OP UD 36. CRECIMIENTO ECONÓMICO, ESTRUCTURAS Y
MENTALIDADES SOCIALES EN LA
EUROPA DEL SIGLO XVIII. LAS TRANSFORMACIONES POLÍTICAS EN LA ESPAÑA DEL SIGLO XVIII.
INTRODUCCIÓN.
1. LA EUROPA DEL SIGLO XVIII:
El problema de la
datación.
1.1. LA POBLACIÓN.
El incremento de
la población.
Las diferencias
entre la Europa
Oriental y la
Occidental.
1.2. LA ECONOMÍA.
Un siglo de
prosperidad.
EL MODELO INGLÉS: LA ECONOMÍA INDUSTRIAL.
La agricultura.
La industria.
El comercio.
EL MODELO FRANCÉS: LA ECONOMÍA TRADICIONAL.
La agricultura.
La industria.
El comercio.
1.3. LA SOCIEDAD.
La sociedad
estamental.
Consecuencias
sociales del auge económico.
Las dificultades
de la nobleza.
El ascenso de la
burguesía.
Las clases
populares.
1.4. LA MENTALIDAD
SOCIAL.
El individualismo
burgués.
La libertad
política.
2. LA ESPAÑA DEL SIGLO XVIII:
ECONOMÍA Y SOCIEDAD.
2.1. LA POBLACIÓN.
El aumento de la
población.
Una evolución
desigual.
2.2. LA ECONOMÍA.
La situación de
partida h. 1700.
La evolución de
la economía y las diferencias regionales.
La agricultura.
La propiedad
agraria.
La situación
social del campesinado.
Las tensiones en
el mundo agrario.
La industria.
El comercio.
La crisis
económica de fin de siglo.
2.3. LA SOCIEDAD.
La nobleza.
El clero.
La burguesía.
El artesanado y
el proletariado.
El campesinado.
2.4. LA MENTALIDAD
SOCIAL.
La nueva
mentalidad burguesa.
2.5. LAS REFORMAS.
El reformismo.
La centralización
de la Administración.
La política religiosa
y cultural.
La reforma de la Hacienda.
La reforma
financiera.
La reforma de la
industria.
La reforma del
comercio.
Los primeros
intentos de reforma agraria.
La teoría de la
reforma agraria.
La difícil
aplicación de la reforma agraria desde 1766.
3. LA ESPAÑA DEL SIGLO XVIII:
LA POLÍTICA INTERIOR Y EXTERIOR.
3.1. EL CAMBIO DE
DINASTÍA.
La guerra de
Sucesión de España (1702-1714).
3.2. FELIPE V
(1700-1746).
El reformismo
centralizador.
La agresiva
política exterior.
Los primeros
Pactos de Familia.
3.3. FERNANDO VI
(1746-1759).
El reformismo y
la neutralidad.
3.4. CARLOS III
(1759-1788).
El gobierno
ilustrado.
El motín de
Esquilache.
La política
exterior.
3.5. CARLOS IV
(1788-1808).
La crisis del
Antiguo Régimen español.
La política
exterior.
INTRODUCCIÓN.
La UD aborda la
sociedad, la economía y la ideología de la Ilustración en la Europa del siglo XVIII,
antes de la Revolución
de 1789. Y estudia la evolución histórica de España en el mismo periodo.
Un resumen.
Los conflictos
internacionales entre los bloques liderados por Francia y Gran Bretaña dominaron
todo el siglo XVIII. El triunfo final fue de Gran Bretaña gracias a su economía
más moderna, al ser la cuna de la Revolución Industrial.
Como en todos los
periodos históricos, las manifestaciones de la cultura estarán estrechamente
relacionadas con la cultura del periodo anterior, con el marco histórico y con
las novedades de la época.
Hay que distinguir
dos ideologías políticas, ambas reformistas, pero muy distantes en el trasfondo
político: el Despotismo Ilustrado (defensor de una monarquía reformista pero absolutista)
fue dominante en el continente, mientras que el Parlamentarismo (defensor de la
doctrina de la separación de poderes) era la alternativa británica, más pactista
y conveniente para adaptarse a las reformas a largo plazo.
El Despotismo
Ilustrado (que ponía un límite a las reformas en cuanto tocaban el absolutismo)
estaba en contradicción con los principios profundos (la libertad individual y
el triunfo de la razón) de la misma Ilustración, que era la ideología de la burguesía
y la aristocracia cultivadas, y de la mayoría de los monarcas, por lo que las
ideas políticas evolucionaron hasta legitimar la rebelión contra las monarquías
del Antiguo Régimen, que sufrieron las consecuencias de la Revolución Francesa
de 1789.
La reforma agraria
fue el principal problema político, social y económico del siglo XVIII e
incluso de la Edad Contemporánea en España, un país predominantemente rural
hasta por lo menos 1960, por lo que exige un tratamiento específico.
1. LA EUROPA DEL SIGLO XVIII:
Mapa de Europa durante el siglo XVIII.
El problema de la
datación.
Hay un evidente
problema de datación para el siglo XVIII.
Desde un punto de
vista cronológico se dataría entre 1700 y 1799, pero, desde un punto de vista
histórico, gran parte de la historiografía data el siglo XVIII como el periodo
comprendido entre dos grandes acontecimientos políticos, entre la Revolución
inglesa de 1688, que lleva al poder a Guillermo III y establece la primera
monarquía constitucional (parlamentaria) en la Gran Bretaña , y la
Revolución francesa de 1789, que abre el camino para las revoluciones burguesas
del siglo XIX. Muchos historiadores españoles lo inician en 1700 (muerte de
Carlos II de España) y lo finalizan en 1808 (inicio de la Guerra de Independencia).
Muchos historiadores franceses lo inician en 1715 (muerte de Luis XIV) y lo
finalizan en su revolución de 1789. Algunos historiadores norteamericanos lo
finalizan en 1783, año de la independencia de los Estados Unidos de América.
Desde el punto de
vista literario, el Siglo de las Luces, de la Razón o del movimiento de la Ilustración se sitúa
incluso en unos márgenes más estrechos, entre 1720 y 1770, una vez finalizada
la edición de la Enciclopedia de Diderot, donde este, Voltaire, Rousseau
y otros ilustrados dejan su impronta de búsqueda de la verdad y la libertad.
1.1. LA POBLACIÓN.
La demografía del
Antiguo Régimen era estacionaria, con una natalidad elevada, pero con una
mortalidad también alta por las guerras, malas cosechas, hambres y epidemias.
El incremento de
la población.
Este equilibrio se
rompe en el siglo XVIII, cuando hay una primera aunque moderada explosión demográfica:
la población pasa de 120 millones en 1700 a 187 millones en 1789 y unos 200 millones
en 1800.
No fue un aumento
lineal. En la primera mitad del siglo el crecimiento fue lento, para aumentar
desde 1750 y ser mayor incluso desde 1780, al mismo tiempo que la prosperidad
económica.
Es una población
predominantemente rural. La población urbana no llegaba al 50% no siquiera en
los Países Bajos e Gran Bretaña. Pocas ciudades tenían más de 100.000 habitantes.
Las diferencias
entre la Europa
Oriental y la
Occidental.
El mayor crecimiento
se dio en la Europa
Oriental y del Norte: Rusia pasó de 14 millones de habitantes
a 36, hasta convertirse en el Estado más poblado, Suecia de 1,4 a 2,3, Noruega de 0,3 a 0,8. Pero las densidades
eran todavía mucho menores que en la Occidental.
En la Occidental hubo
notables diferencias: Alemania de 12
a 23, Austria-Hungría de 7,3 a 28, Gran Bretaña de 9,4 a 16, Francia pasó de 19 a 27, Italia de 13 a 18, España de 7 a 11, Portugal de 1,7 a 2,8, Bélgica de 1,7 a 3. Algunos países se
estancaron relativamente: Polonia de 3 a 4, Holanda de 1,9 a 2,1, Dinamarca de 0,7 a 0,9.
Las causas de este
crecimiento general en Europa son:
- En Europa
Occidental el crecimiento vegetativo por el descenso de la tasa de mortalidad
mientras que la tasa de natalidad se mantiene elevada. Habían desaparecido las grandes
hambres y epidemias, junto a la disminución de las guerras totales, los
progresos de la medicina, la mejora climática, el aumento de la producción
agrícola, la mejora del transporte.
- En Europa Oriental
el crecimiento vegetativo y migratorio porque si la tasa de mortalidad
permanece elevada (30 a
40%.) la tasa de natalidad es aun más elevada (40 a 50%.), y se reciben
inmigrantes de Europa Central y Occidental.
1.2. LA ECONOMÍA.
Un siglo de
prosperidad.
