en Valencia (Siglo XVIII). Siglo XXI. Madrid. 1977. 227 pp.
Ramos Pérez, Demetrio (coord.). Historia General de España y América. Rialp. Madrid. 1982. Vol. VII. El descubrimiento y la fundación de los reinos ultramarinos. Hasta fines del siglo XVI. 847 pp.
Ramos Pérez, Demetrio (coord.). Historia General de España y América. Rialp. Madrid. 1982. Vol. XI.1. América en el siglo XVIII. Los primeros Borbones. 816 pp.
Rodríguez Labandeira, José. La política económica de los Borbones, pp. 107-184, en Artola, M. La Economía española al final del Antiguo Régimen. Vol. IV. Instituciones.
Sánchez-Blanco, Francisco. La mentalidad ilustrada. Taurus. Madrid. 2000. 386 pp. Sobre la Ilustración española.
Sánchez Salazar, Felipa. Los repartos de tierras concejiles en la España del Antiguo Régimen, pp. 189-258. en Anes, Gonzalo. La economía española al final del Antiguo Régimen. Tomo I. Agricultura. Alianza. Madrid. 1982. 348 pp.
Sarrailh, Jean. La España Ilustrada de la segunda mitad del siglo XVIII. Fondo de Cultura Económica. Madrid. 1979 (francés en 1954). 784 pp.
Sellés, Manuel; Peset, José Luis; Lafuente, Antonio (compiladores). Carlos III y la ciencia de la Ilustración. Alianza. Madrid. 1988 (1987). 402 pp.
Tedde, Pedro (ed.). La economía española al final del Antiguo Régimen. Alianza. Madrid. 1982. Vol. II. Manufacturas. 440 pp.
Walker, Geoffrey J. Política española y comercio colonial 1700-1789. Ariel. Barcelona. 1979. 353 pp.

Artículos. España. Orden cronológico.
Giménez Chueca, Iván. 1779. Cuando España luchó por la independencia norteamericana. “Clío. Revista de Historia”, Vol. 6, nº 64 (II-2007) 36-43.
Geli, Carles. El negocis de la guerra de 1714. “El País” Quadern 1.478 (4-IV-2012) 5. El sector austracista se basó en la burguesía comercial, muy beneficiada por las concesiones del aspirante Carlos III.
Fradera, Josep M. Siete llaves para el sepulcro de Felipe V. “El País” (17-XII-2013) 31. Un análisis de la política borbónica en Cataluña desde 1714.
Sánchez Corredera, Silverio. Gaspar Melchor de Jovellanos. Personaje histórico ¿o pensamiento vivo? “El Cultural” (25-XI-2011) 20-21. Reivindicación de la actualidad de Jovellanos, en la que destacan expertos en Jovellanos como Julio Somoza o José Miguel Caso.
Riaño, Peio H. Las inmobiliarias de lujo amenazan el último vestigio del mayor disparate de la Ilustración. “El País” (6-VII-2020). [https://elpais.com/espana/madrid/2020-07-05/las-inmobiliarias-de-lujo-amenazan-el-ultimo-vestigio-del-mayor-disparate-de-la-ilustracion.html] Los vecinos de la presa del Gasco y el Canal del Guadarrama, un proyecto de 1786 abandonado por una catástrofe en 1799, luchan por la conservación del sueño que quiso conectar Madrid con el océano Atlántico. La Comunidad de Madrid paraliza la declaración BIC ante los intereses inmobiliarios.
Olaya, V. G. El fuerte de los hombres libres. “El País” (3-VII-2020). España acogió desde 1687 en Florida a los esclavos negros fugados de la América inglesa, estableciendo a muchos en 1738 en el fuerte Mosé, cerca de San Agustín.
Felipe V.
Artículos.
Olaya, Vicente G. El intercambio de princesas que frustró la viruela. “El País” (2-I-2019).
Carlos III.
Libros.
Aguilar Piñal, Francisco. Madrid en tiempos del ‘mejor alcalde’. Arpegio. 2016. 4 vs. 426, 400, 472 y 560 pp. La capital de Carlos III.
Fernández, Roberto. Carlos III. Un monarca reformista. Espasa. 2016. 612 pp.
Gómez Urdáñez, José Luis. Víctimas del absolutismo. Prólogo de Carlos Martínez Shaw. Punto de Vista. 2020. 385 pp. Los abusos absolutistas durante el despotismo ilustrado español, en especial con Carlos III. Reseña de Elorza, Antonio. Las sombras de las Luces. “El País” Babelia 1.530 (20-III-2021).

