jueves, 4 de octubre de 2012

CS 4 UD 2. Revoluciones liberales y movimientos nacionalistas (1789-1871).

CS 4 UD 2. REVOLUCIONES LIBERALES Y MOVIMIENTOS NACIONALISTAS (1789-1871).

Introducción.
Los grandes cambios del siglo XVIII, entre los que destacan el auge de las ideas ilustradas, la economía y la burguesía, fundamentaron las grandes transformaciones del siglo XIX en Europa: las ideas del liberalismo y nacionalismo, la revolución industrial y el ascenso de la burguesía al poder político, en un proceso conocido como revolución liberal burguesa.
Los precedentes fueron los sistemas parlamentarios en Inglaterra y EE.UU., después respectivamente de la revolución inglesa de 1689 y la independencia norteamericana en 1783, y el gran momento histórico fue la Revolución Francesa en 1789, que sentó las bases ideológicas del liberalismo y el nacionalismo, y las extendió por el mundo.
La derrota final de Napoleón en 1815 pareció que permitiría la Restauración del Antiguo Régimen, pero fue una falsa apariencia, y entre 1830 y 1871 el liberalismo y el nacionalismo se impusieron en la mayoría de Europa.

1. Liberalismo y nacionalismo.
1.1. El liberalismo: un nuevo sistema político.
El liberalismo es una ideología, o doctrina política y económica, surgida a finales del siglo XVII con el inglés Locke, y en el siglo XVIII con los pensadores ilustrados franceses Montesquieu, Rousseau, Voltaire y otros.
Defiende que la sociedad debe ser un conjunto de ciudadanos libres, a los que el Estado debe garantizar los derechos y libertades fundamentales.
El sistema político liberal se fundamenta en:
• La nación es el conjunto de ciudadanos, poseedores de la soberanía nacional, que realizan en unas instituciones representativas con su voto (o sufragio), a través de partidos políticos. Esto contraría la idea de la monarquía absoluta de derecho divino.
• La separación de poderes para evitar su concentración en una misma persona. Así hay tres grandes poderes: ejecutivo, legislativo y judicial. El poder ejecutivo aplica las leyes, y recae en el Gobierno (y al rey al principio del liberalismo). El poder legislativo elabora las leyes, y recae en el Parlamento. El poder judicial garantiza la aplicación de las leyes y sanciona a los infractores, y recae en los tribunales de justicia.
• Una Constitución (puede ser escrita, como en Francia o España, o no escrita, como Reino Unido), elaborada por el Parlamento como representación de la soberanía del pueblo (se puede aprobar después en un referéndum, como pasó en España en 1978). La Constitución es la ley suprema, que garantiza los derechos y libertades fundamentales, fija los límites de los poderes y regula las relaciones entre los poderes del Estado, y las de éstos con los ciudadanos.
• Fija el derecho de propiedad y la libertad económica como derechos fundamentales, fundamentando así que el Estado no debe intervenir en los asuntos económicos y debe garantizar el libre mercado, dentro de unos límites fijados por el Parlamento.

1.2. Las revoluciones liberales.
Las revoluciones liberales impulsadas por los burgueses cambiaron la monarquía absoluta del Antiguo Régimen por un régimen o Estado liberal, que tomó las formas de la monarquía parlamentaria (primero en el Reino Unido a 1689, cuando ya había división de poderes pero no una constitución escrita) o constitucional (con constituciones en Francia en 1791 y en España en 1812) o de una República (la primera en EE UU con la constitución vigente desde 1789).
El nuevo Estado liberal se definía por la división y limitación de los tres poderes, la garantía de los derechos individuales, y la soberanía nacional, realizada en el voto, que podía ser el censatario los más ricos (al principio sólo los burgueses y grandes propietarios de tierras), o el universal, que fue el que se ganó finalmente.

1.3. Los ideales nacionalistas.
El nacionalismo es una ideología, o doctrina política, que defiende el derecho de las naciones a crear su propio Estado y ejercer la soberanía sobre su territorio. Concluye que toda nación tiene derecho a tener un Estado, coincidiendo así como Estado-nación, que puede ser independiente, o integrado en un Estado federal o confederado.
Hay que definir estos dos términos.
Estado es una organización política y administrativa con soberanía sobre un territorio definido por fronteras y sobre su población.
Nación es un conjunto de individuos, que tienen uno o varios lazos que los unen: religión, lengua, costumbres, economía, historia.., y sobre todo la voluntad de vivir en común.
En Europa antes del siglo XIX se habían formado Estados, incluso grandes imperios, que reunían varios pueblos, que tomaron conciencia de su identidad como naciones y aspirar a la libertad de declarar la independencia, siguiendo el ejemplo de los Estados Unidos de América.
En muchos casos coincidieron el liberalismo y el nacionalismo, con los mismos grupos implicados, por lo que la burguesía podía aliarse así con la nobleza y los proletarios en una revolución, superando los específicos intereses de clase social.
Hubo dos tendencias, una unificadora en Italia y Alemania, y una separatista o independentista en el Imperio turco otomano (a las naciones de los Balcanes, como Grecia, Serbia, Rumania y Bulgaria), Austria (Hungría, Chequia), Rusia (Polonia, Finlandia), Holanda (Bélgica), Reino Unido (Irlanda), España (País Vasco, Cataluña) o Suecia (Noruega).

2. Los inicios de la Revolución Francesa (1789-1792).
La Revolución Francesa se extiende por un período que, convencionalmente, se considera iniciado con la formación de los Estados Generales el 5 de mayo de 1789 y terminado con el golpe de estado del 18 de Brumario, el 9 de noviembre de 1799. Fue el principio del fin del Antiguo Régimen y significó el ascenso al poder de la burguesía, la clase emergente desde hacía siglos, pero que había sido arrinconada por la monarquía, la aristocracia y el clero del sistema estamental.

2.1. Las causas de la revolución.
Francia tenía unos 25 millones de habitantes. De las dos clases dominantes, la nobleza, dividida en dos grupos (de sangre y de toga) y en varios niveles, sumaba unas 400.000 personas, y el clero unas 100.000. El Tercer Estado lo componían más de 20 millones de campesinos (una minoría de propietarios y una mayoría sin tierras que vivían en la miseria), la burguesía no llegaba al millón y el resto eran proletarios. La principal ciudad era París, que concentraba el poder político y las industrias del lujo y contaba con más de 700.000 habitantes, seguida de las ciudades del comercio marítimo Nantes, Marsella, Burdeos, y de Lyon con su industria textil.
La causa última de la Revolución fue que la economía, aunque era todavía agraria y artesanal, y la sociedad habían avanzado notablemente durante el siglo XVIII, en el que aumentó el poder social de la burguesía y al mismo tiempo la Ilustración había cambiado la ideología de las élites, pero la evolución política había sido casi nula y esta contradicción se había resolverse mediante una reforma a la manera británica, o estallar en una revolución, como fue el caso en Francia.
Entre las causas inmediatas figuran la crisis financiera del Estado, arruinado por la elevada deuda, la guerra de Independencia de los EE UU y el lujo de la Corte, la negativa de las clases privilegiadas, es decir la aristocracia y el clero, a pagar impuestos ya compartir el poder, las malas cosechas de 1788, con un fuerte aumento del precio del pan y la terrible hambruna del invierno, que elevaron la mendicidad a 10 millones de pobres solemnes, de ellos 3 millones de mendigos; el bandidaje que aumentó en el campo y las ciudades; que la aristocracia acaparaba los alimentos y oprimía con su soberbia a los no privilegiados, y el desprestigio del matrimonio real de los débiles e incapaces Luis XVI y María Antonieta de Austria.
Los reformistas veían que la única solución eficaz era que las clases privilegiadas participaran en los impuestos, por lo que era necesaria su aprobación.

