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jueves, 23 de octubre de 2014

CS 2 UD 03. La Europa medieval y la ciudad en los siglos XIII-XV.

LA EUROPA MEDIEVAL Y LA CIUDAD EN LOS SIGLOS XIII-XV.

Índice.
La unidad cultural.
El ascenso de la conciencia nacional.
Dosier: los pensadores medievales.

LA CIUDAD. 
La recuperación de la vida urbana. Las actividades urbanas: artesanía y comercio.
La sociedad urbana.
La consolidación del poder real.

LOS GRANDES REINOS EUROPEOS EN LOS SIGLOS XIII-XV.
ALEMANIA.
La dinastía Hohenstaufen y su fracaso en Italia.
La división de I­talia h. 1250.
LA CONSOLIDACIÓN DE FRANCIA E INGLATERRA (SIGLOS XII Y XIII).
El fortalecimiento de la monar­quía capeta.
El desarrollo de la monarquía Plantagenet en Inglaterra.
LA CRISIS DEL IMPERIO (SIGLO XIII) Y SU RECUPERACIÓN.
La dinastía Habsburgo.
LA CRISIS DEL PAPADO (SIGLO XIV) Y SU RECUPERACIÓN.
EL CONFLICTO DE FRANCIA E INGLATERRA.
La crisis del siglo XIV.
LA GUERRA DE LOS CIEN AÑOS.
Los inicios.
La primera fase.
La segunda fase.
Consecuencias en Francia e Inglaterra de la crisis de la guerra de los Cien Años.     
EL MODELO DEL ESTADO MODERNO EN EL SIGLO XV.

EL ARTE GÓTICO.
La arquitectura gótica.
La escultura y la pintura góticas.




La unidad cultural.
Las fuerzas materiales y culturales liberadas en el siglo XII prolongaron su impacto durante los siguientes 200 años. Europa se había convertido en una unidad cultural, la expresión institucional de lo que era la Iglesia cristiana. Esta unidad se reflejó con más claridad que nunca en una serie de expediciones militares (las cruzadas) en las que se pretendía arrebatar al islam los lugares santos cristianos de Oriente Próximo. La jerarquía de la Iglesia predicó en favor de las cruzadas, que consiguieron el apoyo de las nuevas órdenes monásticas, para las que el 'peregrinaje militar' representaba el camino a la salvación individual y colectiva. La idea de la guerra santa, sin embargo, rebasó las divisiones sociales y atrajo tanto a la aristocracia guerrera tradicional como a los campesinos, las nuevas clases de artesanos y los trabajadores creados por el crecimiento de la sociedad urbana. En la península Ibérica, la tolerancia tradicional entre árabes, judíos y cristianos vivió épocas de crisis y, conforme se extendían los reinos cristianos hacia el sur, los monarcas y la Iglesia tuvieron que intervenir con frecuencia para apaciguar los ánimos populares, que achacaban a los judíos, incluso los conversos o 'nuevos cristianos' la culpa y responsabilidad por todos los desastres. Se estaba incubando la más grave crisis de identidad nacional, origen de la Inquisición y de la expulsión de judíos y moriscos, ocurrida a finales del siglo XV y del siglo XVI respectivamente.
La creciente intolerancia hacia las poblaciones no cristianas dentro y en las fronteras de Europa tuvo la misma importancia como expresión de la unidad cultural cristiana. El islam, el enemigo infiel de la lejana Jerusalén, también era el enemigo en las fronteras, y en Sicilia, siglos de comercio material e intelectual llegaron a su fin. También en el periodo comprendido entre los siglos XII y XIV la intolerancia hacia los judíos que se habían establecido en toda Europa se extendió y se hizo más virulenta. Decretos punitivos restringiendo el asentamiento y la colonización judías coincidieron con atrocidades y motines en masa contra la población judía, y se establecieron las bases del antisemitismo ideológico: los judíos, como criaturas extrañas y demoníacas, envueltas en conspiraciones internacionales y culpables de la muerte ritual de niños cristianos, entraron en el folclore de la imaginación europea. Finalmente durante esta época hubo un aumento de las herejías, una expresión de la inquietud intelectual y social de la época, y de los esfuerzos políticos y militares en destruirlas, que se reflejaron sobre todo en la cruzada al sur de Francia contra la herejía de los albigenses.
Así pues la unidad cultural europea no estuvo libre de conflictos. Al contrario, estuvo en un precario estado de equilibrio, y sus elementos, en continuo desarrollo, inevitablemente entraron en conflicto unos con otros en los siglos siguientes. Los pueblos y ciudades continuaron su crecimiento económico y demográfico. En Italia, Inglaterra y los Países Bajos comenzaron a luchar por la autonomía política. La lucha fue particularmente cruel en Italia, donde las ciudades se encontraban entre los conflictivos diseños políticos del Imperio y el papado. También fueron atormentadas internamente por la lucha entre distintos grupos urbanos. Como resultado, se intensificó el pensamiento político y social que hoy día se llama humanismo, mientras el pueblo intentaba articular sus propias posiciones.

