jueves, 26 de julio de 2012

OP UD 36. Crecimiento económico, estructuras y mentalidades sociales en la Europa del siglo XVIII. Las transformaciones políticas en la España del siglo XVIII.

OP UD 36. CRECIMIENTO ECONÓMICO, ESTRUCTURAS Y MENTALIDADES SOCIALES EN LA EUROPA DEL SIGLO XVIII. LAS TRANSFORMACIONES POLÍTICAS EN LA ESPAÑA DEL SIGLO XVIII.

INTRODUCCIÓN.

1. LA EUROPA DEL SIGLO XVIII:
El problema de la datación.
1.1. LA POBLACIÓN.
El incremento de la población.
Las diferencias entre la Europa Oriental y la Occidental.
1.2. LA ECONOMÍA.
Un siglo de prosperidad.
EL MODELO INGLÉS: LA ECONOMÍA INDUSTRIAL.
La agricultura.
La industria.
El comercio.
EL MODELO FRANCÉS: LA ECONOMÍA TRADICIONAL.
La agricultura.
La industria.
El comercio.
1.3. LA SOCIEDAD.
La sociedad estamental.
Consecuencias sociales del auge económico.
Las dificultades de la nobleza.
El ascenso de la burguesía.
Las clases populares.
1.4. LA MENTALIDAD SOCIAL.
El individualismo burgués.
La libertad política.

2. LA ESPAÑA DEL SIGLO XVIII: ECONOMÍA Y SOCIEDAD.
2.1. LA POBLACIÓN.
El aumento de la población.
Una evolución desigual.
2.2. LA ECONOMÍA.
La situación de partida h. 1700.
La evolución de la economía y las diferencias regionales.
La agricultura.
La propiedad agraria.
La situación social del campesinado.
Las tensiones en el mundo agrario.
La industria.
El comercio.
La crisis económica de fin de siglo.
2.3. LA SOCIEDAD.
La nobleza.
El clero.
La burguesía.
El artesanado y el proletariado.
El campesinado.
2.4. LA MENTALIDAD SOCIAL.
La nueva mentalidad burguesa.
2.5. LAS REFORMAS.
El reformismo.
La centralización de la Administración.
La política religiosa y cultural.
La reforma de la Hacienda.
La reforma financiera.
La reforma de la industria.
La reforma del comercio.
LA REFORMA AGRARIA.
Los primeros intentos de reforma agraria.
La teoría de la reforma agraria.
La difícil aplicación de la reforma agraria desde 1766.

3. LA ESPAÑA DEL SIGLO XVIII: LA POLÍTICA INTERIOR Y EXTERIOR.
3.1. EL CAMBIO DE DINASTÍA.
La guerra de Sucesión de España (1702-1714).
3.2. FELIPE V (1700-1746).
El reformismo centralizador.
La agresiva política exterior.
Los primeros Pactos de Familia.
3.3. FERNANDO VI (1746-1759).
El reformismo y la neutralidad.
3.4. CARLOS III (1759-1788).
El gobierno ilustrado.
El motín de Esquilache.
La política exterior.
3.5. CARLOS IV (1788-1808).
La crisis del Antiguo Régimen español.
La política exterior.

INTRODUCCIÓN.
La UD aborda la sociedad, la economía y la ideología de la Ilustración en la Europa del siglo XVIII, antes de la Revolución de 1789. Y estudia la evolución histórica de España en el mismo periodo.

Un resumen.
Los conflictos internacionales entre los bloques liderados por Francia y Gran Bretaña dominaron todo el siglo XVIII. El triunfo final fue de Gran Bretaña gracias a su economía más moderna, al ser la cuna de la Revolución Industrial.
Como en todos los periodos históricos, las manifestaciones de la cultura estarán estrechamente relacionadas con la cultura del periodo anterior, con el marco histórico y con las novedades de la época.
Hay que distinguir dos ideologías políticas, ambas reformistas, pero muy distantes en el trasfondo político: el Despotismo Ilustrado (defensor de una monarquía reformista pero absolutista) fue dominante en el continente, mientras que el Parlamentarismo (defensor de la doctrina de la separación de poderes) era la alternativa británica, más pactista y conveniente para adaptarse a las reformas a largo plazo.
El Despotismo Ilustrado (que ponía un límite a las reformas en cuanto tocaban el absolutismo) estaba en contradicción con los principios profundos (la libertad individual y el triunfo de la razón) de la misma Ilustración, que era la ideología de la burguesía y la aristocracia cultivadas, y de la mayoría de los monarcas, por lo que las ideas políticas evolucionaron hasta legitimar la rebelión contra las monarquías del Antiguo Régimen, que sufrieron las consecuencias de la Revolución Francesa de 1789.
La reforma agraria fue el principal problema político, social y económico del siglo XVIII e incluso de la Edad Contemporánea en España, un país predominantemente rural hasta por lo menos 1960, por lo que exige un tratamiento específico.

1. LA EUROPA DEL SIGLO XVIII:


Mapa de Europa durante el siglo XVIII.

El problema de la datación.
Hay un evidente problema de datación para el siglo XVIII.
Desde un punto de vista cronológico se dataría entre 1700 y 1799, pero, desde un punto de vista histórico, gran parte de la historiografía data el siglo XVIII como el periodo comprendido entre dos grandes acontecimientos políticos, entre la Revolución inglesa de 1688, que lleva al poder a Guillermo III y establece la primera monarquía constitucional (parlamentaria) en la Gran Bretaña, y la Revolución francesa de 1789, que abre el camino para las revoluciones burguesas del siglo XIX. Muchos historiadores españoles lo inician en 1700 (muerte de Carlos II de España) y lo finalizan en 1808 (inicio de la Guerra de Independencia). Muchos historiadores franceses lo inician en 1715 (muerte de Luis XIV) y lo finalizan en su revolución de 1789. Algunos historiadores norteamericanos lo finalizan en 1783, año de la independencia de los Estados Unidos de América.
Desde el punto de vista literario, el Siglo de las Luces, de la Razón o del movimiento de la Ilustración se sitúa incluso en unos márgenes más estrechos, entre 1720 y 1770, una vez finalizada la edición de la Enciclopedia de Diderot, donde este, Voltaire, Rousseau y otros ilustrados dejan su impronta de búsqueda de la verdad y la libertad.

1.1. LA POBLACIÓN.
La demografía del Antiguo Régimen era estacionaria, con una natalidad elevada, pero con una mortalidad también alta por las guerras, malas cosechas, hambres y epidemias.

El incremento de la población.
Este equilibrio se rompe en el siglo XVIII, cuando hay una primera aunque moderada explosión demográfica: la población pasa de 120 millones en 1700 a 187 millones en 1789 y unos 200 millones en 1800.
No fue un aumento lineal. En la primera mitad del siglo el crecimiento fue lento, para aumentar desde 1750 y ser mayor incluso desde 1780, al mismo tiempo que la prosperidad económica.
Es una población predominantemente rural. La población urbana no llegaba al 50% no siquiera en los Países Bajos e Gran Bretaña. Pocas ciudades tenían más de 100.000 habitantes.

Las diferencias entre la Europa Oriental y la Occidental.
El mayor crecimiento se dio en la Europa Oriental y del Norte: Rusia pasó de 14 millones de habitantes a 36, hasta convertirse en el Estado más poblado, Suecia de 1,4 a 2,3, Noruega de 0,3 a 0,8. Pero las densidades eran todavía mucho menores que en la Occidental.
En la Occidental hubo notables diferencias: Alemania de 12 a 23, Austria-Hungría de 7,3 a 28, Gran Bretaña de 9,4 a 16, Francia pasó de 19 a 27, Italia de 13 a 18, España de 7 a 11, Portugal de 1,7 a 2,8, Bélgica de 1,7 a 3. Algunos países se estancaron relativamente: Polonia de 3 a 4, Holanda de 1,9 a 2,1, Dinamarca de 0,7 a 0,9.
Las causas de este crecimiento general en Europa son:
- En Europa Occidental el crecimiento vegetativo por el descenso de la tasa de mortalidad mientras que la tasa de natalidad se mantiene elevada. Habían desaparecido las grandes hambres y epidemias, junto a la disminución de las guerras totales, los progresos de la medicina, la mejora climática, el aumento de la producción agrícola, la mejora del transporte.
- En Europa Oriental el crecimiento vegetativo y migratorio porque si la tasa de mortalidad permanece elevada (30 a 40%.) la tasa de natalidad es aun más elevada (40 a 50%.), y se reciben inmigrantes de Europa Central y Occidental.