2.2. Las fases de la revolución.
La Revolución vivió varias fases. En resumen, los nobles fueron los primeros revolucionarios contra el absolutismo del poder real, aunque no deseaban la igualdad fiscal y legal, por lo que pronto fueron desbordados por la burguesía en 1789 y, más tarde, por las clases populares (1792-1794), hasta que la burguesía logró hacerse definitivamente con el poder en 1794 y luego estabilizar los logros de la Revolución bajo la dictadura de Napoleón en 1799, acaecida en Imperio en 1804.

Primera fase. Son los inicios de la Revolución (1789-1791), con la revuelta de los Privilegiados, revueltas populares en París y el campo, y la Asamblea Constituyente. El Juramento de constitución en Asamblea Nacional, la caída de la Bastilla (14 de julio 1789) y la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano (26 de agosto 1789) fueron los primeros acontecimientos más importantes. La Declaración reconocía la soberanía de la nación y los derechos de libertad, propiedad, seguridad y resistencia contra la opresión. Los líderes más importantes del período fueron Mirabeau, Sieyès y La Fayette.
Segunda fase. La fase en que manda la Asamblea Legislativa (octubre 1791-agosto 1792), aunque moderada, y está marcada por una guerra contra las potencias absolutas y la caída de la monarquía el 10 de agosto de 1792, sustituida por la República en septiembre. El 20 de septiembre los invasores eran rechazados en Valmy y la Revolución se salvó, pero más radical. Los dirigentes más importantes fueron Danton, Robespierre y Marat.
Tercera fase. La fase exaltada de la Revolución (agosto 1792-julio 1794), con una Convención o Asamblea republicana (dividida en Monte radical, Gironda moderada y Plana centrista). Siguió la ejecución del rey (21 de enero de 1793), lo que provocó una guerra general (contra Inglaterra, España, Prusia, Holanda, Austria, Piamonte), seguido de la revuelta realista de la Vendée a partir de mayo de 1793 por Terror (mayo 1793-julio 1794), un período radicalismo revolucionario, impuesto por el partido de la Montaña jacobina y sus dirigentes Robespierre, Saint-Just y Marat, que dominaban el Comité de Salvación Pública y los sans-culottes del pueblo. Los radicales ganaron los enemigos externos ya las rebeliones en los departamentos de los moderados, y ejecutaron a muchos contrarrevolucionarios, pero pronto empezaron a eliminar a los moderados (Danton) y los radicales extremos (Hébert), con lo que el miedo de todas las previsibles víctimas futuras hace forjar una coalición moderada (en el Termidor) y los líderes jacobinos fueron depuestos y ejecutados (28 de julio).
Cuarta fase. La reacción termidoriana (julio 1794-1799) liquidó a los radicales y fue encarnada por un Directorio que representa el triunfo de la moderación burguesa, que tras el golpe de Estado del 18 de Brumario (9 noviembre 1799), continúa en el periodo Imperio, que comienza con el Consulado tripartito, que dará pronto paso al consulado único de Napoleón y luego a su Imperio (1804-1814). Pero 1799 es el fin de la Revolución. Lo mismo Napoleón dijo entonces: “La Revolución ha concluido”.

2.3. El estallido revolucionario.
Dado que el Estado estaba en práctica quiebra, en 1787 el primer ministro Calonne (el sucesor de Necker) convocó a la Asamblea de Notables, por primera vez en dos siglos, la cual, reunida en febrero de 1788, sin embargo se opuso al rey (por ello se llama la revuelta de los Privilegiados) y se negó a votar impuestos sobre las clases privilegiadas, y pidió la convocatoria de los Estados Generales, la única vía legal para subir los impuestos. De este modo, ya en 1788 las propias clases privilegiadas abrieron el camino a la Revolución que no habían previsto.
Después de un fracasado ministerio de Brienne, el rey nombró primer ministro de nuevo a Necker (mayo 1788-1789), que intentó unas moderadas reformas y se apoyó a la burguesía durante el duro invierno de 1788-1789 mientras desde el 5 de mayo discutían los constituidos Estados Generales sin ponerse de acuerdo. Los privilegiados no aceptaban una mayor representación del no privilegiados, los del Tercer Estado, que también querían un voto personal y no agrupado por estamentos, con la intención de dividir a los estamento privilegiados. Finalmente, los representantes del Tercer Estado y sus partidarios reformistas de los otros dos estamentos abandonaron la reunión, y se reunieron en un pabellón de Versalles, el Jeu de Paume, el 20 de junio, y los 577 diputados votaron una declaración de convertirse en Asamblea Nacional Constituyente, en representación de toda la nación, y prometieron elaborar una constitución.
 
David. El Juramento del Jeu de Paume, en 1791.

La destitución de Necker el 11 de julio de 1789 provocó una grave crisis política y la ira popular, que temía que el rey mandara la detención de los diputados, estallando la revolución parisina con la toma de la Bastilla (14 de julio).
 
Houël. La toma de la Bastilla, el 14 de julio de 1789.
 
El 'Gran Miedo' (le Grand Peur).

La violencia se apoderó de las calles en las ciudades y también de muchos pueblos en el campo, donde se extendió la 'Gran Miedo' (le Grand Peur), una revuelta antiseñorial con asesinatos de privilegiados, asaltos a castillos y mansiones, incendios de Archivos donde estaban los documentos de propiedad, etc.
El rey, atemorizado por la violencia revolucionaria, reconoció la legalidad de la Asamblea Nacional, y Necker fue repuesto en su cargo (16 de julio, hasta 1790), pero ya no pudo dominar la avalancha de los acontecimientos.

2.4. La monarquía constitucional (1789-1792).
Esta fase relativamente moderada empezó en julio de 1789 y los inicios fueron marcados por la continuación de las revueltas populares en París y el campo, mientras que la Asamblea Constituyente, con líderes moderados como Mirabeau, Sieyès y La Fayette, intentaba reconducir la situación y pactar con el rey y los privilegiados las grandes transformaciones necesarias para la liquidación del Antiguo Régimen y el establecimiento de una monarquía constitucional y parlamentaria.
El 4 de agosto de 1789 se votó la abolición del feudalismo, con la supresión de los derechos y privilegios señoriales, y el 26 agosto de 1789 se aprobó la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, que reconocía la soberanía de la nación, los derechos de libertad, propiedad y seguridad, la resistencia contra la opresión, la igualdad ante la ley y en el pago de impuestos.
 
Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano (26 agosto 1789).

En 1791 se aprobó una Constitución moderada, según los principios del liberalismo político, con soberanía nacional, división de poderes e igualdad legal. El rey conservaba el poder de veto, y el pueblo tenía derecho del voto indirecto y censatario, de modo que podían votar sólo los ricos inscritos en un censo.
A continuación se formó una Asamblea Legislativa (octubre 1791-agosto 1792), aunque dominada por los moderados, que votó leyes para realizar los grandes cambios: prohibición de la tortura, obligación de la nobleza de pagar impuestos, abolición de los gremios, libertad de empresa, creación de una Guardia Nacional formada por milicias de ciudadanos para defender la revolución, y expropiación (desamortización) de los bienes de la Iglesia para solucionar la crisis financiera, a cambio de una financiación del culto, y aprobación de una constitución civil del clero para separar Iglesia y Estado.
Pero los privilegiados oponían a los cambios, y Luis XVI y la familia real huyeron de París en junio de 1791 con la intención de llegar a la frontera, donde un ejército austríaco estaba preparándose para invadir Francia y restablecerlo en su poder absoluto, pero fue inmediatamente detenido en Varennes y devuelto a la capital.
Retorno de Luis XVI en París tras el fracaso de su huida y su detención en Varennes (20-21 de junio de 1791).