El ascenso de la conciencia nacional.
La lucha general por la supremacía entre Iglesia y Estado se convirtió en una constante de la historia europea. En los siglos XIII y XIV la unidad cultural europea fue desafiada en toda Europa por intereses locales, regionales y nacionales. Esto se manifestó en el incremento real del poder del rey de Francia y en su enfrentamiento con el rey de Inglaterra, en teoría su inferior. También se evidenció en la esperanza, incluso en ausencia de cualquier poder unificador potencial, de una Italia independiente del papa y el emperador, y libre de luchas cívicas y territoriales. En todo Occidente se vivía un sentimiento de renovación, expansión y descubrimiento. En España, acabada la reconquista en 1492, con la toma de Granada por los Reyes Católicos, se aseguraba la unidad territorial y se establecía el primer Estado en el moderno sentido del término, del mismo modo y simultáneamente a lo que ocurría en Francia e Inglaterra.
La conciencia nacional y regional, así como la desarrollada en las ciudades, el crecimiento continuo del comercio dentro de Europa y hacia Oriente, la extraordinaria creatividad intelectual y artística del renacimiento y la confusión social fueron algunos de los rasgos del final de la edad media. Incluso la catastrófica apariencia de la peste negra, a mediados del siglo XIV, y su periódica reaparición no alteraron fundamentalmente estas tendencias.

Dosier: los pensadores medievales.
El pensamiento político.
Los teóricos del poder político se dividen en varios ban­dos, según las potencias a las que legitiman:
- Los defensores del cesaropapismo y de la teocracia, en Ale­mania e Italia.
- Los defensores del principio monárquico, en Francia e In­glate­rra.

El pensamiento teocrático.
El Papado defiende la teoría del origen divino del poder temporal y el predominio del Papa sobre el emperador y los re­yes, que se manifestaría en:
- El papel del Papa en la coronación del emperador y en la unción sa­grada de los reyes.
- El derecho del Papa de nombrar los car­gos ecle­siásticos.
- La institución de la Tre­gua de Dios.
- Las Cruzadas.
Esta teoría refleja el enfrenta­mien­to en­tre el Papado y el Impe­rio, du­ran­te la que­re­lla o Lucha de las Inves­tiduras (si­glos XI-XII). Las Cruza­das pro­cla­madas por el Papa re­fuerzan al principio su presti­gio, pero, al final, su fracaso lo redu­cirá. En el siglo XIII la madu­rez del pensamien­to teo­crá­tico coinci­de con la ma­yor auto­nomía del po­der laico.

El cesaropapismo.
Por contraste con el Papa, el Emperador defiende la idea imperial del ce­sa­ropapismo, de acuerdo al modelo bizantino, que sostiene la pre­emi­nencia del emperador tanto en los asun­tos reli­giosos como en los políti­cos, lo que im­plicaría su derecho a ele­gir al Papa y a todos los cargos ecle­siásticos. Asimismo todos los reyes cristianos le estarían su­bordinados, a un nivel infe­rior en la pirámide del vasallaje.
La idea del “do­minium mundi” es favore­cida por el “u­ni­ver­sa­lismo romano” y la difusión del Derecho Roma­no.
Pero este proyecto fracasa por la debilidad del poder “temporal” del emperador.

El monarquismo.
Los defensores del monarquismo o principio monárquico des­tacan en Fran­cia e Inglaterra. En Fran­cia: Abbon de Fleury, Ivo de Char­tres, Suger de Saint Denis, que impondrán el principio heredi­tario, reforzado por la fórmula de la asociación del he­redero a la Corona. En Ingla­terra, Juan de Salisbury, con su Poli­cra­ticus (1159). To­dos ellos defienden el Estado como un mal nece­sa­rio.
En cam­bio, posteriormente Santo Tomás de Aquino defende­rá el principio de Aristóteles del Esta­do como la expre­sión natu­ral del hombre fundada en el bien co­mún, sien­do la monarquía la mejor de las formas de go­bierno.
El principio monárquico se fundamenta en estas ideas:
- La tesis de la transmisión hereditaria del trono.
- Los elementos teocráticos, feudales y corporativos: se consolidan y enfrentan las ideas del origen divino de la autoridad real, la te­sis feudal del pacto o contrato, y de resultas aparecen las pri­me­ras asambleas representativas con potestad legislativa.
- El romanismo y el aristotelismo: El romanismo impo­ne la tesis de la “regalía”. La teoría aristotélica del bien común legitima la acción estatal.
El principio monárquico será la teoría dominante en todos los Estados nacionales del siglo XV y pasará a la Edad Moderna.

Wycliff.
John Wycliff, teólogo y profesor en Oxford, vivió en el siglo XIV, pero fue un antecedente directo del humanismo cristiano del siglo XVI y un precursor de la Reforma protestante. Escribió De Dominio (1366), De Ecclesia y el Trialogus. Criticó la autoridad del Papa y se opuso a que la Iglesia poseyera bienes materiales . Su pensamiento tuvo una gran influencia posterior en las ideas religiosas y políticas de Jan Huss, Lutero y los monarcómacos franceses.

LA CIUDAD.

La recuperación de la vida urbanaLas actividades urbanas: artesanía y comercio.
 

La sociedad urbana.