1.2. LA ECONOMÍA.
Un siglo de prosperidad.
El siglo XVIII fue de prosperidad, aunque, como en la población, no hubo un aumento lineal. En la primera mitad del siglo el crecimiento fue lento, para aumentar desde 1750 y ser mayor incluso desde 1780, especialmente en Gran Bretaña. Un incentivo esencial de este cambio de tendencia parece ser un aumento persistente de los precios desde el periodo 1730-1740, coincidiendo con un aumento de la producción de metales preciosos (oro del Brasil, plata de México).
Hubo una convivencia entre dos modelos económicos, la economía tradicional del Antiguo Régimen y la economía industrial naciente, que se irá difundiendo a través de Europa hasta imperar en el siglo XIX en la mayor parte de Europa Occidental y Central. Podemos ejemplificar ambos modelos en Francia (que representaría al resto de Europa) e Gran Bretaña:

EL MODELO INGLÉS: LA ECONOMÍA INDUSTRIAL.
Gran Bretaña vivía el inicio de la Revolución Industrial, gracias a sus capitales adquiridos con el comercio colonial e invertidos en todas las actividades (en especial la industria); la revolución agrícola; el aumento demográfico; el continuo progreso técnico de las fábricas; la extensión del mercado interno, europeo y colonial.

La agricultura.
En Gran Bretaña comienza la revolución agrícola del siglo XVIII, basada en dos puntos:
- Las nuevas relaciones de producción: expulsión de los pequeños campesinos y su reducción a jornaleros, y las enclosures o cerramientos de los campos (antes comunales) que impiden la entrada del ganado en los cultivos. Se crean grandes explotaciones agrarias, controladas por el señor o un arrendatario, con un uso intensivo del capital y una especialización para la comercialización de toda la producción.
- Los nuevos métodos y técnicas de cultivo: rotación de cultivos (más productiva que el barbecho), nuevas plantas, selección de semillas, estabulación y selección de ganado, maquinaria agrícola (arados de vertedera que aran más profundamente, segadoras), abonos (naturales y químicos), mejor almacenamiento y transporte, etc.
El rendimiento pasó de 7/1 en el siglo XVII a 10/1 en el siglo XVIII. El aumento de la producción de alimentos con precios más baratos y menor necesidad de mano de obra, libera cada año una gran cantidad de campesinos que acuden a las ciudades a encontrar empleo.

La industria.
Mapa de la Revolución Industrial británica hacia 1800.

En Gran Bretaña se inicia la Revolución Industrial desde c. 1750. El aumento de la demanda de la creciente población, las nuevas materias primas (algodón, hierro) y las nuevas fuentes de energía estimulan las industrias textil y siderúrgica. Hacia 1800 Gran Bretaña era el único país en que la producción industrial superaba a la agrícola.
La máquina de vapor de Watt (1769) permite transformar tanto la fabricación en serie como el transporte, desde su aplicación en 1776.
La industria textil, con la fabricación de tejidos de algodón (baratos, resistentes y bonitos) da el primer impulso. La demanda de tejidos de algodón importados de la India era tan grande que se planteó la posibilidad de fabricarlos en Gran Bretaña a precios competitivos, lo que se consiguió con las máquinas y la fuerza motriz del vapor. Las hiladoras mecánicas se desarrollaron: Hargreaves (1764), Arkwright (1769), con lo que se necesitó menos mano de obra y se produjo mucho más hilo y más barato. El telar mecánico de Cartwright (1785) multiplicó la producción de tejidos.
La siderurgia inglesa se benefició de la existencia de una demanda de hierro forjado de calidad para la maquinaria textil, las máquinas de vapor, el utillaje agrícola, etc. Las minas de carbón proveían de una fuente de energía barata y accesible, mediante un derivado refinado, el coke, que era utilizado en los altos hornos. Con la técnica del pudelaje de Cort (1784), en la que el coke no estaba en contacto con el hierro (lo que eliminaba el azufre y el carbón del hierro final), la siderurgia inglesa se puso en cabeza de Europa.
Otras industrias inglesas en expansión eran la mecánica, destilerías de alcohol, de armas, la construcción naval, la óptica.
Las relaciones de producción se basaban en tres sistemas:
- El viejo taller artesano, pero ya no sometido a la reglamentación gremial, y que estaba en rápida decadencia.
- El sistema doméstico (putting out): campesinos o proletarios urbanos que trabajaban en sus casas entregando su producción a los comerciantes, que a su vez les entregaban la materia prima, les pagaban el trabajo y comercializaban el producto. Había sido el sistema más eficiente en los siglos anteriores y se había asentado en gran parte de Europa.
- La empresa industrial capitalista moderna: basada en el predominio del capital, la abolición de la reglamentación gremial, los avances técnicos del maquinismo, la concentración en un solo lugar de las máquinas y de los trabajadores, la comercialización en el mercado interno y/o internacional. Por su mayor productividad y bajos precios pronto dominó la industria textil y siderúrgica. Los beneficios de este sistema eran muy superiores y permitía una constante reinversión, con una inmensa acumulación de capital en manos de la burguesía industrial.

El comercio.
Gran Bretaña se erige en primera potencia comercial del mundo, exportadora de manufacturas e importadora de alimentos y materias primas. En 1750 exportaba a Europa más del triple que al resto del mundo, pero en 1798 ya exportaba a los otros continentes el doble que a Europa. En 1780 2/3 de las exportaciones eran de productos industriales.
El comercio colonial se expande vertiginosamente al abrirse nuevas rutas al Extremo Oriente, Australia... creando un gran mercado mundial. La más rentable era la ruta triangular, común con otros países europeos: Europa vende a África manufacturas (telas, armas) a cambio de esclavos, vendidos en América a cambio de productos coloniales (azúcar, algodón, metales...) que son vendidos en Europa.
El mercado interno aumenta gracias a la mejora del nivel de vida; los mejores transportes de las carreteras y canales (antes de la revolución del ferrocarril), los puertos marítimos; la producción agrícola e industrial orientada a la comercialización; la especialización y división social del trabajo (la gente debe comprar casi todo lo que necesita).
El desarrollo de la banca (la más poderosa del mundo), las compañías comerciales, los seguros marítimos y el papel moneda ayudaron al progreso comercial y financiero.

EL MODELO FRANCÉS: LA ECONOMÍA TRADICIONAL.
Francia, en cambio, pese a sus innegables avances económicos, continuaba anclada en la economía del Antiguo Régimen, que se precipitaba a finales del siglo XVIII a su crisis definitiva. Asimismo los otros países europeos: Holanda, España, Prusia, Toscana, Austria, etc., desarrollan su economía siguiendo la doctrina del liberalismo económico y del despotismo ilustrado y su agricultura, industria y comercio avanzan significativamente, aunque con manifiesto retraso respecto a Gran Bretaña. No es, pues, un problema de no-desarrollo, sino de menor desarrollo comparativo ante la potencia británica, más dinámica.



La agricultura.
La agricultura sigue siendo la actividad fundamental para la inmensa mayoría de la población. Se cultivan nuevas tierras, se introducen nuevos cultivos y técnicas, con ganado estabulado y abonos, roturaciones, regadíos..., mejoras impulsadas por las Sociedades Reales de Agricultura.
Pero las relaciones de producción se mantienen invariables: domina una antieconómica servidumbre, que dificulta la aportación de mano de obra a la industria y un mayor avance técnico. Los nobles, ante el aumento de los precios agrícolas, presionan para que los campesinos les aumenten las rentas y ocupan tierras comunales y tierras incultas, pero invierten pocos capitales en las tierras. Los campesinos, por su parte, sufren esta presión señorial mientras que las tierras disponibles disminuyen por el aumento de la población.
Esta tensión social estalló en la Revolución Francesa, que convirtió al campesino en dueño único de sus tierras, no sujeto al pago de derechos al señor. Así apareció un nuevo modelo de propiedad agraria, muy distinto al inglés: pequeñas explotaciones de campesinos que se autoabastecen y destinan una pequeña parte de la cosecha a la comercialización.

La industria.
Las industrias textil y de lujo son muy importantes, pero la industrialización se atrasa respecto a Gran Bretaña.
Sobrevive en Francia el viejo taller artesano medieval, sometido a la reglamentación gremial, junto a las manufacturas reales fábricas de propiedad o protección estatal dedicadas a las industrias de lujo y especializadas en porcelana, seda, tapices y armas.

El comercio.
El comercio francés se beneficia de la gran dimensión de su mercado interno, con más de 25 millones de consumidores, de las exportaciones de lujo a Europa y del comercio colonial con las colonias del Caribe. Los puertos se expanden y enriquecen con el tráfico colonial y las compañías de comercio aumentan de número y tamaño, con lo que se produce una masiva acumulación de capitales en manos de la burguesía.