APÉNDICES. Textos para comentario en clase.

Apéndice: La recuperación económica española en el siglo XVIII.

Jover, Gabriel. Las grandes recuperaciones de la economía española / 2. Respuestas preindustriales. “El País” Negocios 1.893 (27-II-2022). [https://elpais.com/economia/negocios/2022-02-28/respuestas-preindustriales-a-la-crisis-del-siglo-xvii.html] La economía se recuperó tras la crisis del siglo XVII (cuyas causas el autor explica al inicio), de una manera desigual entre el interior y la periferia, por las grandes diferencias de los regímenes señoriales y de propiedad de la tierra, y de las condiciones medioambientales.

‹‹La crisis del siglo XVII tuvo un carácter general y disruptivo en la historia europea y española. En primer lugar, como sugirió el historiador Eric Hobsbawm, la crisis fue global, pues afectó al conjunto de Estados del continente europeo y a sus incipientes imperios, así como a las relaciones entre todos esos territorios. En segundo lugar, porque de ella emergieron las primeras naciones capitalistas (Inglaterra y Holanda) que incorporaron formas más intensivas de crecimiento. Y, por último, porque fue durante esa etapa cuando España perdió posiciones respecto de las nuevas economías nacionales atlánticas. La crisis en el escenario global del imperio español estaba íntimamente relacionada con otra de carácter interior, en un imperio, como escribió García Sanz, donde “no se ponía el sol… ni el hambre”. En este artículo nos centraremos en los conflictos que condicionaron las salidas de la llamada crisis del siglo XVII en los territorios peninsulares de la Monarquía Hispánica, aunque para comprender su dinámica primero sea necesario repasar las causas de aquella.

En el ámbito interior, la crisis del siglo XVII tuvo sus orígenes en los conflictos que generaba el crecimiento extensivo característico de las sociedades preindustriales. Tras una larga etapa de expansión, las potencialidades de desarrollo en los distintos sectores económicos y regiones se fueron agotando, fruto de factores diversos. Por una parte, el descenso de los rendimientos agrícolas, el cierre de la frontera de tierras y la reducción de las reservas de pastos y forestas, y el aumento de las rentas sobre la tierra estrechaban la capacidad de inversión del sector agrícola, y también limitaban el aumento de la oferta de alimentos y materias primeras para las poblaciones urbanas.

Por otra parte, el incremento de la fiscalidad aumentaba los costes de las manufacturas castellanas y dificultaba la innovación y la capacidad exportadora del sector. A finales de la centuria diversos choques externos colapsaron el sistema. Por un lado, los fenómenos climáticos adversos (sequías e inundaciones de 1591, 1604-1606 y 1630) provocaron graves crisis agrícolas y encarecieron el precio de las subsistencias; por otro lado, el nuevo ciclo pandémico (1592-1602, y, más tarde, 1630 y 1647-1654) contribuyó a reducir la población, y, finalmente, la intensificación de los conflictos bélicos (la guerra de Flandes, la Armada Invencible y, después, la guerra de los Treinta Años) multiplicaron los impuestos y cerraron algunos mercados a las exportaciones. En el primer tercio del siglo XVII, las reservas de que disponían la Monarquía, los gobiernos locales y las economías familiares para hacer frente al pago de rentas e impuestos se habían agotado, como reconocían los arbitristas en sus acerados y acertados diagnósticos.