El siglo XVIII fue
de prosperidad, aunque, como en la población, no hubo un aumento lineal. En la
primera mitad del siglo el crecimiento fue lento, para aumentar desde 1750 y
ser mayor incluso desde 1780, especialmente en Gran Bretaña. Un incentivo
esencial de este cambio de tendencia parece ser un aumento persistente de los
precios desde el periodo 1730-1740, coincidiendo con un aumento de la
producción de metales preciosos (oro del Brasil, plata de México).
Hubo una convivencia
entre dos modelos económicos, la economía tradicional del Antiguo Régimen y la
economía industrial naciente, que se irá difundiendo a través de Europa hasta
imperar en el siglo XIX en la mayor parte de Europa Occidental y Central. Podemos
ejemplificar ambos modelos en Francia (que representaría al resto de Europa) e
Gran Bretaña:
EL MODELO INGLÉS: LA ECONOMÍA INDUSTRIAL.
Gran Bretaña vivía
el inicio de la Revolución Industrial, gracias a sus capitales adquiridos con
el comercio colonial e invertidos en todas las actividades (en especial la
industria); la revolución agrícola; el aumento demográfico; el continuo
progreso técnico de las fábricas; la extensión del mercado interno, europeo y
colonial.
La agricultura.
En Gran Bretaña
comienza la revolución agrícola del siglo XVIII, basada en dos puntos:
- Las nuevas
relaciones de producción: expulsión de los pequeños campesinos y su reducción a
jornaleros, y las enclosures o cerramientos de los campos (antes
comunales) que impiden la entrada del ganado en los cultivos. Se crean grandes
explotaciones agrarias, controladas por el señor o un arrendatario, con un uso
intensivo del capital y una especialización para la comercialización de toda la
producción.
- Los nuevos métodos
y técnicas de cultivo: rotación de cultivos (más productiva que el barbecho),
nuevas plantas, selección de semillas, estabulación y selección de ganado, maquinaria
agrícola (arados de vertedera que aran más profundamente, segadoras), abonos
(naturales y químicos), mejor almacenamiento y transporte, etc.
El rendimiento pasó
de 7/1 en el siglo XVII a 10/1 en el siglo XVIII. El aumento de la producción
de alimentos con precios más baratos y menor necesidad de mano de obra, libera
cada año una gran cantidad de campesinos que acuden a las ciudades a encontrar
empleo.
La industria.
Mapa de la Revolución Industrial británica hacia 1800.
En Gran Bretaña se
inicia la
Revolución Industrial desde c. 1750. El aumento de la demanda
de la creciente población, las nuevas materias primas (algodón, hierro) y las
nuevas fuentes de energía estimulan las industrias textil y siderúrgica. Hacia
1800 Gran Bretaña era el único país en que la producción industrial superaba a
la agrícola.
La máquina de vapor
de Watt (1769) permite transformar tanto la fabricación en serie como el
transporte, desde su aplicación en 1776.
La industria textil,
con la fabricación de tejidos de algodón (baratos, resistentes y bonitos) da el
primer impulso. La demanda de tejidos de algodón importados de la India era tan grande que se
planteó la posibilidad de fabricarlos en Gran Bretaña a precios competitivos,
lo que se consiguió con las máquinas y la fuerza motriz del vapor. Las
hiladoras mecánicas se desarrollaron: Hargreaves (1764), Arkwright (1769), con
lo que se necesitó menos mano de obra y se produjo mucho más hilo y más barato.
El telar mecánico de Cartwright (1785) multiplicó la producción de tejidos.
La siderurgia
inglesa se benefició de la existencia de una demanda de hierro forjado de
calidad para la maquinaria textil, las máquinas de vapor, el utillaje agrícola,
etc. Las minas de carbón proveían de una fuente de energía barata y accesible,
mediante un derivado refinado, el coke, que era utilizado en los altos hornos.
Con la técnica del pudelaje de Cort (1784), en la que el coke no estaba en
contacto con el hierro (lo que eliminaba el azufre y el carbón del hierro
final), la siderurgia inglesa se puso en cabeza de Europa.
Otras industrias inglesas
en expansión eran la mecánica, destilerías de alcohol, de armas, la
construcción naval, la óptica.
Las relaciones de
producción se basaban en tres sistemas:
- El viejo taller
artesano, pero ya no sometido a la reglamentación gremial, y que estaba en
rápida decadencia.
- El sistema
doméstico (putting out): campesinos o proletarios urbanos que trabajaban
en sus casas entregando su producción a los comerciantes, que a su vez les
entregaban la materia prima, les pagaban el trabajo y comercializaban el producto.
Había sido el sistema más eficiente en los siglos anteriores y se había
asentado en gran parte de Europa.
- La empresa
industrial capitalista moderna: basada en el predominio del capital, la
abolición de la reglamentación gremial, los avances técnicos del maquinismo, la
concentración en un solo lugar de las máquinas y de los trabajadores, la comercialización
en el mercado interno y/o internacional. Por su mayor productividad y bajos
precios pronto dominó la industria textil y siderúrgica. Los beneficios de este
sistema eran muy superiores y permitía una constante reinversión, con una inmensa
acumulación de capital en manos de la burguesía industrial.
El comercio.
Gran Bretaña se erige
en primera potencia comercial del mundo, exportadora de manufacturas e
importadora de alimentos y materias primas. En 1750 exportaba a Europa más del
triple que al resto del mundo, pero en 1798 ya exportaba a los otros continentes
el doble que a Europa. En 1780 2/3 de las exportaciones eran de productos
industriales.
El comercio colonial
se expande vertiginosamente al abrirse nuevas rutas al Extremo Oriente, Australia...
creando un gran mercado mundial. La más rentable era la ruta triangular, común
con otros países europeos: Europa vende a África manufacturas (telas, armas) a
cambio de esclavos, vendidos en América a cambio de productos coloniales (azúcar,
algodón, metales...) que son vendidos en Europa.
El mercado interno
aumenta gracias a la mejora del nivel de vida; los mejores transportes de las
carreteras y canales (antes de la revolución del ferrocarril), los puertos
marítimos; la producción agrícola e industrial orientada a la comercialización;
la especialización y división social del trabajo (la gente debe comprar casi
todo lo que necesita).
El desarrollo de la
banca (la más poderosa del mundo), las compañías comerciales, los seguros
marítimos y el papel moneda ayudaron al progreso comercial y financiero.
EL MODELO FRANCÉS: LA ECONOMÍA TRADICIONAL.
Francia, en cambio,
pese a sus innegables avances económicos, continuaba anclada en la economía del
Antiguo Régimen, que se precipitaba a finales del siglo XVIII a su crisis
definitiva. Asimismo los otros países europeos: Holanda, España, Prusia, Toscana,
Austria, etc., desarrollan su economía siguiendo la doctrina del liberalismo
económico y del despotismo ilustrado y su agricultura, industria y comercio
avanzan significativamente, aunque con manifiesto retraso respecto a Gran Bretaña.
No es, pues, un problema de no-desarrollo, sino de menor desarrollo comparativo
ante la potencia británica, más dinámica.
La agricultura.
La agricultura sigue
siendo la actividad fundamental para la inmensa mayoría de la población. Se
cultivan nuevas tierras, se introducen nuevos cultivos y técnicas, con ganado
estabulado y abonos, roturaciones, regadíos..., mejoras impulsadas por las
Sociedades Reales de Agricultura.
Pero las relaciones
de producción se mantienen invariables: domina una antieconómica servidumbre,
que dificulta la aportación de mano de obra a la industria y un mayor avance
técnico. Los nobles, ante el aumento de los precios agrícolas, presionan para
que los campesinos les aumenten las rentas y ocupan tierras comunales y tierras
incultas, pero invierten pocos capitales en las tierras. Los campesinos, por su
parte, sufren esta presión señorial mientras que las tierras disponibles
disminuyen por el aumento de la población.
Esta tensión social
estalló en la
Revolución Francesa , que convirtió al campesino en dueño
único de sus tierras, no sujeto al pago de derechos al señor. Así apareció un
nuevo modelo de propiedad agraria, muy distinto al inglés: pequeñas explotaciones
de campesinos que se autoabastecen y destinan una pequeña parte de la cosecha a
la comercialización.
La industria.
Las industrias
textil y de lujo son muy importantes, pero la industrialización se atrasa respecto
a Gran Bretaña.
Sobrevive en Francia
el viejo taller artesano medieval, sometido a la reglamentación gremial, junto
a las manufacturas reales —fábricas de propiedad o
protección estatal— dedicadas a las industrias de
lujo y especializadas en porcelana, seda, tapices y armas.
El comercio.
El comercio francés
se beneficia de la gran dimensión de su mercado interno, con más de 25 millones
de consumidores, de las exportaciones de lujo a Europa y del comercio colonial
con las colonias del Caribe. Los puertos se expanden y enriquecen con el tráfico
colonial y las compañías de comercio aumentan de número y tamaño, con lo que se
produce una masiva acumulación de capitales en manos de la burguesía.
1.3. LA SOCIEDAD.
La sociedad
estamental.