1.3. LA SOCIEDAD.


La sociedad estamental.
La sociedad era estamental, con dos estamentos privilegiados: nobleza y clero, y un estamento no privilegiado, el Tercer Estado o Estado Llano.
Los estamentos privilegiados tenían derechos legales superiores: estaban exentos de impuestos, monopolizaban los principales cargos públicos y contaban con el dominio predominante de la tierra y derechos feudales sobre los campesinos. Se distinguía entre la alta nobleza y la pequeña nobleza, así como el alto y el bajo clero.
El Tercer Estado era muy heterogéneo, compuesto de modo distinto en la ciudad o en el campo, de acuerdo con una división por la riqueza que derivaría en las clases sociales del siglo XIX (que liquidarían la división estamental):     
- En la ciudad lo integraban la burguesía industrial/comercial (el grupo dominante dentro del estamento), profesionales liberales, funcionarios, artesanos (maestros, oficiales), tenderos, obreros (el proletariado urbano) y gentes sin oficio.
- En el campo lo componían los campesinos propietarios (grandes o pequeños), arrendatarios/aparceros y los jornaleros (el proletariado agrícola).

Consecuencias sociales del auge económico.
Se mantenía la estructura de la sociedad del Antiguo Régimen, pero el desarrollo económico agrietó el dominio de la nobleza y la Iglesia, gracias a: la expansión agraria, industrial, comercial y colonial; el proceso de urbanización y el aumento de la población; el ascenso de la burguesía; la redistribución de la riqueza entre nuevos grupos sociales; el desarrollo de la mentalidad capitalista.

Las dificultades de la nobleza.
Entra en decadencia, en todos los sentidos (político, económico, social) y perderá su hegemonía mediante el reformismo inglés y la Revolución Francesa. En la segunda mitad del siglo XVIII la debilitada nobleza optó por una actitud de defensa agresiva para salvar su tradicional posición de dominio con lo que se hizo inevitable el enfrentamiento con la burguesía y el campesinado, que eran quienes financiaban con sus impuestos y transferencias de renta al Estado y a las clases privilegiadas. Las revoluciones de finales del XVIII y primera mitad del XIX liquidarán el Antiguo Régimen y darán paso a la hegemonía de la burguesía.

El ascenso de la burguesía.
El Tercer Estado accede crecientemente al poder económico y político, sobre todo en Gran Bretaña. Será la nueva clase dominante, que accederá al poder político en Francia con la Revolución Francesa de 1789 y en Europa con las guerras napoleónicas. Aspira a la libertad (política y económica) y a la igualdad con los estamentos privilegiados, como señala Anes en  El Antiguo Régimen: los Borbones: ‹‹El siglo XVIII, en su conjunto, fue para Europa y para las economías con ella interdependientes, un siglo revolucionario. Las posibilidades creadoras del siglo supusieron en todas partes un paso decisivo para la superación del viejo orden estamental y para la organización de lo que podríamos llamar la sociedad burguesa (...).
Los cambios económicos que tuvieron lugar en Francia durante el siglo XVIII permitieron la consolidación de una burguesía emprendedora que dirigió la actividad económica, el mercado de trabajo y la producción. La burguesía francesa creció en riqueza, en poder económico, en número y en civilización mientras la aristocracia acumulaba una riqueza y gastaba unas rentas que percibía pasivamente, en base a la persistencia de unos privilegios heredados del pasado. La burguesía francesa proliferó físicamente, en cuanto aumentó mucho el número de burgueses, pero, sobre todo, ganó terreno económicamente, en las ciudades en plena expansión, durante el siglo XVIII. Su toma de conciencia política y su gestión económica le permitieron ejercer sobre la sociedad en su conjunto la atracción de clase ascendente y victoriosa, con lo cual pudo unir a su causa a elementos tradicionales del Antiguo Régimen y, sobre todo, dirigir la acción del artesanado urbano y del campesinado para derrocar el antiguo régimen político, de forma revolucionaria, en 1789.››

Las clases populares.
El campesinado no propietario y el proletariado urbano vivían en la miseria, que en este siglo no sólo se mantiene sino que se acrecienta, por la revolución de los precios agrícolas, que aumenta el precio de los alimentos. La mayor parte, un 80% de media, de la población europea la componían los campesinos.

1.4. LA MENTALIDAD SOCIAL.
El individualismo burgués.
En esta sociedad crecientemente burguesa, volcada hacia la búsqueda del beneficio económico y la verdad científica, el concepto moderno de hombre individual predomina sobre los conceptos tradicionales de familia, comunidad, estamento y nación, que pierden importancia relativa. Pero no debemos exagerar la importancia de este cambio: en el siglo XVIII también se asientan los nacionalismos actuales, aunque sea como reacción (irracional y mítica) a los ideales racionales.

La libertad política.
Se abre paso la idea de que la verdadera naturaleza del hombre es la libertad, y por ello las ideas políticas de la Ilustración, con la limitación de la monarquía absoluta, abren una era de libertad. Rousseau escribe: ‹‹Un pueblo libre obedece, pero no sirve; tiene jefes, pero no amos; obedece a las leyes, pero no obedece más que a sus leyes; y es por la fuerza de las leyes, no de los hombres. (...) Instituyamos unos reglamentos de justicia y de paz, a lo cuales tengan todos la obligación de conformarse, que no eximan a nadie. Contrato social, deber y garantía de la nueva sociedad, fundamentalmente libre e igual.››

2. LA ESPAÑA DEL SIGLO XVIII: LA ECONOMÍA Y LA SOCIEDAD.
2.1. LA POBLACIÓN.
El aumento de la población.
La población aumentó vigorosamente: pasó de 7 millones en 1700 a 11 millones en 1800. Las causas del crecimiento fueron las mismas generales de Europa, pero hubo una diferencia: la natalidad (42%.) y mortalidad (38%.) fueron elevadas y el crecimiento vegetativo se debió más bien a la falta de graves epidemias.

Una evolución desigual.
Hubo una evolución desigual en el territorio y el tiempo:
- Creció más la periferia que el centro: Cataluña pasó de 0,4 a 1 millón de habitantes, Valencia de 400.000 a 900.000 habitantes, mientras que Aragón sólo aumentó de 480.000 a 650.000.
- Crecieron un poco más las ciudades que el campo: las urbes más beneficiadas fueron la capital administrativa, Madrid,  y los núcleos comerciales: Barcelona, Cádiz, Valencia...
- El mayor crecimiento comenzó a partir de 1750: si el censo de 1768 daba 9.301.728 habitantes, el de 1787 daba 10.286.000, un millón más en sólo veinte años y este ritmo seguiría en los siguientes años, incluso durante la crisis del reinado de Carlos IV.

2.2. LA ECONOMÍA.
La situación de partida h. 1700.
Hacia 1700 la situación de la economía y de la población de Castilla era penosísima, por culpa de las guerras, las pestes, el hambre y la miseria del pueblo bajo. El centro del país acababa de vivir una década trágica pero también asomaban los gérmenes positivos de la estabilidad de la moneda. La periferia, en cambio, vivía una época de buen crecimiento. La crisis bélica interrumpió el proceso, pero se reanudó moderadamente desde 1715, creciendo nuevamente sobre todo la periferia.

La evolución de la economía y las diferencias regionales.
La evolución económica no fue lineal ni equilibrada.
Hubo cuatro grandes fases:
1) Entre 1680 y 1750 hubo una larga etapa de crecimiento lento, con signos más positivos en la periferia, mientras que el centro permanecía estancado.
2) Entre 1750 y 1770 hubo una etapa de fuerte crecimiento, un poco más intenso en el centro que en la periferia. España y su imperio colonial vivieron desde 1750, como toda Europa, una coyuntura claramente alcista, reflejada en el crecimiento de los precios agrícolas, la potenciación de la industria textil y el comercio ultramarino. Esta vez el crecimiento fue más homogéneo: incluso el centro peninsular crecía económica y demográficamente, gracias a las roturaciones y a los viñedos, y recuperó parte de su retraso. Mientras, la periferia se estancó durante un par de decenios, en una especie de crisis necesaria para digerir su anterior crecimiento, antes de reemprender con nuevos bríos su ascenso.
3) Entre 1770 y 1796 hubo una auténtica explosión económica, más intensa que en muchos países europeos, excepto Gran Bretaña (en la que la Revolución Industrial estaba lanzada). La periferia se benefició especialmente de las reformas y del comercio americano.
4) A partir de 1796 (y uniéndose en 1808 el desastre de la guerra de la Independencia y la pérdida de América) hubo una grave crisis económica, en el centro por las malas cosechas, en la periferia por la crisis comercial. Era la consecuencia de los problemas del Antiguo Régimen: la propiedad agraria tradicional, la guerra contra Gran Bretaña, la falta de libertades burguesas.

