CS 4 UD 2. REVOLUCIONES LIBERALES Y MOVIMIENTOS NACIONALISTAS
(1789-1871).
Introducción.
Los
grandes cambios del siglo XVIII, entre los que destacan el auge de las ideas
ilustradas, la economía y la burguesía, fundamentaron las grandes
transformaciones del siglo XIX en Europa: las ideas del liberalismo y
nacionalismo, la revolución industrial y el ascenso de la burguesía al poder
político, en un proceso conocido como revolución liberal burguesa.
Los
precedentes fueron los sistemas parlamentarios en Inglaterra y EE.UU., después respectivamente
de la revolución inglesa de 1689 y la independencia norteamericana en 1783, y
el gran momento histórico fue la Revolución Francesa en 1789, que sentó las
bases ideológicas del liberalismo y el nacionalismo, y las extendió por el
mundo.
La
derrota final de Napoleón en 1815 pareció que permitiría la Restauración del
Antiguo Régimen, pero fue una falsa apariencia, y entre 1830 y 1871 el
liberalismo y el nacionalismo se impusieron en la mayoría de Europa.
1. Liberalismo y
nacionalismo.
1.1. El liberalismo: un
nuevo sistema político.
El
liberalismo es una ideología, o doctrina política y económica, surgida a
finales del siglo XVII con el inglés Locke, y en el siglo XVIII con los
pensadores ilustrados franceses Montesquieu, Rousseau, Voltaire y otros.
Defiende
que la sociedad debe ser un conjunto de ciudadanos libres, a los que el Estado
debe garantizar los derechos y libertades fundamentales.
El
sistema político liberal se fundamenta en:
•
La nación es el conjunto de ciudadanos, poseedores de la soberanía nacional,
que realizan en unas instituciones representativas con su voto (o sufragio), a
través de partidos políticos. Esto contraría la idea de la monarquía absoluta
de derecho divino.
•
La separación de poderes para evitar su concentración en una misma persona. Así
hay tres grandes poderes: ejecutivo, legislativo y judicial. El poder ejecutivo
aplica las leyes, y recae en el Gobierno (y al rey al principio del
liberalismo). El poder legislativo elabora las leyes, y recae en el Parlamento.
El poder judicial garantiza la aplicación de las leyes y sanciona a los
infractores, y recae en los tribunales de justicia.
•
Una Constitución (puede ser escrita, como en Francia o España, o no escrita,
como Reino Unido), elaborada por el Parlamento como representación de la
soberanía del pueblo (se puede aprobar después en un referéndum, como pasó en
España en 1978). La Constitución es la ley suprema, que garantiza los derechos
y libertades fundamentales, fija los límites de los poderes y regula las
relaciones entre los poderes del Estado, y las de éstos con los ciudadanos.
•
Fija el derecho de propiedad y la libertad económica como derechos
fundamentales, fundamentando así que el Estado no debe intervenir en los
asuntos económicos y debe garantizar el libre mercado, dentro de unos límites
fijados por el Parlamento.
1.2. Las revoluciones
liberales.
Las
revoluciones liberales impulsadas por los burgueses cambiaron la monarquía
absoluta del Antiguo Régimen por un régimen o Estado liberal, que tomó las
formas de la monarquía parlamentaria (primero en el Reino Unido a 1689, cuando
ya había división de poderes pero no una constitución escrita) o constitucional
(con constituciones en Francia en 1791 y en España en 1812) o de una República
(la primera en EE UU con la constitución vigente desde 1789).
El
nuevo Estado liberal se definía por la división y limitación de los tres
poderes, la garantía de los derechos individuales, y la soberanía nacional,
realizada en el voto, que podía ser el censatario los más ricos (al principio
sólo los burgueses y grandes propietarios de tierras), o el universal, que fue
el que se ganó finalmente.
1.3. Los ideales
nacionalistas.
El
nacionalismo es una ideología, o doctrina política, que defiende el derecho de
las naciones a crear su propio Estado y ejercer la soberanía sobre su
territorio. Concluye que toda nación tiene derecho a tener un Estado,
coincidiendo así como Estado-nación, que puede ser independiente, o integrado
en un Estado federal o confederado.
Hay
que definir estos dos términos.
Estado
es una organización política y administrativa con soberanía sobre un territorio
definido por fronteras y sobre su población.
Nación
es un conjunto de individuos, que tienen uno o varios lazos que los unen:
religión, lengua, costumbres, economía, historia.., y sobre todo la voluntad de
vivir en común.
En
Europa antes del siglo XIX se habían formado Estados, incluso grandes imperios,
que reunían varios pueblos, que tomaron conciencia de su identidad como
naciones y aspirar a la libertad de declarar la independencia, siguiendo el
ejemplo de los Estados Unidos de América.
En
muchos casos coincidieron el liberalismo y el nacionalismo, con los mismos
grupos implicados, por lo que la burguesía podía aliarse así con la nobleza y
los proletarios en una revolución, superando los específicos intereses de clase
social.
Hubo
dos tendencias, una unificadora en Italia y Alemania, y una separatista o
independentista en el Imperio turco otomano (a las naciones de los Balcanes,
como Grecia, Serbia, Rumania y Bulgaria), Austria (Hungría, Chequia), Rusia
(Polonia, Finlandia), Holanda (Bélgica), Reino Unido (Irlanda), España (País
Vasco, Cataluña) o Suecia (Noruega).
2. Los inicios de la
Revolución Francesa (1789-1792).
La
Revolución Francesa se extiende por un período que, convencionalmente, se
considera iniciado con la formación de los Estados Generales el 5 de mayo de
1789 y terminado con el golpe de estado del 18 de Brumario, el 9 de noviembre de
1799. Fue el principio del fin del Antiguo Régimen y significó el ascenso al
poder de la burguesía, la clase emergente desde hacía siglos, pero que había
sido arrinconada por la monarquía, la aristocracia y el clero del sistema
estamental.
2.1. Las causas de la
revolución.
Francia
tenía unos 25 millones de habitantes. De las dos clases dominantes, la nobleza,
dividida en dos grupos (de sangre y de toga) y en varios niveles, sumaba unas
400.000 personas, y el clero unas 100.000. El Tercer Estado lo componían más de
20 millones de campesinos (una minoría de propietarios y una mayoría sin
tierras que vivían en la miseria), la burguesía no llegaba al millón y el resto
eran proletarios. La principal ciudad era París, que concentraba el poder
político y las industrias del lujo y contaba con más de 700.000 habitantes,
seguida de las ciudades del comercio marítimo Nantes, Marsella, Burdeos, y de
Lyon con su industria textil.
La
causa última de la Revolución fue que la economía, aunque era todavía agraria y
artesanal, y la sociedad habían avanzado notablemente durante el siglo XVIII,
en el que aumentó el poder social de la burguesía y al mismo tiempo la
Ilustración había cambiado la ideología de las élites, pero la evolución
política había sido casi nula y esta contradicción se había resolverse mediante
una reforma a la manera británica, o estallar en una revolución, como fue el
caso en Francia.
Entre
las causas inmediatas figuran la crisis financiera del Estado, arruinado por la
elevada deuda, la guerra de Independencia de los EE UU y el lujo de la Corte,
la negativa de las clases privilegiadas, es decir la aristocracia y el clero, a
pagar impuestos ya compartir el poder, las malas cosechas de 1788, con un
fuerte aumento del precio del pan y la terrible hambruna del invierno, que
elevaron la mendicidad a 10 millones de pobres solemnes, de ellos 3 millones de
mendigos; el bandidaje que aumentó en el campo y las ciudades; que la aristocracia
acaparaba los alimentos y oprimía con su soberbia a los no privilegiados, y el
desprestigio del matrimonio real de los débiles e incapaces Luis XVI y María
Antonieta de Austria.
