martes, 7 de abril de 2015

HE UD 13. La crisis del Estado liberal en España (1868-1875).

HE UD 13. LA CRISIS DEL ESTADO LIBERAL EN ESPAÑA (1868-1875).

Resumen.
1. EL SEXENIO REVOLUCIONARIO (1868-1874) Y LA RESTAURACIÓN.
1.1. LA REVOLUCIÓN DE SEPTIEMBRE.
Las causas.
El estallido revolucionario.
Los partidos del gobierno.
Los partidos de la oposición.
Los problemas políticos y sociales.
1.2. LA CONSTITUCIÓN DE 1869.
1.3. EL REINADO DE AMADEO DE SABOYA (1871-1873).
El problema de las candidaturas.
El reinado constitucional.
El inicio de la tercera guerra carlista.
1.4. LA PRIMERA REPÚBLICA (1873-1874).
La república federal.
La república unitaria presidencialista.

Resumen.
La Revolución de 1868 fue una ocasión excepcional, que se perdió cuando había inicialmente un gran consenso en los partidos de centro (moderados, progresistas, unionistas y demócratas reconvertidos todos en dos: constitucionales y radicales) para completar la revolución liberal. En apenas dos años las favorables expectativas se desvanecieron, por las disputas internas y por la oposición de carlistas, alfonsinos y republicanos, además de que en Cuba estalló una primera y cruel guerra de independencia. Prim fue asesinado en diciembre de 1870. Desde 1872 la guerra civil carlista asoló amplias zonas del país. En 1873 la monarquía constitucional de Amadeo terminaba y se proclamaba la República, pronto desbordada por las divisiones internas de los republicanos, la falta de apoyo popular, las guerras carlista y de Cuba y por la rebelión cantonalista. Un golpe militar liquidó la situación en 1874 y, tras un año de interinidad, en 1875 otro golpe militar restauró la monarquía en la persona de Alfonso XII, el hijo de Isabel II.

Joaquim Coll en Un recuerdo para la Gloriosa [“El País” (12-XII-2018)] repasa el fracaso del Sexenio Revolucionario (1868-1974), con lo que se perdió la oportunidad de una avanzada democracia constitucional por un siglo:

‹‹El año que ya se acaba está siendo escaso en conmemoraciones históricas. Los focos de atención han sido el 50º aniversario de Mayo del 68 y el centenario del final de la I Guerra Mundial. No hemos tenido ninguna gran efeméride propiamente española, a excepción de la celebración anticipada del bicentenario del Museo del Prado. Por eso sorprende el silencio en torno al 150º aniversario del inicio del Sexenio Revolucionario (1868-1874). Desconcierta porque si la Constitución de 1978, de la que ahora celebramos sus cuarenta años de vigencia, se parece a alguna otra es precisamente al texto constitucional que resultó de aquel levantamiento cívico-militar al grito de “¡Viva España con honra!”, encabezado por los generales Juan Prim y Francisco Serrano, sublevación que los propagandistas del momento llamaron la Gloriosa. Merece una reflexión que hayamos tardado más de un siglo en consolidar una constitución democrática que, a grandes rasgos, ya alcanzamos en 1869 tras unas elecciones constituyentes mediante sufragio universal (entonces solo masculino). Pese a su escasa duración, el Sexenio es uno de los periodos con mayor intensidad de acontecimientos y en el que se producen los grandes debates sociales, institucionales y territoriales que marcarán nuestro convulso siglo XX. Es sin duda un momento fascinante de la historia contemporánea española, en el que, por ejemplo, nace la peseta como moneda nacional, gracias a una ambiciosa política económica y fiscal impulsada por Laureano Figuerola. Su fracaso final no debería hacerlo caer en el olvido.

