jueves, 23 de octubre de 2014

CS 2 UD 07. Renacimiento y Reforma.

CS 2 UD 07. RENACIMIENTO Y REFORMA.

La UD trata los siguientes temas:
1. El Humanismo.
2. La Reforma protestante.
3. La Contrarreforma católica.
4. El nuevo espíritu del Renacimiento.
5. El Quattrocento.
6. El Cinquecento.
7. La difusión del Renacimiento.
Dosier: Las guerras religiosas de los siglos XVI y XVII.


            El índice en extenso:
INTRODUCCIÓN:
Un resumen.
El nacimiento de la Era Moderna.
La Reforma protestante.
Las guerras religiosas de los siglos XVI y XVII.

1. EL RENACIMIENTO.
CONCEPTO.
CRONOLOGÍA.
LOS ESTADOS MODERNOS.        
LA POBLACIÓN.
LA ECONOMÍA.
LA SOCIEDAD.

2. LA CULTURA RENACENTISTA.
EL HUMANIS­MO.
EL RETORNO A LA MEDIDA HUMANA.
ARTE Y HUMANISMO.
LAS EXCAVACIONES ARQUEOLÓGICAS.
¿CÓMO ERA UN HUMANISTA?
EL MODELO HUMANO DEL RENACIMIENTO.
El humanista: sabio, caballero, cortesano.
La dama.
LAS UNI­VER­SI­DADES.
DIVULGACIÓN DEL HUMANISMO: LA IMPRENTA.
LA LITERATURA.
LA FILOSOFÍA.
LA NUEVA CIENCIA.
LA MEDICINA.
LA ASTRONOMÍA.
LAS CIENCIAS NATURALES, LAS MATEMÁTICAS, LA FÍSICA.
LA HISTORIA Y LA POLÍTICA.    

3. LA REFORMA Y LA CONTRARREFORMA.
INTRODUCCIÓN.
3.1. LA REFORMA.
Los antecedentes.
EL LUTERANISMO.
Lutero.
La doctrina luterana.
La expansión del luteranismo.
EL CALVINISMO.
Zuinglio.
Calvino y su doctrina.
La expansión del calvinismo.
EL ANGLICANISMO.
Enrique VIII.
3.2. LA CONTRARREFORMA.
Concepto.
El Concilio de Trento y la doctrina contrarreformista.
Las ór­denes religiosas: los jesuitas.
La Contrarreforma en España.
La expansión mundial del catolicismo.

4. LOS ENFRENTAMIENTOS POLÍTICO-RELIGIOSOS DEL SIGLO XVI.
La división europea en dos bandos religiosos.
CARLOS V CONTRA LOS PRÍNCIPES ALEMANES.
LA GUERRA RELIGIOSA EN LOS PAÍSES BAJOS.

LAS GUERRAS DE RELIGIÓN EN FRANCIA.

Un resumen.
El siglo y medio que transcurrió entre la llegada europea a América y el final de la guerra de los Treinta Años fue una época de transición y tensión intelectual. Después de 1648, la religión siguió siendo importante en la historia europea, pero no se volvió a dudar de la prioridad de las preocupaciones seculares. Debido a que este cambio de valores suscitó inquietud e incertidumbre en su comienzo, los pueblos de Europa exhibieron una profunda ambivalencia: ya no eran medievales, pero tampoco eran modernos.
Desde c. 1450 comien­za en Europa una época de reno­vación en todos los sentidos: polí­tica (los Estados nacio­nales se or­gani­zan como monarquías absolu­tas, se independizan de la tutela del Imperio y el Papa­do, do­minan a los señores feudales), eco­nó­mica (desa­rro­llo del co­mer­cio), social (ascen­so de la bur­gue­sía), cultural (difusión del Humanismo, y del saber mediante la im­prenta), artís­tica (gó­tico tardío y, sobre todo, expan­sión del Rena­ci­miento como un arte italiano), religiosa (inicios doctri­nales de la Reforma, que surge ya en el siglo XVI y, más tarde, Contrarreforma). La velocidad histórica se incrementa, de modo que se rompe con la estabili­dad de la época medieval: el cambio se hace constante, exponen­cial, sobre todo con la expansión ultramarina a América, África y Asia. El siglo XVI cono­ce un recrudecimiento de la competen­cia entre los Estados por la he­gemonía europea.

El nacimiento de la Era Moderna.
Esta ambigüedad se manifestó en quienes, a finales del siglo XV, comenzaron a explorar las tierras situadas más allá de las costas europeas.
Ningún suceso aislado puede exponer mejor la inquietud de este periodo que el primer viaje de Cristóbal Colón. Espoleada por la rivalidad nacional y el interés comercial en abrir nuevas rutas comerciales hacia el Oriente, la Monarquía hispánica costeó las especulaciones del navegante y mercader veneciano. El rey portugués, Enrique el Navegante, había rechazado los planes de Colón y éste se dirigió a la Corte española donde Isabel la Católica, tras vencer muchas dudas, y buscando apoyo económico ajeno, financió la expedición de Colón. El resultado fue inesperado. Había un nuevo mundo al oeste. Los horizontes se ampliaban y el mundo físico y material se había convertido en un objeto de curiosidad intelectual. Europa estaba lista para aumentar el escenario de sus operaciones. El 'encuentro' de las nuevas tierras con Occidente ocurrió en un momento crucial para España. Terminadas las guerras de reconquista, expulsados los hispanomusulmanes y coincidente con la salida de los judíos que no aceptaban ser cristianos, los reyes de España vieron en los descubrimientos y posterior conquista la mejor manera de dar una salida natural al impulso expansivo y a las energías acumuladas en las guerras peninsulares.
Inspirados por el celo religioso, exploradores como Vasco da Gama, Cristóbal Colón y Fernando de Magallanes hicieron posible un vasto esfuerzo descubridor y misionero. Motivados también por el afán de conseguir bienes materiales, contribuyeron a una revolución comercial y al desarrollo del capitalismo. Portugal y España, como patrocinadores de los primeros viajes, fueron los primeros en recoger la cosecha económica. Aunque la enorme cantidad de plata que fluyó a España contribuyó a una “revolución de los precios” (rápida devaluación del dinero e inflación a largo plazo), en un principio sirvió para poner un extraordinario poder en manos del rey Felipe II, de quien se decía que “en sus dominios no se ponía nunca el sol”. Heredero de los dominios de los Habsburgo en Europa occidental y América, Felipe se autoproclamó defensor de la fe católica. Su oposición a las ambiciones del Imperio otomano en el Mediterráneo no se debió sólo a que los turcos eran competidores imperiales sino también a que eran 'infieles' musulmanes. Del mismo modo, sus campañas contra los Países Bajos e Inglaterra tuvieron a la vez motivaciones políticas y religiosas, pues en ambos casos sus enemigos eran protestantes.