Los
reformistas veían que la única solución eficaz era que las clases privilegiadas
participaran en los impuestos, por lo que era necesaria su aprobación.
2.2. Las fases de la revolución.
La
Revolución vivió varias fases. En resumen, los nobles fueron los primeros
revolucionarios contra el absolutismo del poder real, aunque no deseaban la
igualdad fiscal y legal, por lo que pronto fueron desbordados por la burguesía
en 1789 y, más tarde, por las clases populares (1792-1794), hasta que la
burguesía logró hacerse definitivamente con el poder en 1794 y luego
estabilizar los logros de la Revolución bajo la dictadura de Napoleón en 1799,
acaecida en Imperio en 1804.
Primera
fase. Son los inicios de la Revolución (1789-1791), con la revuelta de los
Privilegiados, revueltas populares en París y el campo, y la Asamblea
Constituyente. El Juramento de constitución en Asamblea Nacional, la caída de
la Bastilla (14 de julio 1789) y la Declaración de los Derechos del Hombre y
del Ciudadano (26 de agosto 1789) fueron los primeros acontecimientos más
importantes. La Declaración reconocía la soberanía de la nación y los derechos
de libertad, propiedad, seguridad y resistencia contra la opresión. Los líderes
más importantes del período fueron Mirabeau, Sieyès y La Fayette.
Segunda
fase. La fase en que manda la Asamblea Legislativa (octubre 1791-agosto 1792),
aunque moderada, y está marcada por una guerra contra las potencias absolutas y
la caída de la monarquía el 10 de agosto de 1792, sustituida por la República
en septiembre. El 20 de septiembre los invasores eran rechazados en Valmy y la
Revolución se salvó, pero más radical. Los dirigentes más importantes fueron
Danton, Robespierre y Marat.
Tercera
fase. La fase exaltada de la Revolución (agosto 1792-julio 1794), con una
Convención o Asamblea republicana (dividida en Monte radical, Gironda moderada
y Plana centrista). Siguió la ejecución del rey (21 de enero de 1793), lo que
provocó una guerra general (contra Inglaterra, España, Prusia, Holanda,
Austria, Piamonte), seguido de la revuelta realista de la Vendée a partir de
mayo de 1793 por Terror (mayo 1793-julio 1794), un período radicalismo
revolucionario, impuesto por el partido de la Montaña jacobina y sus dirigentes
Robespierre, Saint-Just y Marat, que dominaban el Comité de Salvación Pública y
los sans-culottes del pueblo. Los radicales ganaron los enemigos externos ya
las rebeliones en los departamentos de los moderados, y ejecutaron a muchos
contrarrevolucionarios, pero pronto empezaron a eliminar a los moderados
(Danton) y los radicales extremos (Hébert), con lo que el miedo de todas las
previsibles víctimas futuras hace forjar una coalición moderada (en el
Termidor) y los líderes jacobinos fueron depuestos y ejecutados (28 de julio).
Cuarta
fase. La reacción termidoriana (julio 1794-1799) liquidó a los radicales y fue
encarnada por un Directorio que representa el triunfo de la moderación
burguesa, que tras el golpe de Estado del 18 de Brumario (9 noviembre 1799),
continúa en el periodo Imperio, que comienza con el Consulado tripartito, que
dará pronto paso al consulado único de Napoleón y luego a su Imperio (1804-1814).
Pero 1799 es el fin de la Revolución. Lo mismo Napoleón dijo entonces: “La
Revolución ha concluido”.
2.3. El estallido
revolucionario.
Dado
que el Estado estaba en práctica quiebra, en 1787 el primer ministro Calonne
(el sucesor de Necker) convocó a la Asamblea de Notables, por primera vez en
dos siglos, la cual, reunida en febrero de 1788, sin embargo se opuso al rey (por
ello se llama la revuelta de los Privilegiados) y se negó a votar impuestos
sobre las clases privilegiadas, y pidió la convocatoria de los Estados
Generales, la única vía legal para subir los impuestos. De este modo, ya en
1788 las propias clases privilegiadas abrieron el camino a la Revolución que no
habían previsto.
Después
de un fracasado ministerio de Brienne, el rey nombró primer ministro de nuevo a
Necker (mayo 1788-1789), que intentó unas moderadas reformas y se apoyó a la
burguesía durante el duro invierno de 1788-1789 mientras desde el 5 de mayo
discutían los constituidos Estados Generales sin ponerse de acuerdo. Los
privilegiados no aceptaban una mayor representación del no privilegiados, los
del Tercer Estado, que también querían un voto personal y no agrupado por estamentos,
con la intención de dividir a los estamento privilegiados. Finalmente, los
representantes del Tercer Estado y sus partidarios reformistas de los otros dos
estamentos abandonaron la reunión, y se reunieron en un pabellón de Versalles,
el Jeu de Paume, el 20 de junio, y los 577 diputados votaron una declaración de
convertirse en Asamblea Nacional Constituyente, en representación de toda la
nación, y prometieron elaborar una constitución.
David.
El Juramento del Jeu de Paume, en 1791.
La
destitución de Necker el 11 de julio de 1789 provocó una grave crisis política
y la ira popular, que temía que el rey mandara la detención de los diputados,
estallando la revolución parisina con la toma de la Bastilla (14 de julio).
Houël.
La toma de la Bastilla, el 14 de julio de
1789.
El 'Gran Miedo' (le Grand Peur).
La
violencia se apoderó de las calles en las ciudades y también de muchos pueblos
en el campo, donde se extendió la 'Gran Miedo' (le Grand Peur), una revuelta antiseñorial con asesinatos de
privilegiados, asaltos a castillos y mansiones, incendios de Archivos donde
estaban los documentos de propiedad, etc.
El
rey, atemorizado por la violencia revolucionaria, reconoció la legalidad de la
Asamblea Nacional, y Necker fue repuesto en su cargo (16 de julio, hasta 1790),
pero ya no pudo dominar la avalancha de los acontecimientos.
2.4. La monarquía
constitucional (1789-1792).
Esta
fase relativamente moderada empezó en julio de 1789 y los inicios fueron
marcados por la continuación de las revueltas populares en París y el campo,
mientras que la Asamblea Constituyente, con líderes moderados como Mirabeau,
Sieyès y La Fayette, intentaba reconducir la situación y pactar con el rey y
los privilegiados las grandes transformaciones necesarias para la liquidación del
Antiguo Régimen y el establecimiento de una monarquía constitucional y
parlamentaria.
El
4 de agosto de 1789 se votó la abolición del feudalismo, con la supresión de
los derechos y privilegios señoriales, y el 26 agosto de 1789 se aprobó la
Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, que reconocía la
soberanía de la nación, los derechos de libertad, propiedad y seguridad, la
resistencia contra la opresión, la igualdad ante la ley y en el pago de
impuestos.
Declaración
de los Derechos del Hombre y del Ciudadano (26 agosto 1789).
En
1791 se aprobó una Constitución moderada, según los principios del liberalismo
político, con soberanía nacional, división de poderes e igualdad legal. El rey
conservaba el poder de veto, y el pueblo tenía derecho del voto indirecto y
censatario, de modo que podían votar sólo los ricos inscritos en un censo.
A
continuación se formó una Asamblea Legislativa (octubre 1791-agosto 1792),
aunque dominada por los moderados, que votó leyes para realizar los grandes
cambios: prohibición de la tortura, obligación de la nobleza de pagar
impuestos, abolición de los gremios, libertad de empresa, creación de una
Guardia Nacional formada por milicias de ciudadanos para defender la
revolución, y expropiación (desamortización) de los bienes de la Iglesia para
solucionar la crisis financiera, a cambio de una financiación del culto, y
aprobación de una constitución civil del clero para separar Iglesia y Estado.