Finalmente, el ejército austriaco invadió en abril de 1792 y se acercó a París.

3. La Primera República Francesa (1792-1799).
3.1. La república democrática (desde 1792 hasta 1794).
El pueblo, harto de la oposición real a las reformas, atacó el palacio el 10 de agosto de 1792 y haga prisionera a la familia real. Este fue el final de la monarquía, que fue sustituida por una República en septiembre de 1792.

La Convención girondina.
Comienza una fase progresivamente exaltada de la Revolución (agosto 1792-julio 1794).
 
Batalla de Valmy (1792).

Había que hacer frente a la guerra contra las potencias absolutistas. El 20 de septiembre los invasores eran rechazados en Valmy, lo que salvó la Revolución.
Se creó una Convención Nacional, una asamblea republicana dividida en una mayoritaria Gironda moderada, una Plana centrista y una Montaña radical, y los dirigentes más importantes fueron los radicales Danton, Robespierre y Marat.

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La ejecución del rey Luis XVI (21 de enero de 1793).

Tras un juicio siguió la ejecución del rey el 21 de enero de 1793 (la reina María Antonieta fue guillotinada el 16 de octubre de 1793), lo que provocó una guerra general contra una coalición formada por Inglaterra, España, Prusia, Holanda, Austria y Piamonte, con el apoyo en el interior de la revuelta realista de la región de la Vendée, y otras revueltas y conspiraciones contrarrevolucionarias.

La Convención jacobina.
Con la amenaza de tantos enemigos, muchos revolucionarios pensaron que era necesario radicalizarse más. Fue el turno del partido de la Montaña jacobina y sus dirigentes Robespierre, Saint-Just y antes Marat, aliados al principio con moderados como Danton y con el apoyo de los radicales sans-culottes (los pobres ciudadanos).
 
David. Marat asesinado (1793). Fue asesinado pronto, el 12 de julio de 1792.

El Terror (mayo 1793-julio 1794) fue un período de radicalismo revolucionario, impuesto por el Comité de Salvación Pública, dirigido por Robespierre.
Los jacobinos reclutaron un ejército popular (todos los hombres entre 18 y 25 años) que venció en la guerra a los enemigos externos, sofocado con crueldad (el Terror) las rebeliones interiores de los realistas, suspendieron las libertades individuales y ejecutaron a la guillotina a muchos contrarrevolucionarios (Ley de sospechosos).
Para contentar a los sans-culottes, se promulgó una nueva constitución, más radical, con voto universal directo y democracia social, y aprobaron leyes a favor de los pobres como el control de precios y salarios en la Ley de máximo, el reparto de los bienes del contrarrevolucionarios entre los pobres, la educación obligatoria, y se ataca la religión cristiana con la crema o cierre de iglesias, el culto a la diosa Razón y el establecimiento de un nuevo calendario.

La caída de los jacobinos.
Justo en el verano del 1794, cuando las rebeliones internas estaban sofocadas y los ejércitos enemigos vencidos, sin embargo, los jacobinos también comenzaron a eliminar los moderados (Danton) ya los extremistas radicales (Hébert), y perdieron así sus aliados.
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La caída de Robespierre (9 de Termidor o 27 de julio de 1794).

Finalmente, ante la evidencia de que todos podían ser futuras víctimas, se forjó una coalición de proletarios y burgueses moderados, y los líderes jacobinos fueron depuestos y ejecutados el 28 de julio (mes Termidor) de 1794.

La república burguesa (1794-1799).
La reacción termidoriana, que representaba el triunfo de la moderación burguesa, tenía la intención de volver al modelo constitucional de 1791, pero ahora republicano porque la monarquía había desaparecido. Elaboró ​​una nueva constitución aprobada en 1795. El poder ejecutivo residía en un Directorio, y se restablecía el voto censatario para un poder legislativo dividido en dos cámaras, el Consejo de los Quinientos y el Consejo de los Ancianos.
Se prohibió el partido jacobino, se perdonó a los exiliados a causa del Terror, pero con estas medidas hinchó la oposición de los radicales de las clases populares, y tampoco logró el apoyo de la aristocracia que soñaba recuperar el poder. A izquierda y derecha la república burguesa estaba rodeada de enemigos. Los moderados debían hacer frente a la crisis política, social y económica, en medio de una permanente guerra contra los aliados europeos y nuevas insurrecciones internas.
Así, se impuso entre la burguesía la idea de que sólo el ejército podía imponer el orden interior y la paz en el exterior. Se necesitaba un general que contara con el apoyo de los militares y los burgueses, para consolidar la revolución en sus aspectos más moderados.

Dossier: Las mujeres y la Revolución Francesa.
Los alumnos deben recoger y analizar un dossier de documentos sobre la emancipación de las mujeres durante la Revolución Francesa, como la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana (1791), la creación de los clubes femeninos y su represión por los jacobinos, escritos favorables a su igualdad como el de Condorcet (1790) y otros de contrarios como el del diputado André Amar (octubre de 1793), o las diferencias legales entre hombres y mujeres (en contra de ella) en el código civil de Napoleón (1804).
Entre las mujeres más destacadas cabe citar a Olympe de Gouges, Madame Roland o Claire Lacombe.

4. El período napoleónico (1799 hasta 1815).
4.1. Napoleón: los inicios.
Napoleón (Ajaccio, 1769-Santa Helena, 1821) era hijo de un pequeño noble de la isla italiana de Córcega, colaborador de los franceses. Estudió en Francia la carrera militar desde el 1779, y los primeros años sostenía ideas políticas independentistas, pero en 1785 fue designado oficial de artillería y con el tiempo cambió su pensamiento y sus ambiciones, a favor de Francia.
Con la Revolución, fue enviado a Córcega, y en 1793, después de que la isla se rebelase contra Francia, huyó con su familia. Pronto se declaró jacobino y empezó una brillante carrera militar: en el sitio de Tolón (1793) ascendió a general (con sólo 24 años) y destacó en una primera campaña de Italia (1794). Destituido tras la Reacción del Termidor, volvió a ascender cuando en 1795 dirigió la represión de un levantamiento realista en la capital y fue nombrado jefe del ejército del interior. Entonces, por orden del Directorio, cerró los clubes de sus antiguos amigos jacobinos.
Se casó con Josefina Beauharnais, bien relacionada con los círculos burgueses del poder, y fue nombrado jefe del ejército en Italia (1796), donde dirigió una victoriosa campaña, y en el tratado de Campoformio (1797) comenzó a intervenir en la política europea, al suprimir el ducado de Venecia y crear la República Cisalpina en el norte de la península italiana. Luego, ansioso de fama, dirigió una famosa expedición a Egipto, con la intención de cortar la ruta mediterránea de los hacia Oriente. A pesar de las victorias en tierra, quedó aislado por la flota inglesa, y en 1799 volvió sin su ejército en Francia, justo cuando los moderados necesitaban un general prestigioso para encabezar un golpe de Estado que pusiera fin al Directorio, el Gobierno que había dirigido Francia durante los últimos años y que representaba el triunfo de la moderación burguesa, pero que al final estaba desprestigiado.