La sociedad era
estamental, con dos estamentos privilegiados: nobleza y clero, y un estamento
no privilegiado, el Tercer Estado o Estado Llano.
Los estamentos privilegiados
tenían derechos legales superiores: estaban exentos de impuestos, monopolizaban
los principales cargos públicos y contaban con el dominio predominante de la
tierra y derechos feudales sobre los campesinos. Se distinguía entre la alta nobleza
y la pequeña nobleza, así como el alto y el bajo clero.
El Tercer Estado era
muy heterogéneo, compuesto de modo distinto en la ciudad o en el campo, de
acuerdo con una división por la riqueza que derivaría en las clases sociales
del siglo XIX (que liquidarían la división estamental):
- En la ciudad lo
integraban la burguesía industrial/comercial (el grupo dominante dentro del estamento),
profesionales liberales, funcionarios, artesanos (maestros, oficiales),
tenderos, obreros (el proletariado urbano) y gentes sin oficio.
- En el campo lo
componían los campesinos propietarios (grandes o pequeños), arrendatarios/aparceros
y los jornaleros (el proletariado agrícola).
Consecuencias
sociales del auge económico.
Se mantenía la
estructura de la sociedad del Antiguo Régimen, pero el desarrollo económico
agrietó el dominio de la nobleza y la Iglesia , gracias a: la expansión agraria, industrial,
comercial y colonial; el proceso de urbanización y el aumento de la población;
el ascenso de la burguesía; la redistribución de la riqueza entre nuevos grupos
sociales; el desarrollo de la mentalidad capitalista.
Las dificultades
de la nobleza.
Entra en decadencia,
en todos los sentidos (político, económico, social) y perderá su hegemonía
mediante el reformismo inglés y la Revolución Francesa.
En la segunda mitad del siglo XVIII la debilitada nobleza optó por una actitud
de defensa agresiva para salvar su tradicional posición de dominio con lo que
se hizo inevitable el enfrentamiento con la burguesía y el campesinado, que
eran quienes financiaban con sus impuestos y transferencias de renta al Estado
y a las clases privilegiadas. Las revoluciones de finales del XVIII y primera
mitad del XIX liquidarán el Antiguo Régimen y darán paso a la hegemonía de la
burguesía.
El ascenso de la
burguesía.
El Tercer Estado
accede crecientemente al poder económico y político, sobre todo en Gran
Bretaña. Será la nueva clase dominante, que accederá al poder político en Francia
con la Revolución Francesa de 1789 y en Europa con las guerras napoleónicas.
Aspira a la libertad (política y económica) y a la igualdad con los estamentos
privilegiados, como señala Anes en El
Antiguo Régimen: los Borbones: ‹‹El siglo
XVIII, en su conjunto, fue para Europa y para las economías con ella
interdependientes, un siglo revolucionario. Las posibilidades creadoras del
siglo supusieron en todas partes un paso decisivo para la superación del viejo
orden estamental y para la organización de lo que podríamos llamar la sociedad
burguesa (...).
Los cambios
económicos que tuvieron lugar en Francia durante el siglo XVIII permitieron la
consolidación de una burguesía emprendedora que dirigió la actividad económica,
el mercado de trabajo y la producción. La burguesía francesa creció en riqueza,
en poder económico, en número y en civilización mientras la aristocracia
acumulaba una riqueza y gastaba unas rentas que percibía pasivamente, en base a
la persistencia de unos privilegios heredados del pasado. La burguesía francesa
proliferó físicamente, en cuanto aumentó mucho el número de burgueses, pero,
sobre todo, ganó terreno económicamente, en las ciudades en plena expansión,
durante el siglo XVIII. Su toma de conciencia política y su gestión económica
le permitieron ejercer sobre la sociedad en su conjunto la atracción de clase
ascendente y victoriosa, con lo cual pudo unir a su causa a elementos
tradicionales del Antiguo Régimen y, sobre todo, dirigir la acción del
artesanado urbano y del campesinado para derrocar el antiguo régimen político,
de forma revolucionaria, en 1789.››
Las clases
populares.
El campesinado no
propietario y el proletariado urbano vivían en la miseria, que en este siglo no
sólo se mantiene sino que se acrecienta, por la revolución de los precios agrícolas,
que aumenta el precio de los alimentos. La mayor parte, un 80% de media, de la
población europea la componían los campesinos.
1.4. LA MENTALIDAD
SOCIAL.
El individualismo
burgués.
En esta sociedad
crecientemente burguesa, volcada hacia la búsqueda del beneficio económico y la
verdad científica, el concepto moderno de hombre individual predomina sobre los
conceptos tradicionales de familia, comunidad, estamento y nación, que pierden
importancia relativa. Pero no debemos exagerar la importancia de este cambio:
en el siglo XVIII también se asientan los nacionalismos actuales, aunque sea
como reacción (irracional y mítica) a los ideales racionales.
La libertad
política.
Se abre paso la idea
de que la verdadera naturaleza del hombre es la libertad, y por ello las ideas
políticas de la
Ilustración , con la limitación de la monarquía absoluta,
abren una era de libertad. Rousseau escribe: ‹‹Un pueblo
libre obedece, pero no sirve; tiene jefes, pero no amos; obedece a las leyes, pero
no obedece más que a sus leyes; y es por la fuerza de las leyes, no de los
hombres. (...) Instituyamos unos reglamentos de justicia y de paz, a lo cuales
tengan todos la obligación de conformarse, que no eximan a nadie. Contrato
social, deber y garantía de la nueva sociedad, fundamentalmente libre e igual.››
2. LA ESPAÑA DEL SIGLO XVIII: LA ECONOMÍA Y LA SOCIEDAD.
2.1. LA POBLACIÓN.
El aumento de la
población.
La población aumentó
vigorosamente: pasó de 7 millones en 1700 a 11 millones en 1800. Las causas del
crecimiento fueron las mismas generales de Europa, pero hubo una diferencia: la
natalidad (42%.) y mortalidad (38%.) fueron elevadas y el crecimiento
vegetativo se debió más bien a la falta de graves epidemias.
Una evolución
desigual.
Hubo una evolución
desigual en el territorio y el tiempo:
- Creció más la
periferia que el centro: Cataluña pasó de 0,4 a 1 millón de habitantes, Valencia de 400.000
a 900.000 habitantes, mientras que Aragón sólo aumentó de 480.000 a 650.000.
- Crecieron un poco
más las ciudades que el campo: las urbes más beneficiadas fueron la capital
administrativa, Madrid, y los núcleos
comerciales: Barcelona, Cádiz, Valencia...
- El mayor crecimiento
comenzó a partir de 1750: si el censo de 1768 daba 9.301.728 habitantes, el de
1787 daba 10.286.000, un millón más en sólo veinte años y este ritmo seguiría
en los siguientes años, incluso durante la crisis del reinado de Carlos IV.
2.2. LA ECONOMÍA.
La situación de
partida h. 1700.
Hacia 1700 la situación
de la economía y de la población de Castilla era penosísima, por culpa de las
guerras, las pestes, el hambre y la miseria del pueblo bajo. El centro del país
acababa de vivir una década trágica pero también asomaban los gérmenes positivos
de la estabilidad de la moneda. La periferia, en cambio, vivía una época de
buen crecimiento. La crisis bélica interrumpió el proceso, pero se reanudó
moderadamente desde 1715, creciendo nuevamente sobre todo la periferia.
La evolución de
la economía y las diferencias regionales.
La evolución
económica no fue lineal ni equilibrada.
Hubo cuatro grandes
fases:
1) Entre 1680 y 1750
hubo una larga etapa de crecimiento lento, con signos más positivos en la
periferia, mientras que el centro permanecía estancado.
2) Entre 1750 y 1770
hubo una etapa de fuerte crecimiento, un poco más intenso en el centro que en
la periferia. España y su imperio colonial vivieron desde 1750, como toda
Europa, una coyuntura claramente alcista, reflejada en el crecimiento de los
precios agrícolas, la potenciación de la industria textil y el comercio ultramarino.
Esta vez el crecimiento fue más homogéneo: incluso el centro peninsular crecía
económica y demográficamente, gracias a las roturaciones y a los viñedos, y
recuperó parte de su retraso. Mientras, la periferia se estancó durante un par
de decenios, en una especie de crisis necesaria para digerir su anterior crecimiento,
antes de reemprender con nuevos bríos su ascenso.
3) Entre 1770 y 1796
hubo una auténtica explosión económica, más intensa que en muchos países
europeos, excepto Gran Bretaña (en la que la Revolución Industrial
estaba lanzada). La periferia se benefició especialmente de las reformas y del
comercio americano.
4) A partir de 1796
(y uniéndose en 1808 el desastre de la guerra de la Independencia y la pérdida
de América) hubo una grave crisis económica, en el centro por las malas
cosechas, en la periferia por la crisis comercial. Era la consecuencia de los
problemas del Antiguo Régimen: la propiedad agraria tradicional, la guerra
contra Gran Bretaña, la falta de libertades burguesas.
La agricultura.
El crecimiento de la
demanda americana y del mercado interior benefició a la agricultura con un
aumento sostenido de los precios desde 1750, lo que empujo la producción.
El principal aumento
de la producción se debió a la roturación de tierras marginales, más que a la
introducción de nuevos cultivos y técnicas.
Había acusadas
diferencias regionales:
En el interior (Meseta,
valles del Ebro y Guadalquivir), se mantuvo la agricultura tradicional: secano,
barbecho, predominio del cereal (trigo, centeno), rendimientos bajos, amplias
zonas incultas.
En las regiones
periféricas (Cataluña, Valencia, Murcia, zona cantábrica), en cambio se
modernizó la agricultura: se mejoraron los regadíos (el trigo de secano
producía 4/1 y el de regadío catalán 15/1), se diversificaron los cultivos (patatas,
maíz, alfalfa, nabos, arroz, algodón, lino, cáñamo, legumbres, frutales...), la
vid y el olivo se dedicaron a la comercialización, se aumentó la ganadería
complementaria.
La ganadería
estabulada y la trashumante —y la exportación de lana— también aumentaron en un largo periodo entre 1700 y 1770: ‹‹Sin duda el siglo XVIII es el siglo de apogeo de la Mesta, y con él,
de sus críticos más acerbos.›› [Fernández de Pinedo, en Tuñón. Historia
de España Labor. 1980: vol. VII, p. 40.]
La propiedad
agraria.
Durante el siglo XVIII
no varió apreciablemente la estructura de la propiedad agraria. Al finalizar el
Antiguo Régimen (h. 1800) aproximadamente entre el 80% y el 90% de la tierra
era propiedad de las manos muertas (un 80% para Madoz, según datos no
corroborados plenamente). Unos 4 millones de hectáreas (has) pertenecían a bienes de
Propios (de propiedad de los municipios), 10 millones al menos a los bienes
comunales (de uso por los vecinos, pero sin título individual de propiedad) y
unos 12 millones a bienes eclesiásticos. Otros 20 millones de has estaban amortizados
en manos de mayorazgos y señoríos territoriales de la aristocracia. Puede hablarse
así de un verdadero monopolio legal sobre la tierra.
Además, la Iglesia percibía en sus
propiedades diezmos, primicias y muchos derechos propiamente señoriales. Los
diezmos eran particularmente gravosos porque se cargaban sobre el producto
bruto, con lo que en muchas tierras se quedaban hasta con la mitad del producto
neto. Además desincentivaban las mejoras porque éstas requerían capital y el
diezmo se constituía como un impuesto más gravoso cuanto mayor fuera el capital
utilizado, de modo que podía ser más beneficioso no invertir nada para aligerar
así la carga del diezmo. Era un freno radical a las inversiones productivas que
necesitaban los campesinos para elevar su competitividad. El catastro de Ensenada
(bastante fiable sobre la realidad de 1750-53, calculaba que la Iglesia poseía
1/7 de las tierras cultivables y producía 1/4 de la riqueza nacional.
La situación
social del campesinado.
Los campesinos, el
80% de la población, se dividían en tres grupos: propietarios, arrendatarios y
jornaleros. Su condición social era muy diferente según las regiones:
En Cataluña la
situación era mucho mejor porque tanto propietarios como arrendatarios (en
censo enfitéutico perpetuo) pagaban pocos derechos señoriales, el censo era
estable (casi no aumentaban los pagos, con lo que la inflación disminuía el
importe real) y la propiedad no estaba muy dividida (la institución del hereu).
En Andalucía, en el
otro extremo, la situación era penosa, porque los latifundios señoriales y
eclesiásticos dominaban la propiedad agraria y los campesinos eran sólo
arrendatarios o jornaleros, con elevados derechos señoriales, siendo las mejores
tierras trabajadas por los jornaleros y las más marginales dadas en arriendos
de condiciones revisables a corto plazo.
En medio, las otras
regiones tenían sus particularidades: la pequeña propiedad en la Meseta norte, los
subarriendos gallegos, los contratos de hasta 1/3 de la cosecha en Valencia.
Las tensiones en
el mundo agrario.
En el siglo XVIII
los problemas y las tensiones fueron en incremento:
- La subida de los
arrendamientos.
- La ocupación de
tierras comunales por los grandes propietarios.
- La ocupación de
tierras sin cultivar.
- Las disputas entre
agricultores y ganaderos por las tierras incultas.
- La escasez de
tierras en el mercado (por la existencia de mayorazgos y “manos muertas”).
- La subida de los
precios agrícolas.
Por su parte, la emergente
burguesía urbana necesitaba tierras, exigía tierras, para sí misma y para el
campesinado. Sobre todo necesitaban los comerciantes tierras para sí mismos
para diversificar sus inversiones y necesitaban los industriales que los
campesinos tuvieran tierras para que así las rentas de éstos aumentasen y pudiesen
comprar sus productos. Ningún burgués desdeñaba la posibilidad de convertirse
en un hidalgo terrateniente y así progresar en la escala social al acceder al
estamento de la nobleza, porque era un título honorífico que suponía la consagración
de que se tenía un verdadero poder económico. Pero era algo nuevo que muy pocos
deseasen abandonar sus negocios. Se percibía que el futuro de sus familias sólo
podía asegurarse si se mantenían las lucrativas actividades comerciales e
industriales y que las propiedades rurales era un elemento de seguridad y
prestigio, no de progresivo enriquecimiento. Para demostrarlo a la vista de
todos había demasiados nobles arruinados que buscaban emparentar con la burguesía.
La tierra sería ahora un complemento apetecible, pero no el eje de las
verdaderas fortunas. Pero, en todo caso, había un gravísimo obstáculo a superar
antes de que los nuevos burgueses adquiriesen las tierras: la escasez de éstas
por el fenómeno de los mayorazgos y de las “manos muertas”.
La industria.
La industria creció
vigorosamente gracias al proteccionismo, el comercio indiano y el fomento de
las manufacturas reales.
La hundida industria
textil de Segovia, Guadalajara, Béjar, Palencia y de muchas ciudades castellanas
recuperó parte de su posición, doblando su producción algunas.
Las manufacturas
reales eran establecimientos estatales para la producción de tapices,
porcelana, cristal, armas, paños de Guadalajara, estampados de Barcelona.
Las “fábricas de
indianas” de Cataluña fueron los primeros establecimientos que siguieron el
modelo inglés de fábrica capitalista, introduciendo el maquinismo en la
industria textil.
El comercio.
El comercio interior
aumentó gracias a la libertad de comercio de granos, la supresión de las
aduanas interiores (excepto en el País Vasco), el mejor nivel de vida, la
mejora de la comunicaciones, el desarrollo de las compañías (los Cinco Gremios
de Madrid) y la banca (aparecen las embrionarias primeras Cajas de Ahorros
españolas). Las regiones costeras fueron las más beneficiadas, sobre todo
Cataluña, con un intenso comercio europeo y americano.
Pero frenó su
desarrollo la muy lenta integración en un único mercado nacional: las ciudades
eran pocas y poco pobladas; las comunicaciones eran difíciles; el campesinado
tenía un escaso poder adquisitivo y tampoco tenía un gran excedente agrario
comercializable, mientras que los grandes propietarios sólo almacenaban y
especulaban con su trigo (9/10 del total) sin comercializarlo;
El comercio con
América creció con las reformas en la marina de 1713-1720 y la libertad de
tráfico de 1779, aunque siempre chocó con una fuerte competencia europea y la
oposición de los intereses criollos. Se centró en los puertos de Cádiz y desde
finales de siglo se extendió a Barcelona, Málaga, Vigo... Consistía en la
exportación de productos manufacturados españoles y europeos y la importación
de oro y plata, azúcar, café, tabaco...
El comercio europeo
consistía en la exportación de lana, vinos, aguardientes, frutos secos,
productos americanos y la importación de productos manufacturados y algodón (de
Malta). Era un comercio deficitario, pero se compensaba con el excedente
americano.
La crisis
económica de fin de siglo.
A partir de 1796
estalló una grave crisis económica en España, debido a una serie de
causas/efectos:
- Varias malas
cosechas desde 1794.
- Oleada de hambres
y epidemias, por la consecuente falta de alimentos.
- La guerra casi permanente
con Gran Bretaña desde 1796, que dificultó el tráfico americano, lo que sumió
en la crisis a la industria y el comercio de las regiones costeras.
- Los gastos de las
guerras con Francia (1793-1795) y Gran Bretaña (1796-1801 y 1802-1808), que
hundieron la Hacienda
y obligaron a aumentar los impuestos.
2.3. LA SOCIEDAD.
Esquema piramidal de
la sociedad del Antiguo Régimen.
El triunfo de los
Borbones en la guerra de Sucesión española fue el inicio del triunfo de las
clases medias y de la baja nobleza contra la Iglesia y la aristocracia
señorial. Las reformas fueron obra de una minoría, en lucha contra un amplio
grupo reaccionario, defensor de sus privilegios, y contra una población que
seguía las costumbres tradicionales.
Persistió la
división estamental de la sociedad, pero con mucha mayor movilidad social entre
las clases.
La nobleza.
La aristocracia se
dividió en dos grupos: los nobles ilustrados, que no rechazaron dedicarse al
comercio o la industria, y los tradicionales, que seguían anclados en la
economía tradicional.
El clero.
El número relativo y
el poder del clero se redujeron durante el siglo. Las causas fueron
el regalismo de la monarquía, la crítica contra el atraso cultural achacado a
la Iglesia, la mejora de la situación económica... Pero todavía mantenían un
papel esencial en la estructura estamental del Antiguo Régimen y su influencia
se evidenció en la crisis de 1808.
La burguesía.
Al principio, la burguesía
era débil, sin cohesión de grupo ni conciencia de tal, sin organismos de presión
(aparte de los Consulados del Mar de la periferia), y como clase social apenas
duraba en los negocios una o dos generaciones, puesto que procuraba a los pocos
dineros que podía recoger que sus descendientes accedieran a la hidalguía.
Pero en el siglo XVIII
creció el número de burgueses que habían acumulado capitales en el comercio, la
industria y las finanzas. Además hubo un aumento significativo de la ocupación
en profesiones liberales: abogados, funcionarios, eclesiásticos, profesores,
escritores... La burguesía afianzó su presencia hasta conseguir hacia su final
una posición de incontestable dominio económico. Sus centros eran Madrid,
Sevilla, Cádiz, Barcelona: ‹‹La burguesía se fue enriqueciendo
notablemente durante la segunda mitad del siglo XVIII, sobre todo, como es bien
conocido, en las ciudades mercantiles y marítimas de la periferia. En las
últimas décadas tiene poder económico, pero le falta el poder político, todavía
detentado por los estamentos privilegiados de una sociedad encuadrada aún
dentro de los módulos del Antiguo Régimen. Cuando éste caiga, la burguesía se
hará con el poder político.›› [Tomás y Valiente. El marco político de la desamortización en España. 1971: 46-47.]
El artesanado y
el proletariado.
Las clases populares
de la ciudad estaban compuestas por un artesanado organizado en gremios y por
un proletariado que trabajaba a sueldo o carecía de oficio.
El campesinado.
Ya hemos visto como
se crearon dos grandes grupos sociales: una minoría de de campesinos acomodados
que se habían beneficiado de los arrendamientos con bajas rentas de las fincas
de la Iglesia
y de la nobleza absentista, y una mayoría de campesinos con pequeñas
propiedades o de jornaleros que vivían del trabajo en los latifundios.
2.4. LA MENTALIDAD
SOCIAL.
La nueva
mentalidad burguesa.
La pujante burguesía
española durante el siglo XVIII construye su ideología crítica respecto a la
nobleza, la Iglesia y sus privilegios, de modo que este avance ideológico es
una herencia fundamental que explica la revolución liberal del siglo XIX, las
Cortes de Cádiz, la desamortización.
2.5. LAS REFORMAS.
El reformismo.
La gran innovación
de los Borbones fue un cambio ideológico en la concepción política del Imperio
español: el interés de los reyes dejaría de ser la monarquía universal de los
Habsburgo para centrarse en el reino de España. Las ambiciones de Isabel de
Farnesio en Italia no serían ni la sombra de los sueños del pasado. Este cambio
en los objetivos era un beneficio indudable para un país empobrecido y harto de
aventuras excesivas. De este modo el primer reformismo borbónico tendió a la
centralización, mientras que el fomento de la industria y del comercio era el
centro de su política económica. Había que desarrollar las fuentes de riqueza
si se quería mantener a España en el concierto de las grandes potencias.
Continuando la corriente
de renovación que había nacido hacia 1680, el reformismo borbónico se inició
con Felipe V y siguió con Fernando VI, pero es el reinado de Carlos III el momento
más importante del reformismo español.
Desde el Despotismo
Ilustrado se trenzaron unas acertadas medidas a corto plazo que aseguraron unas
décadas más de supervivencia al Antiguo Régimen, aunque la intención del monarca
parece que no fue potenciar a la burguesía y la producción sino en cuanto a que
ello podía suponer una mejora de la Hacienda Pública y del poder real. El regalismo y
la supremacía absoluta de la monarquía fueron el norte de la política y así
puede comprenderse que España participara en guerras tan poco fructuosas como
las de los Siete Años y de la
Independencia de los Estados Unidos. Lo primordial, como en
tiempos de los Austrias, eran los intereses dinásticos de la Corona , pero había una
conciencia clara de cuáles eran las medidas más adecuadas para ello.
Para promover el
reformismo, se crearon las Juntas de Comercio y las Sociedades Económicas de
Amigos del País, que extendieron el espíritu ilustrado y establecieron una
eficaz organización de los grupos de presión a favor de las reformas económicas.
El hispanista Lynch
ha criticado el reformismo borbónico, porque a pesar de los innegables avances,
el gasto público se orientó sobre todo al reforzamiento del ejército y la
marina y la monarquía siguió apoyándose sobre todo en las clases privilegiadas
y permitió el aumento de los mayorazgos.
La centralización
de la Administración.
Las reformas administrativas,
militares y económicas de los ministros Patiño, Campillo y Ensenada iniciaron
la modernización de España, a través del Consejo de Castilla.
Fueron suprimidas la
libertades y privilegios de las regiones periféricas, excepto de las leales
Navarra y País Vasco.
Los Decretos de
Nueva Planta de Valencia (1707), Aragón (1711), Mallorca (1715) y Cataluña
(1716) suponían la pérdida de autonomía de los reinos de la Corona de Aragón.
Se creó un modelo
único de administración territorial (excepto para Navarra y País Vasco),
dividiendo el territorio en provincias (distintas de las actuales) dirigidas
por un Capitán General y una Audiencia. Se creó la figura del intendente (1718)
para la administración económica del ejército y de las provincias. Todo el
poder se centralizó en Madrid, siendo los anteriores funcionarios sólo
delegados del poder central.
La administración
central se reformó, sustituyendo el poder de los consejos por los ministros.
Durante el siglo se consolidaron los ministerios de Hacienda, Guerra, Marina,
Justicia, Indias y Estado (Asuntos Exteriores). Sólo el Consejo de Castilla
(que absorbió en 1707 al de Aragón) mantuvo su poder, como cuerpo consultivo
del monarca, proponente de leyes y tribunal de justicia.
Sólo quedaron las
Cortes de Castilla, cuya única función fue la jura del heredero.
La política
religiosa y cultural.
El regalismo era la
doctrina, propia del Despotismo Ilustrado, que defendía los derechos del rey a
intervenir en los asuntos eclesiásticos. Se pretendía reducir el poder de la Iglesia , que esta mantenía
gracias a su control de gran parte de la tierra, las parroquias y obispados,
las escuelas y colegios, así como la influencia política de los antiguos “colegiales”
de los jesuitas (como Ensenada).
En el reinado de
Fernando VI se firma el Concordato (1753) con la Santa Sede , sobre bases
regalistas: patronato regio (derecho de presentación de altos cargos eclesiásticos),
supresión de las vacantes.
Carlos III impulsó
el regalismo, con la expulsión de los jesuitas en 1767 (tomando como motivo su
supuesta participación en el motín de Esquilache) y la limitación de la Inquisición,
medidas que iniciaron la política anticlerical que se concretaría en el siglo
XIX con la desamortización eclesiástica.
Se fomentaron
asimismo la ciencia y la cultura: Academias, enseñanza superior (Reales
Estudios de San Isidro), Sociedades Económicas de Amigos del País, viajes
científicos a América.
La reforma de la Hacienda.
Las cargas fiscales
mucho más moderadas en proporción a la riqueza real que las soportadas en el
siglo anterior, gracias a que la política exterior fue menos belicosa y a que
crecieron las remesas fiscales de América eran hasta llegar a un 1/4 de los
ingresos de la Hacienda
(aunque su interrupción en las guerras era por ello muy grave). Pero además la Hacienda se saneó
mediante la reforma fiscal, que aumentó la recaudación, con un mejor equilibrio
entre las clases productivas y ociosas. Los dos puntos básicos fueron:
- Fondo común de los
impuestos, totalmente centralizado (excepto Navarra y País Vasco).
- Impuestos más
modernos y equitativos, basados en el catastro que censaba todos los bienes y
permitía gravar la riqueza rústica y urbana mediante un reparto equitativo
(todos pagaban) y las rentas del trabajo (de esto estaban exentos los estamentos
privilegiados). Este sistema se aplicó en la Corona de Aragón, con gran éxito, pero se fracasó
en su aplicación en la Corona
de Castilla, debido a la resistencia de los estamentos privilegiados a pagar
por los bienes. Ensenada tuvo que dimitir en 1754 por la reacción popular a su
catastro de 1750 y Carlos III tuvo que abandonar el proyecto en 1776 por lo mismo.
