Las primeras invasiones
bárbaras.
El mundo germano anterior a las grandes invasiones
tiene su origen en la actual Alemania y Escandinavia.
Mientras la civilización se consolidaba en el
Mediterráneo, en otras partes de Europa hubo grandes cambios. Las culturas de
las edades del Bronce y del Hierro de las regiones exteriores consistían
principalmente en comunidades pastoriles y agrícolas, mucho menos estables que
los asentamientos grecorromanos. Las emigraciones de áreas más pobres a zonas
más ricas fueron continuas, y el movimiento de un pueblo o tribu desplazaba a
su vez a otros pueblos y a menudo provocaba reacciones en cadena.
Los primeros en comenzar dichos movimientos durante
los siglos finales de la era precristiana y principios de la era cristiana
fueron las tribus germánicas. Estas tribus habían ocupado partes de
Escandinavia meridional y Alemania septentrional a finales de la Edad del
Bronce. Durante la Edad del Hierro, desde finales del I milenio aC, comenzaron a emigrar al sur, quizás a causa
de un empeoramiento del clima, y pugnaron contra los celtas, hasta alcanzar el Rin y el Danubio, y en ocasiones atacaron la Galia e Italia, aunque fueron rechazados por los romanos otras vez al norte de la doble frontera fluvial. Especial virulencia fue el ataque en el siglo II aC de dos tribus germánicas, los
cimbrios y los teutones, alcanzaron la zona que hoy día es Provenza, pero
fueron rechazadas y exterminadas finalmente por los romanos.
Los suevos tuvieron más éxito y ocuparon parte de la
Alemania actual. Las tribus celtas de esa región fueron empujadas hacia el
oeste para ser conquistadas muchos años más tarde por los romanos bajo mando de
Julio César. La expansión romana hacia los territorios germánicos fue
interrumpida en el año 9 dC, cuando los rebeldes germanos dirigidos por Arminio
(Hermann) aplastaron a tres legiones romanas en el bosque de Teoburgo. Como
consecuencia, Roma estableció una zona de contención al este del Rin y al norte
del Danubio.
Aproximadamente en el año 150 dC, las migraciones y
posteriores dislocaciones de pueblos se intensificaron de nuevo y amenazaron
las fronteras imperiales. El emperador Marco Aurelio luchó con éxito contra los
marcomanos y los cuados, al igual que contra un pueblo no germano, los yacigos;
un ejemplo de las características de este periodo es que Marco Aurelio pasó
gran parte de su reinado luchando con las tribus invasoras. A comienzos del
siglo III dC, los alamanes habían penetrado al norte de la frontera romana, y
al este los godos comenzaron su infiltración en la península de los Balcanes.
Tras una primera derrota ante las tropas imperiales, los godos se convirtieron
en mercenarios de Roma.
Los germanos se dividieron durante la mayor parte de
su historia en dos sectores territoriales: el occidental entre los ríos Rin y
Elba, y el oriental más allá del Elba y del Oder. Otra división es la lingüística,
lo que ha dado origen a varios de los idiomas modernos, como el alemán,
holandés, inglés, danés o sueco entre otros. Los germanos orientales fueron los
principales protagonistas de las “migraciones del siglo III” que precipitaron la
crisis del Imperio tardorromano.
Eran un pueblo rural, que vivía en pequeños poblados
donde vivían de una agricultura sedentaria, con uso del arado de ruedas, más la
explotación del ganado y del bosque, y algo de comercio y artesanía, sobre todo
de armas de hierro.
Tenían una organización social simple, con una familia
amplia, tribu y pueblo. La soberanía popular residía en la asamblea de
guerreros. Las clientelas militares se basaban en la fidelidad personal al jefe.
La realeza podía ser militar y dinástica (descendiente de un linaje de origen
divino). Sus creencias religiosas estaban ligadas a la naturaleza.
El contacto con Roma llevó a una progresiva
germanización del ejército romano, mientras que en los límites fronterizos
muchos colonos germanos ocuparon las tierras.
Durante la segunda mitad del siglo III, los grupos germánicos (incluidos los francos), penetraron en el Imperio. Se hicieron grandes esfuerzos para fortalecer las defensas interiores. Bajo el emperador Aureliano se construyó una muralla alrededor de la misma Roma, Dacia fue abandonada,
Roma sólo pudo capear la crisis del siglo III gracias a la reestructuración del Imperio por parte de Diocleciano, realizada en principio para enfrentarse a las tribus germanas con más eficiencia. A mediados del siglo IV la situación parecía estar bajo control, pero un nuevo pueblo, los hunos, invadió Europa desde Asia central y causó una nueva serie de reacciones en cadena.
Las migraciones
del siglo V y la disgregación del Imperio de Occidente.
Los principales pueblos germanos justo antes de las invasiones del siglo V eran: francos, sajones, frisones, anglos, jutos, alamanes, suevos, vándalos, turingios, burgundios, marcomanos, cuados, lombardos, visigodos, ostrogodos, alanos...
Hacia el final del siglo IV los pueblos germanos del norte y el este del Imperio romano habían comenzado un movimiento hacia el oeste y el sur. Eran pueblos agrícolas y pastoriles y, como todos los pueblos pastores con un alto grado de nomadismo, tenían una larga historia de migraciones.
Para afrontar la emigración germánica, Roma, con serios problemas económicos, siguió una política de adaptación pragmática. El Imperio, cuya extensión era excesiva, se podía permitir perder territorio, que se cedía inmediatamente a los germanos; pero los emperadores decidieron defender puntos estratégicos vitales, como los puertos mediterráneos, de los que dependía Europa meridional para conseguir el imprescindible trigo norteafricano. A mediados del siglo V, sin embargo, los grupos germánicos tenían el control político del Imperio de Occidente.