La consolidación del poder real.







LOS GRANDES REINOS EUROPEOS EN LOS SIGLOS XIII-XV.
ALEMANIA.
La dinastía Hohenstaufen y su fracaso en Italia.
La dinastría Hohenstaufen (1138-1273) se involucró en la lu­cha entre güelfos (partidarios de las libertades comunales y del Papado) y gibelinos (partidarios de una ley general y del Imperio). Los emperadores se concentraron en los asuntos de Italia y desviaron la atención de los nobles alemanes a la misión de germanizar a los eslavos de las marcas del Este, con lo que conseguían nuevos territorios y se aseguraba su lealtad.


El Imperio alemán hacia 1152.

La larga lucha entre el Papado y el Imperio se reanudó (1154-1250). Federico I Barbarroja (1152-1190) y el papa Ale­jandro III se enfrentaron desde 1159. Federico consiguió resta­blecer la autoridad imperial en Alemania, pero fracasó en Italia y finalmente las amenazas de excomu­nión obligaron al emperador a marchar a Oriente en una cruzada en la que murió (1190) al vadear un río.
La política imperial de Barbarroja fue continuada por su hijo Enrique VI el Cruel (1190-1197).
El papa Inocencio III (1198-1216), consiguió un gran poder gra­cias a su tutoría sobre el empera­dor niño, Federico II. Ino­cen­cio III fue la en­carnación de la idea de teocracia pontificia, in­ter­vinien­do ac­ti­va­mente en la política euro­pea con la ex­comunión como arma po­lítica. Impulsó una violenta cruzada con­tra los herejes al­bigen­ses (llamados cá­taros) del sur de Fran­cia. En cambio, la cuarta cru­zada a Oriente fue transformada en un inten­to de reintegrar la Igle­sia oriental a la unidad y de asegurar el domi­nio co­mercial veneciano: tras la con­quista de Cons­tanti­nopla (1204) se insta­ló un efí­mero Imperio Latino de Oriente (1204-1261).
Hubo entonces la posibilidad de una políti­ca de consenso entre el Imperio y el Papado, en la cual el primero tendría el poder tem­poral y el segundo el poder espiritual, pero se malogró debi­do a que, al llegar a la mayoría de edad, crecieron las ambicio­nes de Fede­rico II, rey de Sici­lia (1197-1250) y emperador (1220-1250). Fue el úl­timo gran monarca de la dinastía. Dirigió la quinta cruzada, que consiguió recuperar Jerusalén temporalmente gracias a un pacto, pero se perdió de nuevo en 1244. Su aspiración al do­minio en Italia hizo que fuera de­puesto por el papa Ino­cen­cio IV en 1245 y fue derro­tado por una liga de las ciudades italianas, mientras que Alemania estallaba en re­beliones.

La división de I­talia h. 1250.
Italia, tras las muertes de Federico II Hohenstau­fen (1250) y de su des­cendiente Conradino (1268), se independizó realmente del Imperio alemán. Las ciudades, regidas por instituciones municipa­les con representación burguesa y aristocrática forma­ron numerosas ciudades-estado, como Milán, Génova, Ve­necia, Flo­ren­cia y decenas más, que alcanza­ron la primacía en el norte y cen­tro de la penínsu­la.
En el sur la influencia de la nobleza y de la ins­ti­tución monárquica fue mayor, comenzando las luchas de las dinastías de los Anjou franceses y los reyes de Ara­gón por el domi­nio de Nápoles, que fue para los An­jou hasta el siglo XV, y la isla de Sici­lia, que pasó en 1282 a Aragón y du­rante un siglo (1296-1409) a una rama lateral de la dinastía catalano-aragone­sa.
En los siglos XIV y XV hubo un proceso de concentración territorial, quedando en precario equilibrio media docena de Estados domi­nantes: Ná­poles, Estados Pontificios, Florencia, Génova, Vene­cia, Mi­lán, junto a otros menores.
A finales del XV Italia, rica pero dividida en Estados débiles, será una presa codiciada por las potencias vecinas de España, Francia y el Im­perio. La primera ganará la hegemonía, aunque sin imponer un dominio territorial total, pues sólo se extenderá por Nápoles y el Milanesado, además de sus anteriores territorios de Cerdeña y Sicilia.

LA CONSOLIDACIÓN DE FRANCIA E INGLATERRA (SIGLOS XII Y XIII).
El fortalecimiento de la monar­quía capeta.
Los Capetos fortalecen su poder desde el siglo XII hasta principios del XIV, consiguiendo una casi com­pleta in­de­penden­cia del poder temporal del rey fren­te al poder reli­gio­so. La dinastía de los Capetos ex­tien­de la costum­bre de aso­ciar al herede­ro al trono, en vida del pa­dre, lo que estabiliza la situación política y consolida el trono.
Felipe II Augusto (1180-1223) es un rey conquistador. Los principados territoriales son sometidos uno tras otro, cayendo la mayo­ría de los dominios de los Plantagenet ingleses, excepto Guyena, a prin­cipios del siglo XIII.
Luis IX el Santo (1226-1270) creó una monarquía nacional fuer­te, mantuvo la paz con sus vecinos, y sometió Languedoc (1229) y el condado de Toulou­se (la anexión se confirmó en 1271) y como de­fensor del cris­tianis­mo par­ticipó en dos cruzadas, siendo de­rrotado en la sexta en Egip­to (1249) y muriendo en la séptima en Túnez (1270).
Fe­li­pe IV el Hermoso (1285-1314) venció al rey inglés Eduardo I, que le juró vasa­lla­je por sus dominios franceses; se apode­ró de Flandes (1299-1305); inti­midó al Papa (1303) y llevó la sede del Papado a Avi­ñón (1309), y ani­qui­ló la Or­den del Temple (1307-1314).