La reforma
financiera.
La creación del
Banco de San Carlos (1782) y de los vales reales, que fueron la primera moneda en
papel de curso obligatorio, consolidaron la estabilidad monetaria.
La reforma de la
industria.
En la primera mitad
del siglo predominó una política mercantilista, con medidas intervencionistas y
proteccionistas:
- Se promovieron manufacturas
reales, pero fracasaron casi en su totalidad.
- La prohibición de
importación de tejidos de seda y algodón de Asia (1717-1719), los aranceles
fuertemente proteccionistas de la seda (1744) y la lana (1747).
En la segunda mitad
del siglo, algunas medidas fueron inspiradas por la fisiocracia hacia la
desreglamentación:
- La reglamentación
liberal (sin trabas gremiales) de las fábricas de indianas (1767).
- En 1790 se
concedió plena libertad de fabricación, para toda clase de oficios y productos,
sin someterse a los reglamentos de los gremios, lo que benefició sobre todo a
la industria textil catalana, pero también a los restantes sectores.
Pero subsistía el
mercantilismo en el proteccionismo:
- El arancel (25%)
de tejidos de algodón (1760)
- Prohibición de
importación de tejidos de algodón (1769).
- Prohibición de
importación de ferretería (1775).
La reforma del
comercio.
Se acordó la supresión
de las aduanas interiores (1717), excepto en el País Vasco y Navarra.
Se promovió un
programa de mejora de los caminos y puertos, lo que favoreció la unidad del mercado.
Directamente
relacionada con la reforma agraria es la medida de libertad del comercio y
precio de los granos (1765).
Se fomentan, según
el mismo modelo de los países nórdicos, las compañías privilegiadas de comercio,
como la Compañía General y de Comercio de los Cinco Gremios Mayores de Madrid
(1763), o se fusionan, como la Guipuzcoana y la de Filipinas (1785), al tiempo
que se apoyan las instituciones privadas de crédito.
Entre 1765 y 1778 se
concedió progresivamente la libertad de comercio con América. Se rompió así el
monopolio andaluz y cualquier español, saliendo desde cualquier puerto de
España, podía comerciar con las colonias. Esto repercutió en el auge de los
puertos mediterráneos y cantábricos y, sorprendentemente, no perjudicó al comercio
de Cádiz. La libertad comercial probaba su eficacia para el desarrollo.
LA REFORMA AGRARIA.
El alza de los
precios agrícolas (en trigo, vino, aceite) empujo a la roturación de tierras y
a la mejora de la productividad agraria, pero había un obstáculo muy grave: el problema
agrario, que consistía en que había muchas tierras sin cultivar y muchos
campesinos sin tierras, porque la nobleza, la Iglesia y los
Ayuntamientos poseían la mayoría de las tierras (amortización o “manos muertas”).
El poder político,
ante la magnitud de las tensiones agrarias, era consciente de la necesidad de
profundas reformas, y se emprendieron varias realmente importantes, pero
fracasó en solucionar el problema fundamental, el acaparamiento de la propiedad
por los estamentos privilegiados, debido a que estos eran todavía demasiado
poderosos.
Los primeros
intentos de reforma agraria.
En los años finales
del reinado de Felipe V, en 1737-1738, se decretó el reparto de las tierras baldías
de los municipios (que se empleaban para pastos y leña), pero en muchos lugares
no se cumplió.
En el reinado de Fernando
VI, en 1747 se anularon tales medidas y se devolvieron a los concejos las tierras
ya vendidas, debido a las pésimas consecuencias que tenía aquella medida para
las haciendas municipales, carentes de alternativas de financiación.
En 1749 Ensenada
inició la política de repoblación de pueblos y comarcas abandonados.
El 16 de marzo de
1751 se reguló la intervención en los bienes de los Pósitos, con la creación de
la Superintendencia General de Pósitos. Era una medida de fomento que alcanzó
resultados inmediatos: se pasó de 3.371 pósitos municipales en 1751 a 5.225 en 1773, y se
sanearon muchos de ellos al sustraerlos a las prácticas más abusivas de las oligarquías
locales. Pero la mala gestión del Consejo de Castilla y a fines de siglo el déficit
fiscal llevó a la intervención de los caudales de dinero y los depósitos de
granos de los pósitos, que perdieron así gran parte de su eficacia, para entrar
en rápida decadencia (en 1850 su número había bajado a 3.410 y su importancia
aun mucho más). Se hubiera necesitado un eficiente Pósito en cada municipio
para atender a los necesarios créditos de cultivo (y no sólo los de siembra),
pero estaban dominados por los agricultores acomodados, los cargos municipales
y las clases privilegiadas, más interesados todos en dificultar el acceso a la
propiedad de los pobres que de facilitarla.
Es en el reinado de Carlos
III, cuando comienza el primer verdadero programa de reforma agraria.
Se intensifica la
política de repoblación, sobre todo con el experimento dirigido por el
intendente Olavide en Sierra Morena, donde se asientan colonos alemanes y
flamencos en nuevos pueblos como La Carolina.
En 1760 se crea la Contaduría
General de Propios y Arbitrios, bajo la competencia del Consejo de Castilla,
para fiscalizar la administración de estos bienes, evitar que se usufructuasen
por los terratenientes locales y para bajar los impuestos municipales.
La libertad de precio
y de circulación del trigo (1765). En el pasado, cuando había habido una mala
cosecha de cereales, se prohibía el aumento del precio del pan (la tasa), pero
los ilustrados creían que era una medida irracional, pues si subía el precio
del pan era porque había poco trigo al estar tasado, porque los agricultores
tendían a cultivar otros productos, con lo que había desabastecimiento. Esta escasez
sólo podía superarse si la gente se organizaba para producir más trigo. ¿Y qué mejor estímulo podía haber
para aumentar la producción de una mercancía que el que esta se pagara bien? La
nueva libertad tuvo al principio un efecto negativo porque coincidió en 1766
con una mala cosecha, lo que provocó los motines de la primavera de 1766 (el
mayor fue el de Esquilache), pero fue beneficioso a largo plazo, pues los
agricultores se dedicaron a producir más trigo y el precio bajó a niveles
razonables, acabando con las periódicas hambrunas del pasado.
La teoría de la
reforma agraria.
Además, el carácter
dramático de la situación de 1766 obligó a plantear el problema de una
auténtica reforma agraria, largamente planificado desde 1750 por el Consejo de
Castilla y que continuó meditándose en los decenios siguientes, destacando los
informes de Floridablanca, Campomanes y Jovellanos.
Floridablanca, en su
Respuesta del fiscal en el Expediente de la provincia de Extremadura
(1770), planteaba una propuesta moderada: entregar a los campesinos las tierras
incultas, comunales, de propios (de los ayuntamiento pero arrendadas a particulares),
baldíos y dehesas (de particulares).
Campomanes, en su Memorial
ajustado (1771), planteaba una propuesta más ambiciosa: repartir las
tierras anteriores entre las familias campesinas no propietarias, con fincas
inalienables e indivisibles, junto con créditos estatales para comprar ganado y
aperos; además, los contratos de arrendamiento debían reformarse para
asemejarse a los censos enfitéuticos catalanes (perpetuos, con pagos estables)
Jovellanos, en su Informe
de la Ley Agraria
(1794), planteaba la reforma más ambiciosa y liberal: toda la tierra perteneciente
a los mayorazgos (nobleza) y a las “manos muertas” (Iglesia y ayuntamientos)
debía mercantilizarse, para que los inversores la hicieran producir.
Las ideas de estos
reformistas ilustrados influirán decisivamente en la reforma agraria y la desamortización
del siglo XIX e incluso de parte del siglo XX.
La difícil
aplicación de la reforma agraria desde 1766.
Aranda y Campomanes
inician desde 1766 la reforma con la medida más arriesgada del reparto de las
tierras concejiles en arrendamiento (1766) entre los campesinos más necesitados
de Extremadura de “todas las tierras labrantías propias de los pueblos y las
baldías y concejiles”, medida que se hizo extensiva en los dos años siguientes
a Andalucía, La Mancha y finalmente el resto del país. Pero la medida fracasó
por la ausencia de créditos a los nuevos labradores para que invirtiesen en las
tierras, por el incumplimiento en muchos lugares ante la oposición pasiva de
los municipios y por el intento de las clases privilegiadas de beneficiarse
clandestinamente: los arrendatarios pobres perdían casi siempre su lote al cabo
de un año, al no poder cultivar debidamente la tierra, y entonces aparecían los
especuladores para quedarse con la tierra.
Se recortan los
privilegios de la Mesta para potenciar a la agricultura, mediante varios
decretos (1779-1788), que autorizan a los propietarios a cercar sus fincas.
