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martes, 24 de diciembre de 2013
HMC UD 11. La Primera Guerra Mundial y los tratados de paz.
HMC UD 11. LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL Y LOS TRATADOS DE PAZ.
Índice.
INTRODUCCIÓN Y RESUMEN.
El inicio del siglo XX.
La I Guerra Mundial.
El periodo de entreguerras.
0. ANTECEDENTES. LOS CONFLICTOS INTERNACIONALES ANTES DE 1914.
0.1. RASGOS FUNDAMENTALES DE LA “PAZ ARMADA”.
0.2. SISTEMAS DE ALIANZAS DE BISMARCK (1870-1890).
El primer sistema.
El segundo sistema.
El tercer sistema.
0.3. FORMACIÓN DEFINITIVA DE BLOQUES (1890-1914).
0.4. LOS CONFLICTOS.
La cuestión de Marruecos.
La cuestión balcánica.
0.5. UN CASO ESPECIAL. LA GUERRA HISPANO-NORTEAMERICANA DE 1898.
La guerra con los EE UU (1898).
La entrega del imperio.
1. PRIMERA GUERRA MUNDIAL.
1.1. CAUSAS DE LA GUERRA.
Las causas remotas.
Las causas próximas.
1.2. ESTALLIDO DE LA GUERRA.
El atentado de Sarajevo.
La declaración de guerra.
1.3. ESTADOS CONTENDIENTES Y ESTADOS NEUTRALES.
Las Potencias Centrales.
Los aliados de la Entente.
Los Estados neutrales, Japón y EE UU.
1.4. DESARROLLO DE LAS OPERACIONES.
La guerra de movimientos.
La guerra de trincheras.
Las grandes batallas de desgaste.
Las ofensivas del frente oriental.
Problemas sociales y económicos de la guerra.
Las nuevas armas, los inventos.
La búsqueda de alianzas.
La guerra fuera de Europa.
El bloqueo marítimo.
Desmoralización de la población.
1.5. HACIA EL FINAL DE LA GUERRA.
La crisis de 1917 en Rusia y la paz de Brest-Litovsk (1918).
Intervención de EE UU.
La gran ofensiva alemana y el posterior desmoronamiento alemán.
Hundimiento austriaco, búlgaro y turco.
1.6. UNA NUEVA ORDENACIÓN DEL MUNDO.
Los Tratados de paz.
Los desastres de la guerra.
La Sociedad de Naciones.
FUENTES.
APÉNDICES: Textos para comentarios.
INTRODUCCIÓN Y RESUMEN.
El inicio del siglo XX.
Para la mayoría de los europeos la época entre 1871 y 1914 fue la belle époque. La ciencia había hecho la vida más cómoda y segura, en un principio el gobierno representativo había conseguido una gran aceptación y se esperaba con confianza el progreso continuo. Orgullosas de sus logros y convencidas de que la historia les había asignado una misión civilizadora, las potencias europeas reclamaron enormes territorios de África y Asia para convertirlos en sus colonias. No obstante, algunos creían que Europa estaba al borde de un volcán. El novelista ruso Fiódor Dostoievski, el filósofo alemán Friedrich Nietszche, el psiquiatra austriaco Sigmund Freud y el sociólogo alemán Max Weber advirtieron sobre el optimismo fácil y rechazaron la concepción liberal de una humanidad racional. Tales presagios comenzaron a parecer menos excéntricos a la luz de las dudas contemporáneas que suscitaba el consenso liberal. Un nuevo y virulento brote de antisemitismo surgió en la vida política de Austria-Hungría, Rusia y Francia; en la cuna de la revolución, el caso Dreyfus amenazó con derribar la Tercera República. Las rivalidades nacionales se exacerbaron por la competición imperialista y el problema de las nacionalidades en la mitad húngara de la Monarquía Dual se intensificó debido a la política de magiarización del gobierno húngaro y la influencia de las unificaciones alemana e italiana en los pueblos eslavos.
Mientras, la clase trabajadora industrial crecía en número y fuerza organizada, y los partidos socialdemócratas marxistas presionaban a los gobiernos europeos para equiparar las condiciones y las oportunidades de trabajo. El emperador Guillermo II de Alemania apartó de su lado a Bismarck en 1890. Durante dos décadas el canciller de hierro había servido como el “honesto corredor de bolsa” de Europa, al realizar con gran destreza una asombrosa política de alianzas internacionales que pudieron mantener la paz. Ninguno de sus sucesores poseía la habilidad necesaria para preservar el sistema de Bismarck, y cuando el emperador incompetente desechó la Realpolitik en favor de la Weltpolitik (la política mundial o imperial), Gran Bretaña, Francia y Rusia formaron la Triple Entente.
La I Guerra Mundial.
El peligro alemán, junto a la rivalidad entre Rusia y Austria en los Balcanes, implicaba una actividad diplomática que presentaba dificultades demasiado grandes para los mediocres funcionarios que dirigían los ministerios de Asuntos Exteriores europeos en la víspera de 1914. Cuando el terrorista serbio Gavrilo Princip asesinó al archiduque austriaco Francisco Fernando de Habsburgo el 28 de junio de 1914, no hizo sino encender la mecha del barril de pólvora sobre el que se asentaba Europa.
El entusiasmo con que los pueblos europeos saludaron el estallido de las hostilidades pronto se convirtió en horror cuando las listas de bajas aumentaron y los objetivos limitados se volvieron irrelevantes. Lo que se había proyectado como una breve guerra entre potencias, se convirtió en una lucha de cuatro años entre pueblos. En las últimas semanas de 1918, cuando finalmente terminó la guerra, los imperios alemán, austriaco y ruso habían desaparecido, y la mayor parte de una generación de jóvenes murió. El que el presidente de Estados Unidos, Woodrow Wilson, fuera la principal figura de la conferencia de paz de París (1919) demostró ser una señal de lo que estaba por llegar. Decidido a convertir el mundo en un lugar “seguro para la democracia”, Wilson había implicado a Estados Unidos en la guerra contra Alemania en 1917. Mientras proclamaba su llamada a una Europa democrática, Lenin, el dirigente bolchevique que en el mismo año se hizo con el poder en Rusia, llamaba al proletariado europeo a la lucha de clases y sentaba las claves ideológicas de la revolución socialista. Ignorando ambas premisas ideológicas, Francia y Gran Bretaña insistieron en una paz con reparaciones económicas, y Alemania, Austria, Hungría, Bulgaria y Turquía fueron obligados a firmar tratados que no tenían nada que ver con sueños mesiánicos. España, que había permanecido neutral, seguía arrastrando una profunda crisis de identidad, tras el desastre de 1898, la guerra con los Estados Unidos, la pérdida de Cuba y Filipinas, y sus repetidos fracasos militares en Marruecos. Pero a pesar de la neutralidad, la sociedad se dividió profundamente en dos bandos los 'aliadófilos' frente a los 'germanófilos'.
El periodo de entreguerras.
En las postrimerías de la catastrófica guerra y de una epidemia de gripe que provocó veinte millones de muertos en todo el mundo, muchos europeos creyeron, junto al filósofo Oswald Spengler, que eran testigos de la 'decadencia de Occidente'. Por supuesto aún podían encontrarse signos de esperanza; se había fundado la Sociedad de Naciones y se decía que en el este y el centro de Europa había triunfado el principio de la autodeterminación. Rusia se había liberado de la autocracia zarista y Alemania se había convertido en una república. No obstante, la Sociedad de Naciones ejerció poca influencia, y el nacionalismo continuó siendo una espada de doble filo. La creación de Estados nacionales en Europa central llevaba consigo necesariamente la existencia de minorías nacionales, porque la etnicidad no podía ser el único criterio para la construcción de fronteras defendibles. Los zares habían sido reemplazados por los bolcheviques, que rechazaron reconocer la legitimidad de cualquier gobierno europeo. Lo más importante fue, quizás, que el Tratado de Versalles, al establecer que existía un culpable de la guerra, había herido el orgullo nacional alemán, mientras que los italianos estaban convencidos de que les habían negado su parte legítima del botín de posguerra.
Benito Mussolini, al explotar el descontento nacional y el temor ante el comunismo, estableció una dictadura fascista en 1922. Aunque su doctrina política era vaga y contradictoria, se dio cuenta de que, en una época en la que la política dirigida a las masas estaba en pleno auge, una mezcla de nacionalismo y socialismo poseía el mayor potencial revolucionario. En Alemania, la inflación y la depresión dieron a Adolf Hitler la oportunidad de combinar ambas ideologías revolucionarias. A pesar de su nihilismo, Hitler nunca dudó de que el Partido Nacional Socialista Alemán era el vehículo prometido a su ambición. Por su parte, el sucesor de Lenin, Stalin, subordinó el ideario internacionalista de la revolución al concepto de la defensa de la patria rusa, y al proclamar 'el socialismo en un único país', erigió un aparato gubernamental jamás igualado en omnipresencia.
La crisis española desembocó en el destronamiento pacífico de la monarquía, tras las elecciones municipales de 1931. Pero la República fue contestada desde sus inicios por las fuerzas conservadoras, los poderes fácticos, la Iglesia y los terratenientes, que provocaron gravísimos enfrentamientos políticos y sociales. En 1936 estalló una cruenta guerra civil, que dividió de inmediato a la opinión pública en todo el mundo. Acabó en 1939 con el triunfo del general Francisco Franco, que había tenido el apoyo decisivo de Hitler y Mussolini.
0. LOS CONFLICTOS
INTERNACIONALES ANTES DE 1914.
Nos centraremos en
este apartado en el periodo 1870-1914 y en las potencias europeas, que en este
periodo dominan abrumadoramente la política mundial (aunque surgen con fuerza
dos nuevas potencias periféricas, EE UU y Japón).
0.1. RASGOS
FUNDAMENTALES DE LA “PAZ ARMADA”.
Había una gran
desconfianza mutua en Europa entre las grandes potencias resultantes del nuevo
equilibrio desde 1870: Alemania y Francia, Rusia y Austria-Hungría, Gran
Bretaña contra todas las demás.
Los enfrentamientos
eran numerosos y complejos:
Alemania y Francia
porque la primera se había anexionado Alsacia y el norte de Lorena, lo que el
nacionalismo francés no podía aceptar.
Alemania y Gran
Bretaña, porque el desarrollo industrial, comercial, colonial y naval de la
primera amenazaba la supremacía británica.
Rusia y
Austria-Hungría disputaban la hegemonía en los Balcanes y los restos del
Imperio Turco.
Inglaterra y Francia
disputaban por las colonias africanas y en especial por el valle del Nilo.
Francia e Italia se
enfrentaban por Tunicia.
Gran Bretaña y Rusia
pugnaban por la India, Turquía y Persia.
Pero la gran pugna,
en todo caso, estaba entre Alemania y el bloque franco-británico: mientras la
primera no tenía un gran Imperio, el segundo tenía uno lo bastante grande para satisfacer
sus necesidades de mercados.
Los bloques se
configuraban además por afinidades políticas: Gran Bretaña y Francia eran
Estados liberales, y Alemania, Austria-Hungría y Rusia eran Estados más
autoritarios.
Problema añadido fue
el de los nacionalismos: las disputas fronterizas entre Alemania y Francia,
entre Austria-Hungría y Serbia, entre Italia y Austria-Hungría.
Todo este complejo
conglomerado de causas explica la conflictividad internacional, los cambios en
los sistemas de alianzas y finalmente el desencadenamiento de la Gran Guerra.
Podemos distinguir
dos fases en este periodo:
1) 1871-1893. Fase
de paz, de equilibrio absoluto, gracias a los sistemas de alianzas de Bismarck
y la “espléndida neutralidad” de Gran Bretaña.
2) 1894-1914. Fase
de creciente tensión, por el ascenso del nacionalismo, el imperialismo, el
proteccionismo... Comienza en 1894, porque entonces se firma la alianza
franco-rusa.
0.2. SISTEMAS DE
ALIANZAS DE BISMARCK (1870-1890).
Las alianzas desde
1871 fueron hábilmente urdidas por Bismarck, para aislar a Francia, que ansiaba
recuperar los territorios perdidos de Lorena y Alsacia. Su idea era privar a
Francia de sus aliados naturales, desechados ya Italia (por la cuestión de los
Estados Pontificios) y Gran Bretaña (por su neutralidad). Podemos diferenciar
tres sistemas de alianzas, aunque en realidad hubo más variaciones.
El primer sistema.
El primer sistema lo
formaron Alemania, Austria-Hungría y Rusia en la “Entente de los tres
emperadores” (1872-1873). Era una reedición de la Santa Alianza de 1815, para
combatir la revolución (encarnada en Francia). Italia se adhirió (1874).
Pero había una
oposición de intereses entre Austria-Hungría y Rusia por la cuestión balcánica
y se rompió el sistema por la guerra ruso-turca (1876-1878).
El segundo
sistema.
Bismarck debía
elegir entre Austria-Hungría y Rusia y lo hizo por la primera, en la Dúplice
Entente de Alemania y Austria-Hungría (1879), una alianza secreta contra Rusia.
Reforzó el sistema con la renovación de la alianza con Rusia (al acceder al
trono Alejandro III, contrario a la República francesa) y formar la Triple
Alianza con Italia (1882), enemistada con Francia por Tunicia.
El tercer sistema.
Un nuevo conflicto
balcánico, al emanciparse Bulgaria del protectorado ruso (1887), permitió a
Bismarck renovar la alianza con Rusia e incluso acercarse a Gran Bretaña
(preocupada por la expansión mediterránea de Francia), pero sólo por pocos
años, pues sus intereses eran muy divergentes.
0.3. FORMACIÓN
DEFINITIVA DE BLOQUES (1890-1914).
Las alianzas urdidas
por Bismarck eran muy favorables para Alemania. Pero al perder el canciller su
cargo en 1890 y asumir el emperador Guillermo II el mando de la política
exterior, se dejó aislar: protegió la expansión balcánica de Austria-Hungría y
sostuvo a Turquía, lo que le enfrentó a Rusia; el programa de rearme naval
alarmó a Gran Bretaña. Sus rivales comenzaron a unirse: Rusia y Francia
acordaron una alianza en 1894, comenzando entonces una fase de creciente
tensión (1894-1914).
En 1898-1901
Alemania y Gran Bretaña (dirigida por Chamberlain) negociaron su unión militar,
aduanera y económica, pero la reacción nacionalista británica obligó a
Chamberlain a dimitir (1903) y pactar una Entente Cordial de Gran Bretaña con
Francia (1904) y, finalmente, impelida por la cuestión marroquí y la amenaza
naval alemana, hizo otra Entente de Gran Bretaña con Rusia (1907). Para ello
las tres potencias tuvieron que zanjar sus disputas coloniales. Se formaron así
dos bloques:
- La Triple Alianza:
Alemania, Austria-Hungría, Italia.
- La Triple Entente:
Francia, Rusia, Gran Bretaña.
Al final, empero,
Italia cambiaría de bando en 1915.
0.4. LOS CONFLICTOS.
Las crisis
marroquíes de 1905 y 1911 y, sobre todo, la crisis de las dos guerras de los
Balcanes (1912-13), provocaron el enfrentamiento de intereses entre las grandes
potencias: Francia y Alemania en Marruecos, Rusia y Austria-Hungría en los
Balcanes, Gran Bretaña y Alemania en los mares. La pólvora estaba preparada
para la Gran Guerra.
La cuestión de
Marruecos.
La cuestión de
Marruecos envenenó las relaciones entre Alemania, Francia, Gran Bretaña y
España, y fue el acto final del reparto de África. Estuvo a punto de anticipar
el estallido de la guerra en dos ocasiones. En su origen está el reparto
franco-italiano de Marruecos (para Francia) y Libia (para Italia). Italia
consiguió ejecutarlo al vencer a Turquía en la guerra de 1911-1912 (en la que
también obtuvo el Dodecaneso, o sea Rodas y otras islas del Egeo), pero Francia
chocó en Marruecos con los intereses de otros países.
La primera crisis
(1905) fue pequeña y se resolvió con el Tratado de Algeciras (1906). Alemania y
Gran Bretaña reconocieron los mayores intereses franceses y españoles en
Marruecos.
Pero la segunda
crisis (1911) fue grave porque Francia envió tropas a Fez para proteger al
sultán contra los rebeldes, y Alemania replicó enviando una cañonera al puerto
de Agadir. Alemania pretendía humillar a Francia demostrando que estaba sola,
pero Gran Bretaña la apoyó, así que Alemania tuvo que retirarse. El conflicto
se resolvió con el reconocimiento del protectorado francés sobre Marruecos,
mientras que la ciudad de Tánger en el estrecho de Gibraltar quedaba como
territorio neutral. A cambio Alemania extendió su territorio en el Camerún a
costa de parte del Congo francés.
Luego se hizo el
reparto (1912) de Marruecos entre Francia (sur y centro) y España (el Rif en el
norte).
La cuestión
balcánica.
En los Balcanes una
oleada independentista llega como resultado de la guerra ruso-turca de
1876-1878, con los Tratados de San Estefano y Berlín, por los en esta época
(1878-1882) Rusia y Grecia ganan territorios, se independizan Rumanía, Serbia y
Montenegro, alcanza la autonomía Bulgaria, y Austria-Hungría ocupa
Bosnia-Herzegovina. Hubo desde entonces y hasta finales del siglo XIX varias
modificaciones pacíficas de las fronteras, debido a los problemas étnicos, y
algunos conflictos (en 1897 Creta se independizó temporalmente de Turquía,
antes de integrarse en Grecia en 1908; Turquía obtuvo algunos territorios de
Grecia).
En 1908
Austria-Hungría se anexionó oficialmente los territorios ocupados de
Bosnia-Herzegovina, lo que exacerbó los ánimos nacionalistas serbios, mientras
que Bulgaria era declarada reino independiente.
Las dos guerras
balcánicas de 1912-1913 cambiaron el mapa político balcánico. Los aliados
eslavos (la Liga Balcánica: Bulgaria, Grecia, Serbia, Montenegro, Rumanía)
vencieron a Turquía y la redujeron a sólo Constantinopla, pero pronto surgieron
disputas entre los vencedores, por el excesivo expansionismo de Bulgaria, por
lo que los demás se coaligaron con Turquía contra Bulgaria y la vencieron,
reduciendo la extensión de sus anteriores conquistas. Finalmente (1913),
Turquía perdió sus últimos territorios eslavos y quedó reducida en Europa a la
Tracia (Turquía europea). Albania consiguió su independencia y Grecia, Serbia y
Bulgaria acrecieron sus territorios, sobre todo en Macedonia, que se
repartieron. Rumanía consiguió compensaciones territoriales en la Dobrudja
búlgara.
Pero las disensiones
prepararon las alianzas posteriores en la I Guerra Mundial: Turquía y Bulgaria
se aliaron con Alemania y Austria-Hungría contra Serbia, Rumanía, Rusia y los
aliados occidentales.
0.5. UN CASO
ESPECIAL. LA GUERRA HISPANO-NORTEAMERICANA DE 1898.
EE UU y España
sufrieron una creciente tensión en sus relaciones en la segunda mitad del siglo
XIX como consecuencia de los intereses norteamericanos en la cercana Cuba, que
se había rebelada en 1868-1878 y otra vez en 1895. Los intereses económicos y
la presión de la opinión pública de ambos países forzaron a la guerra.
La guerra con los
EE UU (1898).
La explosión
fortuita del crucero Maine en el puerto de La Habana (15-II-1898) dio a los
norteamericanos el pretexto para intervenir. España anunció un armisticio
(9-IV), con un programa para garantizar a Cuba poderes limitados de
autogobierno. Pero poco después, el Congreso norteamericano declaró (19-IV) el
derecho de Cuba a la independencia, exigió la retirada de las tropas españolas
y concedió al presidente la autorización para actuar militarmente. Esto provocó
que España declarara la guerra a EE UU el 24 de abril.
La guerra duró muy
poco tiempo (25 abril-12 agosto 1898) y tuvo dos escenarios principales: las
Antillas y Filipinas.
La guerra fue muy
popular en España en un primer momento, pero las derrotas españolas fueron
rápidas y decisivas debido a que flota era muy anticuada y al mal armamento del
ejército.
En Filipinas la
flota española de Montojo fue destruida en Cavite (1-V) y los estadounidenses
desembarcaron en Luzón y sitiaron Manila, que capituló (14-VIII). La
resistencia militar fue escasa, aunque prosiguió heroicamente (porque la
guarnición ignoraba la firma de la paz) en el reducto de Baler hasta el 2 de
julio de 1899.
En las Antillas, la
flota estadounidense, mandada por Sampson, bloqueó Cuba. El general Blanco
intentó infructuosamente el acuerdo con el dirigente rebelde Máximo Gómez para
oponerse a la invasión. La flota española, bajo el mando del almirante Cervera,
atravesó el Atlántico y fondeó en Santiago de Cuba (19-V), donde la bloquearon.
Enseguida las tropas estadounidenses, al mando del general Shaftner,
desembarcaron en Daiquiri (21-VI), vencieron la dura resistencia hispana en El
Caney y Lomas de San Juan (1-VII) y sitiaron Santiago, lo que obligó a salir a
la escuadra -obedeciendo órdenes superiores del general Blanco, “para salvar el
honor”-, quedando totalmente destruida en quince minutos y los supervivientes
hechos prisioneros (3-VII). Santiago capituló (16-VII) y los norteamericanos
desembarcaron en Puerto Rico (25-VII). La derrota era completa.
España no tenía
posibilidades de resistir y estaba profundamente desmoralizada. Se temía un
ataque norteamericano a las Canarias. Urgía poner fin al desastre.
La entrega del
imperio.
El gobierno español
firma el protocolo de armisticio (fin de hostilidades) el 12 de agosto y, por
fin, el Tratado de paz de París (10-XII-1898). España pierde Cuba, que se
independiza (bajo la tutela de EE UU), y entrega a EE UU los territorios de
Puerto Rico, la mayor parte de Filipinas y la isla de Guam (en las Marianas).
Al poco (1899)
España evacuaba La Habana y el gobierno Silvela vendía (II-1899), pues no se
podían mantener, a Alemania las lejanas islas que restaban en el Pacífico, las
Marianas (menos Guam, ya cedida a EE UU), Carolinas y Palau. En 1900 se firma
el tratado definitivo entre España y EE UU de cesión de Filipinas y se le
venden las últimas islas de estas (Sibutú y Cagayán de Joló).
Sólo quedaban del
imperio colonial español unas pequeñas y pobres posesiones africanas.
1. PRIMERA GUERRA MUNDIAL.
1.1. CAUSAS DE LA GUERRA.
Se distinguen dos grupos de causas: remotas y próximas.
Las causas remotas.
- La rivalidad económica y naval entre Alemania y el Reino Unido en el ámbito mundial.
- La hegemonía militar de Alemania en Europa continental.
- Las actividades de los pangermanistas (Deutschland über alles) que exigían un inmenso espacio vital (lebensraum) que se extendiera desde la Mittel Europa hasta el Cáucaso, expulsando a los eslavos hacia el resto de Rusia; así como una política más agresiva en Africa Central (Mittel Afrika) para anexionarse el Congo (y si era posible Angola y Mozambique) con el objetivo de conseguir materias primas y la conexión directa entre el Atlántico y el Índico a través de Camerún y Tanganika.
- La política de los “revanchistas” franceses que exigían la devolución de Alsacia-Lorena; se combinada con la preocupación del gobierno francés de mantener la alianza rusa.
- Las pretensiones rusas sobre los “Estrechos” turcos del Bósforo y los Dardanelos para así alcanzar el Mediterráneo.
Las alianzas militares en Europa en 1914.
Las causas próximas.
- La política agresiva de Austria-Hungría en los Balcanes para extender su supremacía hasta Grecia.
- La ruptura del equilibrio en los Balcanes en las dos guerras entre los países balcánicas en 1912-1913.
- La continua e insoportable alarma de la “paz armada” entre las Grandes Potencias.
- El deseo de Alemania y Austria-Hungría de resolver la situación mediante la prueba de fuerza (Kraftprobe) de una guerra preventiva.
- El asesinato del príncipe heredero del trono austro-húngaro, el archiduque Francisco Fernando, por un terrorista serbio (28-VI-1914) en Sarajevo (Bosnia), que proporcionó un pretexto a los austrohúngaros para atacar.
1.2. ESTALLIDO DE LA GUERRA.
El atentado de Sarajevo.
La causa directa más inmediata estuvo en el “avispero de los Balcanes”. El príncipe heredero del trono austro-húngaro, el archiduque Francisco Fernando, un reformista liberal que pretendía refundar el Imperio dando soberanía a los pueblos checo, croata, rumano y tal vez otros, en pie de igualdad con los austriacos y húngaros, fue asesinado (28-VI-1914) en Sarajevo, capital de la Bosnia ocupada por Austria-Hungría, por un terrorista serbio que pretendía que el territorio se integrara en la Gran Serbia.
En el mes de julio el gobierno de Viena acusó al serbio de Belgrado de proteger y fomentar los movimientos nacionalistas que habían perpetrado el crimen y al mismo tiempo decidió aprovechar la crisis para aniquilar el poder militar serbio y su creciente amenaza nacionalista sobre los pueblos eslavos del Imperio.
En este conflicto la gran potencia eslava y ortodoxa, Rusia, apoyaba a Serbia, mientras que Austria-Hungría contaba con la ayuda de Alemania, y con su apoyo envió un ultimátum con unas condiciones muy duras (disolución de los grupos ultranacionalistas y concesión de un control militar austriaco) que no fueron aceptadas por Serbia y Rusia.
Además, Rusia estaba integrada en la Triple Entente con Francia y Reino Unido, mientras que Alemania y Austria-Hungría formaban con Italia la Triple Alianza, las dos grandes coaliciones político-militares hasta 1914.
La declaración de guerra.
Los ejércitos respectivos fueron movilizados. La fuerza de los nacionalismos y la solidez de las alianzas mutuas en los Balcanes provocaron que nadie pudiera echarse atrás. Francia y Reino Unido no querían ir a la guerra por Serbia, pero no podían permitir que Rusia fuera vencida, porque una Alemania vencedora y sin contrapeso oriental sería después un terrible enemigo para ellas.
Entre el 28 de julio y el 4 de agosto las grandes potencias de la Triple Entente y la Triple Alianza se declararon la guerra. El 3 de agosto Alemania declaró la guerra a Francia y de inmediato invadió Bélgica para atacar por un lado imprevisto. De momento, Italia se mantuvo al margen y no apoyó a Alemania y Austria-Hungría, dudando sobre qué bando ganaría. Sólo algunos dirigentes socialistas (Jaurés, Lenin) intentaron convencer a los sindicatos y los partidos de la II Internacional que aquella no era la guerra de los obreros, pero el espíritu nacionalista fue más fuerte.
1.3. ESTADOS CONTENDIENTES Y ESTADOS NEUTRALES.
Las Potencias Centrales.
Alemania y Austria-Hungría, las llamadas potencias centrales, se unieron desde el principio y llevaron el principal peso de la guerra. Contaban con la ventaja de tener una unidad de comunicaciones y poderosos ejércitos terrestres, sobre todo el alemán.
Más tarde, Turquía (XI-1914) y Bulgaria (X-1915) se juntaron a las potencias centrales, aunque su participación fue secundaria.
Los aliados de la Entente.
La Entente la compusieron desde el principio los aliados Reino Unido, Francia, Rusia y dos potencias menores, Bélgica (debido a que Alemania había vulnerado su neutralidad) y Serbia.
En los años siguientes otros países entraron en la guerra al lado de los aliados. Italia, neutral al principio pese a pertenecer a la Triple Alianza, rechazó apoyar a las Potencias Centrales sino que se cambió de bando y participó desde 1915 junto a los aliados. También se alinearon con la Entente sucesivamente Rumanía, Montenegro, Grecia y Portugal en Europa.
En naranja las Potencias Centrales, en verde los Aliados y en añil los neutrales.
Las potencias neutrales: Japón y EE UU.
Los Estados neutrales fueron muchos en Europa: España, Suiza, Holanda, Dinamarca, Noruega y Suecia. Pero en dos casos la neutralidad fue conculcada: Bélgica (desde el principio) y Grecia (1917).
La mayoría de los países latinoamericanos se mantuvieron neutrales hasta 1917, cuando la presión norteamericana les llevó a alinearse con la Entente.
En Asia se mantuvieron neutrales China, Tailandia y Afganistán, mientras que Persia estuvo a punto de apoyar a las Potencias Centrales pero fue ocupada preventivamente por los rusos y británicos.
Japón, aliada histórica de Reino Unido, intervino pronto contra Alemania y ocupó sus colonias de Tsing-tao (China) y las islas de Micronesia.
EE UU fue neutral al principio porque sus simpatías con los aliados eran moderadas por la numerosa población de procedencia alemana, pero comenzó progresivamente a ayudar con capitales y armas a los aliados, sus principales clientes en la época de extraordinaria prosperidad que comenzó entonces. También consternó a la opinión pública la campaña submarina alemana y en especial el hundimiento del barco estadounidense Lusitania en 1915. Finalmente, el presidente Wilson ordenó la intervención en 1917, que resultó decisiva a favor de los aliados.
1.4. DESARROLLO DE LAS OPERACIONES.
Mapa de evolución del conflicto en Europa entre 1914-1918.
La guerra de movimientos.
Alemania, que contaba con el ejército más potente, luchó en dos frentes: contra Francia en el Oeste y Rusia en el Este. Contando con que los rusos tardarían en movilizar sus ejércitos, el alto mando alemán decidió concentrar sus fuerzas contra Francia, vencerla primero y trasladar luego sus tropas al este.
Desde el primer momento los alemanes, que atravesaron Bélgica en un movimiento envolvente, empujaron al ejército francés hacia el sur y su victoria llegó a parecer inminente. Pero a finales de agosto los rusos, aunque no preparados del todo, invadieron Prusia. Fue necesario sacar urgentemente tropas de Francia y mandarlas al frente ruso, donde los generales Hindenburg y Ludendorf consiguieron grandes victorias en las batallas de Tannnenberg y Lagos Masurianos. Pero los alemanes ya no tuvieron fuerzas suficientes para derrotar del todo a los franceses, que les contuvieron en la batalla del Marne (6-11 de septiembre). Ambos contendientes avanzaron entonces para dominar los puertos del Canal de la Mancha, por donde llegaban los refuerzos británicos.
El frente occidental se estabilizó en diciembre de 1914: desde el Mar del Norte a Suiza se extendía un frente continuo formado con líneas paralelas de trincheras.
En el frente balcánico, Serbia y Montenegro, tras una larga resistencia, fueron ocupados por las Potencias Centrales, lo que aseguró su predominio durante el resto de la guerra en los Balcanes y precipitó la incorporación de Bulgaria y Turquía a su bando.
La guerra de trincheras.
La nueva fase de la guerra de trincheras resultó ser una terrible forma bélica a la que no estaban acostumbrados los militares. Los soldados se amontonaban en zanjas estrechas, llenas de barro por las lluvias, protegidas por alambradas, apenas separadas de las enemigas. Los generales pretendían vencer efectuando asaltos frontales y abriendo brechas entre las trincheras enemigas. Para ello se bombardeaba furiosamente y durante mucho tiempo un sector del frente y luego se lanzaban al asalto sucesivas oleadas de soldados de infantería. Pero el enemigo contestaba con su propia artillería o con las ametralladoras y se producían matanzas horrorosas para apenas avanzar unos pocos kilómetros.
Las grandes batallas de desgaste.
Las batallas de desgaste tuvieron sus grandes escenarios en la ofensiva alemana en Verdún entre febrero y julio de 1916 y la ofensiva aliada del Somme entre junio y noviembre de 1916. Fueron las más importantes de la guerra por la enorme suma de bajas de ambos contendientes, pese a que ambas acabaron en un equilibrio sin apenas ganancias territoriales.