Pero
los privilegiados oponían a los cambios, y Luis XVI y la familia real huyeron de
París en junio de 1791 con la intención de llegar a la frontera, donde un
ejército austríaco estaba preparándose para invadir Francia y restablecerlo en
su poder absoluto, pero fue inmediatamente detenido en Varennes y devuelto a la
capital.
Retorno
de Luis XVI en París tras el fracaso de su huida y su detención en Varennes
(20-21 de junio de 1791).
Finalmente,
el ejército austriaco invadió en abril de 1792 y se acercó a París.
3. La Primera República
Francesa (1792-1799).
3.1. La república
democrática (desde 1792 hasta 1794).
El
pueblo, harto de la oposición real a las reformas, atacó el palacio el 10 de
agosto de 1792 y haga prisionera a la familia real. Este fue el final de la
monarquía, que fue sustituida por una República en septiembre de 1792.
La Convención girondina.
Comienza
una fase progresivamente exaltada de la Revolución (agosto 1792-julio 1794).
Batalla
de Valmy (1792).
Había
que hacer frente a la guerra contra las potencias absolutistas. El 20 de
septiembre los invasores eran rechazados en Valmy, lo que salvó la Revolución.
Se
creó una Convención Nacional, una asamblea republicana dividida en una
mayoritaria Gironda moderada, una Plana centrista y una Montaña radical, y los
dirigentes más importantes fueron los radicales Danton, Robespierre y Marat.
La
ejecución del rey Luis XVI (21 de enero de 1793).
Tras
un juicio siguió la ejecución del rey el 21 de enero de 1793 (la reina María
Antonieta fue guillotinada el 16 de octubre de 1793), lo que provocó una guerra
general contra una coalición formada por Inglaterra, España, Prusia, Holanda,
Austria y Piamonte, con el apoyo en el interior de la revuelta realista de la
región de la Vendée, y otras revueltas y conspiraciones contrarrevolucionarias.
La Convención jacobina.
Con
la amenaza de tantos enemigos, muchos revolucionarios pensaron que era
necesario radicalizarse más. Fue el turno del partido de la Montaña jacobina y
sus dirigentes Robespierre, Saint-Just y antes Marat, aliados al principio con
moderados como Danton y con el apoyo de los radicales sans-culottes (los pobres
ciudadanos).
David.
Marat asesinado (1793). Fue asesinado
pronto, el 12 de julio de 1792.
El
Terror (mayo 1793-julio 1794) fue un período de radicalismo revolucionario,
impuesto por el Comité de Salvación Pública, dirigido por Robespierre.
Los
jacobinos reclutaron un ejército popular (todos los hombres entre 18 y 25 años)
que venció en la guerra a los enemigos externos, sofocado con crueldad (el
Terror) las rebeliones interiores de los realistas, suspendieron las libertades
individuales y ejecutaron a la guillotina a muchos contrarrevolucionarios (Ley
de sospechosos).
Para
contentar a los sans-culottes, se promulgó una nueva constitución, más radical,
con voto universal directo y democracia social, y aprobaron leyes a favor de
los pobres como el control de precios y salarios en la Ley de máximo, el
reparto de los bienes del contrarrevolucionarios entre los pobres, la educación
obligatoria, y se ataca la religión cristiana con la crema o cierre de
iglesias, el culto a la diosa Razón y el establecimiento de un nuevo
calendario.
La caída de los
jacobinos.
Justo
en el verano del 1794, cuando las rebeliones internas estaban sofocadas y los
ejércitos enemigos vencidos, sin embargo, los jacobinos también comenzaron a
eliminar los moderados (Danton) ya los extremistas radicales (Hébert), y
perdieron así sus aliados.
La
caída de Robespierre (9 de Termidor o 27 de julio de 1794).
Finalmente,
ante la evidencia de que todos podían ser futuras víctimas, se forjó una
coalición de proletarios y burgueses moderados, y los líderes jacobinos fueron
depuestos y ejecutados el 28 de julio (mes Termidor) de 1794.
La república burguesa
(1794-1799).
La
reacción termidoriana, que representaba el triunfo de la moderación burguesa,
tenía la intención de volver al modelo constitucional de 1791, pero ahora
republicano porque la monarquía había desaparecido. Elaboró una nueva constitución
aprobada en 1795. El poder ejecutivo residía en un Directorio, y se restablecía
el voto censatario para un poder legislativo dividido en dos cámaras, el
Consejo de los Quinientos y el Consejo de los Ancianos.
Se
prohibió el partido jacobino, se perdonó a los exiliados a causa del Terror,
pero con estas medidas hinchó la oposición de los radicales de las clases
populares, y tampoco logró el apoyo de la aristocracia que soñaba recuperar el
poder. A izquierda y derecha la república burguesa estaba rodeada de enemigos.
Los moderados debían hacer frente a la crisis política, social y económica, en
medio de una permanente guerra contra los aliados europeos y nuevas
insurrecciones internas.
Así,
se impuso entre la burguesía la idea de que sólo el ejército podía imponer el
orden interior y la paz en el exterior. Se necesitaba un general que contara
con el apoyo de los militares y los burgueses, para consolidar la revolución en
sus aspectos más moderados.
Dossier: Las mujeres y
la Revolución Francesa.
Los
alumnos deben recoger y analizar un dossier de documentos sobre la emancipación
de las mujeres durante la Revolución Francesa, como la Declaración de los
Derechos de la Mujer y de la Ciudadana (1791), la creación de los clubes
femeninos y su represión por los jacobinos, escritos favorables a su igualdad
como el de Condorcet (1790) y otros de contrarios como el del diputado André
Amar (octubre de 1793), o las diferencias legales entre hombres y mujeres (en
contra de ella) en el código civil de Napoleón (1804).
Entre
las mujeres más destacadas cabe citar a Olympe de Gouges, Madame Roland o
Claire Lacombe.
4. El período
napoleónico (1799 hasta 1815).
4.1. Napoleón: los
inicios.
Napoleón
(Ajaccio, 1769-Santa Helena, 1821) era hijo de un pequeño noble de la isla
italiana de Córcega, colaborador de los franceses. Estudió en Francia la
carrera militar desde el 1779, y los primeros años sostenía ideas políticas
independentistas, pero en 1785 fue designado oficial de artillería y con el
tiempo cambió su pensamiento y sus ambiciones, a favor de Francia.
Con
la Revolución, fue enviado a Córcega, y en 1793, después de que la isla se
rebelase contra Francia, huyó con su familia. Pronto se declaró jacobino y
empezó una brillante carrera militar: en el sitio de Tolón (1793) ascendió a
general (con sólo 24 años) y destacó en una primera campaña de Italia (1794).
Destituido tras la Reacción del Termidor, volvió a ascender cuando en 1795
dirigió la represión de un levantamiento realista en la capital y fue nombrado
jefe del ejército del interior. Entonces, por orden del Directorio, cerró los
clubes de sus antiguos amigos jacobinos.
Se
casó con Josefina Beauharnais, bien relacionada con los círculos burgueses del
poder, y fue nombrado jefe del ejército en Italia (1796), donde dirigió una victoriosa
campaña, y en el tratado de Campoformio (1797) comenzó a intervenir en la
política europea, al suprimir el ducado de Venecia y crear la República
Cisalpina en el norte de la península italiana. Luego, ansioso de fama, dirigió
una famosa expedición a Egipto, con la intención de cortar la ruta mediterránea
de los hacia Oriente. A pesar de las victorias en tierra, quedó aislado por la
flota inglesa, y en 1799 volvió sin su ejército en Francia, justo cuando los
moderados necesitaban un general prestigioso para encabezar un golpe de Estado
que pusiera fin al Directorio, el Gobierno que había dirigido Francia durante los
últimos años y que representaba el triunfo de la moderación burguesa, pero que
al final estaba desprestigiado.