El desarrollo de la monarquía Plantagenet en Inglaterra.

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Los dominios de Enrique II de Inglaterra en Francia h. 1180.

La dinastía de los Plantagenet comienza con Enrique II (1154-1189) de Anjou,.a caballo entre Inglaterra y Francia, que reorga­niza la monarquía inglesa y reú­ne un gran imperio en Francia, desde Normandía hasta la Aquitania que consigue gracias a su matrimonio con la duquesa Leonor.
Su sucesor Ricardo I Corazón de León (1189-1199), participó en una Cru­zada y ganó gran fama en Europa (los hechos del mítico Ro­bin Hood ocurren durante su reinado).
Su sucesor, su hermano Juan I Sin Tierra (1199-1216) per­dió en la guerra la ma­yor parte de Francia, sal­vo la Guyena (en la costa sur de Aquitania), y en 1215 los nobles y el alto clero consi­guieron limi­tar el poder real con la Carta Mag­na, una declaración de derechos individuales que puede considerarse el embrión de una Constitución.
Enrique III (1216-1276) fue dominado por la no­bleza, que le impuso las Pro­visio­nes de Ox­ford (1258).
Eduar­do I (1272-1303), refor­zó el poder real tras la vic­toria de Evesham cuando era herede­ro (1265), conquistó Gales (1284) para darlo el he­redero como Prínci­pe de Gales desde 1301, y comenzó la conquista metódica de Ir­landa pero no completó la con­quista de Esco­cia, o­cupada en 1296, pero perdida en 1314, y tuvo que jurar de nuevo va­sa­lla­je al rey francés por sus do­mi­nios franceses. En su reinado nace el Parla­mento (Model Par­lia­ment) en 1295, for­mado por los estamentos de ca­balleros, eclesiásticos y bur­gue­ses. A pe­sar de que expulsó a los judíos (1290), fomentó el comercio.

LA CRISIS DEL IMPERIO (SIGLO XIII) Y SU RECUPERACIÓN.


Europa hacia 1200.

El triunfo del Papado y la desa­pari­ción de la di­nastía im­pe­rial de los Hohenstaufen en 1250 provocaron que el Imperio su­friese gra­ves con­flic­tos in­ternos, luchas por la sucesión en la destaca la muerte del hijo bastardo de Federico II, Conradino, en 1268.
En especial Ale­mania quedó sumida en una grave etapa de inestabili­dad, co­nocida como el “Gran Inte­rreg­no” (1250-1273), durante el cual las ciudades mercantiles de la Hansa (Lübeck, Bremen, Hamburgo...) acrecentaron su rique­za, y se formaron numerosos y pequeños Estados semiindependientes.
Finalmente, en 1273 se acordó un sistema electivo para la sucesión imperial, lo que logró resolver la crisis.

La dinastía Habsburgo.
Rodolfo I (1273-1291), con el apoyo del papa Gregorio IX, inauguró la duradera dinastía de los Habs­burgo (o  Casa de Aus­tria), que conso­lidó su poder polí­tico y territorial con una há­bil po­lí­tica matrimo­nial, alrededor del sureste de Alema­nia, aunque pronto perdió Suiza en un levantamiento (probablemente uno de los primeros movimientos nacionales).
La dinastía tuvo que competir con otros candidatos, y su dominio fue interrumpido temporalmente por la Casa de Luxembur­go, con Carlos IV de Lu­xembur­go (1346-1378), rey de Bohemia y empe­rador (1355), en cuya eta­pa la Bula de Oro (1356) fijó la elec­ción del em­pe­rador mediante un co­legio de sie­te miem­bros, lo que libró defini­tivamen­te a Alemania de la tutela pontifi­cia, pero en realidad, hizo del emperador una figura débil, pues, mientras la soberanía geográfica del Imperio se iba redu­ciendo, su in­fluen­cia también disminuía en Alemania, debido a la amplia estructura feu­dal y el poder de la Dieta del Imperio, un parlamento territorial.
A partir de 1440 los Habsburgo nuevamente monopolizaron el título imperial, que per­manece­ría en sus manos hasta 1918, con muchos avatares.
Maximiliano I (1493-1519) intentó sin éxito unificar Ale­mania extendiendo al país las instituciones austriacas (Cámara Áulica, Cancillería), interviniendo en vano en Italia, y con una exitosa política matrimonial que le per­mitió incorporar parte de los dominios de la Casa de Borgoña y dar a su dinastía el trono español, con lo que fraguó el enorme poderío de su nie­to Car­los V, empe­ra­dor (1519-1556) y rey de España como Carlos I (1516-1556).

LA CRISIS DEL PAPADO (SIGLO XIV) Y SU RECUPERACIÓN.
En el siglo XIV hay un cisma de la Iglesia, que pierde influen­cia debido al cambio de la sede pontificia, con el Papa­do de Avi­ñón (1309-1377), al trasladar el francés Clemente V la sede a la ciudad fran­cesa, y el cisma de Occidente (1378-1417), que ocu­rrió des­pués de la muerte de Gregorio XI, al divi­dirse la Cris­tian­dad entre los partidarios de los papas de Avi­ñón, con Clemente VII apoyado por Francia, Cas­tilla y Ara­gón, y los papas de Ro­ma, con Urbano VI apoyado por Alemania, Inglaterra e Italia. La cau­sa de esta división fueron los intereses enfrentados de las monar­quías entre sí, pues Francia e Inglaterra estaban en guerra; y con el Imperio, con Francia enfrentada a las apetencias imperiales; y la debilidad del poder del Papado en sus domi­nios en Ita­lia, en la cual la nobleza romana había lle­gado a imponer va­rios papas.
Fue una crisis muy grave, lle­gando a haber a la vez tres pa­pas, hasta la res­tau­ra­ción de la uni­dad con el conci­lio de Constanza (1414-1418), pro­movido por el emperador Segis­mundo, que eligió papa único a Martín V. En esta situación de crisis so­cial (la Peste Negra) y religiosa (el cisma) se puede entender la prolifera­ción de los movimientos heré­ticos de Wycliff en Inglaterra y Huss en Bohemia.
Al mismo tiempo, en el siglo XIV en Italia se consolida el poder de las ciuda­des de Venecia, Génova, Milán y Florencia, al tiempo que algunos Estados caen en manos de milita­res, los famosos condottieros como los Visconti y Sforza de Milán.

EL CONFLICTO DE FRANCIA E INGLATERRA.
La crisis del siglo XIV.


Europa hacia 1360.

Desde mediados del siglo XIV el agotamiento de las mejores tierras, el hambre, la su­perpobla­ción y, finalmen­te, la epide­mia de la Peste Negra desde 1348-1351, seguida por otras epidemias en 1361, 1373..., provocó una gran caída demográfica: un ter­cio de la pobla­ción pereció y no se recuperó el nivel demográ­fico hasta cer­ca de 1450.

LA GUERRA DE LOS CIEN AÑOS.
La Guerra de los Cien Años enfrentó a Fran­cia e Inglate­rra durante más de un siglo (1339-1453), aunque hubo una larga tregua entre tanto (1377-1414). Básicamente fue un conflicto dinástico que se con­virtió finalmente en un conflicto nacional.


Mapa de la Guerra de los Cien Años.

Los inicios.
Se inició a raíz de la disputa dinástica por el trono de Fran­cia entre Felipe de Valois y Eduardo III de Ingla­terra a la muerte, en 1328, del último Ca­peto, Carlos IV. Elegido el primero, la rivalidad entre ambos perso­najes derivó en conflicto armado cuando en 1337 Felipe VI decretó la confisca­ción de la Guyena, el último feudo real in­glés en el sudoeste de Fran­cia, y Eduardo III le replicó reivin­dicando para sí la corona france­sa.

La primera fase.
La primera fase de la guerra estuvo marca­da por la sucesión de victorias inglesas en la batalla naval de L'E­cluse (1340), la toma de Calais (1347), y las batallas terrestres de Crécy (1346) y Poitiers (1356), que demostraron el declive de la ca­ba­llería feu­dal francesa frente a los arqueros ingleses. Esta fase de la guerra aca­bó con la Paz de Bretigny (1360) y la ce­sión a Eduar­do III de la Gran Aquita­nia, que incluía la Guyena.
En el reinado de Carlos V (1362-1380) los franceses retoma­ron la inicia­tiva y recu­peraron gran par­te de la Aquitania, gracias a Du Guesclin y sus tropas de mercenarios, que luchaban por una sol­dada y en caso de impa­go practicaban el pillaje indiscrimi­na­do sobre toda la población. Hubo un largo pe­riodo (1377-1414) de relativa calma en las fronteras, pero con in­ter­venciones de ambos países en Castilla y otros lugares cercanos.