La Reforma protestante.
La Reforma protestante que Felipe II detestaba comenzó en 1517, año en que Martín Lutero expuso a debate público sus 99 tesis. En busca de la salvación personal y ofendido por la venta de indulgencias papales, el profesor de Wittemberg había llegado a una conclusión que se diferenciaba en poco de la que había provocado la muerte de Jan Hus un siglo antes. Lutero renunció a retractarse incluso cuando se enfrento a una bula de excomunión. No obstante, a pesar de su carácter religioso, tras proclamar que la salvación sólo se obtiene mediante la fe, el desafío de Lutero a la Iglesia se mezcló con aspectos políticos. Al reconocer el peligro de las repercusiones políticas de sus ideas, Carlos V puso a Lutero bajo proscripción imperial.
La ruptura de Lutero con la Iglesia podría haber sido un hecho aislado si no hubiera sido por la invención de la imprenta. Sus escritos, reproducidos en gran número y muy difundidos, fueron los catalizadores de una reforma más radical incluso, la de los anabaptistas. En su determinación por recrear la atmósfera del cristianismo primitivo, los anabaptistas se opusieron a los católicos y a los luteranos por igual. La Reforma tampoco pudo ser contenida geográficamente; triunfó en Suiza cuando Zuinglio impuso sus ideas en Zurich. En Ginebra, Juan Calvino, francés de nacimiento, publicó la primera gran obra de la teología protestante, Institución de la religión cristiana (1536). El calvinismo demostró ser la más militante políticamente de las confesiones protestantes. En Inglaterra el rey Enrique VIII impuso la independencia de Roma, dando paso a una nueva Iglesia, la anglicana.
Incapaz de conservar la unidad cristiana occidental, la Iglesia católica no cedió territorio a los protestantes. La Contrarreforma, que no sólo fue una respuesta al desafío protestante, representó un esfuerzo por vigorizar los instrumentos de la autoridad de la Iglesia católica. El Concilio de Trento reafirmó el dogma tradicional católico, denunció los abusos eclesiásticos y potenció la Inquisición y el Índice de libros prohibidos. Con la Compañía de Jesús, fundada por san Ignacio de Loyola, la Contrarreforma podía enorgullecerse de contar con una organización tan militante y dedicada como la de cualquier confesión protestante.

Las guerras religiosas de los siglos XVI y XVII.
Alentada fundamentalmente por los monarcas españoles Carlos V y Felipe II, la lucha entre los católicos y los protestantes no se limitó al área espiritual. Durante el periodo 1550-1650, las prolongadas guerras religiosas ocasionaron la destrucción general. No obstante, estas guerras religiosas se entrelazaron de modo inextricable con las contiendas políticas, que finalmente adquirieron un papel de gran importancia. En Francia, un sangriento conflicto civil entre los católicos y los hugonotes se prolongó durante 30 años hasta que Enrique IV fue reconocido como rey en 1593. Al poner el poder secular por encima de la lealtad religiosa, el protestante Enrique se convirtió al catolicismo, la religión de la mayoría de sus súbditos. En los Países Bajos, la España católica y las provincias holandesas, calvinistas, entablaron una larga guerra (1567-1609) que finalizó con la victoria de estas últimas. La religión se identificó muy de cerca con las aspiraciones nacionales; el líder holandés, el conde Guillermo de Orange-Nassau , que había sido sucesivamente católico y luterano antes de hacerse calvinista, reunió a su pueblo para convocar la resistencia nacional por encima de todo.
También en Inglaterra la lucha religiosa fue parte de un esfuerzo mayor para asegurar la independencia nacional. Bajo la reina Isabel I las razones de estado dictaron la política religiosa; como resultado, la autonomía administrativa protestante y el ritual católico fueron hábilmente tejidos para fabricar una solución intermedia: la Iglesia de Inglaterra (Iglesia anglicana).
Con ayuda de unas terribles tormentas (el “viento protestante”), la Inglaterra de Isabel rechazó a la Armada Invencible que Felipe II de España había enviado en 1588, lo que supuso una victoria tanto nacional como religiosa. Al conocer esa derrota, el rey español exclamó: “He enviado mis naves a luchar con los hombres, no contra los elementos”.
En el siglo XVII España perdió su liderazgo europeo, que pasó a Francia, su enemigo tradicional, al final de la guerra de los Treinta Años, que fue la última guerra religiosa y la primera moderna. Iniciada en Bohemia, donde los Habsburgo católicos y los checos protestantes mantenían una fiera oposición, la confrontación fue alimentada por dos países luteranos, Dinamarca y Suecia. Sin embargo, casi desde el principio, su carácter fue ambiguo; aunque desde el principio las pasiones religiosas contribuyeron a su estallido, en 1635 la guerra se convirtió en una lucha política entre las dinastías Habsburgo y Borbón, ambas católicas. Ejemplo de este periodo de tensiones, a la vez que de transición, fue el cardenal Richelieu, un miembro de la Iglesia católica cuyos intereses eran seculares y que implicó a Francia en la contienda. Al final de la guerra, Francia surgió como la potencia más poderosa del continente europeo y el prototipo del Estado secular y centralizado.

1. EL RENACIMIENTO.
CONCEPTO.
El concepto de Renacimiento ha variado notablemente. Se había considerado como un movimiento opuesto a la Edad Media, pero hoy se reconoce que brotó del seno de la Baja Edad Media sin una ruptura, desarrollando las semillas presentes en la sociedad gótica. Fue un resurgi­miento de la cul­tura griega y romana y de su arte, junto a un fuerte impulso de la creación artísti­ca.
Pero hubo más, pues a lo largo de los siglos XV y XVI Eu­ro­pa vivió una trans­for­mación profunda en todos los órde­nes: el cam­bio social y eco­nómico, polí­tico y religio­so, ideo­lógico y científico, que en lo cultu­ral se ex­presa en el huma­nismo, una nue­va visión del mundo y del hom­bre, una aper­tura de los hori­zon­tes de la Huma­nidad.
El Renacimiento, por lo tanto, es un movimiento cultural, pero cuyo término ha sido utilizado para bautizar su época.

CRONOLOGÍA.
Su cronología es distinta para cada país e incluso para cada región y los autores difieren mucho, pues tienden a con­fundir el Renacimiento italiano con el europeo.
A nuestro jui­cio, el Renacimiento ita­liano, como tal movi­miento cul­tural, nace h. 1300, pero como estilo artís­tico sólo aparece h. 1400.
En cuan­to al europeo, también se avanza la cultu­ra res­pec­to al arte, pues la cultura renacentis­ta se difunde en Euro­pa desde fina­les del siglo XV pero el arte -salvo alguna ex­cepción como Durero- sólo lo hace realmente a partir aprox. de 1520-1525 y conti­núa en el siglo XVI, pero ya transformado en un nuevo esti­lo, el Ma­nie­rismo, que en Ita­lia se ha impuesto h. 1525.
Los historiadores tampoco están de acuerdo sobre su final, pues proponen un abanico tan amplio para el fin del Renaci­mien­to cultu­ral como entre 1550 y 1620, atendiendo a que la Contra­rreforma se asocia al inicio del Barroco (también el arte ba­rroco aparece más tarde que la cultura barroca). La ma­yoría pone el límite en 1600 sólo por usar el crite­rio del siglo.

LOS ESTADOS MODERNOS.      

Mapa de Europa en el siglo XVI.