4.2. Napoleón: de cónsul en emperador.
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Ingres. Napoleón Bonaparte, como Primer Cónsul.

El general Napoleón dirigió un golpe de Estado el 9 de noviembre (18 de Brumario) de 1799 que puso fin al Directorio, y en realidad también a la Revolución. Él mismo dijo entonces: “La Revolución ha concluido”.
Empezó entonces el Consulado tripartito, con el mismo Napoleón, Ducos y Sieyès, una dictadura militar en la que él comandaba y que pronto dio paso al consulado único.
En 1800 la nueva Constitución consolidaba el poder de Napoleón como Primer Cónsul, jefe de gobierno y del ejército, que tenía el poder ejecutivo y la iniciativa en la elaboración de las leyes, designaba los consejeros de Estado, prescindiendo de las asambleas, y con el recurso del plebiscito para pedir la opinión del pueblo. Napoleón reorganizó la administración, la economía y el sistema judicial, consolidando un régimen autoritario, personalista y represivo.
A continuación volvió a la guerra europea. Primero atacó y conquistó el norte de Italia y consiguió (1801) que se reconociera la frontera del Rin, y forzó el Reino Unido a firmar la paz de Amiens (1802), muy breve, pues duró solo un año.
Reforzado su prestigio con estos triunfos militares, se consolidó en el poder ampliando sus apoyos sociales hacia la burguesía conservadora con una represión antijacobina y el retorno de los exiliados que aceptaran el nuevo orden, y hacia la Iglesia con un Concordato (1801) que establecía la paz religiosa.
 
David. Coronación de Napoleón (1804).

Poco después se convirtió en cónsul vitalicio, con el derecho de elegir su sucesor uno de designar al senado. Y poco tiempo después de volver a la guerra con el Reino Unido, se proclamó emperador ante el papa Pío VII (1804). Entonces creó una Corte imperial con una nueva nobleza, legisló el famoso Código Civil (1804), llamado Código Napoleón, y los de Comercio (1807), Instrucción Criminal (1808) y Penal (1810), reformó la enseñanza (los liceos) y la administración con la división territorial del país en departamentos regidos por prefectos, urbanizó la capital y potenció un arte oficial de estilo neoclásico.
En la economía creó un nuevo sistema de aduanas, protegió la agricultura y la industria, creó el Banco de Francia que emitía billetes bancarios (papel moneda) y favoreció la burguesía con la libertad de empresa. Pero la economía sufría por la autarquía debido al bloqueo inglés, la falta de mano de obra debido a las reclutas del ejército, y los inmensos gastos militares, y vinieron crisis económicas (1805, 1811), de manera que la Estado estaba siempre magro de dinero y el ejército estaba mal abastecido y peor pagado,

4.3. La conquista del Imperio.
El ejército, muy fiel al emperador victorioso, fue el arma para rehacer el mapa de Europa en denominado sistema napoleónico. Napoleón pretendía cercar Francia de un escudo defensivo con una escuadra de Estados copiados del modelo francés, el gobierno de los cuales dio a parientes o personas de su confianza. En Alemania, Holanda, Italia, Polonia, Suiza y otros países bajo influencia francesa se impusieron las reformas revolucionarias, con la supresión de la sociedad estamental y de los derechos señoriales, la libertad religiosa y la igualdad legal, forjando las bases del liberalismo y el nacionalismo del futuro.
 
Napoleón acepta la rendición austriaca en Austerlitz (1805).
Las guerras sucesivas con las grandes potencias del Reino Unido, Austria, Prusia y Rusia, en coalición contra Francia, a pesar de las grandes victorias terrestres, como Austerlitz (1805) o Wagram (1809), no acababan de lograr la paz, pues en el mar la flota inglesa se imponía en Trafalgar (1805) y controlaba las rutas marítimas, mientras que en Europa continental continuaba la resistencia popular, por la indignación ante los abusos de los ocupantes franceses, que vivían de los impuestos y la apropiación de las riquezas.

4.4. La caída de Napoleón.
Napoleón intentó vencer el Reino Unido con un bloqueo continental, y con una alianza con los Habsburgo, casándose con María Luisa de Austria (1810), pero cuando invadió España en 1808 empezó un largo e indeciso conflicto, que se complicó con la invasión de Rusia en 1812. Estos conflictos simultáneos en la Península Ibérica y Rusia debilitaron el ejército y arruinaron más las finanzas del Estado. Derrotado finalmente en la terrible campaña de invierno de 1812 en Rusia, perdió lo mejor del ejército.
Después la alianza de casi todos los países europeos el venció en Leipzig (1813) y el arrinconó en Francia, donde el 31 de marzo de 1814 fue obligado a abdicar. Francia volvía a la dinastía de los Borbones.
Napoleón consiguió en el Tratado de Fontainebleau (1814) fue reconocido con el título de emperador con soberanía sobre la pequeña la isla de Elba. Pero en 1815 volvió por sorpresa a Francia y recuperó el poder (los Cien Días), pero en la inmediata guerra fue vencido en la batalla de Waterloo (1815) y tuvo que volver a abandonar el trono. Partió al exilio definitivo, en la isla de Santa Helena, donde murió en 1821.

5. Restauración y revoluciones liberales (1815-1848).
5.1. La Europa de la Restauración.
En el Congreso de Viena (1814-1815) las principales potencias europeas se reunieron para acordar el nuevo mapa político de Europa. Francia volvió a sus fronteras de 1792 y muchos de territorios fueron anexionados a los vencedores, principalmente Rusia, Prusia y Austria.

Los principios ideológicos de la Restauración fueron: el equilibrio de poder entre los países, el retorno al Antiguo Régimen, la legitimidad de las monarquías absolutas, la negación de la soberanía nacional y el derecho de intervención para mantener la situación, por lo que Rusia, Prusia, Austria y la nueva Francia borbónica crearon la Santa Alianza (1815), que podía enviar fuerzas militares en los países donde el absolutismo fue amenazado. Pronto tuvieron que afrontar los peligros del liberalismo y el nacionalismo.

5.2. Las revoluciones del 1820.
En 1820 comenzó en España un proceso revolucionario. Durante el Trienio Liberal (1820-1823) se promulgó de nuevo la Constitución de Cádiz de 1812, que limitaba el poder absoluto del rey Fernando VII y se promovieron importantes reformas liberales, tanto en la propiedad agraria como la legislación civil.
Las repercusiones en Europa fueron importantes. El impacto de la revolución española llegó pronto a Italia, donde triunfó una revolución liberal en el reino de las Dos Sicilias, que adoptó como constitución la española, en Portugal y otros lugares. Finalmente, esta oleada revolucionaria provocó la reacción de la Santa Alianza, que intervino militarmente en todos estos países hacia 1823 para restablecer el orden tradicional y el absolutismo.
Pero esta oleada revolucionaria liberal se reúne y confunde con las revueltas nacionalistas en Grecia y las colonias españolas y portuguesas en América, que consiguieron la independencia en esa época.