La agricultura.
El crecimiento de la demanda americana y del mercado interior benefició a la agricultura con un aumento sostenido de los precios desde 1750, lo que empujo la producción.
El principal aumento de la producción se debió a la roturación de tierras marginales, más que a la introducción de nuevos cultivos y técnicas.
Había acusadas diferencias regionales:
En el interior (Meseta, valles del Ebro y Guadalquivir), se mantuvo la agricultura tradicional: secano, barbecho, predominio del cereal (trigo, centeno), rendimientos bajos, amplias zonas incultas.
En las regiones periféricas (Cataluña, Valencia, Murcia, zona cantábrica), en cambio se modernizó la agricultura: se mejoraron los regadíos (el trigo de secano producía 4/1 y el de regadío catalán 15/1), se diversificaron los cultivos (patatas, maíz, alfalfa, nabos, arroz, algodón, lino, cáñamo, legumbres, frutales...), la vid y el olivo se dedicaron a la comercialización, se aumentó la ganadería complementaria.
La ganadería estabulada y la trashumante y la exportación de lana también aumentaron en un largo periodo entre 1700 y 1770: ‹‹Sin duda el siglo XVIII es el siglo de apogeo de la Mesta, y con él, de sus críticos más acerbos.›› [Fernández de Pinedo, en Tuñón. Historia de España Labor. 1980: vol. VII, p. 40.]

La propiedad agraria.
Durante el siglo XVIII no varió apreciablemente la estructura de la propiedad agraria. Al finalizar el Antiguo Régimen (h. 1800) aproximadamente entre el 80% y el 90% de la tierra era propiedad de las manos muertas (un 80% para Madoz, según datos no corroborados plenamente). Unos 4 millones de hectáreas (has) pertenecían a bienes de Propios (de propiedad de los municipios), 10 millones al menos a los bienes comunales (de uso por los vecinos, pero sin título individual de propiedad) y unos 12 millones a bienes eclesiásticos. Otros 20 millones de has estaban amortizados en manos de mayorazgos y señoríos territoriales de la aristocracia. Puede hablarse así de un verdadero monopolio legal sobre la tierra.
Además, la Iglesia percibía en sus propiedades diezmos, primicias y muchos derechos propiamente señoriales. Los diezmos eran particularmente gravosos porque se cargaban sobre el producto bruto, con lo que en muchas tierras se quedaban hasta con la mitad del producto neto. Además desincentivaban las mejoras porque éstas requerían capital y el diezmo se constituía como un impuesto más gravoso cuanto mayor fuera el capital utilizado, de modo que podía ser más beneficioso no invertir nada para aligerar así la carga del diezmo. Era un freno radical a las inversiones productivas que necesitaban los campesinos para elevar su competitividad. El catastro de Ensenada (bastante fiable sobre la realidad de 1750-53, calculaba que la Iglesia poseía 1/7 de las tierras cultivables y producía 1/4 de la riqueza nacional.

La situación social del campesinado.
Los campesinos, el 80% de la población, se dividían en tres grupos: propietarios, arrendatarios y jornaleros. Su condición social era muy diferente según las regiones:
En Cataluña la situación era mucho mejor porque tanto propietarios como arrendatarios (en censo enfitéutico perpetuo) pagaban pocos derechos señoriales, el censo era estable (casi no aumentaban los pagos, con lo que la inflación disminuía el importe real) y la propiedad no estaba muy dividida (la institución del hereu).
En Andalucía, en el otro extremo, la situación era penosa, porque los latifundios señoriales y eclesiásticos dominaban la propiedad agraria y los campesinos eran sólo arrendatarios o jornaleros, con elevados derechos señoriales, siendo las mejores tierras trabajadas por los jornaleros y las más marginales dadas en arriendos de condiciones revisables a corto plazo.
En medio, las otras regiones tenían sus particularidades: la pequeña propiedad en la Meseta norte, los subarriendos gallegos, los contratos de hasta 1/3 de la cosecha en Valencia.

Las tensiones en el mundo agrario.
En el siglo XVIII los problemas y las tensiones fueron en incremento:
- La subida de los arrendamientos.
- La ocupación de tierras comunales por los grandes propietarios.
- La ocupación de tierras sin cultivar.
- Las disputas entre agricultores y ganaderos por las tierras incultas.
- La escasez de tierras en el mercado (por la existencia de mayorazgos y “manos muertas”).
- La subida de los precios agrícolas.
Por su parte, la emergente burguesía urbana necesitaba tierras, exigía tierras, para sí misma y para el campesinado. Sobre todo necesitaban los comerciantes tierras para sí mismos para diversificar sus inversiones y necesitaban los industriales que los campesinos tuvieran tierras para que así las rentas de éstos aumentasen y pudiesen comprar sus productos. Ningún burgués desdeñaba la posibilidad de convertirse en un hidalgo terrateniente y así progresar en la escala social al acceder al estamento de la nobleza, porque era un título honorífico que suponía la consagración de que se tenía un verdadero poder económico. Pero era algo nuevo que muy pocos deseasen abandonar sus negocios. Se percibía que el futuro de sus familias sólo podía asegurarse si se mantenían las lucrativas actividades comerciales e industriales y que las propiedades rurales era un elemento de seguridad y prestigio, no de progresivo enriquecimiento. Para demostrarlo a la vista de todos había demasiados nobles arruinados que buscaban emparentar con la burguesía. La tierra sería ahora un complemento apetecible, pero no el eje de las verdaderas fortunas. Pero, en todo caso, había un gravísimo obstáculo a superar antes de que los nuevos burgueses adquiriesen las tierras: la escasez de éstas por el fenómeno de los mayorazgos y de las “manos muertas”.

La industria.
La industria creció vigorosamente gracias al proteccionismo, el comercio indiano y el fomento de las manufacturas reales.
La hundida industria textil de Segovia, Guadalajara, Béjar, Palencia y de muchas ciudades castellanas recuperó parte de su posición, doblando su producción algunas.
Las manufacturas reales eran establecimientos estatales para la producción de tapices, porcelana, cristal, armas, paños de Guadalajara, estampados de Barcelona.
Las “fábricas de indianas” de Cataluña fueron los primeros establecimientos que siguieron el modelo inglés de fábrica capitalista, introduciendo el maquinismo en la industria textil.

El comercio.
El comercio interior aumentó gracias a la libertad de comercio de granos, la supresión de las aduanas interiores (excepto en el País Vasco), el mejor nivel de vida, la mejora de la comunicaciones, el desarrollo de las compañías (los Cinco Gremios de Madrid) y la banca (aparecen las embrionarias primeras Cajas de Ahorros españolas). Las regiones costeras fueron las más beneficiadas, sobre todo Cataluña, con un intenso comercio europeo y americano.
Pero frenó su desarrollo la muy lenta integración en un único mercado nacional: las ciudades eran pocas y poco pobladas; las comunicaciones eran difíciles; el campesinado tenía un escaso poder adquisitivo y tampoco tenía un gran excedente agrario comercializable, mientras que los grandes propietarios sólo almacenaban y especulaban con su trigo (9/10 del total) sin comercializarlo; 
El comercio con América creció con las reformas en la marina de 1713-1720 y la libertad de tráfico de 1779, aunque siempre chocó con una fuerte competencia europea y la oposición de los intereses criollos. Se centró en los puertos de Cádiz y desde finales de siglo se extendió a Barcelona, Málaga, Vigo... Consistía en la exportación de productos manufacturados españoles y europeos y la importación de oro y plata, azúcar, café, tabaco...
El comercio europeo consistía en la exportación de lana, vinos, aguardientes, frutos secos, productos americanos y la importación de productos manufacturados y algodón (de Malta). Era un comercio deficitario, pero se compensaba con el excedente americano.

La crisis económica de fin de siglo.
A partir de 1796 estalló una grave crisis económica en España, debido a una serie de causas/efectos:
- Varias malas cosechas desde 1794.
- Oleada de hambres y epidemias, por la consecuente falta de alimentos.
- La guerra casi permanente con Gran Bretaña desde 1796, que dificultó el tráfico americano, lo que sumió en la crisis a la industria y el comercio de las regiones costeras.
- Los gastos de las guerras con Francia (1793-1795) y Gran Bretaña (1796-1801 y 1802-1808), que hundieron la Hacienda y obligaron a aumentar los impuestos.

2.3. LA SOCIEDAD.



Esquema piramidal de la sociedad del Antiguo Régimen.