Impacto demográfico.

La evolución de los bautismos en las diversas áreas geográficas peninsulares constituye el indicador más fiable del citado dispar deterioro económico de la población en dichas zonas. En la España interior (las dos Castillas, La Rioja, Extremadura y Aragón), durante la primera mitad del siglo XVII, se produjo un agudo descenso de la población rural y, más aún, de la urbana; en estas regiones, la recuperación posterior fue extremadamente lenta, no recobrándose los niveles demográficos de 1580 hasta mediados del siglo XVIII. Andalucía occidental registró un menor descenso de la población, recuperando los máximos demográficos de finales del siglo XVI en la segunda mitad del Seiscientos; ahora bien, en dicha región el incremento de la población fue bastante exiguo en la primera mitad del siglo XVIII.

En la España septentrional (Galicia, Asturias, Cantabria, País Vasco y Navarra), la intensidad de la crisis fue menor y la recuperación más precoz y rápida en el siglo XVII, aunque también aquí el crecimiento se ralentizó durante la primera mitad del Setecientos. El Levante mediterráneo (Cataluña, País Valenciano y Murcia), donde las densidades demográficas de partida eran menores, y donde la expulsión de los moriscos contribuyó al declive demográfico de algunas zonas (valencianas especialmente), la depresión fue menos intensa y más breve que en el resto de las regiones; además, la segunda mitad del siglo XVII ya fue una etapa de rápida recuperación demográfica y económica, la cual dio paso a un vigoroso crecimiento en la primera mitad del siglo XVIII.

A mediados del Seiscientos, la recuperación de una crisis tan profunda y desigual dependía de la capacidad de los agentes económicos y de las instituciones de incentivar, o no, cambios que estimulasen la reactivación económica y generasen nuevas sendas de crecimiento. Pero esas iniciativas afrontaban poderosas inercias institucionales, privilegios sociales y económicos y desiguales dotaciones de recursos naturales. Veamos cuáles fueron los factores sociales, institucionales y ambientales que explican las dispares respuestas al impacto de la crisis en los dos niveles en que actuaban las principales fuerzas socioeconómicas: por arriba, las políticas fiscal y comercial de la Monarquía, y, por abajo, los agentes sociales en el ámbito económico regional.

La política imperial de los Austrias exigía una continua y voluminosa movilización de recursos para sostener las guerras en defensa de sus dominios europeos. Durante la primera mitad del siglo XVII, la Monarquía estuvo atrapada entre el descenso de los ingresos fiscales, derivado de la depresión económica, el retroceso de las remesas americanas y el aumento del gasto provocado por los incesantes conflictos bélicos. Y la aristocracia y la Iglesia, sus pilares sociales, atravesaron una crisis financiera generada por el descenso de sus rentas patrimoniales.

El Gobierno y la aristocracia intentaron incrementar la presión fiscal y la renta, respectivamente, y tuvieron que recurrir al endeudamiento. Pero ambas vías, en aquella coyuntura depresiva, ahogaron las potencialidades del crecimiento y tensionaron la débil estructura institucional de la Monarquía (guerras de Portugal y Cataluña en 1640). Las derrotas militares frente a sus competidores, Inglaterra, Holanda y Francia, y la firma de los tratados de paz (en 1649 con Holanda, en 1659 con Francia y en 1667 y 1670 con Inglaterra) reflejaron la creciente debilidad política y financiera de la Monarquía Hispánica.