La segunda fase.
La segunda fase béli­ca co­menzó cuando En­rique V de Ingla­terra (1413-1422) volvió a in­va­dir Fran­cia, ven­ció en Azin­court (1415) e impuso el tra­tado de Troyes (1420), que le daba el derecho de herencia sobre Francia a la muerte de Carlos VI (1380-1422). Pero cuando esta ocu­rrió los franceses siguie­ron lu­chando a favor del Delfín (llamado así porque el heredero en Francia era prín­cipe del Delfinado) Car­los VI (1422-1461). El partido borgo­ñón (una rama secundaria de la familia real francesa de los Valois que gobernaba el gran ducado de Borgoña) se alió con los ingle­ses y pare­ció ha­cia 1429 que el triunfo de estos era irre­me­dia­ble, puesto que el rey francés man­tenía un po­der ape­nas fic­ticio desde su Corte de Bourges en el centro de Francia.
Fue entonces cuando surgió en 1429 la figura de Juana de Arco, la “Don­ce­lla de Or­leans”, “enviada de Dios”, a la que Car­los, desespe­rado, con­fió el mando de su ejército, y que con­si­guió levantar el asedio de Orleans y más tarde condu­cir al rey a Reims para su coronación. Poco después, al tratar de ocu­par Pa­rís, cayó pri­sionera, fue condenada por hereje en Rouen, y ejecutada en la hoguera en 1431, convirtiéndose en un mito nacional para los franceses.
Final­men­te los fran­ce­ses logra­ron decantar la con­tienda a su favor, gracias a la defección de los borgoñones, las refor­mas militares y el can­sancio inglés. Tras la derro­ta in­glesa en Castillon (1453) ter­minó la guerra de los Cien Años, si bien oficialmente no con­cluyó hasta el tratado de Pic­quigny (1475). Inglaterra sólo mantuvo la plaza de Calais en el Canal de la Mancha, apenas un siglo más.

Consecuencias en Francia e Inglaterra de la crisis de la guerra de los Cien Años.     
En Francia, tras la guerra, la monarquía se consolida pese a las tremendas pérdidas humanas y económicas. Luis XI conse­guirá restablecer la unidad francesa al morir en 1477 su pariente Valois, el duque Carlos el Temerario de Borgoña, que intentaba formar un gran Estado inde­pen­diente con Borgoña, Franco Condado, Luxemburgo, Flandes, Artois, Picardía y los Paí­ses Ba­jos. Pero gran parte de sus territorios irán a la hija de este, Ma­ría de Borgoña, y después a Carlos de Habsburgo.
En In­glate­rra, al final de la guerra estalla casi de inmediato la Guerra de las Dos Rosas (1455-1485), una guerra civil entre dos ramas familiares: los York y los Lancas­ter. Tras muchas vicisitudes y varios reyes intermedios se impuso Enrique VII, de la nueva dinastía Tudor, que unía los derechos sucesorios de ambos bandos.

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Europa a finales del siglo XV.

EL MODELO DEL ESTADO MODERNO EN EL SIGLO XV.
A fines de la Edad Media, en el siglo XV se asientan las “mo­narquías na­ciona­les”, gracias a su completa independencia res­pecto a los pode­res tradi­cionales del Imperio y del Papado, y con el desa­rrollo de los instrumen­tos (ejército permanente, burocracia, aparato fiscal, diplomacia) que les garantizan el do­minio sobre las fuerzas centrífu­gas.
Es evidente que aumenta la soberanía de las mo­narquías fren­te al Im­perio y el Papado, que son vistos como otros pode­res temporales. Para competir con los otros Estados se realizan alianzas matrimoniales que constitu­yen poderosos reinos: Polo­nia-Lituania (1386), Dina­marca-Suecia-Noruega (1397, con la Unión de Kal­mar), Cas­tilla-Aragón (1479, tras el matrimonio de Isabel  de Castilla y Fernando de Aragón).
Los monarcas se alían con la burguesía para dominar a la nobleza, que pierde muchos de sus castillos y pre­bendas, pero después se mantiene la alianza tradicional en­tre rea­leza y noble­za. Los Parlamentos (o Cortes) son los sím­bolos de un pacto medieval entre los órdenes o estamentos so­ciales de los reinos, pero los reyes los dominan y manipulan, acrecentando paulatinamente su poder absoluto.
La monar­quía es autoritaria pero todavía no es absoluta, en un difícil equili­brio entre las tra­diciones me­dievales y las nove­dades modernas. Se instauran instituciones de control de las provin­cias y municipios, pero todavía con un carácter embrionario. Los im­puestos se racionalizan y con ello aumenta la capacidad finan­ciera del Estado para pagar a los ejércitos nacionales.
Se realiza una política económica proteccionista (premer­cantilista) de fo­men­to de la agri­cultura, el comercio y la in­dustria, con monedas fuertes y estables de oro y plata. Esto beneficia y se beneficia a la vez de una época de fuerte prosperidad: la po­blación se recupera, sobre todo desde 1450; el comercio y las ciudades crecen, en especial en Italia y Flandes; los descubri­mientos geográficos en África, América y Asia de portugueses y españo­les anuncian la dimensión mundial de la Edad Moderna.
Perry Anderson considera que en la Europa occidental la crisis del feudalismo de los siglos XIV y XV originó la forma­ción del Estado absolutista que representó ‹‹un aparato reorga­ni­zado y potenciado de dominación feudal, destinado a mantener a las masas campesinas en su posición so­cial tradicional, a pesar de las mejoras que habían conquistado por medio de la amplia con­mutación de cargas.›› [Perry Anderson. El Estado absolutista. 1979: 12.] que derivó del impacto de la crisis demográfica del siglo XIV, mientras que en la Europa orien­tal, por contra, el Estado absolutista ‹‹fue la má­quina represi­va de una clase feudal que acababa de liquidar las tradiciona­les libertades comunales de los pobres.›› [Perry Anderson. El Estado absolutista. 1979: 195.]