5.3. Las revoluciones de 1830.
La revolución de 1830 en Francia fue el inicio de la segunda ola.
La Restauración de los Borbones en 1814, definitiva en el 1815, supuso el retorno del rey Luis XVIII, que promulgó la Carta Constitucional (llamada “Carta otorgada”), que estableció un régimen parlamentario moderado y respetaba las conquistas de la Revolución respecto a la igualdad ante la ley y la libertad de pensamiento, de prensa y de culto. Pero a partir de 1820 y hasta su muerte en 1824 fue superado por la reacción conservadora. Le sucedió su hermano Carlos X, quien pretendió volver al Antiguo Régimen.
En julio de 1830, en medio de una crisis económica, el rey disolvió la Cámara de Diputados y retiró la libertad de prensa. Entonces se produjo un movimiento popular en París, dirigido por los liberales, en defensa de las libertades. La revolución, en sólo tres días, logró que Carlos X abandonara la corona, que fue entregada a un pariente, el liberal Luis Felipe de Orleans.
Las repercusiones fueron inmediatas en diferentes lugares de Europa, con levantamientos liberales y nacionalistas.
El levantamiento en Bélgica de los belgas (católicos y liberales) contra la monarquía holandesa (calvinista y absolutista) triunfó en agosto de 1830, con el apoyo de Francia y el reconocimiento de Gran Bretaña, y se creó el reino de Bélgica.
El levantamiento de los polacos contra Rusia fue duramente reprimido debido a la falta de ayuda exterior.
Lo mismo ocurrió con los movimientos liberales que estallaron en algunos Estados italianos, finalmente sofocados por los austríacos.
En España y Portugal, la influencia de la nueva situación llevó poco después al establecimiento de monarquías liberales.
Los liberales que dominaron en estos países de Europa Occidental en el período 1830-1848, por lo general eran liberales moderados, que contaban con el apoyo de la gran burguesía, que tener miedo a las demandas económicas de las clases trabajadoras. Por ello, sólo concedieron el derecho de voto censatario a las personas que disfrutaban de cierta posición. Desde el poder, esta burguesía creó industrias y construir líneas férreas, lo que significó la propagación de la Revolución Industrial.

5.4. Las revoluciones de 1848.
Esta oleada revolucionaria fue mucho más intensa y extensa que la de 1830, por dos razones:
- La radicalización de las ideas liberales. Ante la alta burguesía liberal moderada, la pequeña burguesía y la gente humilde de las ciudades deseaban participar en la vida política y conseguir mejores condiciones de trabajo. Es la democracia (un movimiento radical en la época), que defiende el derecho al voto de todos los ciudadanos.
- La crisis económica. A partir de 1845, unos años de malas cosechas en Europa provocaron hambre, carestía de alimentos y cierre de talleres. Los más perjudicados fueron los obreros y la gente pobre de las ciudades. El descontento general fue aprovechado por los liberales demócratas para impulsar movimientos revolucionarios en diferentes lugares de Europa.

La revolución de 1848 en Francia fue el inicio. Como en 1830, la revolución empezó en París. En febrero de 1848, la revuelta de la ciudad obligó al rey Luis Felipe a abandonar el trono. Se proclamó entonces la II República, con un gobierno de liberales y demócratas, en que había incluso algunos socialistas. Una de las primeras decisiones del nuevo gobierno fue la proclamación del sufragio universal, la libertad de prensa y de reunión, y la abolición de la esclavitud en las colonias.
Fue votada una Constitución, que en el aspecto político se basaba en dos poderes: una Asamblea legislativa y un Presidente de la República, que debía ser elegido cada cuatro años. Para oponerse a los socialistas el partido conservador, que deseaba la restauración de la monarquía, eligió un camino intermedio: escoger como candidato al príncipe Luis Napoleón Bonaparte, sobrino de Napoleón, quien resultó elegido presidente.
Las repercusiones en Europa fueron inmediatas. A consecuencia del triunfo de la revolución en Francia, en marzo de 1848 estalló una revuelta en Viena, lo que provocó un amplio movimiento revolucionario y nacionalista en todo el Imperio de Austria: mientras los austríacos exigían libertades, los checos, italianos y húngaros reclamaban también la independencia. Se producía una yuxtaposición de liberalismo y nacionalismo. En los meses siguientes estallaron revueltas similares en Prusia y otros estados alemanes, y en Milán y Venecia se produjo un levantamiento contra el dominio austriaco, con el apoyo del rey del Piamonte, que concedió una Constitución a su reino.
Pero este movimiento revolucionario europeo terminó en un gran fracaso, ya que la nobleza, los militares y la alta burguesía ayudaron a los reyes absolutos para evitar que los liberales más exaltados tomaran el poder. El emperador de Austria, con el apoyo ruso, consiguió dominar la situación en todas partes. En Francia, por último, los burgueses ricos ayudaron al presidente Luis Napoleón a dar un golpe de Estado (1852) para tomar el poder, y se proclamó emperador tras un referéndum, estableciendo un gobierno autoritario y conservador, que finalmente caer en 1870, tras la derrota en la guerra contra Prusia, comenzando en 1871 la III República francesa.

6. Los movimientos nacionalistas.
Las guerras napoleónicas exaltaron el nacionalismo en muchos pueblos europeos, y la Restauración fue un agravio al volver a la situación anterior y reforzó ese sentimiento, combinado con el liberalismo.

6.1. Los primeros movimientos nacionalistas.
En toda Europa los pueblos dominados iniciaron movimientos políticos independentistas y al poco tiempo algunos empezaron revueltas para liberarse, sobre todo contra los imperios multiétnicos turco, austriaco y ruso. Los dos primeros grandes ejemplos fueron Grecia, Bélgica y las colonias españolas y portuguesas en América.
Grecia, un país de lengua propia y religión cristiana ortodoxa, estaba dominada por el Imperio Turco, de religión musulmana y un fuerte absolutismo, desde el final de la Edad Media. Los griegos pagaban impuestos elevados y estaban excluidos de los principales cargos administrativos, el que reunía las reivindicaciones liberales y nacionalistas.
En 1821 estalló la rebelión y en 1822 proclamaron la independencia. La represión turca fue terrible, con miles de asesinatos, lo que despertó la solidaridad de los liberales, nacionalistas y cristianos europeos, e incluso de las potencias absolutistas. La ayuda europea llegó de manos de Francia, Reino Unido y Rusia, que derrotaron a los turcos en 1827 y le obligaron a aceptar la independencia griega en 1829.
Bélgica, de mayoría católica y lenguas flamenca y francesa (valona) había sido integrada en 1815 en el Reino de Países Bajos, dominado por una Holanda de lengua holandesa y religión mayoritariamente protestante, regida por una monarquía absolutista. Las protestas liberales y nacionalistas, con el apoyo de Francia y Gran Bretaña, llevaron en 1830 a la independencia belga con una monarquía liberal.
Finalmente, desde 1810 a 1825 estallaron en las colonias españolas y portuguesas en América rebeliones que consiguieron finalmente la independencia.

6.2. La unidad italiana.
La península italiana en la primera mitad del siglo XIX estaba dividida en siete Estados: al norte el reino de Piamonte con Cerdeña (bajo la dinastía del Saboya) y el de Lombardía-Véneto (bajo dominio austriaco), al sur el de las Dos Sicilias, y en el centro los Estados Pontificios, con Toscana, Parma y Módena bajo protectorado austríaco.
En toda Italia había grupos liberales y nacionalistas (los carbonarios) que propugnaban la expulsión de los austríacos, la unión de Italia y el establecimiento de un régimen liberal. Fueron reprimidos por Austria en los años 1820. Nápoles, que en 1820 se había sublevado y logrado una Constitución según el modelo de la española de 1812, fue devuelta al absolutismo de los Borbones. La revolución de 1830 en Romaña, Umbría, Módena y Parma también fracasó. Mazzini fundó entonces la sociedad “Joven Italia” (1831), de ideario liberal, nacionalista y republicano, que reunió a los carbonarios ya la que se unió Garibaldi. Fue la vía opuesta a la monárquica propugnada por Cavour, que triunfó al final.
La revolución de 1848 sacudió Italia, en busca de la democracia y la unificación. El reino de Piamonte se liberalizó y dirigió la lucha contra los austriacos, pero fue derrotado. El absolutismo se restableció excepto en Piamonte, que mantuvo la Constitución con Víctor Manuel II.
 