La Gloriosa supuso más que el derrocamiento de Isabel II; significó la expulsión de los Borbones, cuyo descrédito se remontaba al ominoso reinado de Fernando VII. En el manifiesto España con honra se denunciaba la inmoralidad y la corrupción de la soberana y su camarilla de Corte. “Jamás, jamás, jamás”, sentenció Prim cuando se puso sobre la mesa la candidatura del príncipe Alfonso, hijo de la destronada reina, ante la evidencia de que no iba a ser fácil encontrar un nuevo monarca que pudiera satisfacer tantos intereses, también los internacionales. No está de más recordar que el anuncio de la candidatura de Leopoldo Hohenzollern, boicoteada por Napoleón III, acabó siendo el pretexto para el inicio de la guerra franco-prusiana de 1870-1871. Al final, descartadas otras opciones, como la del portugués Fernando de Coburgo, que tal vez hubiera abierto un escenario de unión ibérica, solo fructificó la elección de Amadeo de Saboya, hijo del rey de Italia, auspiciada por Prim, jefe del Gobierno desde junio de 1869. Aunque el apoyo que recibió en las Cortes distó de ser unánime, la nueva monarquía podía haberse consolidado si la coalición progresista y demócrata que condujo la Gloriosa los primeros años no se hubiera desintegrado tras el asesinato del político catalán en diciembre de 1870.

La desaparición de quien mejor encarnaba el espíritu de 1868 no solo privó a Amadeo I de un importante apoyo, sino que tuvo como resultado la división de los progresistas, escindidos entre conservadores, capitaneados por Mateo Sagasta, y radicales, liderados por Ruiz Zorrilla. La inestabilidad política, como consecuencia de los personalismos y de pequeñas clientelas, hizo imposible consolidar un sistema estable de partidos, llevó la vida parlamentaria a la parálisis en medio de importantes debates (sobre la abolición de la esclavitud, la supresión de las quintas, la libertad de enseñanza o la separación Iglesia-Estado) y, finalmente, carcomió el régimen monárquico-democrático. En los dos años siguientes hubo seis Gobiernos y tres elecciones generales, mientras se enquistaba la guerra en Cuba, se recrudecía el desafío militar carlista y los conflictos sociales tomaban un cariz violento. Pese a su buena voluntad, el monarca no pudo salir indemne del juego partidista y las rencillas políticas.

La abdicación de rey hizo inevitable la I República en febrero de 1873. Para el historiador Ángel Bahamonde, se proclamó más por exclusión, como solución de urgencia ante un vacío de poder, que por la existencia de una mayoría social republicana. Si la monarquía democrática había fracasado por un exceso de facciones, la República naufragaría muy pronto por las contradicciones sobre cómo alcanzar el modelo federal. Así mismo, los líderes republicanos tuvieron que enfrentarse al estallido de insurrecciones que querían hacer realidad tanto en las ciudades como en el campo el proceso revolucionario prometido. En el primer Gobierno de la República, además del presidente Estanislao Figueras, figuraban también como ministros otros tres líderes, Francisco Pi y Margall, Nicolás Salmerón y Emilio Castelar, que en pocos meses se sucederían a la cabeza del Estado. La República federal, proclamada en junio de ese año, tras unas elecciones constituyentes celebradas en medio de una enorme abstención y el boicot electoral de sus oponentes, no llegó a aprobar el proyecto constitucional en el que se establecía una división territorial de la “nación española” en 17 Estados en base a criterios históricos. El fracaso de la experiencia federal del Sexenio ha condicionado muy negativamente la percepción de lo que es en realidad el federalismo: una fórmula de Estado unitario para gestionar la pluralidad territorial e identitaria.