EL ARTE GÓTICO.
En el siglo XII, feudalismo, religión y monarquía marcaron las pautas de una sociedad que, gracias al crecimiento demográfico y al perfeccionamiento de una sociedad que, gracias al crecimiento demográfico y al perfeccionamiento de los métodos agrícolas comerciales, inició un período de expansión con una claro objetivo unificador y universalista. Este proceso de crecimiento y mejora culminó a lo largo del siglo XIII en una primera etapa de prosperidad comercial y económica que posibilitó el auge de los burgos y ciudades y la aparición de una nueva y rica clase social, la burguesía, que demandó un nuevo tipo de arte, el gótico. Pero a partir de mediados del siglo XIV estalló una crisis  que repercutió en toda la sociedad europea y también en el arte gótico.






La arquitectura gótica



La escultura y la pintura góticas.







UD FUENTES.
Documentales.
Italia: Ciudades ocultas. Documental de cuatro episodios sobre los antiguos subterráneos y edificios de Roma (la antigua), Nápoles (la antigua), Venecia (la medieval y renacentista) y Florencia (la renacentista, con inicio en la cúpula del Duomo; con una visita al campanario de la catedral de Pisa).
La batalla de Agincourt. Documental. 49 minutos. Serie: En la línea de fuego. La gran victoria de Enrique V en 1415, durante la Guerra de los Cien Años.
La pequeña edad de hielo 1. 49 minutos. El cambio climático al frío en Europa iniciado en 1310 que duró hasta principios del siglo XIX y que afectó desastrosamente a la política, la economía y la sociedad.
La pequeña edad de hielo 2. 48 minutos. Los efectos del cambio climático al frío de los siglos XIV-XIX: la madera más densa de los excelentes instrumentos musicales de Stradivarius, el auge del consumo de cerveza, la guerra (el invierno de 1812 que derrotó a Napoleón), la explosión del Tambora en 1815 (“el año sin verano”). ¿Podría repetirse debido al actual calentamiento global, que interrumpiría la corriente marina termohalina?


La Peste Negra en 10 minutos. AcademiaPlay. 10:23. [https://www.youtube.com/watch?v=XK90X1V4zM8]
Los alemanes - Barbarroja y el León. 42 minutos. El emperador Federico I Barbarroja (1152-1190) y su pugna con Enrique el León, duque de Sajonia y Baviera.

Viaje a la Edad Media. 49 minutos. Presentación de José Enrique Ruiz-Domènec.

Libros.
Allmand, Christopher. La guerra de los Cien Años. Crítica. Barcelona. 1990 (1988 inglés). 288 pp.
Dyer, Christopher. Niveles de vida en la Baja Edad Media. Cambios sociales en Inglaterra c. 1250-1520. Crítica. Barcelona. 1991 (1989 inglés). 375 pp.
Genicot, Léopold. Europa en el siglo XIII. Nueva Clío 18. Labor. Barcelona. 1970. 391 pp.
Guenée, Bernard. Occidente durante los siglos XIV y XV. Los Estados. Nueva Clío 22. Labor. Barcelona. 1973. 313 pp.
Heers, Jacques. Occidente durante los siglos XIV y XV. Aspectos económicos y sociales. Nueva Clío 23. Labor. Barcelona. 1968. 438 pp.
Hilton, Rodney. Siervos liberados. Los movimientos campesinos medievales y el levantamiento inglés de 1381. Siglo XXI. 1978 (1973 inglés). 321 pp.
Hilton, Rodney (ed). La transición del feudalismo al capitalismo. Crítica. Barcelona. 1977 (1976). 279 pp.
Hilton, Rodney. Conflicto de clases y crisis del feudalismo. Crítica. Barcelona. 1988 (1985). 213 pp.
Kappler, Claude. Monstruos, demonios y maravillas a fines de la Edad Media. Akal. Madrid. 1986 (1980 francés). 360 pp.
Le Goff, J. La Baja Edad Media. Historia Universal nº 11. Siglo XXI. Madrid. 1973. 336 pp. 
Le Roy Ladurie, Emmanuel. Montaillou, aldea occitana de 1294 a 1324. Taurus. Madrid. 1981 (1975 francés). 612 pp.
Macek, Joseph. La revolución husita. Siglo XXI. 1975 (1973 francés). 323 pp.
Marchi, Cesare. Grandes pecadores, grandes catedrales. Seix Barral. Barcelona. 1988 (1987 italiano). 236 pp.
Miskin, Harry A. La economía de Europa en el Alto Renacimiento (1300 a 1460). Cátedra. Madrid. 1980 (1975 inglés). 191 pp.
Miskin, Harry A. La economía europea en el Renacimiento tardío (1460-1600). Cátedra. Madrid. 1981 (1975 inglés). 246 pp.
Mollat, Michel; Wolff, Philippe. Uñas azules, Jacques y Ciompi. Las revoluciones populares en Europa en los siglos XIV y XV. Siglo XXI. Madrid. 1976 (1970 francés). 284 pp.
Mullett, Michael. La cultura popular en la Baja Edad Media. Crítica. Barcelona. 1990 (1987 inglés). 197 pp.
Perroy, Edouard. La guerra de los Cien Años. AKAL. Madrid. 1982. 334 pp. Edouard Perroy (1901-1974), historiador francés, especialista en historia medieval.
Romano, R.; Tenenti, A. Los fundamentos del mundo moderno. Edad Media tardía. Reforma y Renacimiento. Historia Universal nº 12. Siglo XXI. Madrid. 1989. 327 pp.
Runciman, Steven. La caída de Constantinopla. Reino de Redonda. Madrid. 2006. 406 pp. Reseña de Antón, Jacinto. El día que acabó todo. “El País”, Babelia 790 (13-I-2007) 9.
Runciman, Steven. Historia de las Cruzadas. Alianza. Madrid. 1973 (1954 inglés). 3 vols. 360, 480, 489 pp.
Runciman, Steven. Vísperas sicilianas. Una historia del mundo mediterráneo a finales del siglo XIII. Alianza. Madrid. 1961 (1958 inglés). 335 pp.
Seibt, Ferdinand; Eberhard, Winfried (eds.). Europa 1400. La crisis de la baja Edad Media. Crítica. Barcelona. 1993 (1984 alemán). 342 pp.
Toubert, Pierre. Castillos, señores y campesinos en la Italia medieval. Crítica. Barcelona. 1990. 347 pp.
White, L. Tecnología medieval y cambio social. Paidos. Buenos Aires. 1973 (1962 inglés). 190 pp.
Zagorin, Perez. Revueltas y revoluciones en la Edad Moderna. I. Movimientos campesinos y urbanos. Cátedra. Madrid. 1985 (1982 inglés). 325 pp. Las Comunidades de Castilla (301-325).