A fi­nes de la Edad Media, en el siglo XV y aun más en el XVI, aparecen las “mo­nar­quías na­cionales”. Los Esta­dos feudales se convierten en Estados au­tori­tarios: Espa­ña, Fran­cia, Ingla­te­rra, Dina­marca, Sue­cia... que consolidan su sobera­nía en un doble fren­te, frente a la tutela de los po­de­res tradi­cionales del Impe­rio y del Papado, y frente al pluralismo feudal. Lo consiguen me­diante el desa­rro­llo de los instrumen­tos del poder: e­jército per­manen­te, bu­ro­cracia, apa­rato fis­cal, diploma­cia; y con una ideología polí­tica que los legitima: el absolutismo.

LA POBLACIÓN.
La población europea aumentó notablemente, hasta do­blarse entre 1460 y 1560, al pasar de 45 a 90 millones  de habitantes, gracias a la dis­minución relativa de las epidemias respecto al calamitoso pe­riodo 1348-1450, el fin de la Guerra de los Cien Años y de las luchas civiles en los Estados y a la mejora de la alimentación. La población de las ciudades aumentó significativamen­te: Vene­cia, Flo­ren­cia, Milán, Nápo­les, Pa­rís, Lon­dres, Amberes, Núrem­berg, Augs­burgo, Sevilla, sobre­pasan los 50.000 y en algu­nos casos los 100.000 habitantes. En ellas vivían co­merciantes y ban­que­ros, es­cri­tores y artistas…

LA ECONOMÍA.
La mayor demanda de la creciente población explica el au­mento de la producción ali­mentaria, lograda mediante la rotura­ción de tie­rras incultas y algunos nuevos cultivos.
Las técnicas productivas apenas mejoraron, ni en el campo ni en la artesanía, aunque se difundió el sistema de pro­ducción do­méstico, por el que el comerciante empleaba a artesanos en sus domicilios y comercializaba su producción.
El comercio se desarrolló porque los centros urbanos nece­sitaban ser abastecidos de pro­duc­tos cada vez más variados. Por Europa cir­culaban las sedas italianas, los paños de lana de los Países Bajos e Ingla­terra, los metales alemanes, los vinos franceses. Con los descubrimientos geográ­ficos comenzaron a llegar a Europa productos asiáticos: canela de China, nuez mos­cada de las Molucas, pimienta negra de Cey­lán... las espe­cias, que permitían condimentar y, sobre todo, conservar la carne.
Pero la gran novedad fue la llegada de los metales pre­cio­sos (oro y plata) de América, que desencadenó un crecimiento de la masa monetaria y una expansión de la demanda y de la produc­ción, del comercio y de las finanzas. El desarrollo de la banca y del gran comer­cio favoreció la difusión del crédito (letras de cam­bio). Los banqueros aumenta­ron su influencia: los Fugger y Wel­ser en Ausgburgo, los Médi­cis de Florencia, los Bonvisi de Lu­ca, los Grimaldi de Génova, los Ruiz de Medina del Campo, los Maluenda de Burgos.

LA SOCIEDAD.
Al final de la Edad Media se consolida la burguesía mer­cantil e industrial. Protagonista de la actividad comer­cial fue el comercian­te con dinero. Era el hombre de negocios, que aco­metía sus em­pre­sas con el mismo sentido de riesgo con que los nobles se exhi­bían en las guerras. Prestaba dinero a los reyes y su in­fluencia era grande. Algunos de estos negociantes fueron fa­mo­sos. De entre ellos destacaron los Fugger de Augs­burgo, los Médicis de Florencia, etc., que poseían palacios y castillos, colecciones de tapi­ces y pin­turas de artistas a los que prote­gían... La sociedad había cam­biado. Tras los austeros siglos medievales los hombres del Re­nacimien­to admiraban el lujo y la belleza.
Las restantes clases sociales, la nobleza, el clero, el campesinado, el artesanado urbano, se mantuvieron empero bá­si­camente inalteradas res­pecto al Medievo.

2. LA CULTURA RENACENTISTA.
EL HUMANIS­MO.
El Humanismo es la ideología rena­cen­tista que se extien­de por Europa en los siglos XIV-XVI, cuando el de­sarrollo de las univer­sidades, de los estudios de latín y grie­go, de la teolo­gía crí­tica, de la imprenta y de la brújula, etc., marcan una época de des­cubrimien­tos y divulgación­.
El Humanismo se ca­rac­teriza por:
- La fe en el hombre indi­vi­dual, en el triunfo del hombre mo­der­no que abarca la totali­dad del mun­do y del saber. El hom­bre acre­cienta su auto­no­mía, res­pecto de Dios y la Igle­sia.          
- Una nueva con­cep­ción del mun­do, ba­sada en la crítica de la ra­zón.
- Admira el mundo clá­si­co gre­co­rromano, como modelo cul­tural de refe­rencia, con su concep­ción pagana del hom­bre.
- En filoso­fía reúne todas la corrientes anti­guas (plato­nis­mo, aris­tote­lismo, estoi­cismo, epicureísmo, es­cepti­cismo, neo­plato­nis­mo).
- En religión es pa­ganizante, pero un humanismo cristia­no (Petrarca, Pico della Mirandola, Marsi­lio Ficino, Erasmo, Moro, Vives) afirma la con­tinui­dad entre el mundo clá­sico y el cris­tiano.
- Social­mente los humanistas son escritores, filó­so­fos, médi­cos, eclesiásti­cos, profesores, que a menudo se reúnen para dialogar en el pala­cio de un príncipe o en el taller de un im­pre­sor.         
- Las universidades difunden el pensa­mien­to racional y crí­tico, en detrimento de los ideales de la Igle­sia. El inci­piente humanismo emo­tivo del siglo XIII es sustitui­do por un huma­nismo racional en el siglo XV.

ARTE Y HUMANISMO.
Todo cambio ideológico exige un cambio en el lenguaje ar­tís­tico. En el Renacimiento se produjo una superación del len­guaje góti­co nór­dico, atento a las formas pero no a los hombres. En el caso único de Italia el mayor de­sarrollo comer­cial e in­dustrial con­vive con la pervi­vencia de las formas del cla­si­cis­mo an­tiguo, con la gestación del nuevo lenguaje del Rena­ci­miento desde finales del siglo XIII, y su eclosión en el XV.
El hombre se siente centro del Universo y exige un lengua­je artístico a su medida: el hombre domina al edificio, que se adapta a las proporciones huma­nas, con un equilibrio de ver­ti­calidad y horizontalidad, a fa­vor de ésta, con una geome­tría comprensi­ble, sin necesidad de la técnica gótica de eleva­ción construc­tiva, con unos elementos más clásicos. Las pinturas y las esculturas representan al hombre, sea príncipe, burgués o campe­sino, en su vida cotidiana.
Mejora la condición social del artista, lo que tendrá ex­traordinarios efectos en el futuro del arte, al permitir la libertad creativa. La com­pe­tencia de los príncipes por atraer a los mejores artistas e intelectuales los encumbra a la gloria ya en vida. Se vene­ra la in­di­vidualidad y el ge­nio: es un tiem­po de in­divi­duos geniales, que rom­pen con el ano­nimato de los gre­mios y de los talleres de arte. El ar­tista ge­nial comienza a inde­pendi­zarse del mecenas respecto a la con­cepción de la obra: Miguel Ángel pinta los temas que quiere, no los que le mandan.