El triunfo de los Borbones en la guerra de Sucesión española fue el inicio del triunfo de las clases medias y de la baja nobleza contra la Iglesia y la aristocracia señorial. Las reformas fueron obra de una minoría, en lucha contra un amplio grupo reaccionario, defensor de sus privilegios, y contra una población que seguía las costumbres tradicionales.
Persistió la división estamental de la sociedad, pero con mucha mayor movilidad social entre las clases.

La nobleza.
La aristocracia se dividió en dos grupos: los nobles ilustrados, que no rechazaron dedicarse al comercio o la industria, y los tradicionales, que seguían anclados en la economía tradicional.

El clero.
El número relativo y el poder del clero se redujeron durante el siglo. Las causas fueron el regalismo de la monarquía, la crítica contra el atraso cultural achacado a la Iglesia, la mejora de la situación económica... Pero todavía mantenían un papel esencial en la estructura estamental del Antiguo Régimen y su influencia se evidenció en la crisis de 1808.

La burguesía.
Al principio, la burguesía era débil, sin cohesión de grupo ni conciencia de tal, sin organismos de presión (aparte de los Consulados del Mar de la periferia), y como clase social apenas duraba en los negocios una o dos generaciones, puesto que procuraba a los pocos dineros que podía recoger que sus descendientes accedieran a la hidalguía.
Pero en el siglo XVIII creció el número de burgueses que habían acumulado capitales en el comercio, la industria y las finanzas. Además hubo un aumento significativo de la ocupación en profesiones liberales: abogados, funcionarios, eclesiásticos, profesores, escritores... La burguesía afianzó su presencia hasta conseguir hacia su final una posición de incontestable dominio económico. Sus centros eran Madrid, Sevilla, Cádiz, Barcelona: ‹‹La burguesía se fue enriqueciendo notablemente durante la segunda mitad del siglo XVIII, sobre todo, como es bien conocido, en las ciudades mercantiles y marítimas de la periferia. En las últimas décadas tiene poder económico, pero le falta el poder político, todavía detentado por los estamentos privilegiados de una sociedad encuadrada aún dentro de los módulos del Antiguo Régimen. Cuando éste caiga, la burguesía se hará con el poder político.›› [Tomás y Valiente. El marco político de la desamortización en España. 1971: 46-47.]

El artesanado y el proletariado.
Las clases populares de la ciudad estaban compuestas por un artesanado organizado en gremios y por un proletariado que trabajaba a sueldo o carecía de oficio.

El campesinado.
Ya hemos visto como se crearon dos grandes grupos sociales: una minoría de de campesinos acomodados que se habían beneficiado de los arrendamientos con bajas rentas de las fincas de la Iglesia y de la nobleza absentista, y una mayoría de campesinos con pequeñas propiedades o de jornaleros que vivían del trabajo en los latifundios.

2.4. LA MENTALIDAD SOCIAL.
La nueva mentalidad burguesa.
La pujante burguesía española durante el siglo XVIII construye su ideología crítica respecto a la nobleza, la Iglesia y sus privilegios, de modo que este avance ideológico es una herencia fundamental que explica la revolución liberal del siglo XIX, las Cortes de Cádiz, la desamortización.

2.5. LAS REFORMAS.
El reformismo.
La gran innovación de los Borbones fue un cambio ideológico en la concepción política del Imperio español: el interés de los reyes dejaría de ser la monarquía universal de los Habsburgo para centrarse en el reino de España. Las ambiciones de Isabel de Farnesio en Italia no serían ni la sombra de los sueños del pasado. Este cambio en los objetivos era un beneficio indudable para un país empobrecido y harto de aventuras excesivas. De este modo el primer reformismo borbónico tendió a la centralización, mientras que el fomento de la industria y del comercio era el centro de su política económica. Había que desarrollar las fuentes de riqueza si se quería mantener a España en el concierto de las grandes potencias.
Continuando la corriente de renovación que había nacido hacia 1680, el reformismo borbónico se inició con Felipe V y siguió con Fernando VI, pero es el reinado de Carlos III el momento más importante del reformismo español.
Desde el Despotismo Ilustrado se trenzaron unas acertadas medidas a corto plazo que aseguraron unas décadas más de supervivencia al Antiguo Régimen, aunque la intención del monarca parece que no fue potenciar a la burguesía y la producción sino en cuanto a que ello podía suponer una mejora de la Hacienda Pública y del poder real. El regalismo y la supremacía absoluta de la monarquía fueron el norte de la política y así puede comprenderse que España participara en guerras tan poco fructuosas como las de los Siete Años y de la Independencia de los Estados Unidos. Lo primordial, como en tiempos de los Austrias, eran los intereses dinásticos de la Corona, pero había una conciencia clara de cuáles eran las medidas más adecuadas para ello.
Para promover el reformismo, se crearon las Juntas de Comercio y las Sociedades Económicas de Amigos del País, que extendieron el espíritu ilustrado y establecieron una eficaz organización de los grupos de presión a favor de las reformas económicas.
El hispanista Lynch ha criticado el reformismo borbónico, porque a pesar de los innegables avances, el gasto público se orientó sobre todo al reforzamiento del ejército y la marina y la monarquía siguió apoyándose sobre todo en las clases privilegiadas y permitió el aumento de los mayorazgos.

La centralización de la Administración.
Las reformas administrativas, militares y económicas de los ministros Patiño, Campillo y Ensenada iniciaron la modernización de España, a través del Consejo de Castilla.
Fueron suprimidas la libertades y privilegios de las regiones periféricas, excepto de las leales Navarra y País Vasco.
Los Decretos de Nueva Planta de Valencia (1707), Aragón (1711), Mallorca (1715) y Cataluña (1716) suponían la pérdida de autonomía de los reinos de la Corona de Aragón.
Se creó un modelo único de administración territorial (excepto para Navarra y País Vasco), dividiendo el territorio en provincias (distintas de las actuales) dirigidas por un Capitán General y una Audiencia. Se creó la figura del intendente (1718) para la administración económica del ejército y de las provincias. Todo el poder se centralizó en Madrid, siendo los anteriores funcionarios sólo delegados del poder central.
La administración central se reformó, sustituyendo el poder de los consejos por los ministros. Durante el siglo se consolidaron los ministerios de Hacienda, Guerra, Marina, Justicia, Indias y Estado (Asuntos Exteriores). Sólo el Consejo de Castilla (que absorbió en 1707 al de Aragón) mantuvo su poder, como cuerpo consultivo del monarca, proponente de leyes y tribunal de justicia.
Sólo quedaron las Cortes de Castilla, cuya única función fue la jura del heredero.

La política religiosa y cultural.
El regalismo era la doctrina, propia del Despotismo Ilustrado, que defendía los derechos del rey a intervenir en los asuntos eclesiásticos. Se pretendía reducir el poder de la Iglesia, que esta mantenía gracias a su control de gran parte de la tierra, las parroquias y obispados, las escuelas y colegios, así como la influencia política de los antiguos “colegiales” de los jesuitas (como Ensenada).
En el reinado de Fernando VI se firma el Concordato (1753) con la Santa Sede, sobre bases regalistas: patronato regio (derecho de presentación de altos cargos eclesiásticos), supresión de las vacantes.
Carlos III impulsó el regalismo, con la expulsión de los jesuitas en 1767 (tomando como motivo su supuesta participación en el motín de Esquilache) y la limitación de la Inquisición, medidas que iniciaron la política anticlerical que se concretaría en el siglo XIX con la desamortización eclesiástica.
Se fomentaron asimismo la ciencia y la cultura: Academias, enseñanza superior (Reales Estudios de San Isidro), Sociedades Económicas de Amigos del País, viajes científicos a América.

La reforma de la Hacienda.
Las cargas fiscales mucho más moderadas en proporción a la riqueza real que las soportadas en el siglo anterior, gracias a que la política exterior fue menos belicosa y a que crecieron las remesas fiscales de América eran hasta llegar a un 1/4 de los ingresos de la Hacienda (aunque su interrupción en las guerras era por ello muy grave). Pero además la Hacienda se saneó mediante la reforma fiscal, que aumentó la recaudación, con un mejor equilibrio entre las clases productivas y ociosas. Los dos puntos básicos fueron:
- Fondo común de los impuestos, totalmente centralizado (excepto Navarra y País Vasco).
- Impuestos más modernos y equitativos, basados en el catastro que censaba todos los bienes y permitía gravar la riqueza rústica y urbana mediante un reparto equitativo (todos pagaban) y las rentas del trabajo (de esto estaban exentos los estamentos privilegiados). Este sistema se aplicó en la Corona de Aragón, con gran éxito, pero se fracasó en su aplicación en la Corona de Castilla, debido a la resistencia de los estamentos privilegiados a pagar por los bienes. Ensenada tuvo que dimitir en 1754 por la reacción popular a su catastro de 1750 y Carlos III tuvo que abandonar el proyecto en 1776 por lo mismo.