4.2. Napoleón: de
cónsul en emperador.
Ingres.
Napoleón Bonaparte, como Primer Cónsul.
El
general Napoleón dirigió un golpe de Estado el 9 de noviembre (18 de Brumario)
de 1799 que puso fin al Directorio, y en realidad también a la Revolución. Él
mismo dijo entonces: “La Revolución ha concluido”.
Empezó
entonces el Consulado tripartito, con el mismo Napoleón, Ducos y Sieyès, una
dictadura militar en la que él comandaba y que pronto dio paso al consulado
único.
En
1800 la nueva Constitución consolidaba el poder de Napoleón como Primer Cónsul,
jefe de gobierno y del ejército, que tenía el poder ejecutivo y la iniciativa
en la elaboración de las leyes, designaba los consejeros de Estado,
prescindiendo de las asambleas, y con el recurso del plebiscito para pedir la
opinión del pueblo. Napoleón reorganizó la administración, la economía y el
sistema judicial, consolidando un régimen autoritario, personalista y
represivo.
A
continuación volvió a la guerra europea. Primero atacó y conquistó el norte de
Italia y consiguió (1801) que se reconociera la frontera del Rin, y forzó el
Reino Unido a firmar la paz de Amiens (1802), muy breve, pues duró solo un año.
Reforzado
su prestigio con estos triunfos militares, se consolidó en el poder ampliando
sus apoyos sociales hacia la burguesía conservadora con una represión
antijacobina y el retorno de los exiliados que aceptaran el nuevo orden, y
hacia la Iglesia con un Concordato (1801) que establecía la paz religiosa.
David.
Coronación de Napoleón (1804).
Poco
después se convirtió en cónsul vitalicio, con el derecho de elegir su sucesor
uno de designar al senado. Y poco tiempo después de volver a la guerra con el
Reino Unido, se proclamó emperador ante el papa Pío VII (1804). Entonces creó
una Corte imperial con una nueva nobleza, legisló el famoso Código Civil
(1804), llamado Código Napoleón, y los de Comercio (1807), Instrucción Criminal
(1808) y Penal (1810), reformó la enseñanza (los liceos) y la administración
con la división territorial del país en departamentos regidos por prefectos,
urbanizó la capital y potenció un arte oficial de estilo neoclásico.
En
la economía creó un nuevo sistema de aduanas, protegió la agricultura y la
industria, creó el Banco de Francia que emitía billetes bancarios (papel moneda)
y favoreció la burguesía con la libertad de empresa. Pero la economía sufría
por la autarquía debido al bloqueo inglés, la falta de mano de obra debido a
las reclutas del ejército, y los inmensos gastos militares, y vinieron crisis
económicas (1805, 1811), de manera que la Estado estaba siempre magro de dinero
y el ejército estaba mal abastecido y peor pagado,
4.3. La conquista del
Imperio.
El
ejército, muy fiel al emperador victorioso, fue el arma para rehacer el mapa de
Europa en denominado sistema napoleónico. Napoleón pretendía cercar Francia de
un escudo defensivo con una escuadra de Estados copiados del modelo francés, el
gobierno de los cuales dio a parientes o personas de su confianza. En Alemania,
Holanda, Italia, Polonia, Suiza y otros países bajo influencia francesa se
impusieron las reformas revolucionarias, con la supresión de la sociedad
estamental y de los derechos señoriales, la libertad religiosa y la igualdad
legal, forjando las bases del liberalismo y el nacionalismo del futuro.
Napoleón
acepta la rendición austriaca en Austerlitz (1805).
Las
guerras sucesivas con las grandes potencias del Reino Unido, Austria, Prusia y
Rusia, en coalición contra Francia, a pesar de las grandes victorias
terrestres, como Austerlitz (1805) o Wagram (1809), no acababan de lograr la
paz, pues en el mar la flota inglesa se imponía en Trafalgar (1805) y
controlaba las rutas marítimas, mientras que en Europa continental continuaba
la resistencia popular, por la indignación ante los abusos de los ocupantes
franceses, que vivían de los impuestos y la apropiación de las riquezas.
4.4. La caída de
Napoleón.
Napoleón
intentó vencer el Reino Unido con un bloqueo continental, y con una alianza con
los Habsburgo, casándose con María Luisa de Austria (1810), pero cuando invadió
España en 1808 empezó un largo e indeciso conflicto, que se complicó con la
invasión de Rusia en 1812. Estos conflictos simultáneos en la Península Ibérica
y Rusia debilitaron el ejército y arruinaron más las finanzas del Estado.
Derrotado finalmente en la terrible campaña de invierno de 1812 en Rusia,
perdió lo mejor del ejército.
Después
la alianza de casi todos los países europeos el venció en Leipzig (1813) y el
arrinconó en Francia, donde el 31 de marzo de 1814 fue obligado a abdicar. Francia
volvía a la dinastía de los Borbones.
Napoleón
consiguió en el Tratado de Fontainebleau (1814) fue reconocido con el título de
emperador con soberanía sobre la pequeña la isla de Elba. Pero en 1815 volvió
por sorpresa a Francia y recuperó el poder (los Cien Días), pero en la
inmediata guerra fue vencido en la batalla de Waterloo (1815) y tuvo que volver
a abandonar el trono. Partió al exilio definitivo, en la isla de Santa Helena,
donde murió en 1821.
5. Restauración y revoluciones
liberales (1815-1848).
5.1. La Europa de la
Restauración.
En
el Congreso de Viena (1814-1815) las principales potencias europeas se
reunieron para acordar el nuevo mapa político de Europa. Francia volvió a sus
fronteras de 1792 y muchos de territorios fueron anexionados a los vencedores,
principalmente Rusia, Prusia y Austria.
Los
principios ideológicos de la Restauración fueron: el equilibrio de poder entre
los países, el retorno al Antiguo Régimen, la legitimidad de las monarquías
absolutas, la negación de la soberanía nacional y el derecho de intervención
para mantener la situación, por lo que Rusia, Prusia, Austria y la nueva
Francia borbónica crearon la Santa Alianza (1815), que podía enviar fuerzas
militares en los países donde el absolutismo fue amenazado. Pronto tuvieron que
afrontar los peligros del liberalismo y el nacionalismo.
5.2. Las revoluciones
del 1820.
En
1820 comenzó en España un proceso revolucionario. Durante el Trienio Liberal
(1820-1823) se promulgó de nuevo la Constitución de Cádiz de 1812, que limitaba
el poder absoluto del rey Fernando VII y se promovieron importantes reformas
liberales, tanto en la propiedad agraria como la legislación civil.
Las
repercusiones en Europa fueron importantes. El impacto de la revolución
española llegó pronto a Italia, donde triunfó una revolución liberal en el
reino de las Dos Sicilias, que adoptó como constitución la española, en
Portugal y otros lugares. Finalmente, esta oleada revolucionaria provocó la
reacción de la Santa Alianza, que intervino militarmente en todos estos países
hacia 1823 para restablecer el orden tradicional y el absolutismo.
Pero
esta oleada revolucionaria liberal se reúne y confunde con las revueltas
nacionalistas en Grecia y las colonias españolas y portuguesas en América, que
consiguieron la independencia en esa época.
5.3. Las revoluciones
de 1830.
La
revolución de 1830 en Francia fue el inicio de la segunda ola.
La
Restauración de los Borbones en 1814, definitiva en el 1815, supuso el retorno
del rey Luis XVIII, que promulgó la Carta Constitucional (llamada “Carta
otorgada”), que estableció un régimen parlamentario moderado y respetaba las
conquistas de la Revolución respecto a la igualdad ante la ley y la libertad de
pensamiento, de prensa y de culto. Pero a partir de 1820 y hasta su muerte en
1824 fue superado por la reacción conservadora. Le sucedió su hermano Carlos X,
quien pretendió volver al Antiguo Régimen.