LAS EXCAVACIONES ARQUEOLÓGICAS.
Las excavaciones realiza­das en esa época contribuyeron a hacer aparecer la actitud de amor por lo anti­guo que caracteri­zó al Renacimiento. En los primeros años del siglo XVI se des­cubrieron en Roma el grupo escultórico del Laocoonte, las Termas del empe­rador Tito, la Casa Dorada de Nerón, etc. Resul­ta fácil imagi­nar el entusiasmo que provocaron estos hallazgos arqueológicos. Se empezó a admirar el mundo clásico a través de sus mármoles y manuscritos, no sólo a través de noticias indirectas.

EL MODELO HUMANO DEL RENACIMIENTO.
Seguramente pocos hom­bres de aquella épo­ca exigente res­pondie­ron al modelo humanista. Su ideal era ser un hombre uni­ver­sal, a la vez un humanista y un caballero, mientras que la mu­jer ha de ser una dama.

El humanista: sabio, caballero, cortesano.
Si en la época medieval el hombre ideal eran el guerrero o el reli­gioso, en el Renacimiento es el hu­manis­ta, de cu­riosidad universal y vasta cultura (tanto clásica como moder­na), erudito y creati­vo a la vez (a menu­do ar­tista él mismo). Los humanis­tas pre­sumían de escribir únicamente en latín, de conocer el griego (algunos también el hebreo y otros idiomas an­tiguos), de leer a los escri­tores romanos y griegos, de dominar la filoso­fía.
Pero no se tomó como modelo al sabio hu­raño, ex­clu­sivamen­te en­trega­do a los libros, pues el humanista es también un ca­ba­lle­ro y un cor­tesano (el Cortigiano de Cas­ti­glio­ne). En las cortes renacentis­tas se con­side­raba impres­cindible la presencia en la vida so­cial. El hom­bre perfec­to debe poseer cul­tura, saber escribir y además ser buen con­versa­dor, dominar juegos, ser galante y de­senvol­verse en torneos y competiciones varias. Es el hombre de moda en los am­bientes cor­tesanos, que dis­cute sobre la idea de be­lleza y, en conse­cuen­cia, sobre la *cosa bella+, lo que da ori­gen a la crí­tica de arte.

La dama.
A la dama se le pedía honestidad y conocimiento de las letras, de la música y de la pintura, y además debía danzar bien, para que fuera adorno de las cortes y contento de varones tan diestros. Pero en esta época gana más autonomía relativa, en su largo camino hacia la igualdad de los sexos.

LAS UNI­VER­SI­DADES.
Las univer­sidades de Europa, como las italianas de Floren­cia, Roma, Venecia, Bolonia y Pa­dua, las españolas de Salaman­ca y Al­calá de Henares, la portu­guesa de Coimbra, la fran­cesa de París, las inglesas de Oxford y Cambridge, se con­vir­tieron en ac­tivos cen­tros educati­vos y del sa­ber, dominados por los pro­fesores huma­nistas, que iban por todo el con­ti­nente, de uni­ver­sidad en uni­versidad, disputa­dos por to­das, para enseñar a es­tudiantes también itinerantes.

DIVULGACIÓN DEL HUMANISMO: LA IMPRENTA.
La revolución del saber que supuso el Re­naci­miento quizá no hubiera sido posible sin un invento tras­cenden­tal: la im­pren­ta. De hecho, la reproducción de dibujos y signos median­te planchas era muy anterior. Los romanos antiguos sabían re­produ­cir dibujos y los venecianos medievales fabricaron naipes. Los chi­nos, a los que se considera como los auténticos invento­res de la im­prenta, sabían reproducir toda clase de escritos, pero el sis­tema que utilizaban era bastante tosco.
El invento del Renacimiento fue dife­rente. Consistía en la uti­lización de tipos móviles de metal. En vez de fabricar la plancha ente­ra, el impresor fabricaba las letras sueltas, que servían para sucesivas planchas. Por otra parte, como las letras se fundían en moldes independientes, le resul­taba fácil sustituir las letras desgastadas.


Este invento, de­cisivo para la Humanidad, se atribuye al im­presor de Maguncia, Johann Gutenberg. En 1446 regresó de Es­trasburgo, donde tenía un taller de orfebrería, a Maguncia, y se asoció a otro impresor, Juan Fust. En 1456 ambos producían suficientes tipos en su taller como para imprimir la Biblia.
La expansión de la imprenta fue fulminante por toda Euro­pa. En 1500 ya estaban registradas 40.000 ediciones de libros, la mayoría procedentes de Alemania e Italia, y se conocía la im­prenta en 14 países europeos. Los libros dejaron de ser un patrimonio de los más ricos. Se había encontrado el medio ade­cuado para la difusión de la cultura. Se editaron y difundieron a los clásicos de la filosofía (Platón, Aristóteles), de la ciencia (Pitágoras, Euclides), los autores griegos (Homero, Esquilo, Sófocles, Eurípides) y latinos (Virgilio, Cicerón, Séneca) y los medievales.

LA LITERATURA.
La novela, la poesía, el teatro se enriquecen con las grandes plumas de la época, sobre todo con Ariosto y Castiglione en Italia, Garcilaso y Fernando Rojas en España, y Ronsard y Rabelais en Francia.

LA FILOSOFÍA.
El Humanismo en filoso­fía reúne todas la corrientes anti­guas (plato­nis­mo, aris­tote­lismo, estoicismo, epicureísmo, es­cepti­cismo, neo­plato­nis­mo). La filosofía neopla­tónica y la to­mista dominan en Europa, hasta el advenimiento de la Reforma y la Contrarreforma.

LA NUEVA CIENCIA.
Siguiendo el camino iniciado por el filósofo inglés Roger Bacon en la segunda mitad del siglo XIII, que defendió la nece­sidad del modelo de conocimiento experimental, se produjeron importantes descubrimientos científicos que, si bien limitados, prepararon el camino para las decisivas aportaciones del siglo XVII. Los principales avances se dieron en la medicina, astro­nomía, las ciencias naturales, las matemáticas... La curiosidad por saber era general, como lo demuestra el enciclopedismo y la universalidad de intereses de Leonardo da Vinci. Pero subsis­tieron las creencias supers­ticio­sas, a me­nudo bajo aspectos seudocientíficos, como la as­trolo­gía (el francés Nos­trada­mus).

LA MEDICINA.
La medicina mejoró en las ciudades y las campañas milita­res, con más y mejores médicos, formados en universidades, con más conocimientos de anatomía, pero las condiciones de los hos­pitales siguieron siendo muy deficientes. Destacaron los estu­dios anatómicos de Leonardo Da Vinci, Vesalio y Servet.

 

El flamenco Andreas Vesalio (1514-64), fue un médico emi­nente. Estudió en Lovaina y París y fue profe­sor en Padua. Ba­sándose en la práctica de disecciones y explo­raciones anatómi­cas, Vesa­lio sentó las bases de la anatomía moderna. Profundo conocedor de las teorías de Galeno, no dudó en rechazar los errores que en ella había y que se habían per­petuado a lo largo de la Edad Media.