Los visigodos se introdujeron en el Imperio a raíz de que en el siglo IV los violentos hunos invadieron las llanuras de la actual Ucrania desde las estepas de Asia Central y expulsaron a los ostrogodos, alanos y visigodos. Estos últimos a su vez penetraron en el Imperio romano a través del Danubio y después de una sucesión de guerras (derrotaron a los romanos en Adrianópolis en el año 378) y pactos, y tras convertirse a la secta arriana del cristianismo, se establecieron en los Balcanes hasta que, tras la muerte del general romano Estilicón, marcharon sobre Roma, que el rey visigodo Alarico I saqueó en 410, lo que provocó una conmoción en todo el Imperio. Poco después los vándalos, tras atravesar la península Ibérica, penetraron en el norte de África bajo dominio romano y establecieron un reino con capital en Cartago. En el año 451 un ejército romano comandado por Aecio y apoyado por los visigodos, derrotó a los hunos de Atila, pero dos años más tarde Roma fue saqueada de nuevo, esta vez por los vándalos. En ese momento Britania, Galia e Hispania estaban ocupadas por tribus germánicas.
La primera “oleada germánica” en Galia e Hispania
ocurrió porque los hunos empujaron a otros pueblos germanos hacia el Rin:
vándalos (asdingos y silingos), alanos y suevos (406), que saquearon la Galia
hasta que penetraron en Hispania (409) y la dividieron en áreas de influencia.
El emperador Honorio envió contra ellos a los visigodos (416), establecidos en
el sur de la Galia con un foedus. Era el primer reino bárbaro en el
interior del Imperio y había abrazado la herejía arriana, que no aceptaba que Cristo fuera parte de la Santísima trinidad, considerándolo simplemente un profeta.
El genetal Aecio fue el “último romano”, el gran defensor final del
Imperio. En la época de Valentiniano III (423-455), Aecio resistió en la
frontera del Rin, aliado temporalmente con los hunos, mientras otros pueblos
germanos se infiltraban. Los vándalos ocupaban África, los suevos casi toda
Hispania, los britanos se independizaron de hecho al tiempo que sufrían la
invasión de anglos, sajones y jutos llegados de Germania y la actual Dinamarca.
Finalmente, el rey huno Atila atacó al Imperio de Occidente en el 450. Primero
fue derrotado por Aecio en Campus Mariacus en 451 pero al año siguiente
volvió a atacar, ahora en Italia Roma; sólo su muerte salvó al Imperio un
tiempo. Pero Aecio fue ejecutado (454) por el emperador y éste un
año después también es asesinado.
La disolución del poder imperial fue rápida en los dos
decenios siguientes, a partir del 455. El Imperio de Occidente, reducido a
Italia en el eje Milán-Ravena, quedó a merced de los jefes militares de origen
germano Ricimero (456-472) y Odoacro (475-489), que entronizaron y depusieron a
emperadores hasta que en el 476 fue depuesto el niño emperador Rómulo Augústulo, sin haber designado heredero.
Cuando a Zenón, el emperador del Imperio de Oriente, le aconsejaron que no designara un sucesor, la sugerencia parecía razonable. En teoría, en la ley y en los corazones del pueblo, el Imperio era invulnerable. Muchos reinados de emperadores habían sido cortos, muchos habían terminado violentamente y los pueblos germánicos beligerantes habían estado presentes en la vida política romana durante más de un siglo. Nadie podría haber imaginado en la época que Rómulo Augústulo (que irónicamente llevaba el nombre del legendario fundador de Roma) iba a ser el último emperador romano de Occidente y que una época había terminado.
Los reinos germánicos.
Desde 476 sólo restará el Imperio romano de
Oriente, que pronto se llamará de Bizancio.
Las tribus germánicas querían tierras y riquezas, pero también deseaban vivir como romanos, y lo que se considera convencionalmente como la 'barbarización' del Imperio de Occidente debería considerarse con la misma firmeza la romanización de los bárbaros. El conflicto básico entre ambos pueblos fue religioso.
Los germanos occidentales eran paganos que adoraban un panteón de dioses celestiales y deidades naturales. Los germanos orientales ya se habían convertido al cristianismo gracias a la intensa actividad misionera desarrollada por el obispo Ulfilas, un seguidor de la doctrina del arrianismo, que mantenía que Cristo era totalmente humano y no tenía naturaleza divina. En el año 380 esta teoría se consideró una herejía. De este modo, los pueblos germánicos fueron odiados y temidos menos como enemigos políticos de Roma que como portadores de una versión herética del cristianismo.
Los vándalos de Genserico invaden las provincias del norte de África, ricas en cereales, en el año 428 y después dominan el oeste del mar Mediterráneo con sus islas, pero debido a su arrianismo fracasará en integrar a la población católica.
Los visigodos,
regidos por Teodorico II y Eurico, derrotan a los suevos, disuelven el foedus
con Roma, y se extienden por el sur de Galia e Hispania, en esta sobre todo a partir de 507 al ser vencidos por los francos en la Galia.
Los burgundios,
alamanes y francos, y el romano Egidio, dominan el resto de Galia.
Hacia el año 500 la Europa bárbara sufre importantes
cambios. Los ostrogodos de Teodorico invaden Italia y vencen al hérulo Odoacro,
creando un reino ostrogodo poderoso y eficaz, aunque con estricta separación entre las dos comunidades, arriana y católica.