El verano de 1873 marcó un punto de no retorno porque la República federal, bajo la presidencia de Pi y Margall, fue incapaz de sofocar los alzamientos cantonales (que llevaban a la práctica el mito de la federación desde abajo) y las huelgas revolucionarias promovidas por internacionalistas obreros. A mediados de julio, Salmerón se hizo con las riendas del poder para reprimir militarmente el cantonalismo y perseguir las actividades de la Internacional. Pero el giro definitivo hacia una política de orden se produjo con el ascenso en septiembre de Castelar, representante de los sectores más conservadores del republicanismo federal, cuyo objetivo inmediato fue robustecer el papel del ejército, para hacer frente tanto a la guerra en Cuba como, sobre todo, al peligro carlista, que se había hecho con el control de partes de Cataluña, Aragón, Navarra y País Vasco. A finales de año, Figueras, Pi y Margall y Salmerón se unieron a los diputados que querían apartar a Castelar del poder por considerar que se había alejado del ideario federal, abriendo así una nueva etapa de inestabilidad. El 3 de enero de 1874, el general Manuel Pavía, republicano de orden, consumada la destitución del presidente de la República, disolvió las Cortes, abriendo un largo prólogo, de casi un año, que hizo inevitable la restauración borbónica. Por desgracia, cuando llegó el reinado de Alfonso XIII tampoco este fue capaz de convertirse en un monarca democrático, y tuvimos que pasar por la “dictablanda” de Primo de Rivera, otra república fallida, la inacabable dictadura de Franco y, entremedio, una cruenta guerra civil. En definitiva, el fracaso de la Gloriosa nos hizo perder más de un siglo en el afianzamiento de la democracia constitucional.››

1. EL SEXENIO REVOLUCIONARIO (1868-1874) Y LA RESTAURACIÓN.
1.1. LA REVOLUCIÓN DE SEPTIEMBRE.
Las causas.
Las causas de la “revolución de septiembre” son diversas:
- La crisis política: la causa principal fue el deterioro político del régimen, abandonado por todos los partidos excepto el moderado, que no había solucionado los más graves problemas del país. La causa inmediata fue que la reina estaba desprestigiada por su vida personal (varios amantes) y su injerencia conservadora en la política. Hasta el carlismo resurge, con un nuevo pretendiente, el carismático Carlos VII. Desde los fallecimientos de O’Donnell (XI-1867 en el exilio de Biarritz a los 58 años) y Narváez (IV-1868) la reina carece de apoyo en el ejército y sólo cuenta con los moderados.
- La crisis económica (1866-1868). Es una crisis agraria (1868 es un año de hambre), industrial (la textil padece la escasez del algodón americano) y financiera: los ferrocarriles, en cuyos consejos de administración se encuentran los generales y políticos de la revolución, tienen pérdidas; por ello la banca y la Bolsa se hunden.

El estallido revolucionario.
El almirante Topete se alza el 17 de septiembre de 1868 en Cádiz y se le unen un grupo de generales, encabezados por Serrano y Prim. En las ciudades se forman Juntas Revolucionarias. Se juntan intereses diversos: los generales sólo quieren cambiar la Constitución y el monarca, las Juntas más radicales quieren una revolución burguesa, algunos sectores campesinos y obreros piden incluso una revolución social.
El levantamiento triunfa en Andalucía y se extiende por el país tras la batalla de Alcolea (26-28 IX) en la que vence Serrano), en Barcelona, Valencia... Isabel II se exilia (30-IX) y se forma un gobierno provisional (8-X) presidido por Serrano, con participación de progresistas y unionistas, y con apoyo exterior de los demócratas. Los tres se reparten el poder en las juntas provinciales y municipales.

Exilio de la reina.

Los partidos del gobierno.
Los partidos vencedores por el momento son:
Los unionistas, dirigidos por Serrano, presidente del gobierno.
Los progresistas, dirigidos por Prim, ministro de la Guerra.
Los demócratas, que aceptan poco después la propuesta monárquica de los anteriores, por lo que se escinden en la derecha demócrata y los republicanos, que pasan a la oposición.
Estos tres partidos, durante el reinado de Amadeo se reorganizarán en dos: el constitucional (centrista, liderado por Sagasta) y el radical (izquierdista, liderado por Ruiz Zorrilla), que no tendrán un real apoyo popular.