Artículos. Orden cronológico.
AA.VV. Especial Frederic II, Estupor Mundi. “Avenç”, nº 195 (IX-1995) 18-45. El emperador germano Federico II de Hohenstaufen (1194-1250).
Meseguer, Enrique. El Príncipe Negro. El gran héroe de la Guerra de los Cien Años. “Historia” National Geographic, nº 38 (2007) 78-89. Con el escenario de la batalla de Poitiers (1356).
Criado, Miguel Ángel. La peste llegó a Europa desde Asia en oleadas. “El País” (24-II-2015) 30. La Peste Negra y otras pandemias de peste se explican por las variaciones climáticas. El artículo es interesante pero contiene graves errores. Uno es que al inicio las estimaciones estadísticas sobre la mortalidad en Europa y los reinos hispánicos resultan muy hinchadas. El consenso historiográfico apunta como máximo a un 20-25% en el primer brote entre 1346 y 1353 (el artículo, por error, da la fecha de 1453), que tuvo una morbilidad muy alta en el norte de Italia y casi nula en Bohemia. En Castilla fue inferior probablemente al 20% y a muchos lugares ni siquiera llegó; sin duda el 70% corresponde solo a alguna localidad concreta. Otro error es que al final se informa que los mongoles cerraron la Ruta de la Seda, pero, al contrario, la reactivaron porque establecieron su dominio desde China a Europa y favorecieron el comercio. La lucha en Caffa era precisamente para controlar uno de sus lucrativos puntos estratégicos.
Rodríguez, Ana. La Edad Media no fue como cuentan en ‘Juego de Tronos’. “El País” (15-IV-2017). En contra del estereotipo que resalta su oscuridad, el periodo medieval fue clave para asentar las bases políticas, urbanas e institucionales de la era moderna.
Medina, Miguel Ángel. Descubierta una muralla medieval con siete torreones en Talamanca. “El País” (2-XII-2017). La estratégica ciudad de Talamanca del Jarama (Madrid) tenía bajo tierra una muralla del siglo XIII.
Ruiz, David. La Peste Negra no la transmitieron las ratas... sino los humanos. “La Vanguardia” (18-I-2018). Un estudio revela que los piojos y pulgas que vivían en las personas y sus ropas fueron las que propagaron la enfermedad que devastó Europa en la Edad Media.
Mediavilla, D. El último secreto templario se oculta en la catedral de Tarragona. “El País” (21-IV-2018). Un proyecto pretende analizar los restos de un arzobispo del siglo XII para compararlos con los de un individuo que podría ser el único gran maestre templario encontrado.
Domínguez, N. Lecciones de la peor pandemia. “El País” (25-V-2020). [https://elpais.com/ciencia/2020-05-24/las-lecciones-de-la-peor-pandemia-de-la-historia.html] La peste asoló Europa desde 1348 sin que se conociesen su origen ni el remedio. Comenzaron las cuarentenas preventivas pero también los bulos que excitaban el odio y la violencia.
Criado, M. Á. Los dientes de personas enterradas hace 700 años señalan el origen de la peste negra, la mayor pandemia de la historia. “El País” (15-VI-2022). [https://elpais.com/ciencia/2022-06-15/dientes-de-personas-enterradas-hace-700-anos-senalan-el-origen-de-la-peste-negra-la-mayor-pandemia-de-la-historia.html] El análisis de ADN antiguo muestra que la peste negra empezó en el valle del lago Issyk-Kul (Kirguistán, Asia central) y se expandió por la Ruta de la Seda.

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