La reforma financiera.
La creación del Banco de San Carlos (1782) y de los vales reales, que fueron la primera moneda en papel de curso obligatorio, consolidaron la estabilidad monetaria.

La reforma de la industria.
En la primera mitad del siglo predominó una política mercantilista, con medidas intervencionistas y proteccionistas:
- Se promovieron manufacturas reales, pero fracasaron casi en su totalidad.
- La prohibición de importación de tejidos de seda y algodón de Asia (1717-1719), los aranceles fuertemente proteccionistas de la seda (1744) y la lana (1747).
En la segunda mitad del siglo, algunas medidas fueron inspiradas por la fisiocracia hacia la desreglamentación:
- La reglamentación liberal (sin trabas gremiales) de las fábricas de indianas (1767).
- En 1790 se concedió plena libertad de fabricación, para toda clase de oficios y productos, sin someterse a los reglamentos de los gremios, lo que benefició sobre todo a la industria textil catalana, pero también a los restantes sectores.
Pero subsistía el mercantilismo en el proteccionismo:
- El arancel (25%) de tejidos de algodón (1760)
- Prohibición de importación de tejidos de algodón (1769).
- Prohibición de importación de ferretería (1775).

La reforma del comercio.
Se acordó la supresión de las aduanas interiores (1717), excepto en el País Vasco y Navarra.
Se promovió un programa de mejora de los caminos y puertos, lo que favoreció la unidad del mercado.
Directamente relacionada con la reforma agraria es la medida de libertad del comercio y precio de los granos (1765).
Se fomentan, según el mismo modelo de los países nórdicos, las compañías privilegiadas de comercio, como la Compañía General y de Comercio de los Cinco Gremios Mayores de Madrid (1763), o se fusionan, como la Guipuzcoana y la de Filipinas (1785), al tiempo que se apoyan las instituciones privadas de crédito.
Entre 1765 y 1778 se concedió progresivamente la libertad de comercio con América. Se rompió así el monopolio andaluz y cualquier español, saliendo desde cualquier puerto de España, podía comerciar con las colonias. Esto repercutió en el auge de los puertos mediterráneos y cantábricos y, sorprendentemente, no perjudicó al comercio de Cádiz. La libertad comercial probaba su eficacia para el desarrollo.

LA REFORMA AGRARIA.
El alza de los precios agrícolas (en trigo, vino, aceite) empujo a la roturación de tierras y a la mejora de la productividad agraria, pero había un obstáculo muy grave: el problema agrario, que consistía en que había muchas tierras sin cultivar y muchos campesinos sin tierras, porque la nobleza, la Iglesia y los Ayuntamientos poseían la mayoría de las tierras (amortización o “manos muertas”).
El poder político, ante la magnitud de las tensiones agrarias, era consciente de la necesidad de profundas reformas, y se emprendieron varias realmente importantes, pero fracasó en solucionar el problema fundamental, el acaparamiento de la propiedad por los estamentos privilegiados, debido a que estos eran todavía demasiado poderosos.

Los primeros intentos de reforma agraria.
En los años finales del reinado de Felipe V, en 1737-1738, se decretó el reparto de las tierras baldías de los municipios (que se empleaban para pastos y leña), pero en muchos lugares no se cumplió.
En el reinado de Fernando VI, en 1747 se anularon tales medidas y se devolvieron a los concejos las tierras ya vendidas, debido a las pésimas consecuencias que tenía aquella medida para las haciendas municipales, carentes de alternativas de financiación.
En 1749 Ensenada inició la política de repoblación de pueblos y comarcas abandonados.
El 16 de marzo de 1751 se reguló la intervención en los bienes de los Pósitos, con la creación de la Superintendencia General de Pósitos. Era una medida de fomento que alcanzó resultados inmediatos: se pasó de 3.371 pósitos municipales en 1751 a 5.225 en 1773, y se sanearon muchos de ellos al sustraerlos a las prácticas más abusivas de las oligarquías locales. Pero la mala gestión del Consejo de Castilla y a fines de siglo el déficit fiscal llevó a la intervención de los caudales de dinero y los depósitos de granos de los pósitos, que perdieron así gran parte de su eficacia, para entrar en rápida decadencia (en 1850 su número había bajado a 3.410 y su importancia aun mucho más). Se hubiera necesitado un eficiente Pósito en cada municipio para atender a los necesarios créditos de cultivo (y no sólo los de siembra), pero estaban dominados por los agricultores acomodados, los cargos municipales y las clases privilegiadas, más interesados todos en dificultar el acceso a la propiedad de los pobres que de facilitarla.
Es en el reinado de Carlos III, cuando comienza el primer verdadero programa de reforma agraria.
Se intensifica la política de repoblación, sobre todo con el experimento dirigido por el intendente Olavide en Sierra Morena, donde se asientan colonos alemanes y flamencos en nuevos pueblos como La Carolina.
En 1760 se crea la Contaduría General de Propios y Arbitrios, bajo la competencia del Consejo de Castilla, para fiscalizar la administración de estos bienes, evitar que se usufructuasen por los terratenientes locales y para bajar los impuestos municipales.
La libertad de precio y de circulación del trigo (1765). En el pasado, cuando había habido una mala cosecha de cereales, se prohibía el aumento del precio del pan (la tasa), pero los ilustrados creían que era una medida irracional, pues si subía el precio del pan era porque había poco trigo al estar tasado, porque los agricultores tendían a cultivar otros productos, con lo que había desabastecimiento. Esta escasez sólo podía superarse si la gente se organizaba para producir más trigo. ¿Y qué mejor estímulo podía haber para aumentar la producción de una mercancía que el que esta se pagara bien? La nueva libertad tuvo al principio un efecto negativo porque coincidió en 1766 con una mala cosecha, lo que provocó los motines de la primavera de 1766 (el mayor fue el de Esquilache), pero fue beneficioso a largo plazo, pues los agricultores se dedicaron a producir más trigo y el precio bajó a niveles razonables, acabando con las periódicas hambrunas del pasado.

La teoría de la reforma agraria.
Además, el carácter dramático de la situación de 1766 obligó a plantear el problema de una auténtica reforma agraria, largamente planificado desde 1750 por el Consejo de Castilla y que continuó meditándose en los decenios siguientes, destacando los informes de Floridablanca, Campomanes y Jovellanos.
Floridablanca, en su Respuesta del fiscal en el Expediente de la provincia de Extremadura (1770), planteaba una propuesta moderada: entregar a los campesinos las tierras incultas, comunales, de propios (de los ayuntamiento pero arrendadas a particulares), baldíos y dehesas (de particulares).
Campomanes, en su Memorial ajustado (1771), planteaba una propuesta más ambiciosa: repartir las tierras anteriores entre las familias campesinas no propietarias, con fincas inalienables e indivisibles, junto con créditos estatales para comprar ganado y aperos; además, los contratos de arrendamiento debían reformarse para asemejarse a los censos enfitéuticos catalanes (perpetuos, con pagos estables)
Jovellanos, en su Informe de la Ley Agraria (1794), planteaba la reforma más ambiciosa y liberal: toda la tierra perteneciente a los mayorazgos (nobleza) y a las “manos muertas” (Iglesia y ayuntamientos) debía mercantilizarse, para que los inversores la hicieran producir.
Las ideas de estos reformistas ilustrados influirán decisivamente en la reforma agraria y la desamortización del siglo XIX e incluso de parte del siglo XX.

La difícil aplicación de la reforma agraria desde 1766.
Aranda y Campomanes inician desde 1766 la reforma con la medida más arriesgada del reparto de las tierras concejiles en arrendamiento (1766) entre los campesinos más necesitados de Extremadura de “todas las tierras labrantías propias de los pueblos y las baldías y concejiles”, medida que se hizo extensiva en los dos años siguientes a Andalucía, La Mancha y finalmente el resto del país. Pero la medida fracasó por la ausencia de créditos a los nuevos labradores para que invirtiesen en las tierras, por el incumplimiento en muchos lugares ante la oposición pasiva de los municipios y por el intento de las clases privilegiadas de beneficiarse clandestinamente: los arrendatarios pobres perdían casi siempre su lote al cabo de un año, al no poder cultivar debidamente la tierra, y entonces aparecían los especuladores para quedarse con la tierra.
Se recortan los privilegios de la Mesta para potenciar a la agricultura, mediante varios decretos (1779-1788), que autorizan a los propietarios a cercar sus fincas.
En 1785 se prohíbe aumentar el precio de los arrendamientos rústicos, lo que hubiera sido a largo plazo una reforma trascendente. Pero en 1803 se derogó la medida.
En el reinado de Carlos IV, en 1798, comenzó la desamortización eclesiástica al vender las propiedades de varias instituciones benéficas de la Iglesia. Era 1/6 de la propiedad eclesiástica en la Corona de Castilla y en compensación se pagaba una renta anual.
Eran medidas demasiado moderadas e insuficientes:
‹‹La política económica de los Borbones en el siglo XVIII, sobre todo, al calor de una época de paz que coincide con el reinado de Carlos III, si bien favoreció un crecimiento lineal de la economía, no fue capaz de provocar una transformación del sistema, porque mantuvo en vigor las suficientes trabas como para impedirle dar el salto y desarrollarse. (...) históricamente no se puede hacer la revolución industrial, sin antes hacer la revolución liberal. Para acceder a un capitalismo autogenerado las economías del Antiguo Régimen no tienen más vía que la de este doble proceso revolucionario.›› [Rodríguez Labandeira. 1982: 180-181, en Rodríguez Labandeira, José. La política económica de los Borbones, pp. 107-184, en Artola, M. La Economía española al final del Antiguo Régimen. Vol. IV. Instituciones.]
La cuestión esencial era la estructura de la propiedad agraria, dominada por las clases superiores del Antiguo Régimen, pero a fines del siglo XVIII esta estructura estaba en crisis, tanto en el terreno de las ideas, como por las necesidades de la Hacienda. Era sólo cuestión de tiempo que comenzara la desvinculación y la desamortización, al socaire de los tiempos renovadores que recorrían Europa. Y la puntilla llegó con las crisis bélicas.

3. LA ESPAÑA DEL SIGLO XVIII: LA POLÍTICA INTERIOR Y EXTERIOR.
En esta parte nos concentraremos en la vida política de la España borbónica, limitándonos a algunos aspectos de la evolución política interior y exterior.

3.1. EL CAMBIO DE DINASTÍA.
Carlos II (1665-1700) dio frecuentes muestras de enajenación mental, además (afortunadamente) era impotente y no consiguió tener descendencia en sus dos matrimonios. Las casas reales europeas se disputaron la previsible sucesión de España y de su imperio. El país se dividió en dos bandos: uno favorable a la dinastía francesa de los Borbones (Felipe de Anjou) y otro a la austriaca de los Habsburgo (Carlos de Austria). Luis XIV maniobró en los últimos años para asegurarse la sucesión, devolviendo sus conquistas (Luxemburgo, Flandes, Cataluña) en la 3ª guerra (1689-1697), acabada con la Paz de Ryswick. Carlos II había preferido a Maximiliano de Baviera, aun a costa de ceder varios dominios a Francia y Austria, pero la muerte del candidato en 1699 le llevó a aceptar a Felipe como el mejor candidato para conservar la mayoría de los dominios reales.
A la muerte de Carlos II (1-XI-1700), se entronizó la nueva dinastía de los Borbones, con Felipe V, que no renunció a sus derechos a la corona francesa ni a las posesiones europeas que Luis XIV había pactado entregar a Austria.
Desde el primer momento se fue formando una amplia alianza, dirigida por Guillermo de Orange, rey de Gran Bretaña y estatúder de Holanda, con Austria, Portugal, Saboya, Prusia y Hannover,, unidos contra la amenaza de la unión en una sola corona de Francia y España. Los Borbones sólo tuvieron el apoyo de Baviera.

La guerra de Sucesión de España (1702-1714).


Mapa de la Guerra de Sucesión de España.

Es la primera guerra europea de la era moderna, extendida a toda Europa y las colonias. Tras un primer año de preparación de las fuerzas militares, la guerra comenzó en 1702, con éxitos de Felipe en Italia, pero con derrotas en el mar. En 1704-1705 la situación empeoró para los Borbones, con el desembarco del pretendiente Carlos en la Península y la conquista de Gibraltar y Menorca por la flota anglo-holandesa.
En este momento, los países de la Corona de Aragón se pusieron del lado de Carlos (más respetuoso de las autonomías), mientras Castilla (procentralista) lo hacía a favor de Felipe.
Las derrotas francesas en los Países Bajos (Blenheim, Ramillies, Lille, Oudenarde, Malplaquet) e Italia se sucedieron hasta el final de la guerra y en 1710 Luis XIV estuvo a punto de rendirse. Pero en la Península, en cambio, los Borbones ganaron, tras varias vicisitudes (traición de parte de la nobleza, dos pérdidas de Madrid), las batallas de Almansa (1707), Brihuega y Villaviciosa (1710), lo que aseguró el dominio sobre España. La muerte en 1711 del emperador Leopoldo I hizo subir al trono a Carlos, lo que presentó el nuevo peligro de un Imperio universal de los Habsburgo como el de Carlos V. Felipe V renunció en 1712 a sus derechos sobre la corona francesa y ello facilitó el acuerdo final, en la Paz de Utrecht (1713).


Mapa del reparto del imperio español en Europa después de la Paz de Utrecht (1713).

España y su imperio americano y Filipinas quedaban en manos de Felipe de Borbón, pero cedía a Gran Bretaña las posesiones de Gibraltar y Menorca, amén de concesiones comerciales en América. Carlos de Austria conseguía la mayoría de los dominios europeos: Países Bajos, parte del Milanesado, Nápoles, Cerdeña. Saboya obtenía el resto del Milanesado y Sicilia (que luego fue intercambiada por Cerdeña).

3.2. FELIPE V (1700-1746).
El reformismo centralizador.
El reinado de Felipe V se caracterizó en su política interior por el reformismo centralizador, con los ministros Patiño, Campillo y Ensenada. Ya hemos visto las numerosas medidas que se promulgaron.

La agresiva política exterior.
Tuvo tres principios fundamentales:
-Alianza con Francia.
-Oposición a Gran Bretaña (amenaza colonial y comercial, reivindicación de Gibraltar y Menorca).
-Recuperación de las antiguas posesiones italianas para poder entronizar a los hijos de Felipe V e Isabel Farnesio: Carlos y Felipe.
Al principio, Alberoni reconstruye la flota y promueve la ocupación de Cerdeña y Sicilia, que es respondida con una cuádruple alianza (Francia, Gran Bretaña, Holanda, Austria) y una guerra que España pierde (1718-1719). En la Paz de la Haya (1720), España devuelve las dos islas italianas, pero ha comenzado la reivindicación sobre las históricas posesiones italianas de la corona española.

Los primeros Pactos de Familia.
Una línea continua de la política exterior española fue la alianza con los Borbones de Francia (Luis XV, Luis XVI), más luego los Borbones italianos del ducado de Parma (Felipe) y el reino de Nápoles o de las Dos Sicilias (Carlos). Se firmaron dos pactos: 1734 y 1743.
Como consecuencia, España participó en la guerra de Sucesión de Austria (1740-1748), al lado de Francia y Prusia, en contra de Austria y Gran Bretaña y los resultados fueron la conquista del reino de las Dos Sicilias (Nápoles y Sicilia) para Carlos (1738) y el ducado de Parma para Felipe (1748).
La alianza de los Borbones funcionó con eficacia durante el periodo 1700-1789, en oposición a Gran Bretaña, con alianzas cambiantes con las demás potencias europeas (Austria, Prusia, Holanda, Saboya).

3.3. FERNANDO VI (1746-1759).
El reformismo y la neutralidad.
El rey nombra a dos ministros, Ensenada y Carvajal, de ideas distintas, que mantienen un equilibrio en su política exterior mientras estimulan las reformas internas. El pro-francés Ensenada reforma la hacienda (catastro, simplificación impositiva): los ingresos aumentan un 54% de media y se financia un programa de construcción naval en los arsenales de Ferrol y Cartagena, que reforzó la Marina. En cambio, el pro-británico Carvajal dirige la política exterior, neutralista respecto a Gran Bretaña y Portugal. Tras la caída de Ensenada en 1754 y hasta 1759 se sigue una política antirreformista, mientras el rey vive en la locura tras la muerte de su esposa. Pero el régimen no sufre por ello, prueba de su estabilidad.

3.4. CARLOS III (1759-1788).
Carlos III era hijo de Felipe V. Desde 1735 era rey de Nápoles y cuando sucedió a su hermano Fernando VI en el trono de España, ya poseía una larga experiencia de gobierno ilustrado, con su excelente ministro Tanucci.

El gobierno ilustrado.
El rey llegó acompañado de varios ministros italianos, como Grimaldi y Esquilache, pero mantuvo a gran parte del gobierno anterior. Los ministros más importantes fueron Floridablanca, Campomanes y Aranda, quienes impulsaron las reformas políticas (sobre todo regalistas) y económicas, que en este reinado llegaron a su cenit.