Los partidos de la oposición.
Los republicanos, que reúnen a los centralistas (Castelar) y los federalistas (Pi i Margall). Este partido recibe el apoyo de las clases populares urbanas (pequeños comerciantes y artesanos, obreros catalanes) y campesinos andaluces.
Los moderados (alfonsinos), que se organizan con Cánovas en el partido conservador, reuniendo a las clases dirigentes monárquicas (aristocracia, clero, alta burguesía), en favor de la restauración del príncipe Alfonso de Borbón.
Los carlistas, que resurgen con el pretendiente Carlos VII (nieto del infante don Carlos). El carlismo se transforma en un partido parlamentario de amplia base popular, con muchos monárquicos que piensan que Carlos es un pretendiente mejor que Alfonso, y con los neocatólicos (Nocedal) cuando la Constitución de 1869 establece la libertad de cultos, lo que lleva a muchos católicos y al clero a enfrentarse al régimen. Pero si los nuevos carlistas apoyan una restauración carlista pacífica, en cambio los viejos carlistas del País Vasco, Navarra y Cataluña preparan un levantamiento armado.
Los socialistas y anarquistas, que organizan el movimiento obrero en las zonas industriales (Cataluña, Madrid, Alcoy, Cartagena...) y el campesino (Andalucía). En Madrid domina el socialismo de ideología marxista y en Barcelona y Andalucía el anarquismo quue sigue las ideas de Bakunin. Ambas fuerzas se separan en el Congreso obrero de Zaragoza (1872), formándose en poco tiempo el PSOE y la UGT alrededor del socialista Pablo Iglesias, mientras que los anarquistas están divididos en múltiples organizaciones.

Los problemas políticos y sociales.
Los principales problemas que debe afrontar el nuevo régimen son: el carlismo y el alfonsismo, el republicanismo, el federalismo, el cantonalismo, la crisis económica, las revueltas obreras, el independentismo de las colonias... Tantos problemas juntos desbordarán la capacidad política de los dirigentes e imposibilitarán un consenso que estabilice la situación política. Se perderá una ocasión excepcional, cuando había inicialmente un gran consenso en los partidos de centro para completar la revolución liberal y había un clima de esperanza, de *renovación total+. Se podría establecer un paralelismo histórico con la III República francesa (desde 1870), que sí triunfó y asentó las bases de la Francia actual. Pero la revolución española de 1868 fracasó. En apenas dos años las expectativas se desvanecieron y la revolución naufragaba entre el desencanto general. En Cuba estalló una cruel guerra de independencia. Prim fue asesinado en diciembre de 1870. Desde 1872 la guerra civil carlista asoló amplias zonas del país. En 1873 la monarquía constitucional de Amadeo terminaba y se proclamaba la República, pronto desbordada por dos guerras, la tercera carlista y la de Cuba, y por la rebelión cantonalista. Un golpe militar liquidó la situación en 1874 y, tras un año de interinidad, otro golpe militar restauró la monarquía en la persona de Alfonso XII, el hijo de Isabel II

1.2. LA CONSTITUCIÓN DE 1869.

Caricatura sobre los equilibrios entre los partidos constitucionales.

Las Cortes constituyentes recién elegidas son dominadas por los tres partidos del pacto de Ostende: los progresistas (160 escaños), Unión liberal (80), demócratas (40). Los restantes se dividen en bandos enfrentados: republicanos (80), carlitas (36) y otras formaciones. Es un parlamento de dominio liberal y monárquico.
Se aprueba una Constitución en 1869, en la que España se define como una monarquía constitucional, con soberanía nacional (que reside en las Cortes, bicamerales), sufragio universal (masculino, de mayores de 25 años), libertades de prensa, reunión y asociación, de enseñanza y de cultos. Era un texto democrática y técnicamente muy superior a los anteriores, incluida la mítica Constitución de 1812.
Se aprobaron (sobre todo en 1870 numerosas medidas legislativas liberales, que construían un auténtico Estado de derecho: Ley de Orden Público, Ley Electoral, Leyes Provincial y Municipal, Código Penal, Ley del Poder Judicial, Ley de Enjuiciamiento Criminal. Se abolió la esclavitud en Puerto Rico, y se dio representación en Cortes a las colonias. Se reformó la moneda (la peseta, desde 19-X-1868), el Banco de España, se hizo una política librecambista y de fomento de la inversión extranjera, se adoptó el sistema métrico decimal, se fomentó la cultura y la educación, etc.
En lo político, el general Serrano fue nombrado Regente, mientras que Prim debía buscar un rey constitucional. Este tema fue esencial en el comienzo del fracaso: no había consenso sobre la fórmula institucional del nuevo régimen. Los republicanos federales, escindidos de los demócratas, comenzaron a atacar al nuevo régimen. Una insurrección federal, con un programa social utópico, se extendió por Levante y Andalucía en el otoño de 1869 hasta que fue reprimida. Peor aún fue la elección de Amadeo, impuesta por Prim, sin contar con sólidos apoyos políticos, que al ser un Saboya (la dinastía había acabado con el poder temporal del Papa) le concitó la enemistad de los católicos, mientras que por ser rey ya tenía la enemistad de los republicanos y las fuerzas antisistema.