Mapa de la unificación de Italia.

El proceso de formación del reino de Italia fue dirigido por Piamonte, con un doble carácter: liberador contra Austria, y unificador bajo la dirección de Víctor Manuel II y de su primer ministro, Cavour. En la unificación destacan cinco fechas:
- 1859. El Piamonte declara la guerra a Austria, contando con la ayuda francesa, pues a Napoleón le interesaba aparecer en la política europea como defensor de los nacionalismos. Tras las victorias de Magenta y Solferino se logró la liberación de Lombardía, aunque Saboya y Niza (de población francesa) fueron entregadas en Francia por la ayuda prestada.
- 1860. El triunfo contra Austria promovió un movimiento nacionalista y patriótico por gran parte de Italia. Se realizaron plebiscitos en Parma, Módena y Toscana, además de las Marcas pontificias (Romaña, Umbría), que fueron favorables a la unificación. Poco después, Garibaldi, con un ejército de voluntarios, desembarcó en Siscília y luego en Nápoles, y logró la caída del rey absolutista Borbón.
- 1861. Se reunió un Parlamento en Turín y proclamó el reino de Italia, con Víctor Manuel II como rey. Quedaban fuera del nuevo reino Venecia, en poder de Austria, y Roma, donde el Papa mantenía su poder con ayuda de tropas francesas, ya que ante la presión de los católicos franceses, Napoleón III se vio obligado a frenar el avance italiano cabeza en Roma.
- 1866. Italia intervino junto a Prusia en una guerra contra Austria. A pesar de las derrotas italianas, la mediación de Napoleón III hizo que Austria cediera Venecia en Italia.
- 1870. Las tropas italianas entraron en Roma, abandonada por los franceses, tras la caída de Napoleón III. La unificación se había completado y Roma pasó a ser capital del reino. El conflicto con el Papado no quedó resuelto hasta los acuerdos de Letrán de 1929, que reconocieron la independencia del Vaticano y la unidad de Italia.
Se había conseguido la unidad política, bajo una monarquía constitucional, con un régimen de libertades políticas y económicas, e Italia se convirtió en una potencia europea, con un gran desarrollo demográfico, pero se mantuvieron grandes diferencias entre el Norte industrial más rico y el sur agrícola más pobre.

6.3. La unificación de Alemania.
El despertar del nacionalismo alemán.
La invasión napoleónica despertó el nacionalismo alemán y el pangermanismo, particularmente en Prusia. Fichte, con sus Discursos a la nación alemana (1807-1808) exaltó el espíritu nacional. El triunfo final en 1814 auguraba una nueva etapa histórica.
Alemania permaneció dividida después del Congreso de Viena (1815). Se creó la Confederación Germánica, con más de 30 Estados, en la que persistía la tradicional rivalidad entre Austria y Prusia y sus dos dinastías, los Habsburgo y los Hohenzollern. Estos dos países eran muy diferentes. Prusia adquiría la Renania, lo que la transformaba en una potencia industrial. Austria era un complejo conglomerado de nacionalidades. La unidad entre ambas era imposible.
Los primeros intentos de unidad.
El sentimiento nacionalista de la época napoleónica inspiró las sociedades secretas de los años 1820 y los movimientos revolucionarios de 1830 y 1848, pero los resultados fueron escasos, y terminaron en una dura represión.
En 1818-1834 se desarrolló una Unión aduanera (Zollverein) alrededor de Prusia, ampliada desde 1834 en casi todos los Estados del sur, lo que facilitó el comercio y la producción y sentó las bases de la unión política a largo plazo.
En 1848 el Parlamento de Fráncfort planteó la unidad, ofreciendo al rey de Prusia la corona imperial, pero la presión contraria de Austria lo impidió. Aunque la revolución de 1848 fracasó, dejó muy vivo el sentimiento nacionalista y el convencimiento de la burguesía de que el progreso, que significaría la ampliación de los mercados, pasaba por conseguir las libertades políticas y la unidad territorial.
Pero su fracaso supuso que la unidad no la hicieron liberales sino los conservadores prusianos, lo que marcó el carácter del nuevo Estado alemán, demasiado militarista. No era tampoco posible integrar Austria mientras ésta tuviera un imperio multiétnico. La alternativa fue una pequeña Alemania, frustrada y expansiva, fundada sobre el ideal de la “grandeza de la nación” y no sobre la “soberanía del pueblo”. Todo esto, mucho después, derivó en la implicación directa de Alemania en las dos guerras mundiales. Y explica el miedo de las potencias ganadoras a una Alemania unificada en 1945, hasta la reunificación en 1989.
Las guerras de unificación.
 
Mapa de las tres guerras de unificación de Alemania.

Bismarck, primer ministro (1862-1890) del rey Guillermo I de Prusia (1861-1888), reforzó el Estado y el ejército (organizado por Moltke) y plantear tres sucesivas guerras para conseguir la unificación:
1) Contra Dinamarca (1864-1865), en la que Prusia y Austria ocuparon los ducados de Schleswig y Holstein.
2) Contra Austria (1866), por las divergencias surgidas entre los dos países por el reparto anterior, que permitieron a Bismarck provocar el estallido de la guerra, muy breve, acabada en la victoria del bien organizado ejército prusiano en Sadowa. El resultado fue la exclusión de Austria de la futura Alemania. Prusia se anexionó todos los territorios que separaban Prusia de Renania, y creó la Confederación de Alemania del Norte, que comprendía los Estados alemanes, al menos cuatro en el Sur, que se negaban a unirse a la Confederación. Al mismo tiempo, Italia, aliada de Prusia, logró Venecia.
3) Contra Francia (1870), Bismarck planteó una guerra patriótica de todos los alemanes contra un enemigo común para lograr por fin la unidad política. El enemigo sería la Francia de Napoleón III, rival política y económica, que también necesitaba un triunfo exterior para consolidar su prestigio en Francia. El discutido nombramiento del rey de España permitió crear una situación bélica y una declaración de guerra. Fue una guerra muy corta, porque el ejército alemán estaba mejor armado y organizado, con más ferrocarriles para su rápido transporte. La invasión permitió aniquilar al ejército francés en Sedan y tomar prisionero a Napoleón III. Se proclamó la República en Francia, mientras las tropas alemanas llegaban a las puertas de París, que acabó rindiéndose. Prusia se anexionó Alsacia y parte de Lorena, creando un agravio que favorecería la I Guerra Mundial. La victoria hizo que los Estados del Sur decidieran su unión: en enero de 1871 Guillermo I de Prusia fue proclamado emperador de Alemania en la Sala de Espejos de Versalles.
La Alemania de Bismarck.
Bismarck fue el canciller de Alemania y dirigió con mano maestra su desarrollo político, económico (sobre todo industrial) y militar, junto a un sistema de alianzas exteriores que aseguraron su hegemonía europea y el aislamiento de Francia. El crecimiento demográfico y económico de Alemania fue extraordinario: a finales del siglo XIX tenía 60 millones de habitantes y era la segunda potencia económica europea, la gran rival de Gran Bretaña en los mercados internacionales, y con un naciente imperio colonial. La burguesía le apoyaba en su nacionalismo. En el interior Bismarck afrontar dos enemigos: el catolicismo (primero aplicó la represión de la Kulturkampf y posteriormente la transigencia) y el socialismo (con una avanzada legislación social). Moderado, no aspiraba a ampliar Alemania, pero cuando dimitió en 1890 por desavenencias con Guillermo II sus sucesores fomentaron un peligroso pangermanismo, uno de los factores que llevaron a la Primera Guerra Mundial.