En
julio de 1830, en medio de una crisis económica, el rey disolvió la Cámara de
Diputados y retiró la libertad de prensa. Entonces se produjo un movimiento
popular en París, dirigido por los liberales, en defensa de las libertades. La
revolución, en sólo tres días, logró que Carlos X abandonara la corona, que fue
entregada a un pariente, el liberal Luis Felipe de Orleans.
Las
repercusiones fueron inmediatas en diferentes lugares de Europa, con
levantamientos liberales y nacionalistas.
El
levantamiento en Bélgica de los belgas (católicos y liberales) contra la
monarquía holandesa (calvinista y absolutista) triunfó en agosto de 1830, con
el apoyo de Francia y el reconocimiento de Gran Bretaña, y se creó el reino de
Bélgica.
El
levantamiento de los polacos contra Rusia fue duramente reprimido debido a la
falta de ayuda exterior.
Lo
mismo ocurrió con los movimientos liberales que estallaron en algunos Estados
italianos, finalmente sofocados por los austríacos.
En
España y Portugal, la influencia de la nueva situación llevó poco después al
establecimiento de monarquías liberales.
Los
liberales que dominaron en estos países de Europa Occidental en el período
1830-1848, por lo general eran liberales moderados, que contaban con el apoyo
de la gran burguesía, que tener miedo a las demandas económicas de las clases
trabajadoras. Por ello, sólo concedieron el derecho de voto censatario a las
personas que disfrutaban de cierta posición. Desde el poder, esta burguesía
creó industrias y construir líneas férreas, lo que significó la propagación de
la Revolución Industrial.
5.4. Las revoluciones
de 1848.
Esta
oleada revolucionaria fue mucho más intensa y extensa que la de 1830, por dos
razones:
-
La radicalización de las ideas liberales. Ante la alta burguesía liberal
moderada, la pequeña burguesía y la gente humilde de las ciudades deseaban
participar en la vida política y conseguir mejores condiciones de trabajo. Es
la democracia (un movimiento radical en la época), que defiende el derecho al
voto de todos los ciudadanos.
-
La crisis económica. A partir de 1845, unos años de malas cosechas en Europa
provocaron hambre, carestía de alimentos y cierre de talleres. Los más
perjudicados fueron los obreros y la gente pobre de las ciudades. El
descontento general fue aprovechado por los liberales demócratas para impulsar
movimientos revolucionarios en diferentes lugares de Europa.
La
revolución de 1848 en Francia fue el inicio. Como en 1830, la revolución empezó
en París. En febrero de 1848, la revuelta de la ciudad obligó al rey Luis
Felipe a abandonar el trono. Se proclamó entonces la II República, con un
gobierno de liberales y demócratas, en que había incluso algunos socialistas.
Una de las primeras decisiones del nuevo gobierno fue la proclamación del
sufragio universal, la libertad de prensa y de reunión, y la abolición de la
esclavitud en las colonias.
Fue
votada una Constitución, que en el aspecto político se basaba en dos poderes:
una Asamblea legislativa y un Presidente de la República, que debía ser elegido
cada cuatro años. Para oponerse a los socialistas el partido conservador, que
deseaba la restauración de la monarquía, eligió un camino intermedio: escoger
como candidato al príncipe Luis Napoleón Bonaparte, sobrino de Napoleón, quien
resultó elegido presidente.
Las
repercusiones en Europa fueron inmediatas. A consecuencia del triunfo de la
revolución en Francia, en marzo de 1848 estalló una revuelta en Viena, lo que
provocó un amplio movimiento revolucionario y nacionalista en todo el Imperio
de Austria: mientras los austríacos exigían libertades, los checos, italianos y
húngaros reclamaban también la independencia. Se producía una yuxtaposición de
liberalismo y nacionalismo. En los meses siguientes estallaron revueltas
similares en Prusia y otros estados alemanes, y en Milán y Venecia se produjo
un levantamiento contra el dominio austriaco, con el apoyo del rey del
Piamonte, que concedió una Constitución a su reino.
Pero
este movimiento revolucionario europeo terminó en un gran fracaso, ya que la
nobleza, los militares y la alta burguesía ayudaron a los reyes absolutos para
evitar que los liberales más exaltados tomaran el poder. El emperador de
Austria, con el apoyo ruso, consiguió dominar la situación en todas partes. En
Francia, por último, los burgueses ricos ayudaron al presidente Luis Napoleón a
dar un golpe de Estado (1852) para tomar el poder, y se proclamó emperador tras
un referéndum, estableciendo un gobierno autoritario y conservador, que
finalmente caer en 1870, tras la derrota en la guerra contra Prusia, comenzando
en 1871 la III República francesa.
6. Los movimientos
nacionalistas.
Las
guerras napoleónicas exaltaron el nacionalismo en muchos pueblos europeos, y la
Restauración fue un agravio al volver a la situación anterior y reforzó ese
sentimiento, combinado con el liberalismo.
6.1. Los primeros
movimientos nacionalistas.
En
toda Europa los pueblos dominados iniciaron movimientos políticos
independentistas y al poco tiempo algunos empezaron revueltas para liberarse,
sobre todo contra los imperios multiétnicos turco, austriaco y ruso. Los dos
primeros grandes ejemplos fueron Grecia, Bélgica y las colonias españolas y
portuguesas en América.
Grecia,
un país de lengua propia y religión cristiana ortodoxa, estaba dominada por el
Imperio Turco, de religión musulmana y un fuerte absolutismo, desde el final de
la Edad Media. Los griegos pagaban impuestos elevados y estaban excluidos de
los principales cargos administrativos, el que reunía las reivindicaciones
liberales y nacionalistas.
En
1821 estalló la rebelión y en 1822 proclamaron la independencia. La represión
turca fue terrible, con miles de asesinatos, lo que despertó la solidaridad de
los liberales, nacionalistas y cristianos europeos, e incluso de las potencias
absolutistas. La ayuda europea llegó de manos de Francia, Reino Unido y Rusia,
que derrotaron a los turcos en 1827 y le obligaron a aceptar la independencia
griega en 1829.
Bélgica,
de mayoría católica y lenguas flamenca y francesa (valona) había sido integrada
en 1815 en el Reino de Países Bajos, dominado por una Holanda de lengua
holandesa y religión mayoritariamente protestante, regida por una monarquía
absolutista. Las protestas liberales y nacionalistas, con el apoyo de Francia y
Gran Bretaña, llevaron en 1830 a la independencia belga con una monarquía
liberal.
Finalmente,
desde 1810 a 1825 estallaron en las colonias españolas y portuguesas en América
rebeliones que consiguieron finalmente la independencia.
6.2. La unidad italiana.
La
península italiana en la primera mitad del siglo XIX estaba dividida en siete
Estados: al norte el reino de Piamonte con Cerdeña (bajo la dinastía del
Saboya) y el de Lombardía-Véneto (bajo dominio austriaco), al sur el de las Dos
Sicilias, y en el centro los Estados Pontificios, con Toscana, Parma y Módena
bajo protectorado austríaco.
En
toda Italia había grupos liberales y nacionalistas (los carbonarios) que
propugnaban la expulsión de los austríacos, la unión de Italia y el
establecimiento de un régimen liberal. Fueron reprimidos por Austria en los
años 1820. Nápoles, que en 1820 se había sublevado y logrado una Constitución
según el modelo de la española de 1812, fue devuelta al absolutismo de los
Borbones. La revolución de 1830 en Romaña, Umbría, Módena y Parma también
fracasó. Mazzini fundó entonces la sociedad “Joven Italia” (1831), de ideario
liberal, nacionalista y republicano, que reunió a los carbonarios ya la que se
unió Garibaldi. Fue la vía opuesta a la monárquica propugnada por Cavour, que
triunfó al final.