Los francos de Clodoveo
(convertido al catolicismo) se extienden por el norte de la Galia venciendo a Siagrio (el hijo de Egidio) y a los visigodos de Alarico II en el sur.
En Inglaterra
los invasores empujan a los cristianos britanos (o bretones) hacia Gales, Cornualles y la
Bretaña (en Galia). Aparece así un Inglaterra anglosajona. Los pictos y escotos atacaron desde Irlanda y se apoderaron de Caledonia (la actual Escocia) y los anglos, sajones y jutos tomaron el resto del
país. Se crearon siete reinos, que conformaron la Heptarquía, en la que se sucedieron breves hegemonías mediante alianzas, hasta que Mercia dominó, al
tiempo que se producía la recristianización del territorio.
En la península Ibérica, la conversión del visigodo Recaredo al cristianismo (año 587), resolvió el conflicto que enfrentaba a la iglesia hispanorromana con la élite invasora dominante. Se acepta que con Recaredo se estableció la unidad nacional, incorporando a los pueblos peninsulares en el sistema político de la monarquía visigoda.
La nueva sociedad medieval.
Los nuevos invasores eran escasos (por ejemplo, apenas 12.000
guerreros ostrogodos tomaron Italia) pero tomaron el poder político con éxito y relativa facilidad. Pero la destrucción y la
inseguridad afectaron gravemente a la población romana. Se interrumpieron las rutas comerciales , pero también aportaron una
renovación moral, y nuevos ideales a una sociedad decadente.
Ante sus ataques el Imperio estaba casi indefenso, sin capacidad de
movilización militar y ni siquiera con la ambición de lograrla, porque al poco tiempo degeneraba en poderes
regionales independientes. Los grupos sociales eran insolidarios entre sí y no deseaban
luchar por el Imperio. En cambio, la Iglesia cristiana pasó con éxito la
prueba, desligándose del Imperio y resistiendo el arrianismo no proselitista de
los invasores, que obedecía a motivos de afirmación nacional antes que a ideas
religiosas. Las “barbaries” indígenas anteriores a la romanidad renacieron con
fuerza, así como las revueltas sociales y el bandidaje, lo que motivó la
alianza entre la aristocracia romana y los invasores.
La influencia del ideal del Imperio se atempera con la
consciencia de que la solución a los problemas sólo podía estar en poderes
regionales, con realezas basadas en la jefatura militar y judicial sobre los
germanos y los romanos.
Pese a todo, el recuerdo del Imperio y sus estructuras imperiales
se mantuvo largo tiempo en el latín, la administración, las leyes y los
impuestos. La parcial reconquista bizantina ayudó a ello. La Iglesia ayudó con la
sacralización del poder imperial y real, e intervino en la vida política
(cargos públicos, concilios como precedentes de las Cortes). El papa Gregorio I
adoctrinó que el rey debía ser católico para conservar su poder.
La realeza y la aristocracia se repartían el poder, a
menudo con conflictos. El rey era un jefe guerrero electivo en la tradición
germánica mientras que con la aristocracia, que tenía el poder militar y
económico en el territorio. Con el tiempo la sucesión real por elección se sustituyó
por la sangre (herencia del hijo varón mayor). La aristocracia consolidó su
poder sobre la tierra, lo que le facilitó mantener clientelas militares e influir
sobre la monarquía.
En los siglos VI a XI Europa sufrió en general un grave
estancamiento económico, salvo en el Oriente bizantino. El Islam interrumpió
gran parte del comercio mediterráneo. La miseria era general debido a la
catástrofe de las estructuras políticas y económicas del Imperio (impuestos,
moneda, seguridad, comercio, precios), deviniendo en una “economía natural” de
intercambio hasta que el feudalismo asentó unas nuevas bases para el
desarrollo.
El descenso de población fue generalizado: hambre,
guerras, enfermedades, peste, inseguridad individual y colectiva, en un círculo
vicioso de poca población y poca producción. Era un mundo del bosque, de
espacios rurales recuperados por la naturaleza. Las costumbres alimentarias de
los germanos (caza, pesca, ganado, recolección) se mezclaron con las
mediterráneas (pan, vino, aceite). No se perdieron las técnicas agrícolas
(rotación de cultivos, herramientas de hierro, molino de agua). Los cereales
eran la base de la alimentación; la vid y el olivo se expandieron, como la
ganadería.
Hubo una tendencia a la expansión de la gran
propiedad, en manos de la aristocracia regional, de origen mixto romano y bárbaro.
La propiedad real menguó cuando los reyes perdieron su poder poco a poco ante
el empuje de la aristocracia regional. También la Iglesia acaparó grandes
propiedades rurales (Carlos Martel realizó la primera gran secularización, para
limitar el fenómeno).
Se empleaba mano de obra esclava para la terra dominicata y colonos libres para
el resto, en mansos. Estos colonos vivían en la miseria normalmente.
También los numerosos campesinos alodiales (en plena propiedad) vivían en
perpetua inseguridad y solicitaban la protección de los poderosos, a cambio de
sus tierras o de servicios. Lo importante era la producción y no la propiedad
de la tierra.
La decadencia urbana comenzó con la crisis del siglo
III y se ahondó en los siglos “bárbaros”. Apenas mantuvieron las ciudades unas
funciones administrativas, militares, políticas, eclesiásticas (sobre todo las
sedes episcopales), agrarias y comerciales. Una ciudad era grande con solo 10.000
habitantes. París y Roma alcanzaban en sus mejores épocas los 20.000.