Los primeros intentos de reforma de las finanzas, en el último tercio del siglo XVII, implicaron la moderación de la presión fiscal y la reducción del tipo de interés de juros y censos, lo que alivió la situación financiera de los deudores. Por otra parte, los intentos de centralización del poder, a finales del Seiscientos, un paso importante hacia un modelo de Estado patrimonial, basado en el pacto y trato entre el monarca y los distintos estamentos e instituciones del Reino (nobleza, ciudades, jurisdicciones), impidieron crear un contrapoder constitucional y favorecieron la heterogeneidad en la toma de decisiones políticas. Tras la guerra de Sucesión y el cambio de dinastía, el ánimo reformador borbónico fue en parte cercenado por las presiones de la aristocracia y los cuerpos intermedios que defendieron sus privilegios fiscales y jurisdiccionales. Esas resistencias entorpecieron dos de los mayores empeños reformistas: la imposición de un sistema fiscal único que gravase a los súbditos según su nivel de renta (Catastro de Ensenada, 1754) y una efectiva integración del mercado interior eliminando todas las aduanas interiores.

Por último, la creciente debilidad de la Monarquía limitó la capacidad de proteger los mercados coloniales e interior en beneficio de la economía nacional, como habían hecho sus competidores (Gran Bretaña y Francia). Bajo esta compleja arquitectura institucional (imperio, poder regio, aristocracia, Iglesia) se articularon las salidas de la crisis de las diferentes regiones de la Monarquía. Para comprender las consiguientes disparidades de sus trayectorias cabe tomar en consideración, en cada territorio, las dotaciones de recursos naturales, las disputas sobre los derechos de propiedad y el acceso a la tierra entre los distintos grupos sociales, y los diferentes entramados fiscales que se afianzaron tras las reformas de 1714.

A mediados del siglo XVII, la Corona de Castilla presentaba un cuadro con intensos claroscuros. La zona septentrional (Galicia, Asturias, Cantabria, País Vasco y Navarra) había sufrido menos el alza de la presión fiscal y, en ella, la crisis económica había sido más liviana que en otras regiones. Hacia 1650 partía de unas relativamente elevadas densidades demográficas (25 habitantes/km2). Sus condiciones naturales (abundancia de precipitaciones y pastos) y el predomino de pequeñas y medianas explotaciones campesinas, asociadas a las tierras comunales, propiciaron una creciente intensificación del cultivo con la incorporación del maíz (y, más tarde, la patata) y otros cereales, y el aumento de la carga ganadera, básicamente vacuna. Esta intensificación sustentó el incremento de la producción agraria. Sin embargo, el crecimiento demográfico rural y la subsiguiente fragmentación de las explotaciones condujeron a un aumento del peso relativo del autoconsumo familiar en detrimento de la comercialización. Además, el escaso desarrollo urbano limitó los procesos de especialización productiva; entre estos solo destacaron las ferrerías vasco-navarras, y la industria linera y el subsector pesquero gallegos. La respuesta a la presión relativamente intensa de la población sobre la tierra fue una precoz emigración estacional y definitiva.

La meseta norte había padecido los efectos devastadores de la crisis económica y demográfica. La recuperación fue muy lenta. La mayor parte de sus ciudades manufactureras se había hundido bajo la presión fiscal, el descenso de la demanda y los privilegios comerciales que habían obtenido los mercaderes franceses e ingleses. En Madrid, la corte concentraba gran parte de la demanda de productos manufacturados de gama media y alta, y actuaba como centro que atraía recursos y población, pero sus efectos dinamizadores sobre la agricultura y la industria castellana fueron débiles. Las explotaciones campesinas seguían sometidas a una elevada presión fiscal sobre la comercialización de sus productos, y la enajenación de comunales y realengos favorecía la concentración de la propiedad en manos de los privilegiados. El control del poder local por parte de estos actuó como freno a la extensión y a la diversificación del cultivo, procesos que, sin embargo, se abrirían paso en la segunda mitad del siglo XVIII.