La
revolución de 1848 sacudió Italia, en busca de la democracia y la unificación.
El reino de Piamonte se liberalizó y dirigió la lucha contra los austriacos, pero
fue derrotado. El absolutismo se restableció excepto en Piamonte, que mantuvo
la Constitución con Víctor Manuel II.
Mapa
de la unificación de Italia.
El
proceso de formación del reino de Italia fue dirigido por Piamonte, con un
doble carácter: liberador contra Austria, y unificador bajo la dirección de
Víctor Manuel II y de su primer ministro, Cavour. En la unificación destacan
cinco fechas:
-
1859. El Piamonte declara la guerra a Austria, contando con la ayuda francesa,
pues a Napoleón le interesaba aparecer en la política europea como defensor de
los nacionalismos. Tras las victorias de Magenta y Solferino se logró la
liberación de Lombardía, aunque Saboya y Niza (de población francesa) fueron
entregadas en Francia por la ayuda prestada.
-
1860. El triunfo contra Austria promovió un movimiento nacionalista y
patriótico por gran parte de Italia. Se realizaron plebiscitos en Parma, Módena
y Toscana, además de las Marcas pontificias (Romaña, Umbría), que fueron
favorables a la unificación. Poco después, Garibaldi, con un ejército de
voluntarios, desembarcó en Siscília y luego en Nápoles, y logró la caída del
rey absolutista Borbón.
-
1861. Se reunió un Parlamento en Turín y proclamó el reino de Italia, con
Víctor Manuel II como rey. Quedaban fuera del nuevo reino Venecia, en poder de
Austria, y Roma, donde el Papa mantenía su poder con ayuda de tropas francesas,
ya que ante la presión de los católicos franceses, Napoleón III se vio obligado
a frenar el avance italiano cabeza en Roma.
-
1866. Italia intervino junto a Prusia en una guerra contra Austria. A pesar de
las derrotas italianas, la mediación de Napoleón III hizo que Austria cediera
Venecia en Italia.
-
1870. Las tropas italianas entraron en Roma, abandonada por los franceses, tras
la caída de Napoleón III. La unificación se había completado y Roma pasó a ser
capital del reino. El conflicto con el Papado no quedó resuelto hasta los
acuerdos de Letrán de 1929, que reconocieron la independencia del Vaticano y la
unidad de Italia.
Se
había conseguido la unidad política, bajo una monarquía constitucional, con un
régimen de libertades políticas y económicas, e Italia se convirtió en una
potencia europea, con un gran desarrollo demográfico, pero se mantuvieron
grandes diferencias entre el Norte industrial más rico y el sur agrícola más
pobre.
6.3. La unificación de Alemania.
El despertar del
nacionalismo alemán.
La
invasión napoleónica despertó el nacionalismo alemán y el pangermanismo,
particularmente en Prusia. Fichte, con sus Discursos
a la nación alemana (1807-1808) exaltó el espíritu nacional. El triunfo
final en 1814 auguraba una nueva etapa histórica.
Alemania
permaneció dividida después del Congreso de Viena (1815). Se creó la
Confederación Germánica, con más de 30 Estados, en la que persistía la
tradicional rivalidad entre Austria y Prusia y sus dos dinastías, los Habsburgo
y los Hohenzollern. Estos dos países eran muy diferentes. Prusia adquiría la
Renania, lo que la transformaba en una potencia industrial. Austria era un
complejo conglomerado de nacionalidades. La unidad entre ambas era imposible.
Los primeros intentos
de unidad.
El
sentimiento nacionalista de la época napoleónica inspiró las sociedades
secretas de los años 1820 y los movimientos revolucionarios de 1830 y 1848,
pero los resultados fueron escasos, y terminaron en una dura represión.
En
1818-1834 se desarrolló una Unión aduanera (Zollverein)
alrededor de Prusia, ampliada desde 1834 en casi todos los Estados del sur, lo
que facilitó el comercio y la producción y sentó las bases de la unión política
a largo plazo.
En
1848 el Parlamento de Fráncfort planteó la unidad, ofreciendo al rey de Prusia
la corona imperial, pero la presión contraria de Austria lo impidió. Aunque la
revolución de 1848 fracasó, dejó muy vivo el sentimiento nacionalista y el
convencimiento de la burguesía de que el progreso, que significaría la
ampliación de los mercados, pasaba por conseguir las libertades políticas y la
unidad territorial.
Pero
su fracaso supuso que la unidad no la hicieron liberales sino los conservadores
prusianos, lo que marcó el carácter del nuevo Estado alemán, demasiado
militarista. No era tampoco posible integrar Austria mientras ésta tuviera un
imperio multiétnico. La alternativa fue una pequeña Alemania, frustrada y
expansiva, fundada sobre el ideal de la “grandeza de la nación” y no sobre la “soberanía
del pueblo”. Todo esto, mucho después, derivó en la implicación directa de
Alemania en las dos guerras mundiales. Y explica el miedo de las potencias
ganadoras a una Alemania unificada en 1945, hasta la reunificación en 1989.
Las guerras de
unificación.
Mapa
de las tres guerras de unificación de Alemania.
Bismarck,
primer ministro (1862-1890) del rey Guillermo I de Prusia (1861-1888), reforzó
el Estado y el ejército (organizado por Moltke) y plantear tres sucesivas
guerras para conseguir la unificación:
1)
Contra Dinamarca (1864-1865), en la que Prusia y Austria ocuparon los ducados
de Schleswig y Holstein.
2)
Contra Austria (1866), por las divergencias surgidas entre los dos países por
el reparto anterior, que permitieron a Bismarck provocar el estallido de la
guerra, muy breve, acabada en la victoria del bien organizado ejército prusiano
en Sadowa. El resultado fue la exclusión de Austria de la futura Alemania.
Prusia se anexionó todos los territorios que separaban Prusia de Renania, y
creó la Confederación de Alemania del Norte, que comprendía los Estados
alemanes, al menos cuatro en el Sur, que se negaban a unirse a la
Confederación. Al mismo tiempo, Italia, aliada de Prusia, logró Venecia.
3)
Contra Francia (1870), Bismarck planteó una guerra patriótica de todos los
alemanes contra un enemigo común para lograr por fin la unidad política. El
enemigo sería la Francia de Napoleón III, rival política y económica, que
también necesitaba un triunfo exterior para consolidar su prestigio en Francia.
El discutido nombramiento del rey de España permitió crear una situación bélica
y una declaración de guerra. Fue una guerra muy corta, porque el ejército
alemán estaba mejor armado y organizado, con más ferrocarriles para su rápido
transporte. La invasión permitió aniquilar al ejército francés en Sedan y tomar
prisionero a Napoleón III. Se proclamó la República en Francia, mientras las
tropas alemanas llegaban a las puertas de París, que acabó rindiéndose. Prusia
se anexionó Alsacia y parte de Lorena, creando un agravio que favorecería la I
Guerra Mundial. La victoria hizo que los Estados del Sur decidieran su unión:
en enero de 1871 Guillermo I de Prusia fue proclamado emperador de Alemania en
la Sala de Espejos de Versalles.
La Alemania de Bismarck.
Bismarck
fue el canciller de Alemania y dirigió con mano maestra su desarrollo político,
económico (sobre todo industrial) y militar, junto a un sistema de alianzas
exteriores que aseguraron su hegemonía europea y el aislamiento de Francia. El
crecimiento demográfico y económico de Alemania fue extraordinario: a finales
del siglo XIX tenía 60 millones de habitantes y era la segunda potencia
económica europea, la gran rival de Gran Bretaña en los mercados
internacionales, y con un naciente imperio colonial. La burguesía le apoyaba en
su nacionalismo. En el interior Bismarck afrontar dos enemigos: el catolicismo
(primero aplicó la represión de la Kulturkampf
y posteriormente la transigencia) y el socialismo (con una avanzada legislación
social). Moderado, no aspiraba a ampliar Alemania, pero cuando dimitió en 1890
por desavenencias con Guillermo II sus sucesores fomentaron un peligroso
pangermanismo, uno de los factores que llevaron a la Primera Guerra Mundial.