1.3. EL REINADO DE AMADEO DE SABOYA (1871-1873).
El problema de las candidaturas.
Las candidaturas al trono español eran numerosas y unas fueron rechazadas por las Cortes (el duque de Montpensier), otras por los propios interesados (Espartero) y otras por la política internacional (Fernando de Coburgo o la del príncipe alemán Leopoldo de Hohenzollern, que fue vetada por Napoleón III, lo que originará la guerra franco-prusiana). Gracias al apoyo de Prim triunfó en noviembre de 1870 la candidatura de Amadeo de Saboya, sobrino del monarca italiano Víctor Manuel II (un liberal que había unificado Italia).

Amadeo de Saboya.

El reinado constitucional.
El joven rey era verdaderamente constitucional, pero cuando se hace cargo del trono en 1871 ya ha sido asesinado (30-XII-1870) su el general Prim, por lo que quedará privado de su más sólido apoyo. Amadeo debe afrontar muy aislado los problemas de la división interna del bloque progresista-unionista-demócrata en constitucionales y radicales, la oposición parlamentaria (republicanos, alfonsinos, carlistas) y las guerras carlista y de Cuba. Ante la imposibilidad de estabilizar la vida política del país, con los sucesivos gobiernos de Serrano, Ruiz Zorrilla y Malcampo, el rey abdica a los dos años (11-II-1873), al estallar el levantamiento federalista de El Ferrol y por resistirse a firmar el decreto de disolución del Arma de Artillería (que se había amotinado).

El inicio de la tercera guerra carlista.

Mapa de la tercera guerra carlista.

En el bando carlista vencen los partidarios del levantamiento armado y la guerra carlista comienza el 21-IV-1872, dirigida por Carlos VII en el País Vasco y Navarra, y por su hermano Alfonso Carlos en Cataluña. También hay partidas carlistas en Aragón y Valencia. Pero aunque Carlos prometió restaurar las antiguas libertades no contó con el apoyo de la burguesía y el proletariado. Una derrota completa en Navarra (Oroquieta, V-1873) y el convenio de Amorebieta (la paz entre Serrano y la Junta de Vizcaya) parecieron liquidar su opción, aunque aún había partidas carlistas en activo, pero el hundimiento de la monarquía de Amadeo le infundirá nueva vida.

1.4. LA PRIMERA REPÚBLICA (1873-1874).


La república federal.
Ante la abdicación de Amadeo la única salida que se vio entonces fue la República. En vez de convocar Cortes, el mismo día (11-II-1873) se reunieron el Congreso y el Senado y se votó proclamar la República, por 258 votos contra 32. Lo hacían sin un mandato constitucional, por lo que les faltaba la legitimidad legal y además era un régimen republicano en un país que mayoritariamente no lo era (en las elecciones de mayo de 1873 la abstención llegó al 61%), por lo que la I República, que sólo duró once meses, se caracterizó por una gran inestabilidad política: cuatro presidentes de gobierno (de hecho, por la laguna legal, coincidían la jefatura del Gobierno y del Estado).

Caricatura sobre los problemas de la Primera República.