En 1785 se prohíbe
aumentar el precio de los arrendamientos rústicos, lo que hubiera sido a largo
plazo una reforma trascendente. Pero en 1803 se derogó la medida.
En el reinado de
Carlos IV, en 1798, comenzó la desamortización eclesiástica al vender las
propiedades de varias instituciones benéficas de la Iglesia. Era 1/6 de
la propiedad eclesiástica en la
Corona de Castilla y en compensación se pagaba una renta
anual.
Eran medidas
demasiado moderadas e insuficientes:
‹‹La política económica de los Borbones en el
siglo XVIII, sobre todo, al calor de una época de paz que coincide con el
reinado de Carlos III, si bien favoreció un crecimiento lineal de la
economía, no fue capaz de provocar una transformación del sistema,
porque mantuvo en vigor las suficientes trabas como para impedirle dar el
salto y desarrollarse. (...) históricamente no se puede hacer la revolución
industrial, sin antes hacer la revolución liberal. Para acceder a un
capitalismo autogenerado las economías del Antiguo Régimen no tienen más
vía que la de este doble proceso revolucionario.›› [Rodríguez
Labandeira. 1982: 180-181, en Rodríguez
Labandeira, José. La política económica de los Borbones, pp. 107-184, en
Artola, M. La Economía española al final del Antiguo Régimen. Vol. IV. Instituciones.]
La cuestión esencial
era la estructura de la propiedad agraria, dominada por las clases superiores
del Antiguo Régimen, pero a fines del siglo XVIII esta estructura estaba en crisis,
tanto en el terreno de las ideas, como por las necesidades de la Hacienda. Era sólo
cuestión de tiempo que comenzara la desvinculación y la desamortización, al
socaire de los tiempos renovadores que recorrían Europa. Y la puntilla llegó
con las crisis bélicas.
3. LA ESPAÑA DEL SIGLO XVIII:
LA POLÍTICA INTERIOR Y EXTERIOR.
En esta parte nos
concentraremos en la vida política de la España borbónica, limitándonos a algunos aspectos
de la evolución política interior y exterior.
3.1. EL CAMBIO DE
DINASTÍA.
Carlos II
(1665-1700) dio frecuentes muestras de enajenación mental, además
(afortunadamente) era impotente y no consiguió tener descendencia en sus dos
matrimonios. Las casas reales europeas se disputaron la previsible sucesión de
España y de su imperio. El país se dividió en dos bandos: uno favorable a la dinastía
francesa de los Borbones (Felipe de Anjou) y otro a la austriaca de los
Habsburgo (Carlos de Austria). Luis XIV maniobró en los últimos años para asegurarse
la sucesión, devolviendo sus conquistas (Luxemburgo, Flandes, Cataluña) en la 3ª
guerra (1689-1697), acabada con la
Paz de Ryswick. Carlos II había preferido a Maximiliano de
Baviera, aun a costa de ceder varios dominios a Francia y Austria, pero la
muerte del candidato en 1699 le llevó a aceptar a Felipe como el mejor candidato
para conservar la mayoría de los dominios reales.
A la muerte de
Carlos II (1-XI-1700), se entronizó la nueva dinastía de los Borbones, con
Felipe V, que no renunció a sus derechos a la corona francesa ni a las posesiones
europeas que Luis XIV había pactado entregar a Austria.
Desde el primer
momento se fue formando una amplia alianza, dirigida por Guillermo de Orange,
rey de Gran Bretaña y estatúder de Holanda, con Austria, Portugal, Saboya,
Prusia y Hannover,, unidos contra la
amenaza de la unión en una sola corona de Francia y España. Los Borbones sólo tuvieron el apoyo de Baviera.
La guerra de
Sucesión de España (1702-1714).
Mapa de la Guerra de
Sucesión de España.
Es la primera guerra
europea de la era moderna, extendida a toda Europa y las colonias. Tras un
primer año de preparación de las fuerzas militares, la guerra comenzó en 1702,
con éxitos de Felipe en Italia, pero con derrotas en el mar. En 1704-1705 la
situación empeoró para los Borbones, con el desembarco del pretendiente Carlos
en la Península
y la conquista de Gibraltar y Menorca por la flota anglo-holandesa.
En este momento, los
países de la Corona
de Aragón se pusieron del lado de Carlos (más respetuoso de las autonomías),
mientras Castilla (procentralista) lo hacía a favor de Felipe.
Las derrotas francesas
en los Países Bajos (Blenheim, Ramillies, Lille, Oudenarde, Malplaquet) e
Italia se sucedieron hasta el final de la guerra y en 1710 Luis XIV estuvo a
punto de rendirse. Pero en la Península, en cambio, los Borbones ganaron, tras
varias vicisitudes (traición de parte de la nobleza, dos pérdidas de Madrid),
las batallas de Almansa (1707), Brihuega y Villaviciosa (1710), lo que aseguró
el dominio sobre España. La muerte en 1711 del emperador Leopoldo I hizo subir
al trono a Carlos, lo que presentó el nuevo peligro de un Imperio universal de
los Habsburgo como el de Carlos V. Felipe V renunció en 1712 a sus derechos sobre la
corona francesa y ello facilitó el acuerdo final, en la Paz de Utrecht (1713).
Mapa del reparto del imperio español en Europa después de la Paz de Utrecht (1713).
España y su imperio
americano y Filipinas quedaban en manos de Felipe de Borbón, pero cedía a Gran
Bretaña las posesiones de Gibraltar y Menorca, amén de concesiones comerciales
en América. Carlos de Austria conseguía la mayoría de los dominios europeos:
Países Bajos, parte del Milanesado, Nápoles, Cerdeña. Saboya obtenía el resto del
Milanesado y Sicilia (que luego fue intercambiada por Cerdeña).
3.2. FELIPE V
(1700-1746).
El reformismo
centralizador.
El reinado de Felipe
V se caracterizó en su política interior por el reformismo centralizador, con
los ministros Patiño, Campillo y Ensenada. Ya hemos visto las numerosas medidas
que se promulgaron.
La agresiva
política exterior.
Tuvo tres principios
fundamentales:
-Alianza con Francia.
-Oposición a Gran
Bretaña (amenaza colonial y comercial, reivindicación de Gibraltar y Menorca).
-Recuperación de las
antiguas posesiones italianas para poder entronizar a los hijos de Felipe V e
Isabel Farnesio: Carlos y Felipe.
Al principio,
Alberoni reconstruye la flota y promueve la ocupación de Cerdeña y Sicilia, que
es respondida con una cuádruple alianza (Francia, Gran Bretaña, Holanda,
Austria) y una guerra que España pierde (1718-1719). En la Paz de la Haya (1720), España devuelve
las dos islas italianas, pero ha comenzado la
reivindicación sobre las históricas posesiones italianas de la corona española.
Los primeros
Pactos de Familia.
Una línea continua
de la política exterior española fue la alianza con los Borbones de Francia
(Luis XV, Luis XVI), más luego los Borbones italianos del ducado de Parma
(Felipe) y el reino de Nápoles o de las Dos Sicilias (Carlos). Se firmaron dos
pactos: 1734 y 1743.
Como consecuencia,
España participó en la guerra de Sucesión de Austria (1740-1748), al lado de
Francia y Prusia, en contra de Austria y Gran Bretaña y los resultados fueron
la conquista del reino de las Dos Sicilias (Nápoles y Sicilia) para Carlos (1738)
y el ducado de Parma para Felipe (1748).
La alianza de los
Borbones funcionó con eficacia durante el periodo 1700-1789, en oposición a
Gran Bretaña, con alianzas cambiantes con las demás potencias europeas
(Austria, Prusia, Holanda, Saboya).
3.3. FERNANDO VI
(1746-1759).
El reformismo y
la neutralidad.
El rey nombra a dos
ministros, Ensenada y Carvajal, de ideas distintas, que mantienen un equilibrio
en su política exterior mientras estimulan las reformas internas. El pro-francés
Ensenada reforma la hacienda (catastro, simplificación impositiva): los
ingresos aumentan un 54% de media y se financia un programa de construcción
naval en los arsenales de Ferrol y Cartagena, que reforzó la Marina. En cambio, el
pro-británico Carvajal dirige la política exterior, neutralista respecto a Gran
Bretaña y Portugal. Tras la caída de Ensenada en 1754 y hasta 1759 se sigue una
política antirreformista, mientras el rey vive en la locura tras la muerte de
su esposa. Pero el régimen no sufre por ello, prueba de su estabilidad.
3.4. CARLOS III
(1759-1788).
Carlos III era hijo
de Felipe V. Desde 1735 era rey de Nápoles y cuando sucedió a su hermano
Fernando VI en el trono de España, ya poseía una larga experiencia de gobierno
ilustrado, con su excelente ministro Tanucci.
El gobierno
ilustrado.