Fuentes.
Internet.
[http://es.wikipedia.org/wiki/Revolución_francesa]
[http://revolution.1789.free.fr/]
Libros de texto.
García Sebastián, M.; Gatell Arimont, C. Ciències Socials, Geografia i Història. Cives 4. Vicens Vives. 2011: pp. 24-43.
Libros.
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[http://iessonferrerdgh1e07.blogspot.com.es/2011/02/el-debate-historico-sobre-la-revolucion.html] UD 37. El debate historiográfico sobre la Revolución Francesa. Blog Heródoto.
[http://iessonferrerdgh1e07.blogspot.com.es/2011/03/nacionalismo-y-liberalismo-en-la-europa.html] UD 41. Nacionalismo y liberalismo en la Europa del siglo XIX. Blog Heródoto.
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Documentales.
Austerlitz. Documental. Serie:
Grandes batallas de la Historia. 49 minutos.
Napoleón. Documental. Serie: Imperios. 55
minutos. Resumen de su vida.
Napoleón. La campaña de Rusia. La batalla
del río Berezina. Documental. 50
minutos.
Napoleón. La campaña de Rusia. La batalla
del río Moskova. Documental. 50
minutos.
Trafalgar. Documental. 45 minutos. Serie: Grandes
batallas de la historia.
Exposiciones.
*<Alexander & Napoleon & Josephine>.
Ámsterdam. Hermitage (hasta 8 noviembre 2015).
García Sebastián, M.; Gatell Arimont, C. Ciències Socials, Geografia i Història. Cives 4. Vicens Vives. 2011: pp. 24-43.
Libros.
Abellán, Joaquín. Nación y nacionalismo en Alemania. La “cuestión alemana”, 1815-1990. Tecnos. Madrid. 1998. 283 pp.
Andress, David. El terror, los años de la guillotina. Trad. de David León. Edhasa. Barcelona. 2011. 704 pp.
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Bergeron, Louis; Furet, François; Koselleck, Reinhart. La época de las revoluciones europeas 1780-1848. Historia Universal nº 26. Siglo XXI. Madrid. 1976 (1969). 342 pp.
Droz, J. Europa, restauración y revolución, 1815-1848. Siglo XXI. Madrid. 1977.
Godechot, Jacques. Las Revoluciones (1770-90). Nueva Clío
36. Labor. Barcelona. 1974. 375 pp. La primera es la estadounidense y le sigue la
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Kossok, Manfred; et al. Las revoluciones burguesas. Crítica. Barcelona. 1983 (1974). 246 pp.
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Soboul, Albert. Problemas campesinos de la revolución 1789-1848. Siglo XXI. Madrid. 1980 (1976). 279 pp.
Tackett, Timothy. El terror en la Revolución Francesa. Pasado & Presente. Barcelona. 2015. 560 pp.
APÉNDICE. *Paráfrasis de artículos sobre el tema en Enciclopedia Encarta de Microsoft.
Tackett, Timothy. El terror en la Revolución Francesa. Pasado & Presente. Barcelona. 2015. 560 pp.
APÉNDICE. *Paráfrasis de artículos sobre el tema en Enciclopedia Encarta de Microsoft.
La Revolución Francesa.
La Revolución Francesa abarcó una serie de
acontecimientos que transformaron la situación política, económica, social y
cultural de la Europa contemporánea.
El Antiguo Régimen, basado en el absolutismo
monárquico, una sociedad desigual por el nacimiento dividida en clases
privilegiadas (nobleza y clero) y no privilegiadas (el Tercer Estado, compuesto
por la burguesía, el proletariado urbano y el campesinado), y una economía
agraria.
La revolución comenzó de hecho cuando la aristocracia
y el clero rehusaron pagar impuestos para aliviar la crisis financiera del
estado, lo que obligó al rey Luis XVI a restablecer los Estados Generales en la
primavera de 1789. Pocos sospechaban que esta decisión desataría las fuerzas
irresistibles del descontento. Aunque tenían diferentes fines, la mayoría de
los aristócratas, los clérigos, los burgueses, los sans-culottes (pobres) de las ciudades y los campesinos compartían
la idea de los ilustrados de cambiar las condiciones del Antiguo Régimen. Durante
el siglo XVIII se había desarrollado una ideología liberal, compuesta de teorías
políticas heterogéneas, en las que destacaba la doctrina de Jean-Jacques
Rousseau de la soberanía nacional o popular, que interesaba en especial al Tercer
Estado.
Cuando la Asamblea Nacional proclamó la Declaración de
los derechos del hombre y del ciudadano en agosto de 1789, pretendía advertir
al resto de Europa que había descubierto unos principios de gobierno
universalmente válidos.
El reinado del Terror.
La monarquía constitucional que había surgido en 1791
era tan insatisfactoria para el rey como para los jacobinos, una facción de los
revolucionarios. En la
Asamblea Legislativa (1791-1792), éstos y los girondinos
(otra facción revolucionaria pero menos radical) propugnaron establecer una
república, al mismo tiempo que preparaban una declaración de guerra contra
Austria (abril de 1792). Cuando las tropas francesas sufrieron reveses
iniciales, la temperatura revolucionaria subió todavía más y, en septiembre, la
recién formada Convención Nacional proclamó la República en Francia. El
21 de enero de 1793, Luis XVI fue ejecutado y durante el año y medio siguiente,
el país fue gobernado por dirigentes revolucionarios, cuyos sueños de
perfección moral y odio a la hipocresía inspiraron un periodo conocido como
reinado del Terror, que convirtió a la guillotina en el símbolo del mesianismo
político. La furia moral del Comité de Salvación Pública no conoció fronteras
territoriales, y sus miembros llevaron a cabo una escalada de guerras contra
una coalición de potencias europeas cuyo absolutismo chocaba con sus ideales
revolucionarios. Su éxito puede atribuirse en parte a la conscripción
obligatoria instituida en agosto de 1793, que demostró el terrible potencial
militar de una nación en armas. No obstante, el miedo invadió finalmente al
propio Comité; en julio de 1794 Maximilien de Robespierre, su líder, fue
arrestado y ejecutado. Durante la reacción posterior, los franceses olvidaron
pronto 'la república de la virtud' y dieron la bienvenida a una nueva etapa
casi como un símbolo de libertad.
Llegada de Napoleón al poder.
El gobierno del Directorio, muy difamado, intentó
asimilar los elementos menos controvertidos de la herencia revolucionaria y
llevar un coup de grace (golpe de
gracia) al mesianismo jacobino. El Directorio, determinado a alentar las
carreras de hombres de talento, hizo posible el rápido acceso al poder de
Napoleón Bonaparte. Con la connivencia de dos directores, Napoleón preparó un
golpe de Estado en noviembre de 1799, gobernó de forma autoritaria y se coronó
emperador en 1804. Napoleón, un militar plebeyo que llegó a la mayoría de edad
durante la Revolución ,
está considerado como el último de los monarcas absolutistas. Como parte de su
plan para extender los principios de la Revolución francesa, promulgó el Código
napoleónico, un sistema codificado de leyes, y puso la educación bajo control
estatal. Entre los principios revolucionarios de libertad e igualdad, prefirió
este último en el conocimiento de que sólo sería estimulado por una autoridad
central fuerte.
Las Guerras Napoleónicas.