Fuentes.
Internet.
[http://es.wikipedia.org/wiki/Revolución_francesa]
[http://revolution.1789.free.fr/]
[http://iessonferrerdgh1e07.blogspot.com.es/2011/02/el-debate-historico-sobre-la-revolucion.htmlUD 37. El debate historiográfico sobre la Revolución Francesa. Blog Heródoto. 
[http://iessonferrerdgh1e07.blogspot.com.es/2011/03/nacionalismo-y-liberalismo-en-la-europa.htmlUD 41. Nacionalismo y liberalismo en la Europa del siglo XIX. Blog Heródoto.



Documentales.
Austerlitz. Documental. Serie: Grandes batallas de la Historia. 49 minutos.
Napoleón. Documental. Serie: Imperios. 55 minutos. Resumen de su vida.
Napoleón. La campaña de Rusia. La batalla del río Berezina. Documental. 50 minutos.
Napoleón. La campaña de Rusia. La batalla del río Moskova. Documental. 50 minutos.

Trafalgar. Documental. 45 minutos. Serie: Grandes batallas de la historia.

Exposiciones.
*<Alexander & Napoleon & Josephine>. Ámsterdam. Hermitage (hasta 8 noviembre 2015).

Libros de texto.
García Sebastián, M.; Gatell Arimont, C. Ciències Socials, Geografia i Història. Cives 4. Vicens Vives. 2011: pp. 24-43.

Libros.
Abellán, Joaquín. Nación y nacionalismo en Alemania. La “cuestión alemana”, 1815-1990. Tecnos. Madrid. 1998. 283 pp.
Andress, David. El terror, los años de la guillotina. Trad. de David León. Edhasa. Barcelona. 2011. 704 pp.
Bergeron, Louis; Furet, François; Koselleck, Reinhart. La época de las revoluciones europeas 1780-1848Historia Universal nº 26. Siglo XXI. Madrid. 1976 (1969). 342 pp.
Droz, J. Europa, restauración y revolución, 1815-1848Siglo XXI. Madrid. 1977.
Godechot, Jacques. Las Revoluciones (1770-90). Nueva Clío 36. Labor. Barcelona. 1974. 375 pp. La primera es la estadounidense y le sigue la francesa.
Kossok, Manfred; et al. Las revoluciones burguesas. Crítica. Barcelona. 1983 (1974). 246 pp.
Paniagua, Javier. La Europa Revolucionaria (1789-1848). Anaya. Madrid. 1988­. 96 pp.

Sigman, J. 1848. Las revoluciones románticas y democráticas de Europa. Siglo XXI. Madrid. 1977.

Skocpol, Theda. Los Estados y las revoluciones sociales. Una análisis comparativo de Francia, Rusia y ChinaFCE. México. 1984 (1979 inglés). 500 pp.
Soboul, Albert. Problemas campesinos de la revolución 1789-1848. Siglo XXI. Madrid. 1980 (1976). 279 pp.
Tackett, Timothy. El terror en la Revolución Francesa. Pasado & Presente. Barcelona. 2015. 560 pp.

APÉNDICE. *Paráfrasis de artículos sobre el tema en Enciclopedia Encarta de Microsoft.
La Revolución Francesa.
La Revolución Francesa abarcó una serie de acontecimientos que transformaron la situación política, económica, social y cultural de la Europa contemporánea.
El Antiguo Régimen, basado en el absolutismo monárquico, una sociedad desigual por el nacimiento dividida en clases privilegiadas (nobleza y clero) y no privilegiadas (el Tercer Estado, compuesto por la burguesía, el proletariado urbano y el campesinado), y una economía agraria.
La revolución comenzó de hecho cuando la aristocracia y el clero rehusaron pagar impuestos para aliviar la crisis financiera del estado, lo que obligó al rey Luis XVI a restablecer los Estados Generales en la primavera de 1789. Pocos sospechaban que esta decisión desataría las fuerzas irresistibles del descontento. Aunque tenían diferentes fines, la mayoría de los aristócratas, los clérigos, los burgueses, los sans-culottes (pobres) de las ciudades y los campesinos compartían la idea de los ilustrados de cambiar las condiciones del Antiguo Régimen. Durante el siglo XVIII se había desarrollado una ideología liberal, compuesta de teorías políticas heterogéneas, en las que destacaba la doctrina de Jean-Jacques Rousseau de la soberanía nacional o popular, que interesaba en especial al Tercer Estado.
Cuando la Asamblea Nacional proclamó la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano en agosto de 1789, pretendía advertir al resto de Europa que había descubierto unos principios de gobierno universalmente válidos.
El reinado del Terror.
La monarquía constitucional que había surgido en 1791 era tan insatisfactoria para el rey como para los jacobinos, una facción de los revolucionarios. En la Asamblea Legislativa (1791-1792), éstos y los girondinos (otra facción revolucionaria pero menos radical) propugnaron establecer una república, al mismo tiempo que preparaban una declaración de guerra contra Austria (abril de 1792). Cuando las tropas francesas sufrieron reveses iniciales, la temperatura revolucionaria subió todavía más y, en septiembre, la recién formada Convención Nacional proclamó la República en Francia. El 21 de enero de 1793, Luis XVI fue ejecutado y durante el año y medio siguiente, el país fue gobernado por dirigentes revolucionarios, cuyos sueños de perfección moral y odio a la hipocresía inspiraron un periodo conocido como reinado del Terror, que convirtió a la guillotina en el símbolo del mesianismo político. La furia moral del Comité de Salvación Pública no conoció fronteras territoriales, y sus miembros llevaron a cabo una escalada de guerras contra una coalición de potencias europeas cuyo absolutismo chocaba con sus ideales revolucionarios. Su éxito puede atribuirse en parte a la conscripción obligatoria instituida en agosto de 1793, que demostró el terrible potencial militar de una nación en armas. No obstante, el miedo invadió finalmente al propio Comité; en julio de 1794 Maximilien de Robespierre, su líder, fue arrestado y ejecutado. Durante la reacción posterior, los franceses olvidaron pronto 'la república de la virtud' y dieron la bienvenida a una nueva etapa casi como un símbolo de libertad.
Llegada de Napoleón al poder.
El gobierno del Directorio, muy difamado, intentó asimilar los elementos menos controvertidos de la herencia revolucionaria y llevar un coup de grace (golpe de gracia) al mesianismo jacobino. El Directorio, determinado a alentar las carreras de hombres de talento, hizo posible el rápido acceso al poder de Napoleón Bonaparte. Con la connivencia de dos directores, Napoleón preparó un golpe de Estado en noviembre de 1799, gobernó de forma autoritaria y se coronó emperador en 1804. Napoleón, un militar plebeyo que llegó a la mayoría de edad durante la Revolución, está considerado como el último de los monarcas absolutistas. Como parte de su plan para extender los principios de la Revolución francesa, promulgó el Código napoleónico, un sistema codificado de leyes, y puso la educación bajo control estatal. Entre los principios revolucionarios de libertad e igualdad, prefirió este último en el conocimiento de que sólo sería estimulado por una autoridad central fuerte.