A su fracaso contribuyeron varias causas: la ilegitimidad legal, la falta de apoyo popular, la división entre los republicanos (federales de Pi y Margall, unitarios moderados de Salmerón y de Castelar), la agitación social, el movimiento cantonal y la guerras carlista y de Cuba. Los propios partidos constitucional y radical (este tenía la mayoría en el Parlamento) que la habían votado estaban en la oposición y eran renuentes y a lo más aceptaban una república unitaria y moderada, nunca federal. Sin un consenso ni siquiera entre los republicanos, el régimen desembocó en una quiebra casi total de la autoridad del Estado.
El primer presidente fue Figueras (11-II), que fue sustituido por el federalista Pi i Margall (11-VI) cuando las Cortes constituyentes, reunidas en junio de 1873, proclamaron la República federal. Las Cortes elaboraron una nueva Constitución (que no llegó a ser aprobada) en la que España quedaría dividida en 15 Estados federales, además de Cuba y Puerto Rico. Parecía que había una oportunidad de asentar el régimen.
Pero el 12 de julio de 1873 estalló el movimiento cantonal, con levantamientos en numerosas ciudades (Andalucía, Levante, incluso Badajoz y Salamanca) para establecer un régimen federal que concediese autonomía a las regiones, provincias y municipios (los cantones, según el modelo suizo). Era un movimiento de inspiración federalista anarquizante, que alcanzó gran violencia en Alcoy. Pi y Margall dimitió (18-VII) y el ejército dominó la sublevación (excepto en Cartagena, donde el general Contreras apoyó a los cantonalistas con las tropas y la escuadra).
Los federalistas quedaron desprestigiados por el cantonalismo. El siguiente presidente, el unitario Salmerón dimitió (7-IX, por estar en contra de la pena de muerte para los sublevados) y el presidente unitario Castelar declaró ilegal el federalismo. La división de los republicanos estalló entonces y Castelar se quedó con sólo el apoyo de los unitarios y los conservadores. Suspendió las Cortes por tres meses y reforzó al ejército, en lucha entonces contra los carlistas, el cantón de Cartagena y en Cuba. Desde la terrible experiencia del sexenio el ejército nunca volvió a ser revolucionario.
La guerra carlista fue el otro gran problema: los carlistas se extienden por Cataluña (Berga, Ripoll), Carlos VII entra en Navarra y establece su Corte en Estella, dominando Guipúzcoa y parte de Vizcaya. Surgen partidas carlistas en casi toda la Península (Aragón, Murcia, Valencia, Extremadura, las dos Castillas) y durante un tiempo parece que su victoria está cercana, con la victoria de Montejurra (9-XI-1873) y el sitio de Bilbao (XII-1873 a V-1874), aunque vuelven a fracasar en este ataque. Los monárquicos parece que van a aceptar al pretendiente carlista.

La república unitaria presidencialista.
La reapertura de las Cortes el 2 de enero de 1874 planteó un grave problema: si Castelar no obtenía la mayoría el gobierno volvía a los federales y si obtenía la mayoría se acentuaría la tendencia conservadora. La burguesía conservadora (tanto la republicana como la monárquica) preparó un golpe de Estado con el general Pavía (capitán general de Madrid) por si ocurría lo primero. Así fue. Pavía ocupó el Congreso y liquidó la República, pero Castelar se negó a continuar en el poder mediante un golpe de Estado y dimitió (3-I-1874).
El vacío de poder se cubrió con un gobierno provisional, encabezado por el general Serrano, que implantó una dictadura de hecho. Serrano disolvió las Cortes y se apoyó en el ejército (gobierno del general Zavala), los liberales (gobierno Sagasta) y, finalmente, en el partido alfonsino. El cantón de Cartagena fue dominado (11-I-1874), y se reprimieron los movimientos obreros (prohibición de asociaciones obreras). Los esfuerzos del gobierno se concentraron en la guerra carlista: los carlistas extendieron la guerra con ataques a Cuenca y Teruel, y la conquista de Olot, Urgel, pero fracasaron en tomar Irún y durante la segunda mitad de 1874 mostraron su agotamiento. Pero, después de seis años de inestabilidad, bastantes políticos y casi todos los generales creían que la mejor solución era el regreso de los Borbones.

BIBLIOGRAFÍA.
OP UD 39. La construcción del Estado liberal y primeros intentos democratizadores en la España del siglo XIX.*

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