En los asuntos exteriores, Napoleón renovó el
expansionismo de Luis XIV con un convencimiento firme de algunos principios
ilustrados. Abolió los antiguos privilegios feudales e impuso la igualdad legal
en los territorios, que se extendían por la mayor parte de la Europa continental y que
añadió al Imperio francés por la fuerza de las armas. En su pasión por la centralización
del poder, sacrificó las complejidades históricas en favor de las exigencias de
la comodidad administrativa, como por ejemplo en la creación de la
Confederación del Rin.
Lo que Napoleón no acertó a apreciar fue hasta qué
punto las unidades administrativas más grandes y las reformas igualitarias
promovían la conciencia nacional. Al igual que su éxito dependía del entusiasmo
nacional francés, su caída fue provocada por el desarrollo de la conciencia
nacional de otros pueblos europeos. Las Guerras Napoleónicas (1799-1815) se
diferenciaron de las de Luis XIV en que no eran simplemente entre Estados, sino
entre Estados nacionales. Tras una serie de desastres (sobre todo la campaña de
Rusia y la interminable guerra peninsular en España y Portugal), Napoleón fue
derrotado y el poder europeo recobró un equilibrio más adecuado; los llamados
Cien Días (1815) que siguieron a su huida de Elba y culminaron en la batalla de
Waterloo un año más tarde, constituyeron su desesperada y arriesgada jugada
final. Al igual que los dirigentes de la Revolución, Napoleón había
incrementado el poder del Estado centralizado y le añadió una explosiva mezcla
de nacionalismo.
Las ideologías de siglo XIX: liberalismo,
nacionalismo y socialismo.
Tras la derrota de Napoleón, los aliados victoriosos
se reunieron en el Congreso de Viena, decididos a restaurar el antiguo orden.
El ministro de asuntos exteriores austriaco Klemens von Metternich, que
defendía el principio de legitimación, restauró a los Borbones en Francia,
aseguró la hegemonía de los Habsburgo en las zonas de habla alemana e italiana
de Europa central y forjó un acuerdo general para vigilar el continente contra
cualquier alteración revolucionaria. Von Metternich trató de ayudar al monarca
absolutista español en sus pretensiones de recuperar sus dominios americanos,
pero tuvo que enfrentarse a la resistencia de los ingleses, que apoyaban a los
insurgentes en la América
española. No obstante, su autoritaria actuación sólo fue una acción de
contención. Las ideas revolucionarias europeas siguieron actuando en la sombra,
conspirando con la ayuda del auge de la industrialización y una población en
rápido crecimiento para impedir cualquier intento de vuelta atrás.
Los románticos.
La imaginación romántica resultó afectada por el drama
conmovedor de la revolución y la guerra. Los románticos, que rechazaron el
cálculo racional y el control clásico, inventaron un Napoleón idealizado y
dieron al liberalismo, al socialismo y al nacionalismo un fervor emotivo.
Como herederos de la ilustración y representantes de la
burguesía, los liberales (concepto acuñado en las españolas Cortes de Cádiz en
1812) hicieron campaña en favor del gobierno constitucional, la educación
secular y la economía de mercado, que liberaría a las fuerzas productivas del
capitalismo. Su llamamiento, aunque real, se limitaba sólo a un segmento
relativamente pequeño de la población y pronto fue eclipsado por el mensaje de
ideologías rivales, en parte a causa de su indiferencia hacia la cuestión
social, a la que socialistas utópicos como Charles Fourier, Henri de Saint
Simon y Robert Owen ofrecieron provocativas, si bien fantásticas, respuestas. Y
lo que es más, el liberalismo fracasó en generar el tipo de entusiasmo exaltado
que surgió con la aparición de la conciencia nacional.
Activado por la Revolución Francesa, Napoleón y las
obras del historiador alemán Johann Gottfried von Herder, el nacionalismo
romántico superó a todas las ideologías en liza, en especial al este del Rin.
Mientras el cristianismo empezaba a perder su influencia sobre las vidas individuales,
líderes como Giuseppe Mazzini, en Italia y Adam Mickiewicz, en Polonia fueron
capaces de imponer en la conciencia nacional un carácter mesiánico.
En España, la revolución liberal que implantó la
primera constitución duro muy poco. El rey Fernando VII volvió a implantar el
absolutismo en 1814 y tuvo que enfrentarse a la revuelta de los liberales, que
lograron imponer su política entre 1820 y 1823, durante el llamado Trienio
Liberal.
Las revoluciones burguesas y el socialismo
científico.
A pesar de la vigilancia de Metternich, algunas de
estas ideologías no pudieron ser eliminadas y entre 1815 y 1848, Europa fue
sacudida por tres crisis revolucionarias: 1820-1823, 1830-1831 y 1848-1849. En
1848 las llamas de la revuelta se extendieron a lo largo de toda Europa, con la
excepción de Gran Bretaña, Rusia y la península Ibérica. Sin embargo, cuando
las cenizas se enfriaron finalmente, estaba claro que la revolución romántica
se había consumido a sí misma. Efectivamente, Metternich había sido expulsado
de Austria y en Francia se había proclamado la Segunda República ,
pero la mayoría de los levantamientos fracasaron, y los sueños revolucionarios
se habían frustrado para convertirse en realidades. No obstante, la época de la Restauración llegó a
su fin.
Los ferrocarriles, la industrialización y la próspera
población urbana estaban alterando el paisaje de Europa al mismo tiempo que el
pensamiento materialista comenzó a desafiar la primacía romántica de la poesía
y la filosofía. La ciencia se estaba convirtiendo en un lema, la garantía del
progreso inexorable. En 1851, la Gran Exposición de Londres rindió homenaje a los
logros técnicos del siglo. Charles Darwin, a pesar de su visión de una
naturaleza salvaje, predicó la “supervivencia de los más aptos”. Karl Marx y el
revolucionario alemán Friedrich Engels se mofaron del socialismo utópico y
elaboraron un socialismo 'científico' fundamentado en propuestas más radicales
de transformación de la sociedad.
La política pragmática de la unificación italiana y
alemana.
La siguiente revolución política la dirigieron los
partidarios de la realpolitik (en alemán política pragmática). Así, el
liberal, pero pragmático, Camillo Benso di Cavour tuvo éxito donde Mazzini
había fracasado; unificó Italia al combinar una hábil diplomacia con el uso de
ejércitos regulares. Al rechazar el desafío cerrado a compromisos del
revolucionario húngaro Lajos Kossuth, el político húngaro Ferenc Deák negoció
la autonomía de Hungría en el contexto de la monarquía de los Habsburgo. En
Francia Napoleón III forjó una dictadura en la que coordinó la industrialización,
los programas de bienestar público y la disciplina y el orden social. Por otra
parte, en el hecho más importante del tercer cuarto de siglo, Otto von Bismarck
unificó Alemania. Convencido de que los grandes problemas de su tiempo sólo
podrían ser resueltos con “sangre y hierro”, utilizó las guerras contra
Dinamarca, Austria y Francia para convertir el nuevo Estado nacional alemán en
una de las principales potencias de Europa. Sin embargo, incluso el legendario
canciller, un patriota prusiano indiferente a las ideologías, fue obligado a
hacer concesiones a los socialistas y los liberales. Su fracaso final en aislar
la diplomacia de la pasión nacional preparó el camino de la I Guerra Mundial.
El liberalismo
en España.
En España, el siglo XIX, tras la muerte de Fernando
VII, la pérdida sucesiva de los dominios americanos y el enfrentamiento entre
liberales y conservadores, fue un periodo de graves convulsiones políticas. La
Gloriosa Revolución de 1868 provocó la caída de la monarquía de Isabel II, el
advenimiento de la Primera República y la Restauración de la monarquía, en
1874, con el reinado de Alfonso XII, hijo de Isabel II.
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