La producción artesanal se ruralizó, en manos de
campesinos en sus ratos de descanso de las labores agrarias. La moneda decayó
por la falta de poder estatal enla acuñación, subsistiendo sólo la moneda de
oro bizantina hasta el siglo VII. El comercio mantuvo cierto nivel pese a todo,
en especial en el Mediterráneo gracias a Bizancio y en el Mar del Norte.
Surgió el problema de cómo crear un conjunto social
coherente, con garantías de seguridad para la población. Se logró mediante la
fusión social de poblaciones heterogéneas, a cambio de una profunda
aculturación de la población romana que recibió la influencia germana. Las
aristocracias romana y germana se fundieron con facilidad salvo en África,
Italia y Britania. En el campo fue muy fácil, debido a la ruralización de la
sociedad; pero más difícil fue en la ciudad.
Al decaer la seguridad garantizada por el Estado los
individuos la buscaron en la familia (el matrimonio se convirtió en una
contraprestación) y la clientela (base de los vínculos de poder militar y
social).
El ordenamiento y la práctica jurídicos evolucionaron
hacia una fusión entre los principios jurídicos de nacionalidad (germano) y
territorialidad (romano), el derecho de origen colectivo (germano) y el de
origen real (romano). Se pusieron por escrito las principales fuentes del
derecho, como vemos en Hispania: Código de Eurico, Breviario de Alarico y el Liber
Iudiciorum.
El reino merovingio.
En el norte, la historia europea desde el siglo V al
IX estuvo dominada por un grupo de tribus germánicas occidentales denominadas
colectivamente francos. Al contrario que los germanos orientales, los francos
se convirtieron directamente de su antiguo paganismo al cristianismo católico,
sin un periodo intermedio de arrianismo.
Su gran rey Clodoveo I era un descendiente de Merovech o Merowig (que reinó entre 448 y 458) y parte de la familia gobernante de los francos salios, fue el primer rey de la dinastía merovingia. Gracias a sus numerosas victorias contra otros pueblos y el éxito de una larga serie de complejas disputas familiares características de la cultura franca, se convirtió en el gobernante supremo de todos los francos. Clodoveo unificó a los francos, aumentó su influencia sobre los otros reinos germánicos vecinos, se convirtió al catolicismo en 496 lo que facilitó el futuro de la dinastía, y ocupó la zona del Loira venciendo a Siagrio y luego la visigoda del sur derrotando a Alarico II en Vouillé (509).
Pero había un grave problema, la división de la herencia entre los príncipes varones. A la muerte de Clodoveo, por la ley tradicional de los
francos salios, las tierras bajo su control se dividieron entre sus cuatro
hijos. Éstos, a su vez, dejarían sus tierras a todos sus herederos masculinos,
de manera que toda la época del reinado merovingio se caracterizó por periodos
alternos de fragmentación y consolidación, dependiendo del número y habilidades
de los herederos.
Esto duró hasta el siglo VIII.
Históricamente los últimos reyes merovingios se ganaron el apelativo de rois
fainéants (reyes perezosos), al tiempo que las guerras ampliaron el reino por Alemania y los Alpes. Se formaron tres bloques territoriales: Burgundia (Borgoña), Austrasia y Neustria. La figura del mayordomo (en el sentido de dirigente) de palacio adquirió un creciente poder fáctico y así aparece la nueva dinastía carolingia, con Pipino de Herstal y su hijo Carlos Martel, quien vencerá a los invasores musulmanes en Poitiers (739) salvando así al Occidente cristiano. El poder se concentró en su cargo
del mayordomo de palacio y no en el rey, hasta que, en el año 751, el rey
Childerico III y su único hijo fueron encarcelados. Su pelo largo (simbolismo
de su nobleza) fue cortado y el mayordomo de palacio, Pipino el Breve, hijo del
gran guerrero Carlos Martel, se proclamó rey de los francos, el primero de la
dinastía carolingia en asumir el título real.
El reino franco merovingio mezcló elementos romanos
y germánicos, empezando por los matrimonios entre la aristocracia romana y los
nobles francos, y esta política se hizo con la bendición de la Iglesia.
El Imperio carolingio.
El golpe de Estado carolingio nunca habría ocurrido
sin la intervención activa del papa. En varias cartas, escritas entre el año
740 y el 750, entre Pipino y el rey carolingio aquél, inquiría sobre la
conveniencia de mejorar el gobierno del reino, en el que todo el poder no
estaba en manos del monarca; el papa respondió citando el precedente bíblico de
David, ungido por el profeta Samuel mientras el rey Saul aún vivía. Es más, el
papa siguió el precedente y ungió a Pipino, y seguiría ungiendo a sus descendientes
en un ritual de consagración real.
Carlomagno.
El más grande de los reyes carolingios fue Carlomagno
(742-814) que en su propia época fue una figura mítica y legendaria. Su reinado
marcó la culminación del desarrollo franco. Bajo su gobierno, los francos, por
medio de una serie de conquistas, se convirtieron en los dueños de Occidente y
en los garantes del poder papal en Italia.
Carlomagno derrotó a los lombardos
en Italia, a los frisios en el norte, a los sajones en el este, se anexionó el
ducado de Baviera y expulsó a los musulmanes del sur de Francia. Consolidó su
poder sobre este vasto territorio al conseguir que los miembros de los sectores
terratenientes se aliaran entre sí y con él mismo mediante juramentos
especiales de lealtad, que se recompensaban ocasionalmente con tierras de zonas
recién conquistadas y con absoluta jurisdicción sobre sus súbditos. Esta
política —el primer ejemplo importante de los crecientes lazos de dependencia
personal conectados con el poder político llamado feudalismo— no sólo
proporcionó a Carlomagno un suministro permanente de guerreros, sino que
también contribuyó a controlar más fácilmente su territorio. Los vasallos del
rey, sus subordinados más cercanos, y los vasallos de éstos se convirtieron a
su vez en delegados y representantes del propio monarca.
El aumento del sentido de misión cristiana de
Carlomagno fue inseparable de la consolidación militar y política. Fundó
monasterios en territorios fronterizos que funcionaron como establecimientos de
colonizadores que sometieron los bosques y pantanos (los imponentes hogares de
los antiguos dioses paganos) al control cristiano y los hicieron cultivables.
También fueron centros de actividad misionera y educacional, pues la expansión
del cristianismo requería un clero preparado, un rito homogeneizado y la
producción de libros importantes. La clave fue la educación, y el trabajo
práctico de fundación y dotación de personal de las escuelas monásticas y
catedralicias demandaba ayuda exterior. Carlomagno la encontró en Roma y en las
tierras lombardas de Italia, donde las antiguas tradiciones educativas no
habían muerto por completo. No obstante, la mayor contribución a la reforma
educacional carolingia fue anglo-irlandesa, pues los grandes monasterios de
Inglaterra e Irlanda eran ricos en libros y en su preparación; de hecho, el
consejero principal de Carlomagno fue el erudito inglés Alcuino de York.
El reino de los francos, como resultado, integró
Europa territorial y culturalmente como no se había hecho desde el Imperio
romano.
El día de Navidad del año 800, Carlomagno fue a oír misa a la catedral
de San Pedro de Roma. Según se cuenta, mientras se levantaba de orar, el papa
colocó una corona en su cabeza, se inclinó ante él y le proclamó imperator
et augustus ante el pueblo. Así pues, Carlomagno se convirtió no sólo en el
emperador de los francos, sino también de Roma. El poder del nuevo Estado (que
se llamó Sacro Imperio Romano Germánico), la organización de la Iglesia, las antiguas
tradiciones de Roma se habían vuelto indistinguibles.
La Hispania visigoda.
Introducción.
Los visigodos fueron un pueblo bárbaro de origen germano que dominaron militarmente la mayor parte de la península ibérica en el siglo V, desde que entraron en ella en 415 para expulsar a los vándalos y los alanos, y posteriormente volvieron en 456, cuando el rey Teodorico derrota a los suevos en Astorga y la mayor parte de la Hispania romana queda bajo la dominación visigoda.
Los suevos fueron rechazados a los suevos hasta la provincia de Gallaecia (Galicia y norte del actual Portugal), donde tuvieron un reino durante 170 años, desde 415 hasta 585.
Mapa del reino visigodo h. 500.
Los visigodos no tuvieron durante su primer siglo en Hispania una presencia humana importante, pues la inmensa mayoría vivían en el sur del río Loira en la Galia, esto es en el llamado reino de Tolosa (actual Toulouse).
Esto cambió tras la derrota y muerte del rey Alarico II en 507 en la batalla de Vogladum (actual Vouillé) a manos de los francos de Clodoveo I, que contaba con el apoyo de los galorromanos católicos. La derrota supuso la pérdida de la Galia excepto la Septimania y la emigración de los visigodos hacia Hispania, al amparo de la protección del rey ostrogodo Teodorico, lo que permitió una pronta recuperación.
Los visigodos trasladaron primero su capital a Narbona (507-531) y en esa época abandonaron progresivamente la Galia, donde solo conservaron la pequeña región de Septimania (también llamada Narbonense por su capital, Narbona; es la parte sur del actual Languedoc), y se establecieron en la península ibérica, sobre todo en las llanuras de la actual Castilla así como en las ciudades de Toledo (su nueva capital desde 531), Tarragona, Córdoba y Mérida, más unos pocos puntos estratégicos.
Una minoría de unos 200.000 godos de religión cristiana de la secta arriana, de los cuales unos 30.000-40.000 eran guerreros, dominó pronto a una población hispanorromana de entre dos y tres millones de personas según las mejores estimaciones (algunos autores exageran hasta incluso cinco o siete millones, pero es muy improbable), de religión católica. Al principio la segregación étnica y legal fue rotunda y buenas pruebas de ello son los dos códigos que convivieron durante decenios, uno para cada comunidad, o que en las principales ciudades, como Barcelona, hubiera dos obispos, uno arriano y otro católico.
El siglo VI vivió cambios violentos de reyes mediante guerras civiles y conspiraciones. El carácter electivo de la monarquía goda favoreció la formación de facciones entre los nobles que desencadenaban guerras civiles por el trono y la intervención de tropas extranjeras en apoyo de los bandos. Destaca que por la rivalidad entre Agila y Atanagildo, y a petición de este último, llegaron a España tropas del Imperio Bizantino que se apoderaron durante largo tiempo de la franja costera entre Murcia y Cádiz (555-624).
Mapa del reino visigodo al inicio del reinado de Leovigildo.
El rey Leovigildo (569-586) fue el último adalid del
arrianismo, y emprendió unas exitosas conquistas militares contra suevos,
vascos, cántabros y bizantinos, consolidando un poder real centralizado y
hereditario.
Muñoz Degrain. La conversión de Recaredo (1887). Col. Senado, Madrid. Pintura romántica.
Su hijo y sucesor Recaredo (586-601) se convirtió al catolicismo y
con él la aristocracia visigoda.
Durante el siglo VII hubo un continuo enfrentamiento entre la monarquía y la aristocracia germánica, con continuas guerras civiles, aunque también se logró la
expulsión de los bizantinos. Los reyes Chindasvinto y Recesvinto pugnaron en
fortalecer el poder real, pero con Egica y Witiza llegó la crisis final, causada
por un excesivo poder aristocrático, que facilitaría en el reinado de Rodrigo
la invasión musulmana del 711.
El Imperio Bizantino
(476 a 1453).
El Imperio Romano se dividió en el año 395 tras
la muerte del emperador Teodosio, que legó a cada uno de sus dos hijos una de
las partes: a Acadio, la parte oriental, con capital en Constantinopla, y a
Honorio, la parte occidental, con capital en Rávena.
Esta división no fue arbitraria.
La economía, sociedad, lengua, que en la zona oriental era predominantemente
griega. La cultura e incluso los ritos litúrgicos se diferenciaban mucho en las
dos áreas del antiguo imperio. Se trata de una cultura asentada
fundamentalmente en bases de la antigüedad aunque profundamente cristianizadas.
Con la caída en el 476 del Imperio
Romano de Occidente, este territorio occidental se dividió en centros
independientes de poder, los llamados reinos germánicos, y en consecuencia el
Imperio de Oriente se convirtió en el único sucesor legítimo del Imperio Romano
y principal potencia del Mediterráneo, tanto en el plano político como militar,
económico y cultural.
Al Imperio de Oriente se le va a
denominar Imperio Bizantino porque Constantinopla era una antigua colonia
griega fundada en el Bósforo en el siglo VII llamada Bizancio. El emperador Constantino
creó en 330 sobre esta colonia una nueva ciudad, la Nueva Roma, a la que después
dio su nombre, convirtiéndola en el centro político y militar de la zona
oriental del Imperio. Cuando éste se dividió, Constantinopla se convirtió en la
capital del Imperio de Oriente, que por extensión de la palabra Bizancio fue
denominado Imperio Bizantino.
Los propios soberanos germánicos
del Mediterráneo occidental mantenían la convicción de que el emperador de
Oriente era la autoridad suprema del poder legítimo y por ello los distintos
reyes germánicos mantenían su lealtad a Oriente y se manifestaban vasallos del
emperador.
El Imperio Bizantino, por su
parte, seguía siendo el centro del mundo conocido, pero a pesar de haber
superado la avalancha de las invasiones bárbaras sin sufrir grandes daños,
puesto que se desviaron hacia Occidente, era un imperio que sufría la herejía
monofisita (aseguraba que Cristo sólo tiene naturaleza divina), un conflicto
teológico que dividía el Imperio, sobre todo en Egipto y Siria, e impedía que
afianzara su posición hegemónica en el Mediterráneo.
El Imperio oriental superó la época de las invasiones de visigodos, hunos, hérulos y ostrogodos, desviando sus ataques hacia Occidente. Sus emperadores más destacados fueron Arcadio (395-408), Teodosio II (408-450),
Marciano (450-457), León I (457-474), Zenón (474-491), Anastasio (491-518) y Justino I (518-527), el tío y precedecesor de Justiniano. Con ellos el Imperio de Oriente resistió los embates de
Atila, la heterodoxia monofisita y las crisis dinásticas, gracias a su situación estratégica, elevada población y próspera economía, en comparación con la debilidad del extinto Imperio de Occidente.
Justiniano.
Composición de los dos mosaicos de San Vitale de Rávena, con la pareja imperial de Justiniano y su esposa Teodora, en medio de sus cortesanos.
Justiniano I, que accede al trono en el 527, comienza la mayor época de esplendor político y cultural. En este momento los territorios mediterráneos
del antiguo Imperio Romano estaban divididos entre el Imperio Romano de Oriente,
en el que reinaba Justiniano, el reino de los visigodos en Hispania, el reino
de los francos en Francia y otros territorios vecinos, el reino de los ostrogodos
en Italia, y el reino de los vándalos en el norte de África.
Justiniano, motivado por la idea
de renovar el esplendor imperial emprende la reconquista del Mediterráneo
occidental.
Como novedad, Justiniano concibe
el Imperio Romano como un imperio cristiano, de ahí su obsesión por librar a
sus súbditos del poder de los cismáticos arrianos, que conlleva poner fin a la
soberanía de los germanos. En el ideal de Justiniano se ven
unidos fe y política. La política religiosa de Justiniano también contribuyó a la centralización. En una época de intensos conflictos religiosos y revisión de la doctrina, el Imperio bizantino se convirtió en el Imperio ortodoxo y la religión del emperador en la religión oficial del Estado.
El Gobierno se convirtió por entero en un cuerpo profesional y civil, centrado en el palacio imperial y, lo más importante, en el emperador mismo. La economía y la recaudación de impuestos se centralizaron.
Justiniano era un hombre de
excelente formación latina más que griega. Contó con el eficaz apoyo de su inteligente
esposa Teodora (el historiador bizantino Procopio la describe como una actriz
de teatro e incluso prostituta pero es tal vez un rumor para criticarla). En los
mosaicos aparece en público con un ceremonial grandioso, símbolo del poder
absoluto, pues los emperadores consideraban representante de Dios en la tierra,
y asumían en consecuencia tanto el poder político como el religioso. Teóricamente,
se admitía que había dos instituciones, con poder político, el emperador, y religioso,
la Iglesia, que se unen en el emperador gracias a su condición de “rex-sacerdos”,
un rey sacerdote, un césar-papa, creando un sistema político-religioso llamado “cesaropapismo”.
Entre los grandes logros culturales de Justiniano destacan el Código justinianeo, que compila el derecho romano y ha sido la base jurídica de la civilización occidental, y la arquitectura con grandes obras como la iglesia de Santa Sofía de Constantinopla.
Justiniano ganó fama también como reconquistador de gran parte del Occidente a los reinos bárbaros: tomó Italia a los ostrogodos, África a los vándalos y una parte de Hispania, la Bética, a los visigodos. La reconquista bizantina de Justiniano fue rápida en África (533-534) pero muy difícil en Italia (535-540) y hacia 540 surge una crisis bélica general en las fronteras de Bizancio. La lucha con los ostrogodos terminó hacia 554 con una gran destrucción en Italia, mientras se debilitaba militar y financieramente el Imperio con demasiadas cargas.
Las conquistas occidentales de Justiniano dieron a la Europa medieval su estructura cultural característica. Los territorios europeos mediterráneos se separaron del norte, económica y culturalmente subdesarrollado. En realidad eran parte de Oriente Próximo, una evolución que se consumó en el siglo VII, cuando el norte de África y el suroeste de Europa (España y partes del sureste de Francia) cayeron ante los ejércitos musulmanes.
Después de Justiniano.
Los Balcanes fueron devastados por los ávaros y los pueblos eslavos. Los lombardos conquistarán pronto gran parte de Italia
(desde 568) en la última invasión arriana; los visigodos recuperarán el sur de
Hispania. En el este los persas sasánidas llegan a apoderarse por un tiempo de Siria y Egipto, hasta que Heraclio les vence, pero poco después los bizantinos retroceden dramáticamente ante las invasiones
islámicas del siglo VII, en Palestina, Siria, Egipto y el norte de África.
A partir de la segunda mitad del siglo IX el imperio bizantino se recupera con la
dinastía macedónica (867-1056), sobre todo con el emperador Basilio II, vencedor
de los búlgaros. Ha logrado el dominio sobre los Balcanes y la península de Anatolia
(actual Turquía), hecho retroceder a los musulmanes hasta Siria e incluso
reconquistado Creta y Chipre. Mantenían su dominio incluso en parte del sur de Italia,
aunque los árabes tuvieron el dominio de Sicilia desde el 827.
Bizancio es entonces la
civilización cristiana más influyente en toda Europa y extiende su poder político
con pactos matrimoniales con los emperadores germanos o con el proselitismo religioso
de los misioneros Cirilo y Metodio en los países eslavos, desde los Balcanes hasta
Rusia.
La Iglesia oriental está en proceso
de separación de la occidental, pues no acepta la hegemonía del obispo o papa de
Roma. A mediados del siglo IX, Focio, patriarca de Constantinopla, establece ya
la independencia de su sede respecto a Roma, aunque el cisma definitivo llegó
en el 1054 cuando Miguel Cerulario, también patriarca de Constantinopla, se
negó a reconocer la autoridad de los legados del papa León IX y funda la Iglesia
Ortodoxa griega, separada de la Iglesia Católica hasta hoy.
El imperio arrostró los desastres de la invasión de
los turcos selyuquíes, que causó la pérdida de gran parte de Anatolia tras las
derrotas de Manzikert (1071) y Miriócefalo (1176). Los recursos de la dinastía
comnena (1081-1185) se volcaron en las guerras y apenas consiguieron frenar un
siglo la acometida islámica, mientras las construcciones fueron más escasas que
en el periodo macedónico.
El periodo medio tuvo un final traumático con el
saqueo de Constantinopla por los caballeros de la Cuarta Cruzada en el año
1204, que benefició sobre todo a los venecianos y supuso un breve intervalo de tiempo durante el que
Constantinopla estuvo bajo dominio de una dinastía occidental (1204-1261). El
imperio se dividió entre los cruzados, las potencias navales de Génova y
Venecia, y tres dinastías bizantinas en Morea, Nicea y Trebisonda, que
mantuvieron a duras penas la cultura y el arte propios. Apenas hay edificios de
esta época de duras luchas.
Finalmente, surgió a partir de su
núcleo de Nicea la última dinastía bizantina, la de los emperadores paleólogos
(1258-1453), que reconquistó la capital el año 1261 e impulsó un último renacimiento
político y cultural.
Pero los turcos otomanos fueron royendo
las fronteras del imperio hasta conquistar la capital en 1453. El último emperador
pereció en la lucha. Su cuerpo no fue encontrado.
El Irán
sasánida.
Los sasánidas, dirigidos por su rey Ardashir, toman el
poder en Persia a los partos en 226 y en los dos siglos siguientes luchan a
menudo contra Roma hasta la paz de 399, cuando las invasiones de los hunos les
obligaron desviar su atención. Posteriormente destacan los reyes Kavad I (488-531)
y Cosroes I (531-579).
El campesinado trabajaba las tierras mediante el
usufructo, había una próspera ganadería, un activo comercio con China, India y
Roma, lo que permitió un desarrollo urbano y la acuñación de la estable moneda
de plata (el direm), Su religión mazdeísta llevó una dura persecución
del maniqueísmo de los partos. La rica cultura irania influirá en el Islam, sobre
todo en la arquitectura y la literatura.
La Iglesia.
La oposición religiosa a los invasores paganos y
arrianos dio un nuevo sentido a la Iglesia y al papado durante este periodo. El
gobierno eclesiástico se había organizado de forma muy parecida a la
administración provincial romana: el control estaba en las manos de los obispos
independientes locales. No obstante, tres obispados, Alejandría, Antioquía y
Roma, ocuparon posiciones comparables a las de los gobernadores provinciales,
al supervisar no sólo las congregaciones de sus propias ciudades, sino también
las de los territorios vecinos. Los tres fueron figuras de gran prestigio y cada
uno recibió el título honorífico de papa (padre). El papa de Roma tenía el
prestigio adicional de ser el heredero directo de san Pedro, el primer obispo
de Roma. En principio la influencia del papado creció por la enorme actividad
de varios papas romanos, pero la transigencia, la parálisis y el colapso final
del gobierno romano en Occidente fue un motivo aún más importante: mientras la
autoridad política se desintegraba, los obispos permanecieron firmes en lo que
ellos consideraban la verdad y el antiguo orden, y el último representante de
este orden en Roma ya no eran el emperador o el Senado sino el papa, que
ocupaba la silla de San Pedro.
La Iglesia se dividió de facto en organizaciones
regionales autónomas, dominadas por los primados y más abajo por los obispos,
aunque todos aceptaban la doctrina emanada del papa de Roma, cuyo nombramiento se hizo por los emperadores de Bizancio hasta mediados del siglo VIII, cuando menguó el poder bizantino
en Italia y los papas se aliaron con los carolingios.
Los obispos eran nombrados por influencia de los
reyes, los aristócratas, los otros obispos y el primado respectivo; el papa apenas intervenía.
La pugna entre arrianismo y ortodoxia marcó la vida
religiosa de los primeros reinos bárbaros. El arrianismo de los pueblos
germanos se mantuvo como un factor de cohesión nacional, por lo que no hubo
proselitismo, y de oposición a Roma y el Imperio bizantino. La resistencia
católica triunfó al fin sobre esta herejía, con las conversiones comenzadas con
los reyes.
Se extendió por el
campo una red de parroquias que cristianizaron a la población, culminando un
antiguo proceso. Muchas eran iglesias privadas, constituidas por aristócratas
en sus dominios.
Pero es preciso señalar que el paganismo persistió en gran
parte de las zonas rurales de Europa hasta al menos el siglo X e incluso más
tarde en las zonas periféricas.
Se desarrolló el monaquismo, cuyos modelos orientales se difundieron
por Hispania, Galia o Irlanda. El monaquismo irlandés será el máximo defensor
del cristianismo en su extremo del mundo civilizado, de modo que los abades
tienen más poder que los obispos (monjes casi todos) y se extenderá con ánimo
proselitista por la Europa occidental gracias a San Columbano. San Benito de
Nursia creó la orden benedictina, con sus moderadas reglas prácticas para la
comunidad, cuyo mejor ejemplo será el monasterio benedictino de Monte Casino; tendrá un inmenso éxito en la Edad Media. Casiodoro influyó en
la vinculación de los monasterios a la cultura y la copia de libros en los scriptoria.
Agustín comenzó la recuperación de Inglaterra, para la Iglesia romana, en pugna con los monjes irlandeses. En Italia la cristianización logró la conversión de los lombardos, y siguen después, más al norte, las regiones de Frisia, Turingia y Baviera.
La cultura.
Santa Sofia de Constantinopla.
En Bizancio se mantiene una cultura y un arte, denominados bizantinos, de extraordinaria calidad en la arquitectura y el mosaico.
En Occidente la cultura padece debido al “desmembramiento
intelectual de la romanidad”, con regiones incomunicadas entre sí, al tiempo que
se fijan las fronteras lingüísticas, sobre todo la latino-germánica, al sur del
Rin.
Los principales centros de creación y difusión de
cultura son algunas escuelas supervivientes del tipo clásico, para la enseñanza
del derecho, la medicina o la gramática, sobre todo en Italia. Las escuelas
clericales y monásticas adquieren progresiva importancia, con su educación
moral, religiosa y literaria.
Los autores más destacados son Boecio a Beda. Boecio,
Casiodoro, Gregorio Magno, Sidonio Apolinar, Isidoro de Sevilla (la gran figura
intelectual de la época en el reino visigodo y Europa, con sus Etimologias,
tal vez el libro más leído durante varios siglos); y los monjes irlandeses,
sobre todo Beda el Venerable.
El arte bárbaro destaca en las artes menores y
decorativas, con poca arquitectura, salvo en Hispania y la Galia.
A partir del siglo VII y sobre todo desde el VIII tendremos un arte prerrománico, que se extiende en escuelas regionales por casi toda Europa occidental, fusionando las artes de los bárbaros con el arte tardorromano y paleocristiano. Los más destacados son el carolingio, el asturiano y el otónida (en Alemania).
Informe: Las Baleares.
Los vándalos en Baleares.
Los vándalos son uno de los pueblos germánicos que invaden el Imperio Romano, llamados bárbaros porque los romanos consideraban su cultura inferior a la romana. Ocuparon el sur de la Península Ibérica, después el norte de África y desde allí atacaron y conquistaron Baleares y Pitiusas.
En Mallorca destruyeron la ciudad de Pollentia y en tiempos de Genseric (en 454) ocuparon toda la isla y se quedaron 80 años. Han quedado pocos datos de lo que hicieron los vándalos en nuestras islas, no dejaron ningún monumento ni obra importante que les recuerde.
Los bizantinos en Baleares.
Los bizantinos, que eran romanos de Oriente, conquistaron las islas después de vencer a los vándalos hacia el 534, pero pronto su dominio se debilitó y mantuvieron sólo un dominio legal hasta el 902. La población se redujo y empobreció y parece que las autoridades más importantes eran los tres obispos de Mallorca, Menorca y Eivissa.
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