LA
POLÉMICA DEL AÑO DE INICIO DEL SIGLO XXI Y DEL III MILENIO: ¿2000 O 2001?
Fiesta del 2000 en Berlín.
En ocasiones
todavía resurge en la prensa la polémica sobre el inicio del siglo XXI y el III
Milenio en el año 2000, que apareció con frecuencia en prensa, radio y
televisión en los años 2000-2001. Bastantes científicos (generalmente
matemáticos) y periodistas, en grupo o individualmente, en diversos países, todavía
defienden que debía celebrarse en el 2001, y critican acerbamente a quienes lo celebraron
en el año 2000. Esto produce que muchas personas (y mis alumnos) duden sobre
las fechas de los siglos.
La legítima
razón matemática que aquéllos presentan es que la cuenta del centenar comienza
en el 1 y acaba en el 100, por lo que el siglo XXI debería comenzar en 2001 y
terminar en 2100.
Por mi
parte, me centraré para rebatirles en los aspectos más científicos.
El debate
nace de una confusión respecto al supuesto carácter inmarcesible de la decisión
de fechar el paso del siglo y del milenio. Es preciso entender, de entrada, que
esta es una convención humana, que no sigue leyes matemáticas o de la
naturaleza. Así, hay diferentes cronologías: cristiana, islámica, judaica,
china, hindú..., cada una con distintas fechas de referencia. Así, nuestro año
2000 cristiano corresponde al 1641 islámico. Del mismo modo que estas
civilizaciones tienen sus cronologías, en el pasado también las han tenido
países e incluso ciudades de la civilización cristiana, hasta que la
unificación cultural llegó a este asunto. Nada más lógico, pues, que respetar
la opinión de quienes defienden el 2001: es una propuesta tan artificial y
respetable como la del 2000. La diferencia es que aquéllos pretenden tener toda
la razón y acusan a los demás de actuar por ignorancia o por simple comodidad
ante una fecha tan redonda y eufónica.
Es necesario
conocer la base histórica del debate. El monje Dionisio el Exiguo (apodo que
adoptó por humildad, no porque fuera pequeño) completó una cronología de la era
dionisiana (luego llamada cristiana) hacia el año 522, bajo el papado de
Hormisdas, aunque su ciclo, Historia cicli Dionisii, fue publicado en el
527 —tal vez póstumamente pues no hay noticias ciertas de que viviera después
de 525—, último año del emperador Justino, durante el papado de Juan I. Comenzó
su era en un hipotético año 1 —pues entonces se ignoraba el año 0, por carecer
la numeración romana de esta cifra—; situó el nacimiento de Jesucristo en el 25
de diciembre del 753 de la fundación de Roma, por un error de interpretación de
las fuentes —en la actualidad hay un amplio consenso en que Jesucristo nació
entre el 4 y el 5 aC
e incluso algunos lo retroceden hasta el 7 aC—; e inició el año (ciclo) en el
25 de marzo —fecha de la fiesta de la Encarnación , la más cercana al 21, fecha del
equinoccio de primavera con la que se comienzan otros ciclos—. Coetáneamente,
en el siglo VI, en la India
se estaba desarrollando la numeración decimal, de modo que el 0 se descubrió
(en una fecha desconocida) y llegó a Europa gracias a los intermediarios
musulmanes, hacia el siglo VIII.
Con el
tiempo se advirtieron al menos dos problemas: la laguna del año 0 y la incongruencia
de iniciar el año el 25 de marzo, y la respuesta de la Iglesia y el pueblo fue
que se aceptó paulatinamente que en el siglo I el año 0
debía ser el año 1 aC
y que el año se iniciaba el 1 de enero. La convención que más tardó en
implantarse a escala europea fue, curiosamente, la del día (aunque nadie hoy se
atreve a pedir que celebremos el Año Nuevo el 25 de marzo), mientras que tan
pronto como en el año 1000, el del famoso terror milenario, ya había un
consenso en que ése era el año del siglo y del milenio y así lo recogen las
pocas fuentes escritas que tenemos del papado de Silvestre II. En los siglos
que siguieron se sucedieron los fastos, sin polémica alguna, en las fechas de
1100, 1200, 1300, 1400, 1500...
No apareció
la cuestión de cuándo celebrar los siglos hasta que se consolidó el
imperialismo a finales del siglo XIX y la civilización europea (cristiana) impuso
su calendario a escala planetaria y se le quiso dar una sólida base científica.
Comenzó entonces la polémica. Hubo varios congresos de geógrafos, astrónomos e
historiadores, en París (1889), Berna (1891) y Londres (1895), que entre otros
temas abordaron éste que nos ocupa, aunque hubo de esperarse al de Berlín
(1899), a cuyos sabios el emperador de Alemania, Guillermo II solicitó una
resolución formal, tras la cual promulgó un Decreto Imperial: la fecha de
inicio del siglo XX era el 1 de enero de 1900. Asimismo, desde el congreso de
Berlín la cronología astronómica señala como año 0 el año 1 aC . Todo esto implicaba un
cambio muy importante: la competencia sobre el calendario la reivindicaban los
científicos laicos, que la substraían a la Iglesia (esto ocurrió durante el papado de León
XIII, quien se resistió, lo que explica que muchos católicos integristas, como
el vasco Sabino Arana, no festejaran el cambio de siglo en el 1900).
En resumen,
los principales argumentos propuestos a favor del 1900 y 2000 son:
-El tiempo
histórico es un tiempo vivido, no un tiempo estrictamente matemático: los años
no se cuentan como las manzanas. Así, la gente ha entendido que los siglos van
desde el año 0 al 99 de cada centenar, tal como ocurre en la vida biológica de
los individuos: nuestro primer siglo acaba cuando alcanzamos el año 100 de
nuestra vida, no el 101.
-Los
decenios siguen esta pauta. Así, los llamados años 20 van desde 1920 a 1929, los años 30
desde 1930 a
1939. Naturalmente, no podemos tener un decenio (al fin y al cabo una parte) de
un siglo que también pertenezca a otro siglo; no parece tener sentido decir que
1990 pertenece a los años 80; o que los años 90 comienzan en 1991 y terminan en
2000.
-Los
historiadores italianos, los primeros que periodizaron la historia con criterios
científicos, ya contaban desde la
Edad Media los siglos por las tres últimas cifras del año
inicial. Así, el Duecento (desde 1200), Trecento (1300), Quattrocento (1400),
Cinquecento (1500), etc. Esta misma periodización la seguirán después las
escuelas históricas nacionales de Francia, Alemania, Gran Bretaña... Por
consiguiente, los libros de historia, historia del arte, geografía, historia de
la literatura o las estadísticas oficiales, usan la convención de que cada
siglo comienza con los dobles ceros. Repasemos la bibliografía, desde los más
importantes a los más modestos autores, y reconoceremos la coincidencia. ¿Acaso
puede tildarse de ignorantes en la materia a insignes historiadores como Ranke,
Mommsen, Bloch, Fébvre o Hobsbawm?
Las
festividades oficiales de los siglos de la Iglesia y los Estados modernos se han celebrado
reiteradamente en los años que terminan en dos ceros. Así, a guisa de ejemplo,
y sólo para citar distintas urbes, los grandes y muy conocidos festejos de Roma
en 1600, de París en 1700, de Londres en 1800, de Berlín en 1900 y de Nueva
York en 2000. Esto es así debido a que hay un amplio consenso en los pueblos en
aceptar las fechas “redondas”. Comparemos las celebraciones del 2000 y del 2001
y reconoceremos que las gentes (con su sabiduría popular) y las instituciones
se decantaron por la primera fecha de un modo abrumador.
Por todo
esto, no es acertado señalar taxativamente que la fecha clave es el 2001 y que
quienes celebraron la fiesta en el 2000 se equivocaron por ignorancia. Todos tienen válidas razones que merecen respeto, y nadie ha sido
investido por Dios o una autoridad humana para decidir sobre ello, así que cada uno hizo
bien en celebrar la fiesta cuando y como mejor le pareció.
En suma, nadie debería burlarse
de quienes cuentan el siglo XXI desde el 1 de enero de 2000.
Portada de la revista "Time".
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