En Extremadura y Andalucía occidental, el peso del latifundio y las restricciones sobre el acceso a la tierra limitaban de otra manera el desarrollo agrario. La especialización oleícola, cerealista o ganadera que incentivaban los mercados urbanos del sur (Sevilla y Cádiz) y la exportación hacia América y el Atlántico no tuvo los mismos efectos que en otras regiones, ya que la gestión agraria de la aristocracia terrateniente imponía un modelo que situaba la producción muy lejos de su horizonte potencial: un uso marcadamente extensivo de la tierra generaba una demanda de trabajo muy concentrada en ciertas labores estacionales (siega) y deprimía los salarios de la mano de obra jornalera. Por ello, el producto por habitante siguió siendo relativamente bajo hacia 1750, y los procesos de especialización no adquirieron la profundidad que alcanzaron en el litoral mediterráneo.

Pujanza mediterránea.

El rápido crecimiento y la especialización económica que caracterizó al área mediterránea fue fruto de la combinación de diferentes factores. Por una parte, esta tenía algunas ventajas de partida: unas densidades demográficas bajas (entre 11 y 17 habitantes/km2), una frontera de tierras relativamente abierta, una sólida tradición manufacturera y comercial, y la pervivencia de importantes infraestructuras de regadío en las zonas húmedas del litoral; y, por otra, también alguna desventaja, unas condiciones agroclimáticas (clima seco y precipitaciones escasas y concentradas estacionalmente) poco propicias a la introducción de los nuevos cultivos, como el maíz. El crecimiento se asentó sobre un sistema de tenencias familiares o intermedias (campesinado acomodado) que habían afianzado sus derechos de propiedad frente a la nobleza tras la crisis bajomedieval; y, sobre modalidades contractuales que facilitaban el acceso a la tierra y la permanencia de colonos y arrendatarios en el usufructo de las parcelas que explotaban. La intensificación del cultivo y la especialización agraria encontraron sus oportunidades en la asociación de los cultivos leñosos (olivos, vides, avellanos, almendros, etcétera) con los cereales y las legumbres de secano, y también, donde era posible, en la reutilización y ampliación de los viejos sistemas de regadío para el cultivo de moreras, barrilla y arroz). Además, algunos de los nuevos cultivos escaparon del diezmo y la implantación de la nueva fiscalidad única (tallas, catastro…) pronto se volvió más liviana que en otras regiones, contribuyendo así a ampliar el margen de ganancia de los campesinos.

Esos cambios en el mundo rural favorecieron una mejora en la distribución de la renta e impulsaron los procesos de especialización agrícola. A la vez, se desarrolló una malla comercial intermedia que finalizaba en las ciudades costeras (Málaga, Barcelona, Alicante, Alcoy, Valencia). Estas villas y urbes, a su vez, creaban impulsos hacia fuera, hacia los mercados internacionales (exportación de vino, seda, aguardiente, etcétera), y hacia dentro, organizando distritos industriales. Las manufacturas catalanas y valencianas se beneficiaron de la eliminación de las aduanas interiores, creando redes comerciales que atravesaban Aragón y llegaban a Madrid y Sevilla. En estas regiones mediterráneas, los niveles de producto por habitante eran los más elevados de la Península a mediados del siglo XVIII, y la distancia respecto de las regiones interiores y septentrionales se incrementó en la segunda mitad de la centuria.

Hacia 1750 la posición de España se había debilitado frente a Inglaterra y Francia; además, los diferentes modelos de crecimiento, durante la última centuria, habían aumentado notablemente las desigualdades económicas entre las diversas regiones españolas. Esa fragilidad del crecimiento y las crecientes desigualdades quizás estuvieron relacionadas con la incapacidad de implantar una fiscalidad más justa, promover una mayor integración de los mercados y facilitar un acceso más amplio y menos oneroso a la tierra. La segunda mitad del siglo XVII queda muy lejos. Sin embargo, los retos a los que se enfrentaban los habitantes de la España de entonces pueden sentirse como próximos cuando pensamos en los desafíos del presente: globalización, desigualdad, cambio climático, innovación técnica y políticas públicas.››

No hay comentarios: