OP UD 21. Grandes líneas de investigación histórica en los siglos XIX y XX.
INTRODUCCIÓN.
Las concepciones lineal y cíclica de la filosofía
de la historia.
Un resumen.
1. HISTORIOGRAFÍA DEL SIGLO XIX.
Características generales.
1.1. EL IDEALISMO.
LA ILUSTRACIÓN.
Montesquieu.
Escuela histórica escocesa.
EL IDEALISMO
ALEMÁN.
Hegel.
EL LIBERALISMO.
El desarrollo de la Historia en Francia.
Los ideólogos.
Historiadores de la Revolución Francesa.
El liberalismo británico.
EL ROMANTICISMO.
Michelet.
EL POSITIVISMO.
La teoría positivista.
Comte.
Los positivistas.
El determinismo:
Taine.
Fustel.
El evolucionismo.
EL HISTORICISMO.
La teoría historicista.
Ranke.
Mommsen.
Burckhardt.
1.2. EL MATERIALISMO HISTÓRICO.
Un precedente: los socialistas utópicos.
Marx y Engels.
El método histórico de Marx y Engels.
1.3. LA HISTORIOGRAFÍA ESPAÑOLA.
2. LA HISTORIOGRAFÍA DEL SIGLO XX.
Características generales.
1.1. EL IDEALISMO.
EL NEOKANTISMO.
LA HISTORIA MORFOLÓGICA.
EL PRESENTISMO.
EL RELATIVISMO.
EL NEOPOSITIVISMO.
2.2. EL GRUPO DE LOS “ANNALES”.
Febvre.
Braudel.
2.3. LA NUEVA HISTORIA ECONÓMICA.
Características.
Críticas al cuantitativismo.
2.4. EL MATERIALISMO HISTÓRICO.
El materialismo histórico “oficial”.
La renovación del marxismo.
2.5. LA HISTORIOGRAFÍA ESPAÑOLA.
3. EVOLUCIÓN RECIENTE DE LA CIENCIA HISTÓRICA.
La crisis epistemológica de la Historia.
La Nueva Historia.
APÉNDICE. LA HISTORIOGRAFÍA ANTERIOR A LA ILUSTRACIÓN.
APÉNDICE: Textos de Fukuyama y Judt para comentarios en clase.
INTRODUCCIÓN.
Desde nuestra perspectiva actual y teniendo en cuenta
que la neutralidad perfecta en un asunto tan ideologizado es imposible, a continuación
se esboza una clasificación y una interpretación que se podrían calificar de neomarxista,
con un autor de referencia, Josep Fontana.
La Historiografía es un concepto poco definido: el conjunto
de obras e investigaciones históricas, el arte de escribir la Historia... Aquí
tomamos su acepción como la historia de la Historia, es decir el estudio científico-crítico
sobre los escritos de historia y sus autores.
Se debe evitar la confusión de la historiografía con
la filosofía de la Historia, pero a menudo se relacionan estrechamente, pues la
historiografía reúne tanto la historia propiamente dicha como la epistemología
(metodología) de la historia y la historiología (teoría de la historia), que en
muchos autores se confunden con una concepción filosófica de la Historia.
La historiografía en los siglos XIX y XX es abundante
y compleja, entreverada de múltiples corrientes a menudo coexistentes, por lo que
se muestra aquí una división en un orden temporal no cerrado. Hay también hay una
utilización política de la historia y de los historiadores y una evolución
hacia un eclecticismo generalizado, debido a la inflación documental con las estadísticas,
los ordenadores y las masivas publicaciones, junto a una profesionalización de
los historiadores, que viven del profesorado y la investigación.
La historiografía contemporánea está enraizada en la
historiografía anterior, sobre todo la más cercana, la racionalista de la Ilustración.
Por la imposibilidad de abordar aquí estas raíces sólo se esboza su relación con
las dos grandes concepciones, lineal y cíclica, de la sucesión histórica y se
añade un apéndice con un breve esbozo de la historiografía anterior a la Ilustración.
Las concepciones lineal y cíclica de la filosofía
de la historia.
La sucesión histórica ha sido concebida de dos grandes
maneras distintas: como un proceso ideal hacia una meta trascendente, o inmanente,
a la propia historia; o como un proceso cíclico, que se repite de modo incesante.
Para la concepción lineal la historia se dirige hacia una
meta determinada, alcanzada la cual se producirá el fin de la historia. Sostienen
esta concepción las teorías que admiten como guía el progreso en etapas que
acaban por cumplirse, hacia un plan universal que se cumplirá, por consumación
(cristianismo) o como final de un proceso (Voltaire, Hegel, Comte, Marx).Para
la concepción cíclica el tiempo es circular (la idea es de los griegos antiguos
y de Polibio), siguiendo la historia de los pueblos (considerados como organismos
vivos) una evolución biológica, que cumple determinados ciclos divididos en
etapas (nacimiento, desarrollo y muerte) en un indefinido progreso (no es un círculo
cerrado, sino una espiral, pues la historia no se repite). No es un proceso
determinista, pues se producen avances, estancamientos y retrocesos, conviviendo
culturas en distintas etapas de evolución. Entre sus representantes destacan
Ibn Jaldún, Vico, Spengler y Toynbee.
Estas dos concepciones, especialmente la lineal, de la
filosofía de la Historia han perdurado en la Edad Contemporánea.
Un resumen.
Las corrientes más importantes del siglo XIX son el
idealismo (con el romanticismo, el positivismo y el historicismo) y el
materialismo histórico.
Las corrientes más importantes del siglo XX son el
idealismo, el grupo de los Annales, el materialismo histórico y la historia cuantitativa.
Estas corrientes tienen numerosas variantes y en la actualidad se ha producido una
situación de síntesis, de eclecticismo, propio de una crisis epistemológica.
1. LA HISTORIOGRAFÍA DEL SIGLO XIX.
Características generales.
El siglo XIX es “el siglo de la Historia”, cuando se constituye
como ciencia y se populariza definitivamente.
Las corrientes más importantes del siglo XIX son el
idealismo (con el liberalismo, romanticismo, el positivismo y el historicismo)
y el materialismo histórico. Las dos se inspiran en la Ilustración y en el
idealismo clásico alemán.
En el siglo XIX se generaliza desde la época romántica
el interés por el pasado, poniendo de moda la historia narrativa, cuyos dos grandes
temas fueron la formación de las nacionalidades en la Edad Media y la Revolución
francesa.
Un factor fundamental en el desarrollo de la Historia
será su institucionalización, al ser una materia fundamental de enseñanza en
las cada vez más numerosas escuelas primarias y secundarias en las universidades,
y al requerir esto la formación masiva de profesores en historia. Es un proceso
coetáneo, pero más intenso, al de la profesionalización de la Geografía, que durante
casi todo el siglo XIX se enseñó como parte de la misma asignatura de Historia
y Geografía.
En la segunda mitad del siglo XIX el desarrollo científico
de la Historia se apoyó en el imperialismo, que extendió enormemente el campo
de estudio espacial; en el desarrollo o la aparición de nuevas ciencias como la
etnología y la antropología); el conocimiento de antiguas civilizaciones mediante
la arqueología, lingüística, epigrafía, numismática...; la publicación masiva
de fuentes históricas gracias al desarrollo de la paleografía y la diplomática;
la mejora de los métodos de la estadística, la economía, la demografía; la
decadencia de la “historia como relato”, sustituida por la historia como explicación...
1.1. EL IDEALISMO.
El idealismo es la corriente abrumadoramente dominante
en el siglo XIX. Seguiremos el criterio de dividirlo en cuatro grandes corrientes:
liberalismo, romanticismo, historicismo y positivismo. No obstante, hay corrientes
y autores que no se pueden adscribir mecánicamente a aquellas. El idealismo hunde
sus raíces en la Ilustración y en el idealismo alemán, para aceptarlos o no, y,
por ello, comenzaremos con una muy sucinta explicación de ambos movimientos, en
especial del idealismo alemán, que también influyó decisivamente sobre el
materialismo histórico.
LA ILUSTRACIÓN.
La Historia como ciencia social nace en el siglo XVIII
con aportaciones relativas al análisis causal, la explicación racional o el protagonista
de la historia.
Giambattista Vico establece la ley de los tres estados:
edad divina, heroica y humana, que se repiten en ciclos. La concepción cíclica
de Vico influyó sobre todo en la corriente romántica. Usa nuevas técnicas de
base científica, como el estudio de documentos, análisis lingüístico, etc., para
descubrir los “criterios de verdad” de las fuentes.
La historiografía del siglo XVIII está dominada fundamentalmente
por la corriente de la Ilustración, con su racionalismo y su fe voluntarista en
el progreso humano indefinido. Es una “descentración” de la Historia: los historiadores
se preocupan más por los fenómenos repetitivos y menos por los hechos particulares.
Destacan Montesquieu, Voltaire y Adam Smith.
En su lucha contra la concepción teológica de la historia
(la providencia explica el devenir) procuraron averiguar si existen leyes positivas
e inmutables del desarrollo de la sociedad. Influidos por el éxito de las ciencias
naturales, llegaron a considerar la sociedad como parte de la naturaleza y la concibieron
como un gran mecanismo cuyas leyes de funcionamiento convenía descubrir para conseguir
de este modo su funcionamiento óptimo. Pero al concebir estas leyes en forma
eminentemente anti-histórica y al considerar al hombre como un producto determinado
por el medio socio-geográfico no comprendieron que este mismo medio es a su vez
producto de la actividad humana y simplemente sustituyeron a la providencia por
el medio. Su materialismo consistió pues en un mecanicismo, que no explicaba suficientemente
los cambios históricos y recurría al factor de las “manos invisibles” (Adam Smith),
que encauzaban las cosas hacia la armonía universal.
Montesquieu.
El pensador más original es el francés Montesquieu, que
abre caminos a la Ciencia Política y la Sociología. Observa que puede haber una
explicación racional para todos los problemas, pues hay un “orden inteligible”
fundado en la razón, del que hay que buscar sus leyes, “relaciones necesarias que
deriven de la naturaleza de las cosas” y que determinan la historia. Practica un
método empírico, donde la hipótesis verificada se convierte en principio. Esta
vía metodológica será muy fecunda.
La escuela histórica escocesa.
La escuela histórica escocesa, integrada por Hume,
Gibbon, Ferguson, Robertson y Smith, tendrá una enorme influencia en Europa a
partir de 1770 y hasta la segunda mitad del siglo XIX. Smith es su más caracterizado
autor. Preconiza el progreso de la sociedad según un plan “invisible”, en cuatro
estadios (sociedades cazadora-recolectora, pastoril, agrícola y mercantil).
Rechaza toda revolución, proponiendo el sistema de reformas constitucionales y
equilibrio de la propia Gran Bretaña. Cada sistema de producción tiene un marco
institucional y jurídico propio, que debe adaptarse a los cambios económicos o
será un obstáculo al progreso por lo que sería derribado por la acción política.
EL IDEALISMO
ALEMÁN.
El idealismo clásico alemán es una corriente que se ha
interpretado como opuesta a la Ilustración (aunque es muy discutible). Sus principales
figuras son Kant, Fichte, Schelling y Hegel.
En la concepción de Kant, Fichte y Schelling el desarrollo
de la historia aparece como un proceso necesario, sujeto a leyes. Pero esta
necesidad no se deduce de la misma historia, sino que la descubren partiendo de
principios ideales establecidos apriorísticamente. El desarrollo de la historia
es concebido como algo absoluto, independiente de la actividad práctica de los
hombres y, en consecuencia, se niega al hombre la posibilidad o libertad de influir
en ella. Es una visión fatalista y mística de la historia, que carece de todo
valor (Fichte) y sólo sirve para ejemplificar una tesis anterior, en una escisión
entre la filosofía de la historia y la historiografía.
Hegel.
Hegel supera esta visión e influirá decisivamente sobre
todas las corrientes historiográficas posteriores, sea para aceptar o negar parte
de sus tesis.
Según Hegel, la filosofía de la historia no es pura y
arbitraria abstracción, sino una generalización teórica del proceso histórico
real. La historia es un proceso único y regido por leyes, siendo cada época, en
lo que tiene de irrepetible, un momento necesario en el desarrollo histórico de
la Humanidad. Este proceso no es ciego e irracional, sino un progresivo ascenso
en la conciencia de libertad, un desarrollo infinito de la razón, de la idea.
Pero es una libertad que se realiza no directamente, sino a través de la actividad
real de los hombres, constreñidos a la satisfacción de una serie de
necesidades. Son sus intereses inmediatos los que empujan a los hombres a la acción,
pero por medio de ella obtienen unos resultados que no son los que procuraban;
logran lo que buscaban pero también algo más lejano, que no conocían. Por ello,
Hegel no valora especialmente el papel de las personalidades en la historia, pues
su papel depende de la medida en que su actividad esté de acuerdo con la auténtica
necesidad objetiva: el desarrollo del espíritu según determinadas leyes.
Pero las concepciones de los idealistas alemanes eran
estériles para la historiografía. Aportaban ideas, hipótesis, pero no un conocimiento
riguroso.
EL LIBERALISMO.
El liberalismo será una corriente historiográfica, difundida
en Francia y Gran Bretaña, que defenderá los logros de las respectivas revoluciones
burguesas, marcadas por el ascenso de la burguesía al poder. Esta corriente es
heredera de los ideales de la Ilustración y cree en el indefinido progreso humano
hacia el bienestar, la libertad y la razón.
El desarrollo de la Historia en Francia.
Francia será el primer país en desarrollar una historiografía
variada y de calidad, apoyada en investigaciones eruditas e instituciones: Escuela
de las Cartas (1821, de paleografía), Escuela de Atenas (1846), Escuela Práctica
de Altos Estudios (1868), Escuela de Roma (1874). El nacimiento de la Historia
como disciplina de enseñanza en Francia comienza en 1818, como asignatura obligatoria
de la Enseñanza secundaria, pero se estanca durante los años 1820. Desde la revolución
de 1830 se aumentan los horarios y programas, las instituciones, sobre todo gracias
a Guizot y Thiers, políticos e historiadores a la vez. La Historia (de la Nación)
se convierte en una asignatura fundamental.
Los ideólogos.
Antoine-Louis-Claude Destutt de Tracy (1754-1836)
representa junto a Condorcet el grupo de los historiadores “ideólogos”, con Elementos
de ideología (1803-1815). Destutt es un noble ilustrado revolucionario,
antecesor de Comte. Propone una “ciencia de las ideas”, una historia científica,
debe servir de pedagogía para que los hombres hagan las reformas racionales en
beneficio del interés común.
Historiadores de la Revolución Francesa.
La Revolución francesa fue un foco permanente de interés
y no sólo en Francia. Al principio dominó una posición de resistencia a la Revolución
radical, de defensa de la propiedad privada, pero luego se tendió a comprender
el conjunto de modo más ecuánime.
Antoine Barnave, en Introducción a la Revolución Francesa
observa la relación entre poder económico y poder político: “Una nueva distribución
de la riqueza prepara una nueva distribución del poder”.
Los historiadores liberales franceses de los años
1820-1830 defienden los logros históricos de la Revolución, desde planteamientos
burgueses. Son historiadores de gran prestigio político y social, que heredan los
planteamientos de la Ilustración.
Augustin Thierry (1795-1856), liberal y romántico, advierte que
la Historia había sido manipulada para legitimar el Antiguo Régimen y rehace una
Historia del progreso de la sociedad civil. Sus libros Historia de la conquista
de Inglaterra por los normandos (1825) y Recitaciones de los tiempos merovingios
(1840) son precisos y coloristas. Pretende aunar la erudición y el arte de explicar.
Sustituye la historia de los “grandes” y los príncipes por la historia de las
clases populares. Pero no es riguroso en la crítica de las fuentes (por ejemplo
juzga del mismo modo todos los testimonios de la Edad Media, tanto los coetáneos
como los de varios siglos posteriores).
Guizot y Adolphe Thiers, son políticos e historiadores, que fomentan
la Historia desde sus elevados cargos públicos, y creen que la Revolución de 1789
es el estadio final del progreso y que no debe ponerse en cuestión la hegemonía
de la burguesía. El más destacado de los dos es François Guizot (1787-1874), autor de la Historia de la civilización en Francia e Historia de la Revolución en Inglaterra. Es tal vez el más importante historiador liberal, siendo en sus obras el gran sujeto histórico el “estado llano” (la burguesía), que lucha por alcanzar la libertad, mediante las revoluciones.
Francçois-Auguste Mignet (1796-1884) estudia la historia política de la Revolución
y el Imperio. Alphonse de Lamartine (1790-1869), un romántico liberal, escribe Historia de
los Girondinos, de inmenso éxito. Edgar Quinet (1803-1875), autor de La Revolución
(1865), es un historiador-filósofo y un liberal-demócrata. Alexis de Tocqueville (1805-1859) estudia el sistema democrático
norteamericano en La democracia en América (1835-1840) y los conflictos
sociales en El antiguo Régimen y la Revolución (1856), analizando las causas
sociales y políticas de la revolución.
El liberalismo británico.
Los historiadores liberales tienen un enfoque optimista
de la Historia, en constante progreso evolutivo (la ruptura revolucionaria es
negativa siempre), legitimando el orden social existente y criticando el radicalismo
de la Revolución.
Thomas Macaulay (1800-1859) en Historia de la revolución en Inglaterra
opina que el desarrollo económico británico se debía al pacto de consenso entre
la Corona y el Parlamento, tras la revolución de 1688. El equilibrio político y
constitucional resultante, favorable a reformas lentas y prudentes, sería el garante
del progreso.
EL ROMANTICISMO.
Aparece la corriente historiográfica del romanticismo
en Francia y Alemania sobre todo. Su pensamiento se define por su oposición al racionalismo
de la Ilustración (y por tanto al liberalismo), el subjetivismo, el irracionalismo,
el nacionalismo (hay un descubrimiento de las “esencias nacionales”). Se interesa
por la Edad Media, la metodología histórica de unir erudición, imaginación e intuición,
la atención a las biografías y monografías de hazañas, la divulgación popular
de la Historia. Aunque varios de sus autores basculan entre el liberalismo y el
romanticismo (de hecho, su mejor autor, Michelet, es pro-revolucionario) la mayoría
son conservadores y representan los ideales del conservadurismo de las monarquías
absolutistas de la primera mitad del siglo XIX.
El francés François-René de Chateaubriand (1768-1848), autor de El
genio del cristianismo se acerca al cristianismo mediante la belleza y la poesía,
no por la razón; justificará la restauración de los Borbones.
Los historiadores romántico alemanes (Niebuhr, Stein)
critican la revolución. Barthold Niebuhr (1776-1831), un funcionario prusiano e historiador
romántico precursor del historicismo, emplea la Historia para enaltecer el
patriotismo y detener la revolución. En su Historia romana estudia los
problemas sociales y políticos de Roma hasta las guerras púnicas, y hace un
análisis filológico de las fuentes.
Michelet.
Jules Michelet (1798-1874) comienza como un historiador
romántico imbuido de ideales liberales y evolucionará desde 1840 hacia el republicanismo
revolucionario. Jefe de la Sección de Historia de los Archivos Nacionales (nombrado
por Guizot en 1830), será cesado de su puesto en 1852, en plena reacción. Sus
mejores obras son Historia de Francia (1833-1853) e Historia de la
Revolución (1847-1853).
Consulta muchísimos documentos para reconstruir la
plenitud de la vida y la intensidad de las pasiones humanas. Hijo de un artesano
(que vivió y le explicó los hechos de la Revolución), era un enemigo acérrimo
de la Iglesia católica y de la monarquía francesa y sus juicios excesivos tendrán
mucha influencia posterior (por ejemplo su visión apocalíptica del año 1000, hoy
rechazada por los investigadores).
Nacionalista, usa la metáfora, la analogía, la imagen
poética y jamás considera la Nación como una entidad abstracta y racional, sino
como un ser vivo, de carne y sangre, que sufre, que se debe captar más con el corazón
y la imaginación que con la inteligencia.
Precursor del actual concepto de “historia total”, intenta
resucitar íntegramente el pasado con sus organismos internos y profundos, dando
amplio espacio a los hechos económicos, sociales, culturales, religiosos y psicológicos.
Pero el valor histórico de su obra padece debido a su “imaginación desbordada,
su énfasis teatral y su parcialidad política” (Salmon). Afirma que la historia
hace al historiador mucho más de lo que es hecha por él. En su Prefacio a la
Historia de Francia (1869) escribe: “Mi vida estuvo en este libro, ha
pasado a él”.
EL POSITIVISMO.
La teoría positivista.
El positivismo supuso una excelente renovación metodológica,
al superar la especulación abstracta del idealismo alemán y del idealismo romántico.
El positivismo hacía hincapié en una concepción realista del mundo. Tiene una concepción
monista del mundo: naturaleza y hombre son lo mismo (no hay dualidad de mundo físico
y del espíritu), por lo que se elimina toda subjetividad, para limitarse a establecer
los hechos históricos, que supuestamente “hablarían por sí mismos”. Se niega a
admitir otra realidad que no sean los hechos y a investigar otra cosa que no
sean las relaciones entre los hechos. Se interesa por “el cómo”, y no se preocupa
por “el qué”, “el por qué” o “el para qué”. Su estudio de los hechos sirve para
elaborar leyes predictivas. Sus temas preferidos son económicos y sociales.
Pero el positivismo, pese a su combate contra la
“metafísica” y su superación de la “historia de las personalidades”, continuaba
siendo un movimiento idealista, al reducir el proceso histórico a una historia
de la conciencia colectiva, de las modificaciones de una naturaleza humana abstracta,
sometida a los imperativos de necesidades permanentes. Aquí hay una grave contradicción:
si la naturaleza humana es variable la sociología debería encontrar las causas
que provocan las variaciones, y si es inmutable no puede servir para explicar
el desarrollo histórico. Como respuesta a este problema, el positivismo desarrolló
la teoría de los factores: abstraer las distintas formas de la actividad humana
y convertirlas en fuerzas autónomas, de cuya interacción procedería el desarrollo
histórico.
Comte.
El sociólogo e historiador Auguste Comte (1798-1857)
en su Curso de Filosofía Positiva considera la Historia como una ciencia
rigurosa, con un método científico y sus leyes. Toma de Saint-Simon el concepto
de ley natural, para edificar una física social, una ciencia de la sociedad o sociología
que explique la totalidad mediante las leyes sociales. Las disciplinas históricas
se deben limitar a recopilar materiales no elaborados y a aplicarlos en el cuadro
previamente elaborado por la sociología.
Comte cree en una progresión continua y autónoma del espíritu
humano, con la ley de los tres estadios: 1) Estadio teológico (lo sobrenatural).
2) Estadio filosófico (lo abstracto). 3) Estadio positivo (las leyes). Como sólo
le interesan las leyes, rechaza la subjetividad: “La dinámica social (que nos enseñaría
las leyes de la continuidad) debe ser una historia abstracta de las relaciones
sociales, una historia sin nombres de personas e incluso sin nombres de pueblos.”
Los positivistas.
La influencia del positivismo fue dominante en los años
1860-1880, sobre todo en los historiadores franceses, que intentaron formular
las leyes de la evolución histórica de la Humanidad y, a continuación, fijar los
hechos en ese cuadro teórico con un rigor crítico dogmático. Destacan Renan, los
deterministas Taine y Fustel de Coulanges, y el evolucionista británico Spencer.
Los franceses Langlois y Seignobos publicarán una obra de gran influencia metodológica,
Introducción a los estudios históricos (1890), donde defienden el predominio
absoluto del documento en la tarea del historiador.
Ernest Renan (1823-1892), fundador de la rama de la Historia
de las Religiones, aplica el positivismo a Historia de los orígenes del cristianismo
(1866-1881) donde se esfuerza en hallar una explicación racional de los milagros
transmitidos por la tradición cristiana, con una hipótesis muy atrevidas.
El determinismo.
Derivado del positivismo, su tesis es que la Historia
tiene unas leyes y que unos factores específicos determinan totalmente la evolución
de la Historia. Deterministas son Taine (el momento, el medio y la raza), Fustel
de Coulanges (la religión), Gobineau (la raza), Ratzel (el medio natural), Ritter
(la geografía, en una etapa de su obra), y, aunque en otro sentido, el mismo Marx
(determinismo económico).
Taine.
Hyppolite Taine (1828-1893) es un filósofo e historiador
positivista determinista. De juventud liberal, evolucionó hacia los ideales reaccionarios.
Cree que la evolución histórica está determinada por el momento, el medio y la raza.
Cuestiona la validez de la Revolución en Los orígenes de la Francia Contemporánea
(1875-1894) y aunque estudia también los hechos económicos, se deja llevar por
sus preferencias hacia la aristocracia y ataca a los miembros del gobierno revolucionario:
Danton es “el bárbaro”, Marat “el loco”, Robespierre “el pedante”. Da crédito a
fuentes sospechosas y elige arbitrariamente los textos más adecuados para confirmar
sus tesis.
Fustel.
El francés Numa-Denis Fustel de Coulanges (1830-1889)
es un romántico positivista, de pensamiento determinista, que cree que las estructuras
de la sociedades antiguas (Grecia y Roma) se explican sólo por el hecho religioso,
en La ciudad antigua (1864). Pese a que proclamaba que la crítica histórica
es el estudio minucioso e imparcial de los documentos escritos, no era riguroso
en su aplicación pues no averiguaba la procedencia y veracidad de sus fuentes.
Pero su proclama es muy moderna: la historia “no es un arte, sino una ciencia pura.
No consiste en relatar con gracia o exponer hechos, analizarlos, cotejarlos, indicar
los lazos que los unen. Es muy posible que de esta historia científica se desprenda
alguna filosofía; pero es preciso que se desprenda de una manera natural, por
sí misma, casi sin la voluntad del historiador. Este no tiene más pretensión que
la de apreciar bien los hechos y comprenderlos con exactitud. No los busca ni
en su imaginación ni en su lógica; los busca y los halla mediante la observación
minuciosa de los textos, del mismo modo que el químico halla sus hechos mediante
experimentos realizados con todo cuidado. Su única habilidad consiste en extraer
de los documentos todo lo que contienen y en no añadir nada de lo que no contienen.
El mejor historiador es aquel que se mantiene más aferrado a los textos, el que
los interpreta con mayor precisión, el que ni escribe ni siquiera piensa sino
según ellos.” [Coulanges. La monarchie franque. 1888. cit. Salmon. Historia y crítica. 1982: 29.]
Fustel cree que sin independencia de espíritu no es posible
ser verdadero historiador. “El espíritu de investigación y de duda es incompatible
con cualquier idea preconcebida, con cualquier creencia exclusiva, con cualquier
tendencia partidista. No debemos tener prejuicios ni en política ni en religión.
No hay que ser republicano, ni monárquico, ni católico, ni anticatólico. Porque
cada una de estas opiniones da a la mente una manera personal de ver los hechos.”
[Coulanges (1901). cit. Salmon. Historia
y crítica. 1982: 29-30.]
El evolucionismo.
Inspirado en el positivismo, surge el evolucionismo,
basado en las teorías de Darwin en El Origen de las Especies (1859), de
la lucha, el dominio, la competencia, la supervivencia, la territorialidad, las
variaciones aleatorias en los seres vivos y la adaptación de los más aptos. Su
aplicación a las ciencias sociales, el darwinismo social, por Spencer, relacionó
el medio ambiente con el orden social y la moral individual, racionalizando y justificando
la estratificación social, y, en algunos autores, la expansión política y económica.
EL HISTORICISMO.
El historicismo ha sido definido de muchas y contradictorias
maneras. Coetáneo del romanticismo y del positivismo, para unos ha sido competidor
de estos, mientras que para otros autores (Fontana, Pagès) los une, para expresarlos
de un modo historiográfico, tomando del romanticismo el tema de la nación y la
política (un precursor romántico como Niebuhr incluso será integrado como historicista),
y del positivismo la atención a los hechos (hasta el punto de que la escuela historicista
también ha sido llamada “escuela erudita” y Ranke aclamado como el mayor positivista).
El historicismo engloba una serie de concepciones acerca
de la historia y de su relación con el conocimiento y la ética, por lo que es
casi indistinguible el historicismo como corriente historiográfica y como filosófica.
Pero sus autores no tienen una completa unidad de pensamiento, sino que mantienen
profundas diferencias.
Algunos elementos del historicismo se encuentran en la
obra de Vico, Hegel, Comte, Marx y, posteriormente, Dilthey.
El historicismo tuvo su mayor auge a principios del
siglo XX, aunque comenzó a destacar con Ranke en Alemania desde mediados del
siglo XIX, como una oposición al idealismo clásico alemán y al positivismo, siendo
sus temas favoritos la política y las instituciones jurídicas. En el historicismo alemán destacan: Ranke, Droysen,
Mommsen, Kurth, Windelband, Treitshcke. En el siglo
XX, ya en los años 20, sus representantes más destacados serán los historiadores
Troeltsch y Mannheim.
Políticamente el historicismo es una corriente nacionalista
y conservadora, que identifica Estado con Pueblo y Nación a través de su confusión
con el espíritu y la historia.
La teoría historicista.
Son comunes a las corrientes historicistas las concepciones
del hombre, del mundo y de la ciencia, y una metodología.
La concepción del hombre es historicista, pues coinciden
en subrayar el papel desempeñado por el carácter histórico del hombre: la naturaleza
humana es ante todo historia, porque el espíritu humano no conoce más realidad
que la historia, ya que la hace.
La concepción del mundo es dualista: se distingue el mundo
natural y el mundo del espíritu. Por consiguiente, también la concepción de la
ciencia es dualista: ciencias naturales (nomotéticas) y ciencias del espíritu
(idiográficas).
La metodología consiste en estudiar los hechos y las
realizaciones humanas sólo en relación con su contexto histórico. Con ello se cuestiona
tanto el idealismo clásico alemán (que juzga el pasado) como al positivismo (que
emite leyes explicativas de ese pasado).
El historicismo rechaza la posibilidad de que el historiador
proponga leyes históricas que permitan la predicción, sino que sólo debe recoger
datos y presentarlos, sin hacer juicios, dejando que “hablen por sí mismos”, en
busca de la pura objetividad. Ranke dice que se ha de escribir la historia “tal
y como había sucedido”, pero su rigor ante los hechos se convirtió entre sus discípulos
en un “fetichismo de los hechos” (Carr). Pero estos autores no contaban con que
la masa de documentos que puede ser estudiada es enorme, por lo que el historiador
quedaría ahogado por tanta información. Esto explica su aprecio por la Edad
Media, cuyas fuentes eran relativamente limitadas entonces, mientras que el historicismo
es inaplicable para los estudios sobre periodos posteriores a 1500 pues la base
de información es inabarcable, debido a, entre otros factores, la difusión de
la imprenta y de la estadística oficial.
El historiador historicista cultiva sobre todo la monografía
con un método positivo-científico, con tres pasos:
1) Reunión exhaustiva (sin lagunas) de la documentación.
2) Valoración crítica de los documentos (sin hacer juicios
sobre los hechos que describen).
3) Estructuración de todos los datos.
La corriente historicista en el siglo XX, bajo el influjo
de Hegel, sí pretende establecer una “ley universal” de la evolución histórica
que permita predecir los acontecimientos futuros. Por ello fueron atacados concluyentemente
por Popper y Hayek, que señalan que los historicistas se equivocan al confundir
las leyes científicas con las “tendencias” e ignorar el fundamento lógico de la
predicción científica.
Ranke.
El iniciador del historicismo es Leopold von Ranke
(1795-1886), considerado el padre de la historiografía contemporánea y el historiador
más influyente del siglo XIX. En 1840 fundó el primer “seminario de historia”,
en el que maestro y discípulos se dedican conjuntamente a la crítica de textos,
en especial las fuentes diplomáticas, que cotejan con las fuentes narrativas.
En Historia alemana antes de la Reforma (1839-1847), defiende una historia
positiva de método filológico, objetiva, sin prejuicios, para reconstruir el
pasado en toda su realidad y complejidad. El historiador debe comprender cómo
han ocurrido realmente las cosas: “wie es eigentlich gewesen ist”: sólo
los hechos importan. Hace un penetrante estudio psicológico de los individuos y
estudia las relaciones diplomáticas como fondo histórico.
Pero lo cierto es que Ranke era muy subjetivo: profundamente
conservador (rechazaba la revolución), identifica Destino y Dios, no cree en el
progreso de la Historia y sólo ve un motor de esta, “el dedo de Dios”. Se centra
sólo en la historia política y considera que esta puede proporcionar las normas
de acción al conocedor de la historia. Una acción que ha de ser contrarrevolucionaria,
para defender el orden establecido.
Ranke fundó la llamada “escuela prusiana”. Uno de sus
discípulos, Godefroid Kurth (1847-1916) fundará en la universidad de Lieja otro
seminario en el que se formará Henri Pirenne (1862-1935).
Droysen (1808-1884), historiador y político prusiano,
estudia en Historia del helenismo los grandes hombres de Estado que formaron
las monarquías macedónicas del helenismo y superaron la pequeña dimensión de los
Estados griegos. Su mayor obra es la inacabada Historia de la política prusiana
(14 vols. de 1855-1886). Propugna la unificación alemana bajo el predominio de
Prusia.
Sybel también es nacionalista y militarista, como Treistchske
1834-1896), un antisemita y antisocialista, quien sacraliza el Estado, uniendo
Estado-nación-pueblo. Opina que el fin de las naciones-estado es hacer la guerra.
Mommsen.
Theodor Mommsen (1827-1903) es un historiador de corte
muy distinto: un historicista liberal, que defiende el papel positivo de la revolución
en la historia. Su influjo metodológico será enorme. En su Historia romana
asocia la historia a las ciencias sociales: arqueología, numismática, epigrafía,
narrativa... A través de las instituciones de la Roma antigua Mommsen critica
el régimen social y económico alemán. Mommsen fue el primero en poner al servicio
de la ciencia histórica todas las disciplinas: derecho, lingüística e historia
literaria, epigrafía, numismática y arqueología...
Será el autor de la monumental Corpus Inscriptionum
Latinarum. Su Historia romana (3 vols. de 1854-1856), le dio el
premio Nobel de Literatura (1902). Gran romanista, publicó Derecho público romano
(1871-1888), Derecho penal romano (1899).
Mommsen escribió su primera gran obra, la Historia
romana en los años posteriores a la revolución de 1848, haciendo un paralelismo
entre la Roma republicana y la Prusia de su tiempo. Como patriota liberal
deseaba la unificación, pero como una Alemania de los ciudadanos (derecho y poder,
libertad y unidad), con un Parlamento representativo que dominara al ejecutivo,
todo lo contrario de lo que sucedió con Bismarck. En su estudio llegó sólo hasta
Julio César, en quien veía al artífice del Estado romano, pero cuyo proyecto
de equilibrio entre poder y libertad se vio roto durante el Imperio, al perderse
las libertades. El estudio de Mommsen sobre el Principado romano nunca se publicó.
Burckhardt.
El suizo Jacob Burckhardt (1818-1897) es uno de los
iniciadores de la historia cultural o de las civilizaciones, con su Cultura
del Renacimiento en Italia (1860), en la que estudia conjuntamente el pensamiento,
la religión, el arte, la literatura, las costumbres, etc., para reconstruir el
ambiente mental y moral del Renacimiento italiano. Se le reprocha que se centrara
en la cultura de las clases superiores.
1.2. EL MATERIALISMO HISTÓRICO.
Un precedente: los socialistas utópicos.
Los socialistas utópicos tienen un difícil engarce con
las dos grandes corrientes historiográficas del siglo XIX, dado que en realidad
suponen la continuación de la corriente más progresista de la Ilustración y si
están muy influidos metodológicamente por las corrientes romántica y positivista,
al mismo tiempo sus ideas políticas y su temática están mucho más cercanas a
las de Marx y Engels, por lo que los situamos como un precedente de estos.
Los socialistas utópicos intentan conducir mediante sus
escritos la revolución o la reforma de la sociedad en un futuro cercano. Destacan
Louis Blanc (1811-1882), un radical; Saint-Simon, cercano al cristianismo social
y al positivismo, considera la historia como una física social; Antoine Blanqui,
también influido por el positivismo, estudia la evolución humana desde el individuo
hasta la comunidad; Adolphe Blanqui une la historia y la economía; Fourier,
casi un ecologista.
Marx y Engels.
Engels (izquierda) y Marx.
Karl Marx (1818-1883) y, en menor medida, Friedrich Engels
(1820-1895), desarrollan después de 1845 las tesis del materialismo histórico,
en una época de crisis social y política, de conflictos entre las clase burguesa
y el proletariado, en la que el pensamiento marxista critica el sistema
capitalista.
El materialismo histórico se define como una teoría de
la evolución de las sociedades humanas según la transformación de los medios de
producción, con una estrecha relación entre las estructuras económicas de una sociedad,
su organización jurídico-política y las ideologías dominantes.
Para Marx el estudio de la Historia tiene la finalidad
de conocer la realidad para poder transformarla. Desde la crítica al idealismo
de Hegel, pasa a la formulación de sus ideas en Tesis sobre Feuerbach y
sobre todo Ideología alemana (publicada en 1932, fue muy influyente en
la escuela de los Annales), con unos estadios históricos unidos a unas relaciones
de producción. “toda la presunta historia del mundo no es más que la producción
del hombre por medio del trabajo humano”. “La historia de toda sociedad hasta nuestros
días es la historia de la lucha de clases”.
A partir de unas relaciones materiales (infraestructura
económica) se determinan unas relaciones sociales (estructura), que conllevan unas
relaciones del pensar y el actuar (superestructura política, social, jurídica,
cultural, religiosa), que no está plenamente determinada. Hay seis modos de producción:
comunista primitivo, esclavismo antiguo, asiático, feudalismo, capitalismo burgués,
socialismo. Cada uno está asociado a una etapa de la evolución de las sociedades.
El final de la Historia sería el advenimiento de la dictadura del proletariado,
que realizará el último modo de producción, el socialista.
El método histórico de Marx y Engels.
Apoyándose en el concepto de ley natural esbozado por
sus antecesores, Marx considera que las leyes del desarrollo social, lo mismo que
las leyes naturales, son objetivas, con existencia independiente respecto a la
voluntad y la conciencia de los hombres. Tanto las leyes naturales como las sociales
se basan en unas relaciones necesarias, que se repiten siempre que se den ciertas
condiciones; si cambian estas, igualmente cambiará la ley; en consecuencia, cuanto
más estables sean las condiciones, cuanto mayor sea la lentitud con que cambian,
más constantes serán las leyes.
Pero las ciencias naturales y sociales se manifiestan
de forma distinta: las primeras a través de las fuerzas de la naturaleza y las
segundas mediante la actividad humana. Por ello, cada campo de estudio requiere
una metodología distinta.
Marx afronta el problema de la relación entre lo particular
y lo global: el desarrollo social es un proceso irreducible a la simple suma de
las acciones humanas individuales, por lo que hace falta descubrir las leyes causales
según las cuales fluye el proceso, pero sin olvidar que lo general se da sólo a
través de lo particular. Así, es evidente la influencia de la dialéctica histórica
de Hegel, que trasluce tras las palabras de Engels: “Los fines que se persiguen
con los actos son obra de la voluntad, pero lo resultados que en realidad se
derivan de ellos no lo son, y aun cuando parezcan ajustarse de momento al fin
perseguido, a la postre encierran consecuencias muy distintas de las
apetecidas. Por eso los acontecimientos históricos parecen estar presididos por
el azar.”
La historia supera así a la sociología, a la que aporta
un cuadro concreto del desarrollo histórico. Marx, de este modo, propone como
ley causal del desarrollo social la influencia de la infraestructura económica
(reflejada en el nivel alcanzado por las fuerzas económicas). Pero la económica
no es una causalidad absoluta: Marx acepta que las ideas (la superestructura
ideológica: derecho, filosofía, moral, ciencia, arte...) tienen una cierta influencia,
sólo que no acepta que se las pueda considerar independientemente del contexto
material en que nacen. Más aun, Marx opina que “somos nosotros [los hombres] los
que hacemos la historia”, al tomar conciencia como grupo -desarrollar una ideología-
a favor del cambio social que favorezca a toda la sociedad en su conjunto y no
a los intereses individuales o de una clase social.
La influencia del materialismo histórico tardó bastante
en surtir efectos, porque era una ruptura demasiado radical con el pensamiento
idealista tradicional de entonces.
1.3. LA HISTORIOGRAFÍA ESPAÑOLA.
La historiografía española del siglo XIX es poco importante
en cantidad y calidad. Destacan los liberales Modesto Lafuente (1806-1866),
Valera, Borrego, que se centran en el papel de la burguesía en el siglo XIX. Entre
los conservadores destaca como erudito el reaccionario Ménéndez y Pelayo
(1856-1912). Son importantes como fuentes las memorias y obras de algunos políticos
(Castelar, Pi i Margall), las novelas de Pérez Galdós y el Memorial histórico español.
2. LA HISTORIOGRAFÍA DEL SIGLO XX.
Características generales.
Las corrientes más importantes del siglo XX son el
idealismo, el grupo de los Annales, el materialismo histórico y la historia cuantitativa.
Estas corrientes tienen numerosas variantes y en la actualidad se ha producido una
situación de síntesis, de eclecticismo, propio de una crisis epistemológica. Al
mismo tiempo, continúan algunas tendencias del siglo XIX (positivismo, historicismo)
y hay muchos historiadores que mantienen posiciones individuales: Pirenne fue un
maestro para el grupo de los “Annales”, Huizinga es un historiador de las mentalidades,
etc.
En el siglo XX se confirma la institucionalización de
la historia: los historiadores definitivamente se profesionalizan, con la multiplicación
de las cátedras universitarias, del profesorado en la enseñanza secundaria, de
las instituciones de investigación, de las revistas y las colecciones editoriales
de historia, etc.
La temática se diversifica notablemente: la Historia
Económica pasa gradualmente a primer término, hasta desembocar en el auge de la
Nueva Historia Económica; la Historia Social es seguida por Tilly y Shorter, con
una búsqueda globalizadora de la actuación humana, más objetiva y menos política;
el tema dominante es la historia de las civilizaciones, que intenta reconstruir
globalmente las actividades humanas.
Influyen en la Historia otras ciencias: la sociología
de Durkheim, Simiand y Max Weber, la antropología de Boas y Malinovski (funcionalistas)
y Lévi-Strauss (estructuralista); la psicología de Freud y Jung; la economía...
Hay una gran crisis epistemológica: las propuestas
metafísicas tan abundantes en el siglo XIX son derrumbadas ante el auge de la
revolución teórica provocada por la aplicación de los métodos experimental y
matemático en las ciencias naturales, en especial la física, que permitieron una
explicación muy rigurosa y comprobable de la realidad natural. En contraste, la
metodología de las ciencias sociales está mucho menos desarrollada que la de
las ciencias naturales.
2.1. EL IDEALISMO.
A inicios del siglo XX, el fracaso del historicismo como
elemento globalizador de la ciencia de la historia, motivó un resurgir del
idealismo, que en el siglo XX está compuesto de múltiples corrientes, de las que
hacemos aquí sólo una selección de las más importantes.
EL NEOKANTISMO.
Se desarrolló en Alemania desde mediados del siglo XIX
hasta principios del siglo XX, una tendencia filosófica neokantiana, de “retorno
a Kant”, representada por dos escuelas, en Baden (Windelband, Rickert) y Marburgo
(Cohen, Natorp, Cassirer), y por numerosos grupos e individuos aislados. Algunos
teóricos de la Historia, como Josep Fontana, describen confusamente el neokantismo,
al faltarles más formación filosófica, y el error más común es confundir a los
neokantianos con la escuela de Marburgo, que es sólo una de sus partes.
Destacan Rickert y Dilthey por su aportación metodológica
a la Historia, abriendo paso a una “historia del acontecimiento”, que influyó
en muchos metodólogos, aunque haya sido estéril y de escasa influencia en los estudios
propiamente históricos.
Wilhelm Dilthey (1833-1911), más que neokantiano es un neocriticista
influido por Kant y un filósofo de la vida. Reflexiona sobre las ciencias del espíritu
(entre ellas la historia) en varias obras, destacando Introducción a las ciencias
del espíritu. Intento de fundamentación del estudio de la sociedad y de la historia
(1883).
Distingue entre ciencias del espíritu y ciencias naturales.
Si las primeras son idiográficas y describen los hechos, para “comprenderlos”
(mediante la empatía psicológica), las segundas son nomotéticas y proponen
leyes sobre los hechos, para “explicarlos”. Dilthey ha forjado así la distinción
científica entre comprensión y explicación: “En las ciencias naturales explicamos,
en las ciencias humanas comprendemos”. La legitimación de la historia es que,
mediante la descripción de los hechos de la evolución social, que ha producido
la realidad social actual, tiene un poder comprensivo de esta. Es, pues, una
visión historicista, aunque pretenda superarla. Hace hincapié no en lo individual,
sino en las vivencias. La historia es “experiencia vivida”.
Heinrich Rickert (1863-1936) considera que sólo corresponde
a la historia, como ciencia de la cultura, el análisis de lo individual, ya que
es imposible llegar a generalizaciones o leyes como las que son propias de las
ciencias de la naturaleza. No es posible una objetividad completa dado que el conocimiento
global de los hechos humanos es inabarcable, por lo que hay que estudiar sólo
lo particular, unos determinados acontecimientos que el historiador entienda como
más relevantes
El historiador y sociólogo Max Weber (1864-1920) compatibiliza
los principios neokantianos con la necesidad de alcanzar cierta interpretación
generalista de los acontecimientos históricos. Para ello utiliza el método de los
“tipos ideales” (que son generalizaciones desvinculadas de la realidad, construcciones
artificiales que ayuden al historiador). Un ejemplo es La ética protestante
y el espíritu del capitalismo (1904-1905), en el que estudia los nexos entre
el protestantismo (sobre todo en su versión calvinista) y la génesis del
capitalismo nórdico. Weber considera, empero, que el desarrollo histórico obedece
a una pluralidad de causas y que para interpretar el cambio social se exige conocer
la vida cultural.
HISTORIA MORFOLÓGICA.
La historia morfológica, muy popular en los años 20 y
30, propone la elaboración de unos modelos o formas de las sociedades emblemáticas,
que representen a todas las demás. Su esquematismo llega hasta la predicción intuitiva
del futuro. Destacan Toynbee y Spengler.
El alemán Oswald Spengler (1880-1936) en La
decadencia de Occidente (1918-1922) opina que la Historia no es una
ciencia, carece de leyes y precisa de la intuición, de la fantasía (por ello la
obra de Spengler es más literaria que histórica). Analiza mediante un método comparativo
ocho culturas que evolucionan en ciclos biológicos. Su obra, que profetiza el
fin de la civilización occidental, es una respuesta ideológica a la crisis
alemana de la Gran Guerra y prefigura el nazismo.
El británico Arnold Toynbee (1889-1975), heredero de
la escuela determinista, fue muy influyente después de 1945. Estudia en su monumental
y erudito Estudio de la historia (1934-1961) 29 sociedades o civilizaciones,
representativas de la Humanidad. La civilización surge y se desarrolla (hasta que
pierde su vigor) gracias a un motor: la superación por las sociedades de los obstáculos,
mientras que fracasan las sociedades que sufren demasiadas e insuperables dificultades.
Los agentes de ese desarrollo son minorías o grandes hombres.
EL PRESENTISMO.
Benedetto Croce (1866-1952) desarrolla el “presentismo”.
Su pensamiento es muy relativista y ecléctico, basado en el neokantismo, el marxismo
y el idealismo hegeliano. Identifica historia y filosofía, y sostiene que la Historia
más elevada es la historia ético-política, que estudia la razón humana y sus
ideales. Considera que el conocimiento histórico objetivo es imposible porque
el juicio histórico se basa en la exigencia práctica y la historia que se construye
es siempre historia contemporánea, porque se elabora en función de las preocupaciones
actuales: la historia es una proyección en el pasado de nuestro presente.
Croce opina que la historia es una experiencia vivencial
(la misma tesis de Dilthey), sin leyes ni causalidad, relativista. De hecho, no
hay historia, sino tantas historias como puntos de vista.
Esta concepción relativista y presentista influye mucho
en los historiadores anglosajones de los años 20 y 30, por ejemplo en el británico
R. C. Collingwood (1899-1934), también influido por Dilthey, que en Idea de
la historia opina que los hechos históricos no son hechos reales, sino sólo
productos de nuestro subjetivismo. La historia es una re-creación del historiador.
EL NEOPOSITIVISMO.
Mucho más importante es el neopositivismo, un empirismo
lógico, que ha influido en muchos historiadores anglosajones y, sobre todo, en
la Nueva Historia Económica.
Karl Popper en Miseria del historicismo sigue una
línea subjetivista y rechaza que haya leyes históricas para predecir el futuro
humano. Como ha demostrado Popper en varios de sus estudios, no se pueden establecer
leyes socio-históricas generales, pues en historia no se puede predecir. En efectos,
esas leyes, de ser posibles, versarían sobre las regularidades en la conducta
de los grupos humanos. Ahora bien, uno de los factores fundamentales que modifican
la conducta de los grupos humanos es el aumento de información. Formular una
ley sobre la conducta de esos grupos es un aumento de información para los mismos,
que modificará, por tanto, su conducta, que la ley trata de predecir. De ello
se desprende que no pueden hacerse predicciones a gran escala partiendo de los
hechos sociales pasados: el estudio de la historia no permite formular leyes
predictivas sobre el desarrollo de los acontecimientos futuros, porque, caso de
ser formuladas, se modificaría automáticamente el curso de la historia que se trata
de predecir.
Hempel, Gardiner, Danto y Nagel han intentado fundamentar
filosóficamente la investigación histórica.
2.2. EL GRUPO DE LOS “ANNALES”.
Es una de las escuelas historiográficas más importantes
del siglo XX, aunque no tenga un pensamiento propio coherente. Sus máximas figuras
son Bloch, Febvre y Braudel, seguidos por Le Roy Ladurie y otros muchos autores
franceses. Su más cercano predecesor es Pirenne (maestro de Bloch y Febvre) y toman
muchas ideas del marxismo, así como de la geografía posibilista francesa, pues
Febvre, Duby, Allix, Faucher y otros de sus miembros comenzaron como geógrafos
regionalistas.
Nace alrededor de la revista francesa “Annales d'Histoire
Economique et Sociale” (1929), con una propuesta de nuevas metodologías, instrumentos
y temas de estudio. Bloch y Febvre dirigieron la revista al principio, hasta
que les sucedió Braudel. Desde 1946 se titula “Annales. Economies. Sociétés. Civilisations”
y ahora tiene una dirección colegiada.
La Historia es una ciencia (aunque es una ciencia en construcción),
que debe proponer hipótesis: la “historia problema” sustituye a la “historia
relato”. Es una “ciencia del pasado” y una “ciencia del presente”, pues aquél
ilumina a este.
Denuncian la esterilidad tanto del historicismo como
de la “historia del acontecimiento” (con su culto al hecho concreto) y, sobre todo,
de las formulaciones teóricas desconectadas de la realidad.
La Historia debe ser “total”, sintetizar la totalidad
de la actividad humana: geográfica, demográfica, política, económica, social, cultural...
Por ello el estudio histórico debe tener en cuenta todos los aportes de las ciencias
humanas, todas las técnicas y todas las fuentes, lo que amplía las fuentes históricas
mucho más allá de los documentos escritos.
Pero este eclecticismo, siempre abierto a asimilar todas
las novedades, permite que Fontana critique el no criticismo histórico de los Annales,
carente de una teorización profunda sobre su epistemología, en especial en el
caso de Braudel.
En todo caso, la apertura de los “Annales” está en el origen
de la “Nueva Historia”, pues ha influido en muchos historiadores, desde los
medievalistas eclécticos, influidos en parte (sobre todo metodológicamente) por
el marxismo, como Duby y Le Goff, hasta los de más rotunda formación marxista,
como Ernest Labrousse, cuya “historia serial” asimila métodos cuantitativos para
un análisis marxista, y Pierre Vilar, un gran especialista en la historia de España
y metodólogo, que plantea una “historia total”, que sirva para comprender el
pasado con el fin de conocer el presente. Para ello debe estudiar las sociedades
en todas sus manifestaciones, integradas en una misma realidad, mediante la localización
en el espacio y la situación en el tiempo, de modo que se alumbren las relaciones
recíprocas entre los hechos materiales y el espíritu de los hombres. Para ello
hay que establecer una relación orgánica entre las ciencias sociales: historia,
economía, geografía, etnología y sociología, basada en una “unidad de la
materia y de la reflexión histórica”, superando el trabajo del investigador
aislado y postulando el trabajo en equipo.
Febvre.
Lucien Febvre (1878-1956), como su compañero el
medievalista Marc Bloch (1886-1944), rechaza la esterilidad historicista. Estudia
la historia política, para lograr una “historia total”, síntesis de los aspectos
políticos, institucionales, económicos, sociales, culturales, religiosos, científicos
y psicológicos. “Jamás debemos olvidar que el sujeto de la historia es el hombre.
El hombre, tan prodigiosamente distinto y cuya complejidad no es posible reducir
a una fórmula sencilla. El hombre, producto y heredero de millares de uniones,
mezclas, amalgamas de razas y sangres distintas”.
En 1922, influido por el geógrafo regionalista Vidal
de la Blache, acuña el término posibilismo (término contrario a determinismo):
el medio natural da al hombre muchas posibilidades, que aprovecha según las condiciones
de cada grupo social. Es un enfoque historicista: el hombre es un agente activo
del paisaje en el tiempo. No niega la influencia del medio, pero afirma la importancia
de la decisión del hombre (que no se limita a ser un agente pasivo).
Braudel.
Fernand Braudel (1902-1985) opina que hay en la historia
una estructura terciaria, sometida a distinta aceleración evolucionista: 1) El
hombre y su medio geográfico. 2) El hombre y su relación social. 3) El hombre y
su actuación política. En esta estructura ubica los datos de la historia total.
Hay tres divisiones temporales: el acontecimiento, la coyuntura y la larga duración.
Fue alumno de Lucien Febvre (1927), el maestro de los
“Annales”, y de Henri Pirenne (1931). Fue el primero quien le indujo a ampliar
su primer estudio, sobre la Política mediterránea de Felipe II hasta un
enorme fresco de todo el Mediterráneo en la época de aquel rey. Braudel, en cambio,
forjará un método de investigación global, a la escala de su enorme ámbito geográfico.
Se trata de su famosa descomposición del tiempo en tres niveles:
1) Una historia mineral, casi inmutable, silenciosa,
que mide las relaciones del hombre con su medio natural.
2) Una historia social, a cuyo ritmo se desarrollan
la vida de los grupos económicos, de las sociedades campesinas y urbanas, de los
Estados nacionales.
3) Una historia episódica, rápida y bulliciosa,
que afecta a la superficie de las cosas.
En 1947, después de su liberación, defiende su tesis
(publicada en 1949). Es una tesis revolucionaria por su concepción “geohistórica”:
El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II. Su
éxito le permite suceder a Febvre en el Colegio de Francia, donde ocupa la cátedra
de Historia de la Civilización Moderna.
Concibe su idea del “tiempo de la historia” (conferencia
1-XII-1950, como lección inaugural en el Colegio de Francia) y publica su trilogía
Las estructuras de lo cotidiano, Los juegos del intercambio y El
tiempo del mundo (1979), con su concepción de la historia en tres pisos:
“en la base, una vida material múltiple, autosuficiente, rutinaria; arriba, una
vida económica mejor diseñada y que tiende a confundirse con la economía de competencia
de mercados; por fin, en el último piso, la acción capitalista.” Para acometer un
estudio de tal dimensión, incorpora el concepto de la “larga duración” e instrumentos
de análisis tomados de las ciencias humanas: “La historia misma me apasiona
menos que ese cortejo asociado de las ciencias humanas. (...) para ser válida
la historia debe incorporarse (...) a otras ciencias humanas y, por su parte,
las ciencias del hombre tendrían que tomar en cuenta la dimensión histórica.”
Como profesor enseñó a numerosos alumnos, en la Sección
Sexta (fundada en 1948) de la Escuela Práctica de Altos Estudios de París, que
presidió en 1956-1972. En 1962 fundó en París la Casa de Ciencias del Hombre, que
administró hasta 1985. Dirigió la revista “Annales” desde 1946 hasta 1956 con
Febvre (hasta la muerte de este) y después solo hasta 1985.
2.3. LA NUEVA HISTORIA ECONÓMICA.
La “New Economic History” (también llamada Historia cuantitativa
o Historia econométrica) es una corriente norteamericana que reúne Historia y
teoría económica. Sus predecesores son Wiebe, Kuznets, Beard, Schumpeter. Está
hecha por economistas historiadores: los norteamericanos Engerman, Flishlow, Hoselitz,
Gerschenkron, Clark, Conrad, Meyer, Fogel, con destacados estudios sobre los
ferrocarriles (Fogel) y la esclavitud (Engerman y Fogel). En Francia sólo destaca
Marczewski.
Características.
Su planteamiento es neopositivista. La Historia es una
ciencia nomotética, que debe proponer leyes generales con una base científica,
o sea, modelos predictivos basados en el método hipotético-deductivo.
Sus autores consideran que los historiadores tradicionales
usan también modelos interpretativos, pero que los hacen implícitos o los especifican
mal, lo que dificulta el control de su validez científica. En cambio, los historiadores
econométricos especifican sus modelos con rigor, con deducciones cuantitativas
de modo que se puedan someter a pruebas verificadoras.
Usa modernos instrumentos científicos: matemáticas, econometría,
estadística, informática, ofreciendo modelos interpretativos de la historia
basados en parámetros econométricos como PIB, renta per cápita...
Los temas son primero la Historia económica, y luego
se han extendido a la Historia demográfica y social, sobre todo el desarrollo y
el subdesarrollo.
Críticas al cuantitativismo.
Se critica a esta corriente que:
- Es una historia de economistas que hacen historia,
sin contar, por lo general, con una formación histórica propia.
- No dominan la teoría económica sino que la aceptan
sin crítica. Temin considera que es sólo la “economía neoclásica” aplicada.
- Sucumben al determinismo económico para estudiar
temas complejos, ignorando los múltiples factores no económicos que también intervienen.
Por ejemplo la esclavitud también se explica por factores ideológicos, políticos,
sociales, culturales... aunque sea el económico el más importante.
- Dan explicaciones sectoriales, pero no una explicación
de conjunto.
- El cuantitativismo es válido sólo para explicar algunos
temas particulares, pero incluso entonces los estudios cuantitativos se limitan
por lo general a demostrar la inviabilidad de propuestas o hipótesis de la historia
tradicional, pero sin poder propone una hipótesis propia y válida.
Pero aunque el cuantitativismo falle en dar respuestas
globales a los problemas históricos, no debe ser menospreciado por el historiador,
dado que su uso metodológico es una herramienta auxiliar en el conocimiento de
la vida social. Así, lo utiliza la “historia serial” hecha por historiadores con
formación económica, provenientes de la escuela de los “Annales”: Labrousse, Meuvret,
Imbert y Baehrel, los cuales procuran usar las técnicas econométricas como una
base de información para estudios más globales sobre las estructuras.
2.4. EL MATERIALISMO HISTÓRICO.
El materialismo histórico “oficial”.
En la primera mitad del siglo XX domina claramente el
materialismo histórico “oficial”, aparecido en la URSS y difundido en Occidente
con la acción del Komintern.
En la URSS es determinante la influencia de las interpretaciones
del materialismo histórico por Lenin y Stalin, que promueven que la política domine
claramente a la historia. Su predecesor es Yuri Plejánov (1858-1918). Lenin
(1870-1924) publicó El desarrollo del capitalismo en Rusia (1899), un excelente
estudio de historia económica y social. Sobre todo desde la toma del poder por Stalin
surge un academicismo estéril. Así, Stalin fijó un esquema de evolución histórica
en cinco etapas desde el comunismo primitivo al socialismo, eliminando de la lista
el modo de producción asiático.
En Francia hay una corriente no oficial, de inspiración
socialista, en la que destaca Jean Jaurès (1858-1914), un heterodoxo que aplica
los principios marxistas en su Historia socialista de la Revolución francesa
(1901-1904), aunque teniendo en cuenta los factores culturales. Su visión será
muy influyente entre los historiadores socialistas.
La renovación del marxismo.
Un conjunto de circunstancias condujeron a una gradual
fosilización del materialismo histórico y lo redujeron a una colección de fórmulas
aplicadas mecánicamente. Pero varios autores (Gramsci, Lukács, Korsch), adscritos
a un humanismo marxista, procuraron una renovación para revertir este proceso.
El primero fue Antonio Gramsci, quien rechazó el economicismo
histórico y se planteó estudiar “cómo se forman las voluntades colectivas permanentes
y cómo se proponen fines concretos inmediatos e mediatos”. La reflexión gramsciana
se difundió después de 1945 con la publicación de Cuadernos de la cárcel
e influyó en la historiografía marxista de Italia.
Después de 1945, en Francia, en Europa y en EEUU se
reinterpretan los postulados marxistas. Es una historiografía neomarxista influida
por las aportaciones del grupo los Annales, de Gramsci, de la escuela de Frankfurt
y por la publicación de escritos inéditos de Marx (Fundamentos de la crítica
de la economía política, 1857-1858) muy alejados de la interpretación oficial
estalinista, el interés por la evolución histórica de las sociedades del Tercer
Mundo (y en concreto el modo de producción asiático de las “sociedades hidráulicas”).
De este modo se rompió con el dogmatismo que frenaba
las posibilidades de nuevos enriquecimientos teóricos.
Hay varias tendencias críticas, que surgen en los años
60 como movimientos “críticos” o “radicales”, y que reelaboran la teoría marxista.
Destacan el estructuralismo marxista, con Althusser y Harnecker; la Escuela de
Frankfurt, con Marcuse; las investigaciones de Maurice Dobb y Paul M. Sweezy sobre
los mecanismos de la transición del feudalismo al capitalismo; la Historia Social
y Económica en Francia (Lefebvre, Soboul, Goubert) y Gran Bretaña (Hill, Thompson,
Anderson) y en otros países (Kula, Topolski); la “Nueva Historia Narrativa” (Ginzburg
y Duby), que utiliza entre otras la metodología marxista. Otros autores destacados
son Labrousse, Vilar, Poulantzas, Gordon Childe (un gran arqueológo y prehistoriador),
Hobsbawm, E. P. Thompson, Kula, Lublinskaya. Entre los temas más importantes que
han abordado están la naturaleza del feudalismo, la interpretación del ascenso
de las monarquías absolutas, la crisis del siglo XVII.
2.5. LA HISTORIOGRAFÍA ESPAÑOLA.
Al principio del siglo XX influye mucho el neokantismo
y el historicismo alemán. Destaca el debate entre Claudio Sánchez Albornoz y Américo
Castro. Tras la guerra civil el nacionalismo lleva a estudiar la época imperial
y el reinado de los Reyes Católicos. Alejo García Moreno es neokantiano. José Ortega
y Gasset es muy influyente en España y en el extranjero con sus tesis sobre la
historia como ciencia con una lógica propia y sus leyes; sólo existiría el
presente y critica el papel histórico creciente de las masas. Jaume Vicens
Vives está próximo al grupo de los Annales. José Antonio Maravall estudia el
Barroco: hay una continua transformación de la realidad histórica de los pueblos,
a la vez que existen unas constantes históricas. Ángel Viñas estudia la Historia
económica, José María Jover Zamora la Restauración y Javier Tusell el franquismo
y la Transición. Entre los marxistas destacan Josep Fontana (historiador contemporáneo
y metodólogo) y Manuel Tuñón de Lara, tal vez el historiador más riguroso de la
Edad Contemporánea, quien advierte del exceso de erudición tanto como de la sola
utilización de esquemas teóricos sin apoyo en fuentes.
3. EVOLUCIÓN RECIENTE DE LA CIENCIA HISTÓRICA.
La crisis epistemológica de la Historia.
La Historia como un saber con pretensiones científicas
sobre la sociedad entendida como totalidad unitaria dotada de sentido, era una
concepción que venía de la Ilustración, se reafirmó con el historicismo y sobre
todo en la segunda mitad del siglo XX. Se buscaba un sentido a la Historia, un
principio rector de carácter universal, que podía ser muy diverso según la ideología
del historiador: libertad, lucha de clases, razón, liberación de los pueblos,
salvación religiosa, etc. Los principios eran distintos pero tenían en común una
concepción unitaria de la humanidad, una ley meta-histórica de evolución, eurocentrismo
y un ideal de fin de la historia como consecución de un reino de libertad, de razón
o de liberación de la explotación. El historiador era un profeta poseído de una
misión. Sobre estas bases comunes las ideologías de interpretación histórica se
afirmaron: evolucionismo, liberalismo, nacionalismo, funcionalismo, marxismo.
Pero todo ese andamio intelectual se ha derrumbado. Entre
los años 50 y 70 del siglo XX se desencadenó una ofensiva contra la historia.
Es una crisis epistemológica debida al empuje de nuevos métodos y teorías que
parecen excluir la historia de las ciencias sociales. La sociología y el estructuralismo
la arrinconan, mientras que la antropología se presenta como el estudio de los
pueblos sin historia.
Es una crisis de sentido en la Historia, ante la pérdida
de su unidad, ante su fragmentación. Se discute acerca de la posibilidad misma
de conocimiento objetivo sobre la sociedad y los procesos de cambios, se
rechazan los grandes paradigmas objetivistas. Hoy no se sabe para qué sirve la
profesión de historiador, ante la dispersión de concepciones, la multiplicación
de temas, la pluralidad de métodos y caminos, la falta de un claro propósito.
Impera el eclecticismo metodológico, en el que se conjugan
los aportes de las distintas corrientes, en especial del idealismo liberal, del
grupo de los Annales, del materialismo histórico y de la historia cuantitativa,
las más difundidas en el siglo XX.
Así, se disuelven las grandes escuelas. Por ejemplo,
el grupo de los Annales constituye su propia crisis en objeto de investigación;
los marxistas y demás partidarios del materialismo histórico, en crisis tras la
caída del bloque comunista, se defienden diciendo que la crisis del comunismo
no tiene nada que ver con ellos y se hacen pasar por weberianos o por partidarios
de la teoría de la acción racional, o se pasan en masa a la corriente de la “historia
total” preconizada en los “Annales”; la historiografía nacional-liberal británica
ha visto cómo se hunde su visión de la historia como construcción del estado
nacional, mientras que el idealismo liberal, que aparecía como la gran corriente
triunfadora en 1989, se limitaba a lanzar la idea del “fin de la historia” (Fukuyama),
mientras que la historia cuantitativa se especializaba en pequeñas monografías
que no aportan una interpretación general de la historia, sino que se limita a
aportar materiales cuantificados a las otras corrientes. En EE.UU. la American
Historical Association se quejaba en los años 90 de la burocratización del trabajo,
la superespecialización, la fragmentación y dispersión, el alejamiento del lector
culto, la incertidumbre sobre la importancia de la historia para la educación
del ciudadano o la acción de gobierno, el relativismo y la incapacidad para producir
verdades objetivas respecto al pasado.
Y esto sucede cuando hay un enorme aumento de la producción
historiográfica (cátedras, museos, revistas, libros, artículos, congresos,
etc.) y de la cantidad de historiadores profesionales. Las viejas ramas de la
historia (económica, social, política, cultural) han florecido en decenas de nuevas
ramas. Por arriba aparece la macro-historia o historia comparada de los grandes
procesos sociales, y por abajo aparece la microhistoria, el estudio de una vida
o de un caso, un rito o una creencia. Ningún tema sin explorar, ningún camino
sin recorrer. Es un creciente y prolífico caos.
Es una época de crisis, según Jacques Le Goff: “en la
actualidad el trabajo histórico y la reflexión sobre la historia se desarrollan
en un clima de crítica y desencanto en cuanto a la ideología del progreso, y
más recientemente en Occidente, de repudio al marxismo, en todo caso al marxismo
vulgar. Toda la producción sin valor científico, que pudo ilusionar bajo la
presión de la moda y de cierto terrorismo político-intelectual, perdió todo
crédito. A la inversa, y en las mismas condiciones, hay que señalar que florece
una pseudohistoria antimarxista que parece haber asumido como bandera el tema
agotado de lo irracional.”
En cambio, para Santos Juliá no hay tal crisis, sino un
miedo al pluralismo, a la libertad que ahora se ofrece al historiador. Algunos
dicen que ahora todo está permitido, todo vale. Para él es incierto, pues paradigmas
opuestos pueden ser válidos para estudiar distintos objetos, superando el falso
dilema entre subjetivismo y objetivismo.
La Nueva Historia.
En los años 80 y 90 la Historia parece resurgir, superar
su crisis, aprovechándose de ella, sobre todo porque asume las aportaciones metodológicas
y técnicas de las otras ciencias sociales, evolucionando a posiciones más abiertas.
En suma, las escuelas tradicionales están siendo diluidas
en una Nueva Historia, como término opuesto a la Vieja Historia, la tradicional.
Hoy está de moda (sobre todo en Francia) este concepto para definir al actual conjunto
ecléctico de historiadores abiertos a todas las corrientes.
Características de la “Nueva Historia” son:
- Buscar una historia total, que no atienda sólo a la
política (como la Historia tradicional), sino a todas las actividades humanas:
la economía, la cultura...
- Ampliar los temas de la historia. Los temas se han multiplicado.
Hay campos enormes por investigar en la historia del pensamiento político, la
ciencia, la religión (un factor esencial del cambio), el derecho, la historia
de las mujeres, la criminalidad, la burguesía del siglo XX, la historia cultural
(popular y elitista), la guerra y el poder político, los individuos excepcionales,
el cambio histórico, la historia económica y social, la demografía histórica,
historia y geografía de las prácticas religiosas, sociología electoral, historia
de las mujeres, historia “colonial” o de civilizaciones “sin historia” (gran parte
de África ha sido “prehistórica” hasta el siglo XIX), la historia de la vida cotidiana,
las costumbres, los sentimientos, las mentalidades, la familia, el vestido, las
enfermedades, la marginación, las historias locales, etc.
- Ser interdisciplinaria, abierta a las metodologías,
técnicas y conocimientos de todas las ciencias y disciplinas sociales o naturales:
antropología, psicología, política, sociología, economía, econometría, demografía,
historia del arte, lingüística, literatura, filosofía, física, matemáticas...
En especial ha de trabajar con los modelos explicativos de las ciencias sociales
y con las técnicas estadísticas e informáticas, a fin de comprobar mejor las
hipótesis de leyes generales sobre la evolución histórica.
- Buscar un análisis estructural, en contraste a la
historia narrada de la Historia tradicional.
- Buscar respuestas complejas a los problemas, en vez
de respuestas simples (como hacía la Historia tradicional). No ha de abdicar de
su responsabilidad de interpretar la historia, pese a los ataques epistemológicos
que le niegan su condición de ciencia, puesto que el que las ciencias sociales
no estén aún tan desarrolladas metodológicamente como las ciencias naturales (en
especial la Física y la Biología) no las priva de ser ciencias.
- Considerar que la historia es subjetiva, hecha por individuos
con ideas previas, en vez de objetiva, basada sólo en hechos (como hacía la Historia
tradicional).
- Recuperar la función crítica de la Historia (García
Cárcel), comprendiendo que la historia es a la vez narración y verdad (R. Chartier),
un discurso construido como la ficción, pero que a la vez produce enunciados
científicos. Pierre Vidal Naquet dice: “El historiador escribe, y esa escritura
no es neutra ni transparente. Se modela con formas literarias”. La misión del
historiador no debe ser la del profeta sino la del intérprete, con permanente función
crítica (y autocrítica). Sólo el tiempo y la crítica podrán establecer lo válido
o no de la investigación histórica. En definitiva, esta nueva indefinición, este
caos, este pluralismo es la situación normal y deseable de la historia. La verdadera
crisis sería que se restableciesen los paradigmas absolutos y excluyentes, que
los oráculos como Hobsbawm siguieran profetizando sin miedo. Hoy vemos que poseemos
un incierto saber sobre el pasado y apenas sabemos nada del futuro.
- Interesarse por el protagonismo del pueblo, de los
protagonistas anónimos u olvidados, es decir, una historia desde abajo, en vez
de estudiar a los famosos protagonistas en una historia desde arriba (como
hacía la Historia tradicional).
- Utilizar toda clase de fuentes, desde estadísticas
hasta imágenes o relatos orales, en vez de centrarse sólo en los documentos (como
hacía la Historia tradicional).
- Explicar la historia de un modo accesible al público.
Hay que huir de las nimiedades y de las explicaciones monocausales, hay que buscar
la claridad del lenguaje y de la expresión, huyendo de una jerga pseudocientífica,
post-estructuralista y falsa.
- Utilizar la microhistoria de una persona o lugar para
resucitar un momento del pasado y analizarlo, interpretarlo y explicarlo. Es el
modo de reconstruir el Estado, sociedad, economía, costumbres, leyes, moral y costumbres,
tal y como afectaban a un grupo o individuo. Los individuos ante todo.
En suma, según Lawrence Stone, la doble misión del historiador
actual es: dar explicaciones multicausales más convincentes del cambio histórico,
y recuperar el aspecto, la sensación, de cómo vivían nuestros antepasados.
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Roma Antigua, su visión ha sido influida por el filósofo Michel Foucault.
Noticias. Orden cronológico.
Cruz, Juan. Déjeme que cuente su vida. “El País” (12-XI-2013) 30-31. La biografía histórica y las memorias literarias se venden poco en España.
Análisis y opinión. Orden alfabético.
Fukuyama, Francis. Después del 'fin de la historia'. Fukuyama escribe
un nuevo epílogo a su obra en el que sostiene la validez de sus teorías. “El
País”, Domingo (18-VI-2006) 16-17.
Antón, Jacinto. Entrevista. Javier Gómez Valero / Editor de “Desperta Ferro”. “El País” Quadern 1.435 (8-III-2012) 8. “Desperta Ferro”, revista de historia militar.
Calvo, José Manuel. Entrevista: Tony Judt historiador. “Europa
debe adaptar el Estado del bienestar a la inmigración”. ”El País” Domingo
(18-VI-2006) 6-7.
PROGRAMACIÓN. GRANDES LÍNEAS DE INVESTIGACIÓN HISTÓRICA
EN LOS SIGLOS XIX Y XX.
UBICACIÓN Y SECUENCIACIÓN.
Podría ponerse tanto en Historia como en Historia del
Mundo Contemporáneo. Hemos preferido en esta segunda por descargar de contenidos
el 2º curso, ya muy cargado y para que estos conocimientos sean utilizados en
el 1r curso, cuya materia necesita el conocimiento por el alumno de variadas corrientes
historiográficas.
Bachillerato, 2º curso, materia de Historia del Mundo
Contemporáneo.
Apartado 1. Fuentes y procedimientos para el conocimiento
histórico:
- Análisis y utilización crítica de fuentes y material
historiográfico diverso.
- Contraste de interpretaciones historiográficas y
elaboración de síntesis integrando información de distinto tipo.
En ESO se relaciona con bloque 4. Sociedades históricas.
Apartado 1. Iniciación a los métodos históricos.
RELACIÓN CON TEMAS TRANSVERSALES.
Relación con Educación para la Paz, mediante el interés
por los temas relacionados con la paz, y por el fomento de las actividades de
equipo.
TEMPORALIZACIÓN.
Tres horas lectivas, con ampliación en los siguientes
temas históricos del curso, para conocer las distintas interpretaciones de la
Historia. Las dos primeras de exposición por el profesor, la tercera de comentario
de textos.
OBJETIVOS.
Entender el significado de la Historiografía.
Entender las distintas líneas de investigación histórica
en los siglos XIX y XX.
Relacionar estas líneas de investigación histórica con
los procesos políticos y culturales.
Valorar la importancia de la historiografía en la formación
de la opinión pública.
CONTENIDOS.
A) CONCEPTUALES.
- Historiografía del siglo XIX: liberalismo, romanticismo,
positivismo, historicismo, materialismo histórico.
- Historiografía del siglo XX: idealismo, escuela de
“Annales”, nueva historia económica, marxismo (nueva historia social).
B) PROCEDIMENTALES.
Técnicas de análisis histórico. Comentarios de textos
históricos del mismo (y distintos) periodo y comprender las distintas interpretaciones
del mismo hecho. Diferenciar los puntos de vista del análisis histórico. Percepción
de la interpretación a partir de datos contrastados como método de trabajo.
C) ACTITUDINALES.
Estimular la curiosidad por el trabajo científico y crítico
a partir de la diversidad historiográfica.
Fomentar conocimiento de distintas posturas ideológicas.
Valorar importancia de postulados teóricos en la formación
de un análisis histórico.
Respeto a las diferencias ideológicas como medio óptimo
para el avance científico.
METODOLOGÍA.
Exposición de contenidos con breve introducción a la
historiografía, seguido de historiografía de los siglos XIX y XX y de la española.
MOTIVACIÓN.
Lectura de dos textos historiográficos completamente contrarios
sobre un mismo acontecimiento: Franco y su Victoria.
ACTIVIDADES.
A) CON EL GRAN GRUPO.
Comentario de texto sobre libros de Ranke, Marx, Braudel,
Popper, etc. Estudio sobre las diferencias y semejanzas entre estos textos como
ejemplo de las distintas corrientes.
B) EN EQUIPOS DE TRABAJO.
Cada grupo de trabajo estudiará un proceso histórico
citando autores coetáneos y posteriores y el porqué de las opiniones diversas.
C) INDIVIDUALES.
Realización de apuntes esquemáticos sobre la UD.
Participación en las actividades grupales, especialmente
con comentarios personales sobre las actividades de grupo y equipo.
Búsqueda individual de datos en la bibliografía, en
deberes fuera de clase.
Contestar cuestiones en cuaderno de trabajo, con diálogo
previo en grupo.
RECURSOS.
Presentación digital.
Manuales y libros especializados sobre historiografía
para el profesor.
Bibliografía: Fontana, Historia. Análisis del pasado y
proyecto social y otras obras historiográficas.
Libros de texto para el alumno y los libros de historia
de la biblioteca.
Fichas de síntesis elaboradas por el profesor.
Textos seleccionados (fotocopias).
EVALUACIÓN.
Evaluación continua de las actividades.
Examen incluido en el de otras UD, con breves cuestiones
y un comentario de texto.
RECUPERACIÓN.
Entrevista con los alumnos con inadecuado progreso.
Realización de actividades de refuerzo: esquemas, comentario
de textos...
Examen de recuperación (junto a las otras UD).
APÉNDICE. LA HISTORIOGRAFÍA ANTERIOR A LA ILUSTRACIÓN.
La Historiografía es “el estudio bibliográfico y crítico
de los escritos sobre la historia y sus fuentes”, que nos permite realizar un
recorrido por la producción de los historiadores, para comparar los temas de
análisis y la metodología empleada.
El nacimiento de la historiografía.
Josep Fontana (1982) explica el nacimiento de la historiografía
por la justificación del carácter sagrado de los reyes, lo que legitimaba la estructura
social y la dominación política de las clase altas en Egipto y Mesopotamia (listas
de reyes como documentos más antiguos de la Historia).
La historiografía griega nace con los “logógrafos”,
recopiladores de historias, costumbres y descubrimientos en el Mediterráneo de
tierras y pueblos. Así, “Historein”
significa explorar, descubrir. Hecateo (500 aC) comenzó a analizar racionalmente
los mitos del pasado. Herodoto explica las causas y busca el sentido de la evolución
de la historia, preocupándose por la economía y la sociedad. Sus fuentes son los
escritos de los logógrafos y sus propios viajes. Tucídides estudia las leyes que
explican el pasado y utiliza éste para entender el presente de los Estados. Hay
una decadencia en el siglo IV aC al separarse la Política (Platón, Aristóteles)
y la Historia, por lo que está deja de reflexionar y sólo describe los hechos.
Polibio, historiador griego sobre Roma (siglo II aC) vuelve
a generalizar sobre el pasado, por ser éste útil para la formación política de
los gobernantes, y desarrolla una teoría cíclica de los gobiernos. Los historiadores
romanos (Julio César, Salustio, Tito Livio, Plutarco, Tácito) se vinculan
demasiado a la política (la pugna República-Imperio y sus facciones) y a menudo
son parciales pese a sus continuas afirmaciones filosóficas de imparcialidad.
Coexisten varios
siglos la historiografía pagana y la cristiana. La pagana será cíclica e interna
(estudia las causas internas del cambio en la propia sociedad). La cristiana
será lineal y externa. San Agustín en La ciudad de Dios estudia desde la
creación del mundo a su fin, en una evolución lineal marcada por los designios
de Dios.
Durante los siglos VI-IX los historiadores cristianos
intentan reconciliar la Biblia con la Historia y el presente. Isidoro de
Sevilla compila en las Etimologías una enciclopedia de los
conocimientos antiguos.
Ya en el siglo XI la Iglesia establece la teoría de los
tres órdenes o estados (aristocracia, clero, campesinado) para justificar su posición
y función social.
El Renacimiento busca explicaciones humanas, no
divinas, a la evolución de la Historia. Maquiavelo con El Príncipe y Bodin
con La República hacen compendios de moral y política.
El Protestantismo introduce el racionalismo y el individualismo
en la explicación histórica. Los grandes descubrimientos geográficos muestran nuevas
sociedades y culturas. La crítica histórica provoca la aparición de ciencias auxiliares:
diplomática y paleografía, para verificar la autenticidad de los documentos.
APÉNDICE. Siguen unos textos de dos prestigiosos
historiadores, Fukuyama y Judt, para que los alumnos realicen un comentario escrito
y posteriormente hagan un debate en el aula.
La teoría de Fukuyama sobre ‘el fin de la historia’.
Francis Fukuyama. Después del 'fin de la historia'. Fukuyama escribe un nuevo epílogo a
su obra en el que sostiene la validez de sus teorías. “El País”, Domingo
(18-VI-2006) 16-17. La tesis sobre
'El fin de la historia', de Francis Fukuyama, planteada en un ensayo de 1989 y
desarrollada en una obra de 1992, fue un intento por comprender el mundo posterior
a la guerra fría que tuvo gran influencia. En un nuevo epílogo a aquella obra,
del que aquí se ofrece un extracto, el analista político norteamericano reflexiona
sobre cómo han sobrevivido sus ideas a la marea de críticas y cambios políticos.
‹‹“En mi opinión, existe una lógica
general de la evolución histórica que explica por qué debería haber cada vez
más democracia en todo el mundo a medida que evolucionan nuestras sociedades”.
“Al final del proceso de modernización,
nadie desea la uniformidad cultural; de hecho, las cuestiones sobre identidad cultural
regresan con fuerza redoblada”.
“Las doctrinas religiosas están sometidas
a la interpretación política de las sucesivas generaciones. Eso es tan cierto
en el caso del Islam como en el del cristianismo”.
En los 17 años transcurridos desde la
publicación original de mi ensayo ¿El fin de la historia? mi hipótesis ha sido
criticada desde todos los puntos de vista imaginables. La publicación de la segunda
edición en rústica del libro El fin de la historia y el último hombre me da la oportunidad
de reformular el argumento original, de responder a las que considero las objeciones
más serias planteadas al mismo, y de reflexionar sobre algunos de los acontecimientos
de la política mundial que se han producido desde el verano de 1989.
Permítanme comenzar con una pregunta:
¿qué era el “fin de la historia”? Por supuesto, la expresión no es original,
sino que proviene de GWF Hegel y luego la popularizó Karl Marx. Hegel fue el
primer filósofo historicista que entendió la historia humana como un proceso coherente
y evolutivo. Hegel veía esa evolución como el desarrollo progresivo de la razón
humana, que acabaría llevando a la expansión de la libertad en el mundo. Marx
planteaba una teoría con un fundamento más económico, que veía cómo cambiaban los
medios de producción a medida que las sociedades dejaban de ser prehumanas y se
transformaban en cazadoras-recolectoras, agricultoras y luego industriales; por
tanto, el fin de la historia era una teoría de la modernización que formulaba
la pregunta de dónde desembocaría finalmente el proceso de la modernización.
Muchos intelectuales progresistas del
período transcurrido entre la publicación del Manifiesto comunista de Marx y
Friedrich Engels en 1848 y las postrimerías del siglo XX creían que llegaría un
final de la historia, y que el proceso histórico concluiría en una utopía comunista.
Esa afirmación no era mía, sino de Karl Marx. La sencilla reflexión con la que
yo comenzaba era que, en 1989, no parecía que eso fuera a ocurrir. En la medida
en que el proceso histórico humano estaba abocado a algo, no tendía hacia el comunismo,
sino a lo que los marxistas denominaban la democracia burguesa. (...)
La pregunta.
Numerosos observadores me han comparado
con mi antiguo profesor Samuel Huntington, que expuso una visión muy distinta
del desarrollo mundial en su libro El choque de civilizaciones y la reconfiguración
del orden mundial. En ciertos aspectos, creo que se puede exagerar el grado en
que diferimos en cuanto a nuestra interpretación del mundo. Por ejemplo, coincido
con él en su idea de que la cultura sigue siendo un componente elemento innegable
de las sociedades humanas, y que no se puede comprender el desarrollo y la política
sin una referencia a los valores culturales.
Pero existe un aspecto fundamental que
nos diferencia. Se trata de la cuestión sobre si los valores y las instituciones
desarrollados durante la Ilustración occidental son universales en potencia (como
creían Hegel y Marx) o si están limitados a un horizonte cultural (lo cual coincide
con las ideas de filósofos posteriores como Friedrich Nietzsche o Martin
Heidegger). Sin duda, Huntington considera que no son universales. Aduce que
las instituciones políticas con las que estamos familiarizados en Occidente son
el producto secundario de un cierto tipo de cultura cristiana de la Europa Occidental,
y que nunca echará raíces fuera de los confines de esa cultura.
Así que la pregunta fundamental que se
debe responder es si los valores y las instituciones occidentales tienen una importancia
universal o representan el éxito temporal de una cultura actualmente hegemónica.
Huntington tiene bastante razón cuando
dice que el origen histórico de la moderna democracia laica liberal reside en
la cristiandad, lo cual no es una opinión original. Hegel, Tocqueville y Nietzsche,
entre muchos otros pensadores, han sostenido que la democracia moderna es una
versión laica de la doctrina cristiana de la dignidad universal del hombre, y que
ahora se interpreta como una doctrina política no religiosa de los derechos humanos.
En mi opinión, no cabe duda de que eso es así desde un punto de vista histórico.
Pero, aunque la democracia liberal moderna
tiene su origen en ese terreno cultural en particular, la cuestión es si esas
ideas pueden apartarse de esos orígenes particularistas y tener importancia para
las personas que viven en culturas no cristianas. El método científico, en el que
se sustenta nuestra civilización tecnológica moderna, también apareció por motivos
históricos contingentes en cierto momento de la historia de la primera Europa moderna,
de acuerdo con las ideas de filósofos como Francis Bacon y René Descartes. Pero
una vez se inventó el método científico, se convirtió en una posesión de toda
la humanidad, y podía utilizarse independientemente de si se era asiático,
africano o indio.
Por tanto, la cuestión es si los principios
de libertad e igualdad que percibimos como los cimientos de la democracia liberal
poseen una importancia universal similar. Creo que eso es así y, en mi opinión,
existe una lógica general de la evolución histórica que explica por qué debería
haber cada vez más democracia en todo el mundo a medida que evolucionan nuestras
sociedades. No es una forma rígida de determinismo histórico como el marxismo,
sino una serie de fuerzas subyacentes que impulsan la evolución social humana
de un modo que nos indica que debería haber más democracia al final de este proceso
evolutivo que al principio.
La lucha.
El origen de la “Historia”, en un sentido
marxista-hegeliano, reside en última instancia en la ciencia y la tecnología.
La ciencia es acumulativa: los descubrimientos científicos no se olvidan
periódicamente. Eso es lo que genera el mundo económico, ya que la tecnología constituye
un horizonte de posibilidades de producción económica y garantiza que la era
del motor de vapor será distinta de la era del arado, y que la era del transistor
y el ordenador será distinta de la del carbón y el acero. (...)
El desarrollo económico genera incrementos
en el nivel de vida que son universalmente deseables. En mi opinión, una prueba
de ello es sencillamente el modo en que la gente “expresa su voto cogiendo los
bártulos”. Cada año, millones de personas de sociedades pobres menos avanzadas
aspiran a trasladarse a Europa Occidental, Estados Unidos, Japón u otros países
desarrollados, porque ven que las posibilidades para la felicidad humana son mucho
mayores en una sociedad rica que en una pobre. A pesar de varios soñadores rousseanos
que imaginan que serían más felices viviendo en una sociedad cazadora-recolectora
o agrícola que, por ejemplo, en el Los Ángeles actual, apenas hay un puñado de
personas que realmente se decida a hacerlo.
El deseo de vivir en una democracia
liberal no es, en principio, tan generalizado como el deseo de desarrollo. De
hecho, existen numerosos regímenes autoritarios, como los de la China y el Singapur
actuales, o el Chile del general Pinochet, que han logrado desarrollarse y modernizarse
con bastante éxito. Sin embargo, se da una fuerte correlación entre un desarrollo
económico próspero y el crecimiento de las instituciones democráticas, algo que
señaló originalmente el gran sociólogo Seymour Martin Lipset. (...)
El último aspecto del proceso de modernización
atañe al ámbito de la cultura. Todo el mundo desea un desarrollo económico, y éste
tiende a fomentar las instituciones políticas democráticas. Pero, al final del
proceso de modernización, nadie desea la uniformidad cultural; de hecho, las cuestiones
sobre identidad cultural regresan con fuerza redoblada. Huntington tiene razón
al decir que nunca viviremos en un mundo en el que exista una uniformidad cultural,
la cultura global de lo que él denomina el “hombre de Davos”. De hecho, no querríamos
habitar un mundo en el que tuviéramos los mismos valores culturales universales
basados en cierto tipo de americanismo globalizado. Vivimos por las tradiciones
históricas compartidas, los valores religiosos y otros aspectos de la memoria compartida
que constituye la vida común.
El principio básico de la política
laica ha pasado a formar parte del proceso de modernización por motivos esencialmente
pragmáticos. En la historia de la cristiandad, la Iglesia y el Estado comenzaron
siendo entidades separadas, algo que no ocurrió en el caso del islam. Pero esa
separación nunca fue necesaria o completa. Al final de la Edad Media, todos los
príncipes europeos dictaban las creencias religiosas de sus súbditos; los conflictos
sectarios surgidos después de la Reforma desembocaron en más de un siglo de guerras
sangrientas.
Por consiguiente, la política laica moderna
no afloró automáticamente de la cultura cristiana, sino que hubo de aprenderse
a través de una dolorosa experiencia histórica. Uno de los logros del primer
liberalismo moderno fue su capacidad para convencer a la gente de la necesidad
de excluir del ámbito político el debate sobre los fines definitivos abordados
por la religión. Ésa es una lucha por la que pasó Occidente, y creo que ahora
la está viviendo el mundo islámico.
Un malentendido.
Como se menciona al principio de este
ensayo, el “fin de la historia” ha sido atacado desde numerosos puntos de vista
desde que se enunciara por primera vez. (...). No quiero abordar aquí esa clase
de críticas (...).
Sin embargo, un malentendido que sí
deseo aclarar hace referencia a la confusión generalizada de que, en cierto sentido,
yo estaba abogando por una versión específicamente estadounidense del fin de la
historia, lo que un autor definió como “triunfalismo jingoísta”. (...)
Nada más lejos de la realidad. Cualquiera
que conozca a Kojève y los orígenes intelectuales de su versión del fin de la
historia comprendería que la Unión Europea es una personificación mucho más completa
y real de ese concepto que el Estados Unidos contemporáneo. Al igual que Kojève,
yo afirmaba que el proyecto europeo en realidad era una casa construida como hogar
para el último hombre que nacería al final de la historia. El sueño europeo -que
se siente con más intensidad en Alemania- es ir más allá de la soberanía nacional,
la política del poder y las luchas que hacen necesario el poder militar (volveré
a tratar esto más adelante); por el contrario, los estadounidenses tienen un concepto
bastante tradicional de la soberanía, aplauden a su ejército y les gustan sus
desfiles patrióticos del 4 de julio.
Cuatro desafíos.
De los muchos desafíos para el escenario
evolutivo optimista planteado en El fin de la historia, comprendidos adecuadamente,
hay cuatro que considero los más graves. El primero guarda relación con el
islam como un obstáculo para la democracia; el segundo tiene que ver con el problema
de la democracia en un plano internacional; el tercero hace referencia a la autonomía
de la política, y el último atañe a las consecuencias imprevistas de la tecnología.
Comentaré cada uno de ellos por separado.
Islam.
Sobre todo desde los atentados del
11-S, mucha gente afirma que existe una tensión fundamental entre el islam como
religión y la posibilidad de desarrollo de la democracia moderna. No cabe duda
de que si se observa el mundo, se ha dado una excepción musulmana generalizada
en el modelo global de desarrollo democrático que se aprecia en Latinoamérica,
Europa, Asia e incluso el África subsahariana. (...)
Que el origen del problema se encuentre
en el propio islam como religión me parece a mí extremadamente improbable. Los
grandes sistemas religiosos del mundo son muy complejos. En su día (y no hace
tanto), se utilizó la cristiandad para justificar la esclavitud y la jerarquía;
ahora consideramos que apoya a la democracia moderna. Las doctrinas religiosas
están sometidas a la interpretación política de las sucesivas generaciones. Eso
es tan cierto en el caso del islam como en el del cristianismo.
Se da una tremenda variación en las
prácticas políticas de los países que en la actualidad son culturalmente musulmanes.
Existen varias democracias razonablemente exitosas en países musulmanes, entre
ellos Indonesia, que ha logrado realizar una transición del autoritarismo posterior
a la crisis de 1997; Turquía, que ha vivido una democracia bipartidista intermitente
desde el final de la Segunda Guerra Mundial, o Malí, Senegal y otros países, como
India, que tienen grandes minorías musulmanas. Además, Malaisia e Indonesia han
mantenido un rápido crecimiento económico, así que el obstáculo que plantea el
islam para el desarrollo tampoco es necesario. (...)
La democracia.
La segunda crítica importante que se
ha hecho a mi hipótesis del “fin de la historia” tiene que ver con el problema
de la democracia en el contexto internacional. Cuando escribí que la democracia
liberal constituye la forma definitiva de gobierno, me refería a la democracia
en el contexto del Estado nacional. No anticipaba la posibilidad de crear una
democracia mundial que de alguna manera fuera más allá del Estado nacional soberano
a través del derecho internacional.
Sin embargo, ésta es precisamente la inquietud
que se ha planteado con especial intensidad desde la guerra de Irak de 2003, y
en cierto modo subraya la brecha que ha surgido entre Estados Unidos y Europa
desde entonces. Esta cuestión también la han apuntado durante la última década
los que critican la globalización, para quienes ha surgido un déficit democrático
entre el grado de interacciones registradas entre personas que habitan diferentes
jurisdicciones nacionales y los mecanismos de rendimiento de cuentas institucionalizados
que rebasan las fronteras nacionales. Este problema se ve especialmente agudizado
por el tamaño y el predominio de Estados Unidos en el sistema global actual; EE
UU puede extender la mano e influir en personas de todo el mundo de diversas
maneras, sin que exista una capacidad de influencia recíproca.
Parte del proyecto europeo ha sido superar
el Estado nacional. Por el contrario, los estadounidenses suelen creer que la fuente
de legitimidad o la acción legítima reside en una democracia constitucional soberana.
Estas perspectivas, europea y estadounidense, surgen de sus respectivas historias.
Para los europeos, el Estado-nación soberano ha sido una fuente de egoísmo colectivo
y de nacionalismo que estuvo en la raíz de las dos guerras mundiales del siglo
XX; el proyecto europeo ha tratado de sustituir la política de poder por un sistema
de normas, leyes y organizaciones. Los estadounidenses, por el contrario, han
tenido una experiencia más feliz con el uso legítimo de la violencia por parte
de su Estado-nación (...).
Autoridad política.
La tercera cuestión que sigue siendo
“el fin de la historia” se refiere a lo que yo denominaría la autonomía de la política.
Como se ha indicado, existe una relación entre el desarrollo económico y la democracia
liberal, en la medida en que la consolidación democrática se hace mucho más
fácil cuando los niveles de PIB per cápita son relativamente elevados. Sin embargo,
el problema inicial es conseguir que el desarrollo económico comience, algo que
ha eludido a muchos países en vías de desarrollo del África subsahariana, del sur
de Asia, de Oriente Próximo y Latinoamérica.
El desarrollo económico no se obtiene
sólo con políticas económicas buenas; hace falta tener un Estado capaz de garantizar
a la gente que viva en él ley y orden, derechos de propiedad, dominio de la ley
y estabilidad política antes de que pueda disponer de inversión, crecimiento, comercio
local e internacional, y demás. Para aprovechar la globalización, como han
hecho India y China en años recientes, se requiere ante todo disponer de un Estado
competente que pueda establecer cuidadosamente las condiciones de exposición a
la economía mundial.
La existencia de Estados competentes
no es algo que pueda darse por sentado en el mundo en desarrollo. Muchos de los
problemas que experimentamos en la política del siglo XXI están relacionados con
la ausencia de instituciones estatales fuertes en los países pobres, no con el
antiguo programa de Estados excesivamente fuertes que se daba en el siglo XX.
El XX estuvo dominado por grandes potencias, por Estados como la Alemania nazi,
el Japón imperial, o la ex Unión Soviética, demasiado grandes y poderosos. En
el XXI, los problemas más frecuentes provienen de lugares como Somalia, Afganistán
y Haití: países que carecen de instituciones gubernamentales capaces de garantizar
el sistema básico de derecho necesario para el desarrollo o para la creación de
instituciones democráticas.
Por tanto, nos enfrentamos a una agenda
doble. En el mundo desarrollado, Europa afronta una importante crisis del Estado
de bienestar en las próximas generaciones de población descendente, y derechos
y normativas imposibles de mantener. Pero en el mundo en vías de desarrollo hay
una ausencia de estatalismo que impide el desarrollo económico y que sirve de
caldo de cultivo para una serie de problemas como los refugiados, las enfermedades
y el terrorismo. En consecuencia, el programa es muy distinto en las dos partes
del mundo: recortar el alcance del Estado en el mundo desarrollado, pero fortalecer
el Estado en muchas partes del mundo en vías de desarrollo. (...)
Tecnología.
Del cuarto reto escribí (2002) en mi
libro Our posthuman future: consequences of
the biotechnology revolution [Nuestro futuro poshumano: consecuencias de la
revolución biotecnológica], y es que nuestra capacidad para manipularnos biológicamente,
ya sea a través del control del genoma, los fármacos psicotrópicos, una futura
neurociencia cognitiva, o mediante alguna forma de alargamiento de la vida, nos
proporcionará nuevos métodos de ingeniería social que aumentarán la posibilidad
de que surjan nuevas formas de política.
Decidí escribir sobre este tipo de futuro
tecnológico porque la amenaza es mucho más sutil que la planteada por las armas
nucleares o el cambio climático. Las consecuencias posiblemente perjudiciales o
deshumanizadoras del avance tecnológico están ligadas a temas como la superación
de las enfermedades o la longevidad que los seres humanos desean universalmente,
y, por tanto, serán mucho más difíciles de prevenir. (...)
Las sociedades deben asumir como retos
las oportunidades y los riesgos planteados por la tecnología actual, por ejemplo,
y abordarlos mediante políticas e instituciones. Por consiguiente, el futuro es
realmente mucho más abierto de lo que podrían dar a entender sus condiciones
previas económicas, tecnológicas o sociales. Las decisiones políticas tomadas por
poblaciones que votan y por los líderes de nuestras diferentes democracias tendrán
gran importancia para la fortaleza y la calidad de la democracia liberal en el
futuro.››
La teoría de Tony Judt.
José Manuel Calvo. Entrevista: Tony Judt historiador. “Europa
debe adaptar el Estado del bienestar a la inmigración”. ”El País” Domingo
(18-VI-2006) 6-7.
El historiador británico Tony Judt
pasa revista en su despacho de Nueva York a la historia de Europa tras la Segunda
Guerra Mundial. En su opinión, el viejo continente puede enseñar la forma de
evitar errores como los cometidos en su suelo en el pasado y ofrecer al mundo un
modelo de organización internacional.
‹‹“Creo que es algo terrible, pero Europa
tiene que fijar límites a su expansión; en algún momento hay que decir: Europa
llega hasta aquí”.
“La diferencia entre EE UU y Europa es
que a EE UU vas individualmente, pero Europa te llega a tu país y, cuando eso ocurre,
es maravilloso”.
“El desafío es mantener las grandes virtudes
del Estado del bienestar al tiempo que se incorpora a los inmigrantes, sin provocar
el ascenso de políticas antiinmigración”.
“Europa occidental no supo reaccionar
a la caída del muro y complicó un proceso de integración política que debería
haber sido más fácil”.
“Los intelectuales de Europa tienen una
gran responsabilidad por no haber reflexionado sobre el comunismo, igual que ocurrió
en los años treinta con el fascismo”.
En diciembre de 1989, cuando el historiador
Tony Judt cambiaba de tren en la Westbahnhof de Viena, decidió escribir un
libro. Volvía de Praga, donde Václav Havel y sus compañeros hacían la revolución
de terciopelo, semanas después de la caída del muro de Berlín. “Una era acaba y
otra empieza”, pensó. Quince años después, Judt (Londres, 58 años, profesor en
Nueva York y director del Instituto Remarque) publica Postwar [Posguerra, Taurus,
octubre de 2006], un gran retrato de los 60 años de reconstrucción de Europa desde
1945 que no ahorra incómodas realidades sobre la colaboración, la resistencia o
la guerra fría: “La historia como desencanto de los mitos, como ruptura de ciertos
recuerdos”. Esta Europa que ocupa “una privilegiada situación para ofrecer al mundo
algún consejo modesto sobre cómo no repetir los errores que ella cometió” y que
podría ser el modelo futuro de organización internacional: “Si los europeos no
se suicidan políticamente, es decir, si mantienen la unidad política, el siglo
XXI podría ser el siglo de Europa, un continente próspero y estable con un modelo
único que combina las libertades occidentales con la cohesión social”, dice Judt
en su despacho del Instituto Remarque, con ventanas que dan a Washington Square,
corazón de la Universidad de Nueva York.
Pregunta. Ni la historia edulcorada ni
la amnesia, propone usted al contar los últimos 60 años de Europa.
Respuesta. Hemos de tener cuidado, al
librarnos de la autocomplacencia con la que se narraba la reconstrucción después
de 1945, de no caer en otro tipo de autosatisfacción, la de decir: “Hay que ver,
qué honrados somos”. El nuevo mito sería: como ya hemos dicho la verdad y sabemos
cómo fue todo, no hace falta que volvamos sobre ello. Una trágica consecuencia
de esto es que hoy, en Alemania, los jóvenes dicen: “Bueno, ya sabemos toda la
verdad de lo que pasó; ¿podemos, por favor, dejarlo ya?”.
P. Dedica su epílogo al Holocausto y a
la necesidad de mantener vivos los horrores pasados, pero no de cualquier forma.
R. Hay que mantenerlos, pero como historia,
porque si lo haces como memoria, siempre inventas una nueva capa de olvido. Porque
recuerdas siempre alguna cosa, recuerdas lo que te es más cómodo, o lo que te
es políticamente más útil... Por eso escribí el epílogo, porque quería acabar subrayando
la importancia de la historia, especialmente en la época contemporánea, cuando
es tan fácil pensar que con la memoria es suficiente.
P. ¿La memoria selectiva es necesaria
a veces para la supervivencia?
R. Depende de si le respondo como historiador
o como ciudadano. Como ciudadano, diría: ya sea sobre 1945 o 1989, hay que
decir la verdad, hay que hacer todas las preguntas. Como historiador, le diría
que en estas situaciones hay un modelo: en los primeros años después de una
catástrofe, como la II Guerra Mundial, o una ocupación o una guerra civil,
tiene que haber un tiempo de silencio político. Y luego, normalmente una generación
después y con estabilidad política y económica, la gente empieza a decir: “Un momento,
así no es como fue”, o “¿Estás seguro de que eso fue así?”, o “Hay cosas que
tenemos que decir porque no las pudimos decir antes”... Esto es lo que pasó en
Alemania en los años sesenta y setenta, pero no antes, porque era imposible.
P. Tras el silencio, ¿puede llegar a
ser arriesgado que haya demasiados recuerdos?
R. Sí, demasiada memoria podría ser algo
malo por contraproducente. Y si se insiste en sacar a la luz todo el dolor, todos
los delitos, los compromisos y colaboraciones de la gente, o de sus padres, o cosas
que muchos no quieren recordar, pueden pasar un par de cosas: primero, la gente
va a decir: “Mi historia es la historia verdadera, no las de los demás”; segundo,
va a ocurrir... Se lo diré con un ejemplo: cuando, en los años ochenta, empezó
a debatirse abiertamente en Francia todo lo del Gobierno de Vichy, uno de los
primeros en hablar fue Bruno Maigret, número dos entonces del Frente Nacional
de Le Pen. Maigret dijo que se alegraba mucho y que había que contar toda la verdad
de la magnitud de la colaboración, porque eso demostraría que Vichy era popular,
que aquel Gobierno tenía respaldo... “Il faut le dire, hay que decirlo, después
de 30 años de haberlo negado, y eso me legitima a mí, a Maigret”.
P. Un debate que no llegó al fondo hasta
la muerte de Mitterrand, que había sido funcionario de aquel Gobierno...
R. Él representa todas las ironías y
las complejidades. Si se multiplica eso por millones de franceses, es fácil ver
por qué puede llegar a ser políticamente insostenible un proceso en el que se
exige demasiado al recuerdo, a la memoria.
P. Es chocante leer en su libro que en
Francia se sancionó a menos del 0,1% de los colaboracionistas de Vichy.
R. Mucha gente me dice: “Pero ¿es verdad
eso?”. Porque existe la idea, primero, de que no hubo muchos colaboracionistas,
y segundo, de que todos ellos habían sido castigados. Y en realidad fueron muy
numerosos, y muy pocos fueron castigados; irónicamente, hubo más castigos en países
como Noruega o Dinamarca, donde se dieron los índices más bajos de colaboracionismo.
Cada país tiene su propia historia: Italia, en donde fue necesario construir el
mito del antifascismo, porque había habido un país fascista durante 21 años; porque
el único espacio que se le dejó en Europa fue el de una república alpina neutral:
si no hubiera sido por la guerra fría, Occidente y, por distintas razones, los
rusos, no lo hubieran admitido. El resultado ha sido que Austria fue uno de los
últimos países en los que se pudo hablar públicamente de lo que había pasado.
P. “Habría sido imposible gobernar
Alemania sin alemanes después de la guerra”. Por eso, en 1951, en Baviera, el
94% de los jueces y fiscales y el 77% de los funcionarios de Hacienda eran ex
nazis. El 43% del cuerpo diplomático en Bonn eran antiguos miembros de las SS,
y el 17%, de la Gestapo...
R. Se debió a un par de razones.
Primero, no había suficiente gente cualificada que no fueran nazis, exactamente
como ocurrió después del comunismo en Bulgaria, Rumania... Los únicos con títulos
superiores, ingenieros o gestores habían tenido cargos en el partido comunista.
Pero hubo otra razón: la decisión estratégica de norteamericanos y británicos
de no castigar colectivamente, sino individualmente, porque en el derecho anglosajón
cada delito es individual. El resultado es la paradoja de que todo aquel que no
fue juzgado sintió que no era culpable. En los sesenta conocí a algunos
alemanes que habían pertenecido al partido nazi con responsabilidades de nivel
medio y hablaban de ello con toda naturalidad. Yo, un joven estudiante inglés,
estaba horrorizado, pero ellos me decían: “Todo el mundo pertenecía al partido,
¿qué querías que hiciéramos?”. Si se hubiera querido reconstruir el país con
heroicos resistentes, habría habido 10.000 personas en total.
P. Es estremecedor el capítulo En el torbellino,
sobre los efectos de la guerra fría en Hungría, Polonia, Checoslovaquia... Y cómo
los intelectuales europeos, sobre todo franceses, rechazan los testimonios de
la represión. “Hay que elegir entre la Unión Soviética y el bloque anglosajón”,
dijo Jean Paul Sartre.
R. Pasó con otros intelectuales
-italianos, británicos-, pero fue especialmente fuerte en Francia. Tiene que
ver con la humillación: la combinación de la catástrofe sin precedentes de 1940
en Francia -que es mucho más psicológica, aunque también militar- con lo humillante
de la ocupación, y de haber sido liberados por norteamericanos y británicos. La
ironía es que después de la guerra, París vuelve a ser la capital intelectual
de Europa. ¿Por qué? Porque Berlín está muerta, porque el Este está bajo el comunismo,
Gran Bretaña es marginal, España está bajo Franco, Italia está recuperándose de
la Guerra Civil y del fascismo, América está aún muy lejos... Y los intelectuales
del Este, los americanos, los españoles disidentes van a París, y hay esta ilusión
que se cultiva entre los intelectuales parisienses -muy poderosos- de que Francia
es, de nuevo, un país distinto, ni comunista ni angloamericano, una tercera
vía. La consecuencia fue una absoluta ceguera sobre lo que pasaba en el Este. A
eso hay que añadir esa idea de que las personas que saben, porque lo han visto
o sufrido, son malos testigos por definición: si has experimentado el comunismo,
ya no eres objetivo a la hora de hablar, porque lo has sufrido, porque eres una
víctima. “No escuchéis a los que gritan socorro, porque no saben de lo que
hablan”. En la medida en que eres víctima, no eres fiable.
P. ¿Hay alguna conexión entre esto y
la corriente intelectual europea antiamericana?
R. El antiamericanismo era, en algunos
países, más fuerte entre intelectuales y artistas que entre las masas. No fue
sólo la humillación de la liberación o del Plan Marshall, sino la visión de América:
todo lo que era intranquilizador sobre el futuro -la industrialización, la modernización,
la velocidad, la pérdida de las certezas-, de alguna manera estaba simbolizado
por América. No tenía que ver con la derecha o la izquierda; la extrema derecha
fue muy antiamericana, porque creía que América eran los judíos y el cosmopolitismo
y la amenaza a las identidades nacionales... y después de la guerra, lo fue la
izquierda. No era tanto político como cultural, y se trataba del miedo al cambio.
Aunque la guerra lo trastornó todo, muchos de los hábitos culturales de los años
veinte estaban aún presentes en Europa en los años cuarenta y cincuenta, y uno
era esta visión de América como un lugar extraño, ajeno.
P. El viejo orden concluye con Mijaíl
Gorbachov, con la caída del muro. ¿Los que vivían al otro lado se imaginaban algo
así?
R. Yo iba a Europa del Este en los ochenta
con una organización dedicada a llevar ilegalmente libros a Checoslovaquia. Conocí
a optimistas y pesimistas, pero nadie tenía expectativas de un cambio
inmediato. Su gran esperanza era que Gorbachov ayudara a reformar a los comunistas
en Hungría o que los comunistas polacos llegaran a algún acuerdo con Solidaridad.
P. ¿Cómo se explica ahora la catástrofe
de los Balcanes?
R. Muchos en Occidente cayeron en la
ilusión de que Yugoslavia era un lugar de compromiso; la izquierda podía creer
que Tito había inventado, con éxito, un comunismo autónomo, y la derecha podía
pensar que era un régimen comunista, pero occidental. Y todos tardaron mucho en
enterarse de lo que pasaba; Tito -hablábamos de olvidar el pasado- había
manejado muy bien la historia: la tragedia de la guerra, las masacres entre croatas
y serbios... y caímos en el sueño de un Estado multicultural y multinacional. Luego,
frente al problema de política exterior y al reto moral del enfrentamiento, no
hubo capacidad de respuesta colectiva. El Ejército yugoslavo y los paramilitares
serbios podrían haber sido derrotados por una división de soldados británicos.
Pero nadie tuvo la voluntad política de hacerlo.
P. E intervinieron los norteamericanos...
R. Intervinieron en 1995, y lo que
hicieron, insisto, es algo que británicos y franceses podrían haber hecho perfectamente.
Desde el punto de vista bosnio o croata, fue doblemente catastrófico: primero,
Europa no hace nada, y después, América tarda en llegar. No había una voz común
europea que les dijera a los serbios que tenían que entregar a los criminales
de guerra o que tenían que pactar. La historia que Europa se había contado a sí
misma desde 1945 hasta 1989, la historia de una nueva Europa basada en la paz,
la cooperación y las alianzas económicas, hacía muy difícil imaginar una guerra,
un conflicto con limpieza étnica fascista. Por eso fue tan terrible.
P. ¿De qué cosas debe avergonzarse Europa?
R. Bueno, ya hemos hablado de una, Yugoslavia.
Otra fue, durante mucho tiempo, el silencio sobre el pasado; si se hubiera parado
el reloj en los años setenta, tendríamos mucho de lo que avergonzarnos. Otra
más: la paradoja, muy embarazosa, de que Europa occidental se reconstruyó con gran
éxito en parte porque Europa oriental no estaba presente. Los intelectuales europeos
tienen una gran responsabilidad por no haber reflexionado correctamente sobre
el comunismo, igual que fracasaron en los años treinta con el fascismo, con lo
que la división entre Este y Oeste es más profunda de lo que tendría que ser.
Diría que Europa occidental no supo reaccionar ni rápida ni entusiásticamente
en 1989, y, como resultado, complicó durante un tiempo un proceso de integración
política que debería haber sido más fácil.
P. ¿Y la lista de las cosas de las que
pueden enorgullecerse los europeos?
R. ¡Oh, Dios mío! Un montón. Lo principal
es que era impensable, en 1945, que las cosas fueran como fueron después.
¿Cuáles eran las perspectivas? Un probable retorno al fascismo en muchos países;
porque era una respuesta obvia a las experiencias de la guerra, a las privaciones...
Otra posibilidad era la implantación del comunismo en Italia, quizá en Francia,
en Bélgica... Y nadie podía haber soñado que Europa iba a recuperarse en menos
de 50 años; algo inimaginable al contemplar el grado de destrucción económica y
moral de 1940 a
1945. Era muy difícil recuperar la idea de civilización europea. Que Europa sea
lo que es hoy es asombroso. Segundo, Europa ha logrado algo que ningún otro grupo
de países ha hecho: mantener las autonomías nacionales -el Estado español, el
británico, el alemán-, dando al mismo tiempo auténtico poder de iniciativa a organismos
supranacionales.
P. ¿Qué errores de fondo, de los que
no se habla lo suficiente, está cometiendo Europa?
R. Creo que es un gran error que
llevemos 25 años sin reflexionar en serio sobre las implicaciones de la inmigración
ni sobre las sociedades multiculturales y multirreligiosas. El resultado es que
políticos como Le Pen tienen mucho campo. Creo que es grave no haber reformado
los sistemas educativos: tenemos grandes universidades con cientos de miles de
estudiantes sin perspectivas de empleo y con títulos devaluados. Y debo decir que
mi generación, la del baby boom, ha demostrado ser políticamente desastrosa:
tenemos políticos de segunda o tercera categoría. Si se compara con la generación
posterior a la guerra mundial -y lo mismo ocurre aquí, en EE UU-, la diferencia
es evidente. No tenemos líderes políticos, en Europa o en Norteamérica, capaces
de hablar de los desafíos actuales, y mucho menos de los futuros.
P. ¿Cuáles son esos retos?
R. Hablaré de dos. El Estado del bienestar
fue un gran éxito europeo. La combinación de prosperidad y seguridad se dio mejor
en países pequeños y ricos como Holanda, Suecia o Dinamarca. Ahí es donde la
presencia de comunidades muy distintas -por el color de la piel, la religión,
el idioma- es más difícil de asumir. El reto, para todos, es mantener las grandes
virtudes del Estado del bienestar al tiempo que se incorpora a los inmigrantes,
sin provocar el ascenso de políticas antiinmigración que capten al electorado
de la derecha o de la izquierda. Es decir, Europa debe adaptar el Estado del
bienestar a la inmigración, rediseñar el Estado de bienestar sin hacer el juego
al multiculturalismo extremo ni al nacionalismo, para reconstruirlo en sociedades
mezcladas para las que no estaba pensado.
P. ¿Y el segundo?
R. El segundo sería fijar límites a la
expansión de Europa, la única zona del mundo, con Israel, que no define sus fronteras.
Es un conflicto, porque si defines las fronteras, vas a tener un problema con
la gente que se queda fuera; pero si no las defines, vas a tener el problema en
casa, porque el electorado, de España, de Francia o de donde sea, te va a
decir: “Un momento, ¿vamos a pagar dinero a los turcos, a los bielorrusos, a los
ucranios, y ellos van a venir aquí y van a ocupar nuestros empleos?”. Yo no tengo
respuestas, y sé por experiencia -en Turquía, en Macedonia, en otros lugares- que
lo mejor que tiene Europa es la promesa de que va a llegar hasta ti. La diferencia
entre EE UU y Europa es ésa: EE UU es un sueño, el estilo de vida americano,
pero tienes que ir allí, es un sueño individual, privado: te metes en un barco,
en un avión, y vas a América, y prosperas y eres libre, etcétera. Pero Europa...
tú estás donde estás, y Europa te llega. Estás en Macedonia, en Serbia, en Turquía,
en Ucrania... y Europa llega: te haces europeo donde vives, es algo maravilloso.
Pero tiene que haber un límite.
P. ¿Dónde está ese límite?
R. Hay que pensarlo y decidirlo, y entiendo
que es algo terrible, porque los países que se queden fuera probablemente no tendrán
posibilidades de convertirse en democracias estables, con lo que, aparte de lo
que eso supone, nos estamos creando malos vecinos. Pero en algún momento hay que
decir: Europa llega hasta aquí.››
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