El rey llegó
acompañado de varios ministros italianos, como Grimaldi y Esquilache, pero
mantuvo a gran parte del gobierno anterior. Los ministros más importantes
fueron Floridablanca, Campomanes y Aranda, quienes impulsaron las reformas
políticas (sobre todo regalistas) y económicas, que en este reinado llegaron a
su cenit.
El motín de
Esquilache.
Este conflicto fue
el punto culminante de los conflictos sociales en la España borbónica del XVIII,
por lo que merece un análisis detallado.
El rey y su ministro
decidieron transformar el aspecto de Madrid, que pasó de ser “la Corte más
puerca del mundo” a convertirse en una ciudad limpia, bien iluminada de noche,
con obras monumentales, hasta el punto de que Carlos III fue llamado “el mejor
alcalde”.
Pero esto exigió
cambiar ciertas costumbres incompatibles con la higiene más elemental. Se
ordenó a todos los vecinos regar y barrer el espacio que rodeaba sus viviendas,
después de retirar las basuras que habitualmente se amontonaban en medio de la
calle. Después se pasó a exigir a los propietarios la pavimentación de las
calles y la colocación de faroles. La gente empezó a enfadarse y no faltaron
médicos que aseguraron que tanta higiene no servía para nada.
A continuación se
inició una campaña de “seguridad ciudadana”. Se prohibió a los paisanos
circular con armas y, para completar la campaña, el 10 de marzo de 1766, se
pegó en las esquinas un bando que prohibía a los hombres el uso de capas largas
y sombreros de ala ancha. Este era el traje típico de las clases populares de
Madrid, pero también favorecía la circulación de “embozados” que cometían toda
clase de tropelías bajo el anonimato de su atuendo. Se intentó hacer cumplir el
bando por la fuerza, y en pocos días el ambiente de la capital se puso al rojo
vivo.
Por fin, el domingo
de Ramos (23-III-1766), se produjeron los primeros choques entre grupos de
paisanos y la guardia valona del rey. Hubo algunos muertos y los alborotadores,
tras asaltar la vivienda de Esquilache, se concentraron en tono amenazante ante
el palacio real. Un fraile del convento de San Gil, muy popular, se avino a
actuar de intermediario entre el rey y los revoltosos. El rey, en vez de
aceptar el consejo de los militares de una dura represión, aceptó el 25 de
marzo (se publicaron las disposiciones en la “Gaceta”): el destierro de
Esquilache, la salida de Madrid de la guardia valona, la autorización para que
cada uno pudiera vestir como quisiera y la rebaja del precio de los principales
alimentos, especialmente del pan.
A partir del 1 de
abril se produjeron algaradas y motines populares en más de veinte ciudades. Se
reclamaba el abaratamiento del precio del pan. Era un síntoma de los efectos de
la política liberalizadora de Carlos III y sus ministros, respecto al comercio
de granos. Pero el régimen mantuvo las medidas liberalizadoras y estas acabaron
por tener éxito.
La política
exterior.
En la política
exterior se firmó el Tercer Pacto de Familia (1761) con los Borbones, lo que
cerró el periodo neutralista y se entró en conflicto con Gran Bretaña al final
de la guerra de los Siete Años, sufriendo varias derrotas (Manila, La Habana ). En la Paz de París (1763) España
pierde Florida, pero recibe de Francia en compensación la enorme Luisiana. En
cambio, con la afortunada intervención (1779-1783) en la guerra de Independencia
de EEUU se recuperan Florida y Menorca, pero no se consigue tomar Gibraltar.
3.5. CARLOS IV
(1788-1808).
Carlos IV heredó de
su padre el gobierno de Floridablanca, cada vez más reaccionario debido al
estallido de la Revolución Francesa.
La crisis final
del Antiguo Régimen español.
Godoy, un favorito
de la reina, sustituyó a Floridablanca, comenzando la larga crisis que llevaría
a 1808.
En este reinado la
corrupción y la ineficacia administrativa fueron lacras crecientes. La Hacienda era
crecientemente deficitaria. Hubo un progresivo abandono del esfuerzo ilustrado,
patente desde antes de la muerte del rey Carlos III y agravado en la década de
1790, por la amenaza de la Revolución Francesa, que despertó la intolerancia y
el fanatismo del clero y de las clases populares contra los ilustrados. Como
resultado, los reformistas (Jovellanos) fueron represaliados y el sistema político
y social se encaminó a una crisis total, en medio de la crisis económica
iniciada en 1796.
La política
exterior.
Las guerras con
Francia (1793-1795), Portugal (1801-1803) y Gran Bretaña (1797-1801 y
1804-1808) llevaron al país a una situación económica lamentable, sobre todo en
Cataluña.
En el primer momento
España formó parte de la gran alianza antirrevolucionaria de las potencias
europeas contra la Revolución Francesa (1793-1795). Fue una guerra muy popular
al principio que terminó con un fracaso y una paz que concedía Santo Domingo a
Francia.
El cambio de
alianzas supuso la guerra contra Gran Bretaña, en dos periodos, 1797-1801 y
1804-1808. El tráfico americano fue gravemente afectado y en 1805 la flota
franco-española fue aniquilada en Trafalgar.
La guerra con
Portugal (1801-1803) fue poco importante aunque España se apoderó
definitivamente de la plaza de Olivencia (Badajoz). Pero en 1807 la preparación
de una nueva invasión de Portugal posibilitó la entrada de un ejército francés
que provocaría el conflicto de 1808.
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PROGRAMACIÓN.
OP UD 36. CRECIMIENTO
ECONÓMICO, ESTRUCTURAS Y MENTALIDADES SOCIALES EN LA EUROPA DEL SIGLO XVIII.
LAS TRANSFORMACIÓNES POLÍTICAS EN LA ESPAÑA DEL SIGLO XVIII.
UBICACIÓN Y
SECUENCIACIÓN.
ESO, 2º ciclo.
Eje 3. Sociedades
históricas y cambio en el tiempo. Bloque 1. Sociedades históricas. Núcleo 4. Las
sociedades de la época moderna.
- Las sociedades del
Antiguo Régimen en Europa; crisis político-religiosas; arte Renacentista y
Barroco, el Racionalismo y la
Ilustración.
RELACIÓN CON TEMAS
TRANSVERSALES.
Relación con temas
de la Educación
para la Paz y de
Educación Moral y Cívica.
TEMPORALIZACIÓN.
Cuatro sesiones de
una hora.
1ª Lectura de un
texto. Diálogo, con evaluación previa. Exposición del profesor. Cuestiones.
2ª Exposición del
profesor. Cuestiones.
3ª Exposición del
profesor, de refuerzo y repaso; esquemas, mapas y comentarios de textos.
4ª Exposición del
profesor, de refuerzo y repaso; esquemas y comentarios de textos.
OBJETIVOS.
Comprender la
ideología de la
Ilustración.
Sintetizar la
sociedad europea en el siglo XVIII.
Relacionar la
sociedad y la economía en Europa en el siglo XVIII.
Analizar el
reformismo borbónico en España.
Comparar el
reformismo borbónico con el Despotismo ilustrado en el resto de Europa.
CONTENIDOS.
A) CONCEPTUALES.
La sociedad y la
economía en Europa en el siglo XVIII.
El reformismo
borbónico.
B) PROCEDIMENTALES.
Tratamiento de la información:
realización de esquemas del tema.
Explicación multicausal
de los hechos históricos: en comentario de textos.
Indagación e
investigación: recogida y análisis de datos en enciclopedias, manuales,
monografías, artículos...
C) ACTITUDINALES.
Rigor crítico y
curiosidad científica.
Tolerancia y
solidaridad.
METODOLOGÍA.
Metodología
expositiva y participativa activa.
MOTIVACIÓN.
Una lectura de un
texto sobre la Ilustración ,
con diálogo posterior.
ACTIVIDADES.
A) CON EL GRAN
GRUPO.
Exposición por el
profesor del tema.
B) EN EQUIPOS DE
TRABAJO.
Realización de una
línea de tiempo sobre el proceso.
Realización de
esquemas sobre la UD.
Comentarios de
textos sobre la
Ilustración , las reformas borbónicas...
Contestar cuestiones
en cuaderno de trabajo, con diálogo previo en grupo.
C) INDIVIDUALES.
Realización de
apuntes esquemáticos sobre la UD.
Participación en las
actividades grupales.
Búsqueda individual
de datos en la bibliografía, en deberes fuera de clase.
RECURSOS.
Presentación digital
y mapas.
Libros de texto,
manuales.
Fotocopias de textos
para comentarios.
Cuadernos de
apuntes, esquemas...
EVALUACIÓN.
Evaluación continua.
Se hará especial hincapié en que se comprenda la relación entre los procesos de
España y europeo.
Examen incluido en
el de otras UD, con breves cuestiones y un comentario de texto.
RECUPERACIÓN.
Entrevista con los
alumnos con inadecuado progreso.
Realización de
actividades de refuerzo: esquemas, comentario de textos...
Examen de
recuperación (junto a las otras UD).
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