Miguel Servet fue un humanista, teólogo y médico ara­gonés que estudió en Barcelona, Toulouse y París y viajó por toda Europa. Publicó diversas obras teológi­cas como  De trini­tatis erroribus y Dialogorum de Trinitate. La más famosas es Chris­tianismi res­titutio (1553), en la cual des­cribió la circu­lación de la san­gre. A lo largo de su vida tuvo di­versos con­flictos con la In­quisi­ción católica por sus ideas religiosas, pero fi­nalmente Calvino lo encarceló en Ginebra, le condenó por hereje y le hizo morir en la hoguera.

LA AS­TRONOMÍA.


Nicolás Copérnico expone en De revolutionibus orbitum caelestium (1543) la teoría he­liocéntri­cala Tierra y los restantes pla­netas giran al­rededor del Sol, y no alredor de la Tierra como soste­nía la antigua tesis del roma­no Tolomeo. Es una novedad revolucionaria, que rompe con la tesis de que el hombre está en el cen­tro del Universo.

LAS CIENCIAS NATURALES, LAS MATEMÁTICAS, LA FÍSICA.
Las ciencias naturales, matemáticas y físicas se desarro­llaron extraordinariamente, gracias a los descu­brimientos geo­gráficos, los avances en la navegación, los tra­bajos de exce­lentes matemáticos como Luca Pacioli, autor de una Summa de arithmetica, geometria, proportioni et proportionatia (1494), o Pietro Pomponazzi, profesor en Padua, que cultivó una cien­cia separada de las ideas religiosas.

LA HISTORIA Y LA POLÍTICA.
Los historiadores y tratadistas políticos se multiplican: Guic­ciardini, Maquiavelo, Tomás Moro, Erasmo... Historia y política se convierten poco a poco en ciencias humanísticas, con una pretensión científica de conocer la verdad.

 

El historiador y embajador veneciano Guicciardini escri­bió una magna Historia de Italia, desde el punto de vista polí­ti­co-di­plomático, en la que procura reconstruir de forma racio­nal la urdimbre y el desarro­llo de las vicisitudes humanas. Por otra parte, y en un plano moralista, se halla dis­puesto a dar el máximo relieve a las fuerzas incontroladas de los protago­nistas y de las mul­titudes. Para él la historia no es ya exal­tación ni tampoco sólo relato; quiere que sea una explicación inteligi­ble. Supo concretar, siguiendo el modelo de los anti­guos, una visión racional de los hechos. En su obra leemos todo un con­junto de reflexiones, de discursos anticipadores, de re­laciones entre causas mediocres y efectos terribles, de imáge­nes, de símbolos. Al final su Historia de Italia aparece como un drama en el que se restablece un equili­brio moral.

2. LA REFORMA Y LA CONTRARREFORMA.
INTRODUCCIÓN.
A lo largo del siglo XVI, Europa sufrió una profunda cri­sis religiosa que motivó una auténtica revolución en la socie­dad occidental. La unidad de la Iglesia católica se resquebrajó cuando, en Alemania, Martín Lutero y sus seguidores, disconfor­mes con Roma, rechazaron la autoridad del papa, con lo que se inició la Reforma protestante. Su ejemplo fue seguido por otros personajes como Calvino y Zwinglio.
A la vez, se promovió una Reforma católica desde dentro de la propia Iglesia. Quienes tomaron esa iniciativa no se pro­po­nían abandonar la obediencia al Pontífice; antes bien, haciendo gala de una honda y sentida espiritualidad, propugna­ron una comple­ta revisión institucio­nal y doctrinal. Esta Re­forma cató­lica se conoce como Contra­rreforma y sus instrumentos fundamen­tales fueron la Compañía de Jesús y el Concilio de Trento.
A pesar de todos los esfuerzos de concordia, no pudieron evi­tarse las guerras de reli­gión ni la intolerancia por parte de ambos bandos reli­giosos.

2.1. LA REFORMA.
Los antecedentes.
Pese al progreso general respecto a la crisis del siglo XIV, el Renacimiento era también una época de angus­tia e in­seguridad para muchos: pobreza, hambre, peste, guerra, cambios en la vi­sión del mundo. La conciencia del pecado indi­vidual y co­lectivo im­plicaba la tesis de un cas­tigo divino al pecado. Los teólogos y predicado­res (Huss, Savo­narola y muchos otros, orto­doxos u he­terodoxos), provocaban horror al pecado, un endureci­miento de la justicia contra los herejes y pecado­res, un miedo atroz a la muerte en pe­cado que llevaría al in­fierno (las reli­quias y las indulgen­cias pa­gadas con dinero eran las respues­tas). Las auto­ridades ecle­siásticas combatían la supersti­ción y la brujería, fomentadas por la creencia en el fin del mundo y en las brujas.
En este ambiente ideológico, la Iglesia no respondía a las necesidades populares, debido a su materialismo y corrupción. El Papado se implica en guerras por el dominio de Italia, vende los car­gos, apoya a sus familiares, está degradado moral­mente, como­ gran parte del clero, poco educado, demasiado mate­rialis­ta. La vivencia religiosa era demasiado externa y formal.
Por todo ello surgirán nuevos movimientos espirituales, como los que siguie­ron las teorías del teólogo inglés John Wycliff (s. XIV) y el checo Jan Huss (s. XV), el dominico flo­rentino Savo­narola (a finales del siglo XV), el eras­mis­mo refor­mista y las numero­sas con­gre­ga­ciones alema­nas, todos im­buidos de mis­ticismo y que pe­dían una me­jor conduc­ta cristia­na y la recu­pe­ración de la pure­za del men­saje evangé­li­co. La al­ter­nati­va lle­gará por dos vías: la Refor­ma pro­tes­tan­te (en sus múlti­ples formas, de las que desta­can el lutera­nis­mo, el calvi­nismo y el anglicanismo) y la Con­trarre­forma cató­lica.

EL LUTERANISMO.
Lutero.


Martín Lutero (1483-1546) era un monje agustino, profesor de teo­logía en la universidad de Wittemberg. Preocupado por su salva­ción personal, encontró la respuesta en un texto de San Pablo: ‹‹El justo se salvará por su fe››. Un viaje a Roma en 1510-1511 le desagradó por el lujo y la corrupción de la corte papal. Al principio sólo que­ría co­rregir los abusos de la Igle­sia, sin separarse de ella, pero la radicalización de sus pos­turas y la imposibilidad de un com­pro­miso le llevó a la ruptu­ra. En 1517 el papa León X (1513-1521) decidió otorgar indulgencias a quie­nes ayudaran econó­micamente a las obras del Vaticano. Lutero se opuso y denunció que se perdonaran sus pecados a quienes paga­ban dinero.
Criti­có al Papado y las indulgencias en las 95 te­sis de Wittenberg en 1517, rompiendo con Roma en 1519, y, ante el fra­caso de la conciliación, en 1520 fue excomulga­do. Fracasó tam­bién el intento de aproxima­ción entre el empe­rador y Lutero en la Dieta de Worms (1521).