Las Guerras Napoleónicas.
En los asuntos exteriores, Napoleón renovó el expansionismo de Luis XIV con un convencimiento firme de algunos principios ilustrados. Abolió los antiguos privilegios feudales e impuso la igualdad legal en los territorios, que se extendían por la mayor parte de la Europa continental y que añadió al Imperio francés por la fuerza de las armas. En su pasión por la centralización del poder, sacrificó las complejidades históricas en favor de las exigencias de la comodidad administrativa, como por ejemplo en la creación de la Confederación del Rin.
Lo que Napoleón no acertó a apreciar fue hasta qué punto las unidades administrativas más grandes y las reformas igualitarias promovían la conciencia nacional. Al igual que su éxito dependía del entusiasmo nacional francés, su caída fue provocada por el desarrollo de la conciencia nacional de otros pueblos europeos. Las Guerras Napoleónicas (1799-1815) se diferenciaron de las de Luis XIV en que no eran simplemente entre Estados, sino entre Estados nacionales. Tras una serie de desastres (sobre todo la campaña de Rusia y la interminable guerra peninsular en España y Portugal), Napoleón fue derrotado y el poder europeo recobró un equilibrio más adecuado; los llamados Cien Días (1815) que siguieron a su huida de Elba y culminaron en la batalla de Waterloo un año más tarde, constituyeron su desesperada y arriesgada jugada final. Al igual que los dirigentes de la Revolución, Napoleón había incrementado el poder del Estado centralizado y le añadió una explosiva mezcla de nacionalismo.

Las ideologías de siglo XIX: liberalismo, nacionalismo y socialismo.
Tras la derrota de Napoleón, los aliados victoriosos se reunieron en el Congreso de Viena, decididos a restaurar el antiguo orden. El ministro de asuntos exteriores austriaco Klemens von Metternich, que defendía el principio de legitimación, restauró a los Borbones en Francia, aseguró la hegemonía de los Habsburgo en las zonas de habla alemana e italiana de Europa central y forjó un acuerdo general para vigilar el continente contra cualquier alteración revolucionaria. Von Metternich trató de ayudar al monarca absolutista español en sus pretensiones de recuperar sus dominios americanos, pero tuvo que enfrentarse a la resistencia de los ingleses, que apoyaban a los insurgentes en la América española. No obstante, su autoritaria actuación sólo fue una acción de contención. Las ideas revolucionarias europeas siguieron actuando en la sombra, conspirando con la ayuda del auge de la industrialización y una población en rápido crecimiento para impedir cualquier intento de vuelta atrás.

Los románticos.
La imaginación romántica resultó afectada por el drama conmovedor de la revolución y la guerra. Los románticos, que rechazaron el cálculo racional y el control clásico, inventaron un Napoleón idealizado y dieron al liberalismo, al socialismo y al nacionalismo un fervor emotivo.
Como herederos de la ilustración y representantes de la burguesía, los liberales (concepto acuñado en las españolas Cortes de Cádiz en 1812) hicieron campaña en favor del gobierno constitucional, la educación secular y la economía de mercado, que liberaría a las fuerzas productivas del capitalismo. Su llamamiento, aunque real, se limitaba sólo a un segmento relativamente pequeño de la población y pronto fue eclipsado por el mensaje de ideologías rivales, en parte a causa de su indiferencia hacia la cuestión social, a la que socialistas utópicos como Charles Fourier, Henri de Saint Simon y Robert Owen ofrecieron provocativas, si bien fantásticas, respuestas. Y lo que es más, el liberalismo fracasó en generar el tipo de entusiasmo exaltado que surgió con la aparición de la conciencia nacional.
Activado por la Revolución Francesa, Napoleón y las obras del historiador alemán Johann Gottfried von Herder, el nacionalismo romántico superó a todas las ideologías en liza, en especial al este del Rin. Mientras el cristianismo empezaba a perder su influencia sobre las vidas individuales, líderes como Giuseppe Mazzini, en Italia y Adam Mickiewicz, en Polonia fueron capaces de imponer en la conciencia nacional un carácter mesiánico.
En España, la revolución liberal que implantó la primera constitución duro muy poco. El rey Fernando VII volvió a implantar el absolutismo en 1814 y tuvo que enfrentarse a la revuelta de los liberales, que lograron imponer su política entre 1820 y 1823, durante el llamado Trienio Liberal.

Las revoluciones burguesas y el socialismo científico.
A pesar de la vigilancia de Metternich, algunas de estas ideologías no pudieron ser eliminadas y entre 1815 y 1848, Europa fue sacudida por tres crisis revolucionarias: 1820-1823, 1830-1831 y 1848-1849. En 1848 las llamas de la revuelta se extendieron a lo largo de toda Europa, con la excepción de Gran Bretaña, Rusia y la península Ibérica. Sin embargo, cuando las cenizas se enfriaron finalmente, estaba claro que la revolución romántica se había consumido a sí misma. Efectivamente, Metternich había sido expulsado de Austria y en Francia se había proclamado la Segunda República, pero la mayoría de los levantamientos fracasaron, y los sueños revolucionarios se habían frustrado para convertirse en realidades. No obstante, la época de la Restauración llegó a su fin.
Los ferrocarriles, la industrialización y la próspera población urbana estaban alterando el paisaje de Europa al mismo tiempo que el pensamiento materialista comenzó a desafiar la primacía romántica de la poesía y la filosofía. La ciencia se estaba convirtiendo en un lema, la garantía del progreso inexorable. En 1851, la Gran Exposición de Londres rindió homenaje a los logros técnicos del siglo. Charles Darwin, a pesar de su visión de una naturaleza salvaje, predicó la “supervivencia de los más aptos”. Karl Marx y el revolucionario alemán Friedrich Engels se mofaron del socialismo utópico y elaboraron un socialismo 'científico' fundamentado en propuestas más radicales de transformación de la sociedad.

La política pragmática de la unificación italiana y alemana.
La siguiente revolución política la dirigieron los partidarios de la realpolitik (en alemán política pragmática). Así, el liberal, pero pragmático, Camillo Benso di Cavour tuvo éxito donde Mazzini había fracasado; unificó Italia al combinar una hábil diplomacia con el uso de ejércitos regulares. Al rechazar el desafío cerrado a compromisos del revolucionario húngaro Lajos Kossuth, el político húngaro Ferenc Deák negoció la autonomía de Hungría en el contexto de la monarquía de los Habsburgo. En Francia Napoleón III forjó una dictadura en la que coordinó la industrialización, los programas de bienestar público y la disciplina y el orden social. Por otra parte, en el hecho más importante del tercer cuarto de siglo, Otto von Bismarck unificó Alemania. Convencido de que los grandes problemas de su tiempo sólo podrían ser resueltos con “sangre y hierro”, utilizó las guerras contra Dinamarca, Austria y Francia para convertir el nuevo Estado nacional alemán en una de las principales potencias de Europa. Sin embargo, incluso el legendario canciller, un patriota prusiano indiferente a las ideologías, fue obligado a hacer concesiones a los socialistas y los liberales. Su fracaso final en aislar la diplomacia de la pasión nacional preparó el camino de la I Guerra Mundial.

El liberalismo en España.
En España, el siglo XIX, tras la muerte de Fernando VII, la pérdida sucesiva de los dominios americanos y el enfrentamiento entre liberales y conservadores, fue un periodo de graves convulsiones políticas. La Gloriosa Revolución de 1868 provocó la caída de la monarquía de Isabel II, el advenimiento de la Primera República y la Restauración de la monarquía, en 1874, con el reinado de Alfonso XII, hijo de Isabel II.

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