El motín de Esquilache.
Este conflicto fue el punto culminante de los conflictos sociales en la España borbónica del XVIII, por lo que merece un análisis detallado.
El rey y su ministro decidieron transformar el aspecto de Madrid, que pasó de ser “la Corte más puerca del mundo” a convertirse en una ciudad limpia, bien iluminada de noche, con obras monumentales, hasta el punto de que Carlos III fue llamado “el mejor alcalde”.
Pero esto exigió cambiar ciertas costumbres incompatibles con la higiene más elemental. Se ordenó a todos los vecinos regar y barrer el espacio que rodeaba sus viviendas, después de retirar las basuras que habitualmente se amontonaban en medio de la calle. Después se pasó a exigir a los propietarios la pavimentación de las calles y la colocación de faroles. La gente empezó a enfadarse y no faltaron médicos que aseguraron que tanta higiene no servía para nada.
A continuación se inició una campaña de “seguridad ciudadana”. Se prohibió a los paisanos circular con armas y, para completar la campaña, el 10 de marzo de 1766, se pegó en las esquinas un bando que prohibía a los hombres el uso de capas largas y sombreros de ala ancha. Este era el traje típico de las clases populares de Madrid, pero también favorecía la circulación de “embozados” que cometían toda clase de tropelías bajo el anonimato de su atuendo. Se intentó hacer cumplir el bando por la fuerza, y en pocos días el ambiente de la capital se puso al rojo vivo.
Por fin, el domingo de Ramos (23-III-1766), se produjeron los primeros choques entre grupos de paisanos y la guardia valona del rey. Hubo algunos muertos y los alborotadores, tras asaltar la vivienda de Esquilache, se concentraron en tono amenazante ante el palacio real. Un fraile del convento de San Gil, muy popular, se avino a actuar de intermediario entre el rey y los revoltosos. El rey, en vez de aceptar el consejo de los militares de una dura represión, aceptó el 25 de marzo (se publicaron las disposiciones en la “Gaceta”): el destierro de Esquilache, la salida de Madrid de la guardia valona, la autorización para que cada uno pudiera vestir como quisiera y la rebaja del precio de los principales alimentos, especialmente del pan.
A partir del 1 de abril se produjeron algaradas y motines populares en más de veinte ciudades. Se reclamaba el abaratamiento del precio del pan. Era un síntoma de los efectos de la política liberalizadora de Carlos III y sus ministros, respecto al comercio de granos. Pero el régimen mantuvo las medidas liberalizadoras y estas acabaron por tener éxito.

La política exterior.
En la política exterior se firmó el Tercer Pacto de Familia (1761) con los Borbones, lo que cerró el periodo neutralista y se entró en conflicto con Gran Bretaña al final de la guerra de los Siete Años, sufriendo varias derrotas (Manila, La Habana). En la Paz de París (1763) España pierde Florida, pero recibe de Francia en compensación la enorme Luisiana. En cambio, con la afortunada intervención (1779-1783) en la guerra de Independencia de EEUU se recuperan Florida y Menorca, pero no se consigue tomar Gibraltar.

3.5. CARLOS IV (1788-1808).
Carlos IV heredó de su padre el gobierno de Floridablanca, cada vez más reaccionario debido al estallido de la Revolución Francesa.

La crisis final del Antiguo Régimen español.
Godoy, un favorito de la reina, sustituyó a Floridablanca, comenzando la larga crisis que llevaría a 1808.
En este reinado la corrupción y la ineficacia administrativa fueron lacras crecientes. La Hacienda era crecientemente deficitaria. Hubo un progresivo abandono del esfuerzo ilustrado, patente desde antes de la muerte del rey Carlos III y agravado en la década de 1790, por la amenaza de la Revolución Francesa, que despertó la intolerancia y el fanatismo del clero y de las clases populares contra los ilustrados. Como resultado, los reformistas (Jovellanos) fueron represaliados y el sistema político y social se encaminó a una crisis total, en medio de la crisis económica iniciada en 1796.

La política exterior.
Las guerras con Francia (1793-1795), Portugal (1801-1803) y Gran Bretaña (1797-1801 y 1804-1808) llevaron al país a una situación económica lamentable, sobre todo en Cataluña.
En el primer momento España formó parte de la gran alianza antirrevolucionaria de las potencias europeas contra la Revolución Francesa (1793-1795). Fue una guerra muy popular al principio que terminó con un fracaso y una paz que concedía Santo Domingo a Francia.
El cambio de alianzas supuso la guerra contra Gran Bretaña, en dos periodos, 1797-1801 y 1804-1808. El tráfico americano fue gravemente afectado y en 1805 la flota franco-española fue aniquilada en Trafalgar.
La guerra con Portugal (1801-1803) fue poco importante aunque España se apoderó definitivamente de la plaza de Olivencia (Badajoz). Pero en 1807 la preparación de una nueva invasión de Portugal posibilitó la entrada de un ejército francés que provocaría el conflicto de 1808.

BIBLIOGRAFÍA.
Documentales / Vídeos.
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Libros.
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PROGRAMACIÓN.
OP UD 36. CRECIMIENTO ECONÓMICO, ESTRUCTURAS Y MENTALIDADES SOCIALES EN LA EUROPA DEL SIGLO XVIII. LAS TRANSFORMACIÓNES POLÍTICAS EN LA ESPAÑA DEL SIGLO XVIII.
UBICACIÓN Y SECUENCIACIÓN.
ESO, 2º ciclo.
Eje 3. Sociedades históricas y cambio en el tiempo. Bloque 1. Sociedades históricas. Núcleo 4. Las sociedades de la época moderna.
- Las sociedades del Antiguo Régimen en Europa; crisis político-religiosas; arte Renacentista y Barroco, el Racionalismo y la Ilustración.
RELACIÓN CON TEMAS TRANSVERSALES.
Relación con temas de la Educación para la Paz y de Educación Moral y Cívica.
TEMPORALIZACIÓN.
Cuatro sesiones de una hora.
1ª Lectura de un texto. Diálogo, con evaluación previa. Exposición del profesor. Cuestiones.
2ª Exposición del profesor. Cuestiones.
3ª Exposición del profesor, de refuerzo y repaso; esquemas, mapas y comentarios de textos.
4ª Exposición del profesor, de refuerzo y repaso; esquemas y comentarios de textos.
OBJETIVOS.
Comprender la ideología de la Ilustración.
Sintetizar la sociedad europea en el siglo XVIII.
Relacionar la sociedad y la economía en Europa en el siglo XVIII.
Analizar el reformismo borbónico en España.
Comparar el reformismo borbónico con el Despotismo ilustrado en el resto de Europa.
CONTENIDOS.
A) CONCEPTUALES.
La Ilustración.
La sociedad y la economía en Europa en el siglo XVIII.
El reformismo borbónico.
B) PROCEDIMENTALES.
Tratamiento de la información: realización de esquemas del tema.
Explicación multicausal de los hechos históricos: en comentario de textos.
Indagación e investigación: recogida y análisis de datos en enciclopedias, manuales, monografías, artículos...
C) ACTITUDINALES.
Rigor crítico y curiosidad científica.
Tolerancia y solidaridad.
METODOLOGÍA.
Metodología expositiva y participativa activa.
MOTIVACIÓN.
Una lectura de un texto sobre la Ilustración, con diálogo posterior.
ACTIVIDADES.
A) CON EL GRAN GRUPO.
Exposición por el profesor del tema.
B) EN EQUIPOS DE TRABAJO.
Realización de una línea de tiempo sobre el proceso.
Realización de esquemas sobre la UD.
Comentarios de textos sobre la Ilustración, las reformas borbónicas...
Contestar cuestiones en cuaderno de trabajo, con diálogo previo en grupo.
C) INDIVIDUALES.
Realización de apuntes esquemáticos sobre la UD.
Participación en las actividades grupales.
Búsqueda individual de datos en la bibliografía, en deberes fuera de clase.
RECURSOS.
Presentación digital y mapas.
Libros de texto, manuales.
Fotocopias de textos para comentarios.
Cuadernos de apuntes, esquemas...
EVALUACIÓN.
Evaluación continua. Se hará especial hincapié en que se comprenda la relación entre los procesos de España y europeo.
Examen incluido en el de otras UD, con breves cuestiones y un comentario de texto.
RECUPERACIÓN.
Entrevista con los alumnos con inadecuado progreso.
Realización de actividades de refuerzo: esquemas, comentario de textos...
Examen de recuperación (junto a las otras UD).

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