La doctrina luterana.
Sus tesis prin­cipa­les son: la fe bas­ta para sal­varse, la fe revela a Je­sús, los únicos sacramentos son el bautismo y la eucaristía, la li­bre interpreta­ción de la Bi­blia (que traduce al alemán), el sacerdocio es univer­sal (to­dos pueden ser sacer­do­tes y estos pueden casarse), la única cabeza es Cristo (re­chazo de la auto­ridad papal).

La expansión del luteranismo.
Su doctrina se extendió gra­cias a la fuerza de su pro­sa en la­tín y alemán (difundida por la im­pren­ta); sus fero­ces ata­ques al Pa­pa­do; su apoyo a los prínci­pes (Mauricio de Sajonia) y no­bles alemanes con­tra el campesi­nado rebelde y el empera­dor. Los príncipes alemanes secula­riza­ron los bienes de la Igle­sia cató­lica y se vie­ron implica­dos defi­niti­vamente en la causa protes­tante, junto a todos los que se beneficiaron de esta desamorti­zación. Asimismo, los reyes de Dinamarca y Suecia si­guieron su doctrina y la im­pusie­ron en sus dominios.
Hacia 1520 ya le apoyaban teólogos humanistas como Melanchton, Huttel y Zwinglio. El protestantismo luterano fue en principio un movimiento fa­nático, pero a la larga su racio­na­lismo y su indi­vidualismo fue una base ideológica adecuada para la división del protes­tantis­mo en nuevas iglesias y para el progreso de la libertad de con­cien­cia.

EL CALVINISMO.
Zwinglio.


El suizo Ulrico Zwinglio (1484-1531), por su parte, por entonces predicó la doctrina de la pre­destina­ción: sólo los elegidos podían salvar­se. Pretendía la vuelta al Evan­gelio. Se hizo con el poder en Zúrich, con un reformismo radi­cal y combativo, pero su pre­matu­ra muerte en lucha contra los católi­cos puso su movi­miento bajo la dirección de Calvino.

Calvino y su doctrina.


El francés Juan Calvino (1509-1564) emigró a Suiza, donde pre­dicó una re­forma más ra­dical y se hizo con el poder en la ciudad de Ginebra.
Su doctrina se basa en la justifi­cación por la fe, el cul­to simpli­fi­cado (sin imáge­nes), la Biblia como fuente única de Revela­ción, con la sal­va­ción única­mente por la fe y la aus­teri­dad, que en todo caso sólo pueden salvar a unos pocos pre­des­tina­dos. Si Dios conoce el pasado, el presente y el futuro, lógicamente sabe quien se salvará. La manera de saber si una persona está predestinada consiste en llevar una vida piadosa, austera, so­metida a una rígida moral. El aliento del trabajo y del éxito económico (co­mo signo de pre­destinación) conectó bien con la ideología capi­ta­lista y expli­ca su éxito en las socieda­des bur­guesas nórdicas (es la tesis de Max Weber, quien liga el cal­vinismo con el sistema burgués).

La expansión del calvinismo.
Calvino consiguió que Ginebra adoptase la reforma cal­vi­nista en 1533 y se promulgó una Constitución teocrática en 1541, instaurando una dictadura que fue muy eficaz en lo econó­mico y social. El cal­vinismo se ex­ten­dió des­de Sui­za a Austria y Hungría, el Sur de Alema­nia, Fran­cia, los Países Ba­jos y Es­co­cia. Los hugo­notes (así eran llamados los calvinistas france­ses) llega­ron a ame­nazar el dominio cató­li­co en Francia.

EL ANGLICANISMO.
Enrique VIII.


El rey Enrique VIII (1509-1547) de Inglaterra se separó de la Iglesia de Roma y estableció una Iglesia nacional, debido a una crisis dinástica: el papa le denegó el divor­cio de Catalina de Aragón (madre de María I), que era incapaz de darle un hijo varón, para poder casarse con Ana Bolena (ma­dre de Isa­bel I). Su vo­luntad no era cambiar los dogmas sino contruir una Iglesia na­cional, sometida a la Coro­na y que no pagase rentas a Roma.
El Acta de Suprema­cía (1534), los Diez Artículos y los Seis Artículos (1539) afirmaron la supremacía del rey, que sus­tituyó al papa en el mando de la Iglesia, como dife­rencia fun­damental respecto al cato­licismo, y otras diferencias fueron la lec­tura de la Bi­blia en inglés, el matrimonio de los sacerdotes y al re­chazo de las imágenes, las reli­quias y las pere­grina­ciones. El angli­ca­nismo se consolidó entre la aristocra­cia y la burguesía benefi­ciadas por la desamortización de los bienes eclesiásticos. Se apoyó teológicamente en dos reformadores, Cromwell y Cranmer.
Tras la breve recuperación del catolicismo con María I Tudor (1552-1558), que ejecutó al arzobispo anglicano Cranmer, el reinado de Isabel I (1558-1604) supuso el triunfo del anglica­nis­mo, que reprimió a los católicos y protestantes disiden­tes.

2.2. LA CONTRARREFORMA.
Concepto.
La Iglesia católica llevó a cabo durante los siglo XVI-XVII la Contra­rrefor­ma. Esta es una Reforma católica que plantea la reno­va­ción de la Iglesia sustentada sobre dos bases: una formu­lación ortodoxa de la doctrina cristiana (por el Con­ci­lio de Trento­) y una acción de educación or­todoxa (desarro­llada sobre todo la Com­pañía de Je­sús). En la filosofía se basa en la aris­totélica “vuelta a Santo To­más”, en oposi­ción al pro­tes­tantis­mo. Esto es, une razón y fe, para competir con sus mismas armas al racionalismo y al misticismo de los protestan­tes.

El Concilio de Trento y la doctrina contrarreformista.


Concilio de Trento.

Su codificación doctri­nal y su or­ganiza­ción correspondió al Concilio de Trento (1545-1563), promovido por el emperador Car­los V. Tardó mu­cho tiempo en convocarse, cambió de lugar (Bolonia, 1547 y 1549) y sufrió una inte­rrup­ción (1552-1562) por las ten­siones y riva­lidades en­tre los Estados cató­licos. Los dominicos y je­sui­tas italianos y españo­les fueron los teó­logos más acti­vos. En realidad hubo tres periodos en Trento: 1545-1547, 1551-1552, 1562-1563 y sólo en el último se tomaron decisiones permanentes. Se estableció:
- La validez de la doc­trina expuesta en la Sa­grada Escri­tura (edición latina de la Vulgata de san Jeró­nimo, del s. V, sin que valieran las traducciones a las lenguas vulgares) y acu­mulada en la Igle­sia por la tradi­ción.
- La necesi­dad de obras buenas como com­plemento de la fe.
- La va­lidez de los siete sacramentos.
- La veneración a la Virgen y a los santos.
- La afirmación de la auto­ri­dad papal sobre la asamblea conciliar.
- La dis­ciplina ecle­siás­tica, señalando que los obispos resi­die­ran en sus diócesis y organizando los semi­narios para la forma­ción del clero, junto la supresión de la acumula­ción de benefi­cios (cargos y prebendas eclesiásticos) y a la obligación del celibato de los sacerdotes.
- La reserva al magis­terio de la Iglesia de la interpre­tación de las Sagra­das Escri­turas.
- La liturgia se solemnizó y el arte se puso al servicio de la reli­gión (es el nacimiento del arte barroco).

Las ór­denes religiosas: los jesuitas.
Las órdenes religiosas (jesuitas, carmelitas, dominicos, capuchinos) llevaron a cabo una labor de con­versión de los pro­testantes y los paganos.

Resultado de imagen de San Ignacio de Loyola (1491-1556).

San Ignacio de Loyola (1491-1556).

Los jesuitas, de la Compañía de Jesús fundada (1534-1540) por el vasco Ignacio de Loyola, con una organización pa­ramili­tar, fueron muy activos y efi­caces en el sur de Alema­nia, en Polo­nia, Austria, Flandes... Se ca­rac­terizaron por su organiza­ción jerár­quica y su disci­plina casi militar, con su fide­lidad al papa (el cuar­to voto de obe­dien­cia al papa, junto a los de obe­dien­cia, cas­tidad y pobre­za), los Ejer­ci­cios Espi­ri­tuales, su pro­funda for­mación humanís­tica y cientí­fica, la ense­ñanza como actividad funda­mental.

La Contrarreforma en España.
España fue un baluarte de la Contrarreforma, al suminis­trar misioneros, teólogos, dinero y soldados a la lucha, gra­cias a la reforma de Cisneros sobre las órdenes religiosas y los conven­tos, los estudios universitarios (Al­calá de Henares) y la Biblia Políglota (1520), el erasmismo reformista, imbuidos de hu­ma­nismo raciona­lis­ta, que luego fueron contrapesados por la irracionalidad del misticismo, el cie­rre a las ideas extran­je­ras, la censu­ra, la Inqui­sición... El misticismo de los reli­gio­sos españoles al­canzó cum­bres lite­ra­rias y de pensa­mien­to con Fray Luis de León, Juan de la Cruz, Teresa de Jesús... Pero también ellos, como antes Ignacio de Loyola, tuvieron graves problemas con la Inquisición.

La expansión mundial del catolicismo.
El catolicismo se benefició de la expansión terri­torial de España y Portugal por América, África y Asia, gracias a la ac­ción de los misioneros, hasta convertirse en la primera reli­gión mundial y compensar de este modo las pérdidas en Europa.

3. LOS ENFRENTAMIENTOS POLÍTICO-RELIGIOSOS DEL SIGLO XVI.
La división europea en dos bandos religiosos.
Como conse­cuencia de las reformas protestante y católica Europa se divi­dió en dos grandes bandos religiosos:


La Europa protestante: Escandinavia, norte de Alemania, Inglaterra, Escocia, parte de los Países Bajos y de Suiza, con minorías en Francia, Polonia, Austria, Hungría y Bohemia.
La Europa católica: el resto, en un arco desde Portugal hasta Polonia, dominando sin competencia en España e Ita­lia.

Esta división se trasladó a la política en las Die­tas ale­manas promovidas por el empera­dor pero fracasadas en su ob­jeti­vo de integrar a los dos ban­dos, y a la guerra en las durísimas “guerras de reli­gión” en Alemania, Francia y Países Bajos.
Los efectos sobre la so­cie­dad fueron muy graves: se vio el auge de la censura para evitar la circu­lación de ideas en los libros, se perdió la li­bertad de reli­gión en los países domina­dos por una religión oficial, siendo perseguidos los grupos disidentes, por ejemplo los ana­baptistas por los protestantes y los alumbrados españoles por los ca­tó­li­cos, mientras la sospe­cha y el control se exten­dían hasta el punto de que la Inquisición procesó incluso a Fray Luis de León y al arzobispo de Toledo, Carranza.

CARLOS V CONTRA LOS PRÍNCIPES ALEMANES.
Los príncipes alemanes se habían apoderado en los decenios de 1520 y 1530 de los bienes eclesiásticos y habían aumenta­do su poder militar y político en contra de las pretensiones hege­mó­nicas del emperador. Era un conflicto tanto religioso (pro­testantes contra católicos) como político (fragmentación contra unidad estatal).


Mapa de la expansión luterana en Europa Central.

Las Die­tas promovidas por el empera­dor fracasaron en su ob­je­tivo de conciliar a protestantes y católi­cos, así que Car­los V promovió el Concilio de Trento (desde 1543) y se forma­ron dos grandes alian­zas: la protestante Liga de Esmalcalda (1531) y la alianza de Carlos con su hermano Fernando de Austria, el papa y los duques de Baviera y Sajonia (el protestante Mauri­cio). La lucha militar (Guerra de Esmalcalda, 1546-1547) se inició y con el triunfo del em­perador en la batalla de Mühlberg (1547) pare­ció que vencía la causa cató­li­ca, pero en la Dieta de Augsburgo (1547-1548) el empe­rador no consiguió que el papa cediera en la cuestión reli­giosa y el conflicto se rei­nició, con el apoyo de Francia a los protestantes liderados por Mauri­cio de Sajonia. La de­bi­li­dad militar del em­perador llevó a su fracaso final (h. 1552) y a que en la nueva Dieta de Augs­burgo (1555) se acepta­ra la tesis de que cada príncipe po­día imponer la re­li­gión en su Es­tado. Este pac­to perduró hasta 1619 (inicio de la Guerra de los Treinta Años). Poco después, fracasado el ideal imperial, Car­los abdicó (1556).

LA GUERRA RELIGIOSA EN LOS PAÍSES BAJOS.
Los Países Bajos estaban integrados en la monarquía espa­ñola desde 1556 al suceder Felipe II a su padre en los dominios de la Casa de Borgoña. Pero había una contradicción entre el catolicismo del rey y el calvinismo de la mayoría de la burgue­sía y gran parte de la nobleza en el norte del territorio.

Consulta de mapas de la guerra de los Países Bajos entre 1575 y 1587. [https://es.wikipedia.org/wiki/Guerra_de_los_Ochenta_Años]

Fe­lipe II no aceptó la liber­tad religiosa en los Países Bajos y promo­vió una política autoritaria, centralista y anti­protestante (con la Inquisición), que llevó a la rebelión de 1566 de los calvinis­tas más radicales, que destruyeron iglesias e imágenes, comenzando una larga gue­rra (1566-1648, salvo una Tregua de Doce Años en 1609-1621). Primero Fe­lipe II impuso una dura re­pre­sión: el duque de Alba hizo ejecu­tar a los nobles Egmont y Horn (1568) y estuvo a punto de domi­nar la re­belión, pero las medidas centralistas y los altos impuestos (la alcaba­la sobre el comer­cio) para sufragar el ejército de ocupación, hicieron que la burguesía y la aris­tocracia, tanto calvinista como católica, se unieran en defensa de la autonomía y el con­flicto se recru­de­ció en 1572, apoyado por las potencias enemi­gas de España (Francia, Inglaterra) en el norte y luego en la mayor parte del te­rritorio. Los suceso­res de Alba fue­ron Re­que­sens y Juan de Aus­tria, que intentaron pacificar el país. Fi­nalmente, el gobierno de Alejandro Farnesio (1578-1596) logró cierto éxito para la Corona al sepa­rar a los católicos del sur (Unión de Arrás, 1579) de los cal­vinistas del norte (Unión de Utrecht, 1579), dirigidos por Gui­llermo de Orange. Las victo­rias de Farne­sio en el de­cenio de 1580, estu­vieron a punto de someter a las rebel­des Pro­vin­cias Unidas (son siete, sobre todo Holanda), pero los conflictos de España contra Inglaterra y Francia y la debi­lidad de la Hacienda para su­fragar un enorme esfuerzo militar per­ma­nente permitieron que los re­beldes, diri­gidos aho­ra por Mauri­cio de Orange, se recuperaran desde los años 1590, aunque sólo con­si­guieron el re­co­noci­miento de su indepen­dencia en 1648.
Rela­cionados con este con­flicto apa­recen la gue­rra entre España e Inglaterra (1587-1605), marcada por el fra­caso de la Armada In­ven­cible en 1588, y la intervención española en las Guerras de Religión de Fran­cia.

LAS GUERRAS DE RELIGIÓN EN FRANCIA.

Resultado de imagen de La No­che de San Barto­lomé VASARI

La No­che de San Barto­lomé en 1572. Fresco de Vasari en Sala Regia del Vaticano.

Entre 1562 y 1598 hay una larga guerra civil en Francia, por las disputas político-religiosas entre católicos y hugono­tes (calvi­nistas). Se forman partidos político-religiosos: el protestante (1560) y la Liga Cató­lica (1576). Proliferan las batallas y ma­tan­zas (No­che de San Barto­lomé en 1572). La lucha se com­plica con una disputa dinás­tica por la sucesión entre el protestante Enrique de Borbón y los pretendientes católicos, y por la in­terven­ción de España y las otras potencias europeas.
La crisis se resuelve con la llegada al tro­no de En­rique IV, que se con­vier­te al catoli­cismo en 1593, es ampliamente aceptado por el país en 1594 y fir­ma en 1598 el Edicto de Nan­tes, que reconoce la li­bertad de culto (que durará hasta Luis XIV), y el Tratado de Vervins, que pone fin a la guerra con España.

UD FUENTES.
Internet.
Películas.
Los Borgia. Serie televisiva sobre la familia del papa Alejandro VI (Rodrigo Borgia) desde 1492 hasta su final en 1503, de excelente factura.

Series de televisión.
Los Medici, señores de Florencia (2016). Serie de la RAI, con Richard Madden, Dustin Hoffman. Dos temporadas.

Documentales.
El nacimiento del Estado moderno. Academia Play. 15 minutos.
El Renacimiento. 48 minutos. Un resumen de la historia del mundo en los siglos XIV-XVI, desde Tombuctú a Venecia, desde la Europa gótica y renacentista a la China de los Ming o la América de Colón.


El Renacimiento. 13:44. [https://www.youtube.com/watch?v=7X7c-qSuFEE] Video adaptado solo al nivel de arte de 2º de ESO.

El Renacimiento en 10 minutos. 10:32. 
Iván IV el Terrible, su historia real. 52 minutos. La historia de Rusia en el reinado de Iván el Terrible (1530-1584), desde su ascenso al trono de príncipe en 1533 y su proclamación del zarato en 1547.
La congiura dei Pazzi contro Lorenzo de' Medici. 16 minutos.
Los secretos de los Borgia. Documental sobre la historia romana de la familia Borgia, presentada como malvada. 45 minutos.

Exposiciones.
*<Los Médici: personas, poder y pasión>. Mannheim. Reiss Engelhorn Museum (2013). [www.rem.mannheim.de] Güntheroth, Horst. El honor de los Médici. “ABC” XL Semanal 1.325 (17-III-2013) 50-54. Sobre la historia de los Médici y los restos mortales de la última de la familia, Ana María Luisa de Médici, fallecida en 1743.
*<Aldo Manuzio. Mercaderes en el templo de la literatura>. Madrid. Biblioteca Nacional (10 febrero-19 abril 2015). Comisario: Javier Azpeitia. Reseña de Constenla, Tereixa. El humanista que inventó el libro de bolsillo. “El País” (7-II-2015) 41. Una exposición recuerda al editor veneciano Aldo Manuzio (1451-1515), que publicó el libro más hermoso, El sueño de Polífilo.
*<Aldo Manuzio, el renacimiento de Venecia>. Venecia. Galería de la Academia (19 marzo-19 junio 2016). Comisarios: Guido Beltramini y Davide Gasparotto. Reseña de Fernández, Milena. De la necesidad surgió el primer editor. “El País” (23-III-2016). Aldo Manuzio (Bassiano, 1449-Venecia, 1515), el primer gran editor europeo.

Libros.
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Dosier: Nicolás Maquiavelo.
Benner, Erica. Contra las malas artes en política. “El País” Ideas 128 (22-X-2017). Benner es investigadora de la Universidad de Yale y autora de ‘Be Like the Fox: Machiavelli’s Lifelong Quest for Freedom’ (2016) y aconseja conocer sus reflexiones sobre la desigualdad y el abuso del poder, plenas de vigencia hoy.
Bassets, Marc. ‘Maquiavelos’ y maquiavelos. “El País” Ideas 128 (22-X-2017). Algunos políticos actuales (Merkel, Macron, Trump) explotan las ideas del ‘Príncipe’, unos su lado oscuro y otros su fino análisis de la realidad.

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Roca Barea, María Elvira. Martín Lutero: mitos y realidades. “El País” Ideas 115 (23-VII-2017).
Altares, G. Europa, partida en dos. “El País” Ideas 115 (23-VII-2017). Lutero desató un cataclismo en Europa.
Díaz Pérez, Eva. La Biblia del Oso y la España de la Reforma que pudo ser. “El País” (30-X-2017). Los protestantes de Valladolid y Sevilla en el siglo XVI.
Bedoya, Juan G. Medio milenio de las tesis que cambiaron Occidente. “El País” (1-XI-2017). La 95 tesis de Lutero.
Martínez Shaw, Carlos. Demoliciones y reformas Martín Lutero. “El País” Babelia 1.355 (11-XI-2017). Novedades bibliográficas de Lutero, especialmente de Thomas Kaufmann y Lyndal Roper, que muestra sus luces y sombras.

Dosier: El luteranismo y la Iglesia luterana.* 

[https://theosaboix.blogspot.com/2020/04/la-iglesia-luterana.html]


Dosier: El anglicanismo y la Iglesia Anglicana.*

[https://theosaboix.blogspot.com/2020/04/el-cristianismo-de-la-iglesia-anglicana.html]


La Contrarreforma católica.
Fuentes.
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Lutz, Heinrich. Reforma y Contrarreforma. Alianza. Madrid. 1992 (1982 alemán). 413 pp.

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Dosier: Los grandes reinos europeos y los conflictos del siglo XVI.
Libros.
Crowley, Roger. Imperios del mar. La batalla final por el Mediterráneo 1521-1580. Trad. de Joan Eloi Roca. Ático de los Libros. Barcelona. 2013 (2008 inglés). 421 pp. La lucha naval en el Mediterráneo entre la Cristiandad y el Islam en el siglo XVI.

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