Las ofensivas del frente oriental.
Entre las ofensivas del frente oriental a partir de 1915, que no podía ser por su amplitud una guerra de trincheras sino de movimientos, destacan las de los alemanes en Polonia (1915), que permitieron ocupar la región occidental del Vístula; y, por el contrario, las ofensivas de los rusos de Brusilov en 1916 y la ordenada por Kerenski en 1917, que al principio hundieron a los austrohúngaros en el sector sur del frente pero que terminaron en duras derrotas ante la intervención alemana, y además la conquista de la mayor parte de Rumanía por las Potencias Centrales (1916).
Problemas sociales y económicos de la guerra.
Se plantearon problemas nuevos, como la industrialización y financiación de la guerra. Los Estados planificaron e intervinieron las economías para concentrar todos los esfuerzos en la producción de armamento, alimentos y material de uso bélico. Los empréstitos, tanto interiores como exteriores, financiaron la costosa guerra. Los imperios coloniales de los aliados fueron aprovechados para financiar, suministrar y reclutar tropas.
Las nuevas armas, los inventos.
Se desarrollaron nuevas armas: una artillería más potente, aviación, tanques, submarinos y armas químicas. Pero la más decisiva fue tal vez la alambrada de espino de acero, que paralizaba los avances de la infantería.
La búsqueda de alianzas.
La necesidad de superar por los flancos al enemigo incitó a ambos bandos a incorporar más países, Mientras las potencias centrales conseguían el apoyo apenas de Turquía y Bulgaria, los aliados recibieron un apoyo más amplio: Italia, Portugal, Rumanía y, finalmente, el decisivo de los EE UU.
La guerra fuera de Europa.
Alemania perdió en los primeros meses sus colonias en China y Oceanía a manos de Japón con escasa lucha, mientras que sus colonias africanas de Togo, Camerún y Namibia cayeron en manos de franceses y británicos, salvo en Tanganika, donde el general Lettow-Vorbeck resistió gracias a una audaz lucha de guerrillas hasta el final de la guerra.
El bloqueo marítimo.
Los Aliados bloquearon por mar a Alemania para privarla de alimentos y materias primas. Alemania respondió con la guerra submarina, para bloquear a sus enemigos, hundiendo gran cantidad de buques aliados e incluso neutrales, lo que fue un factor importante para llevar a EE UU a decantarse por la intervención.
Sólo hubo una batalla naval importante, la de Jutlandia en el Mar del Norte, que acabó en empate, sin que los alemanes pudiesen romper el bloqueo naval aliado.
Desmoralización de la población.
Tanto las tropas como la población civil en la retaguardia sufrieron una grave y rápida pérdida de moral de lucha, debido a las terribles pérdidas humanas y a los enormes costos materiales. Las huelgas de los trabajadores y las deserciones de los soldados fueron combatidas con la propaganda nacionalista y la represión.
1.5. HACIA EL FINAL DE LA GUERRA.
La crisis de 1917 en Rusia y la paz de Brest-Litovsk (1918).
La descomposición de la sociedad y el ejército en Rusia culminó en la Revolución Rusa de febrero de 1917. Al principio el gobierno “burgués” de Kerenski prosiguió la guerra e incluso lanzó una ofensiva, pero las derrotas que siguieron fueron tan terribles que se precipitó la Revolución de Octubre ese mismo año, que puso el poder en manos de los bolcheviques, partidarios de acabar la guerra. La paz de Brest-Litovsk (1918) finalizó la guerra entre las Potencias Centrales y Rusia, que perdió los países bálticos, Finlandia, Polonia y Ucrania, ocupadas por el enemigo.
Inmediatamente los rumanos tuvieron que rendir sus posiciones y en mayo quedaba liquidado el frente oriental, pudiendo los alemanes trasladar entonces importantes fuerzas al frente occidental, justo cuando los norteamericanos llegaban.
Intervención de EE UU.
La intervención de EE UU fue decisiva para inclinar la guerra del bando de los aliados. El hundimiento del Lusitania en mayo de 1915 y de otros barcos a continuación fue un importante factor que explica el cambio de la opinión pública, pero más aun pesaban las deudas de los Aliados, tan fuertes hacia 1917 que no se podía permitir su derrota si se quería recuperar la inversión. Por fin, EE UU declaró la guerra a Alemania (6-IV-1917) y envió a Europa en el año siguiente hasta 2 millones de soldados, superando abrumadoramente en número a los refuerzos que habían podido enviar los alemanes desde el Este.
La gran ofensiva alemana y el posterior desmoronamiento alemán.
En el verano de 1918, Alemania lanzó, bajo el mando de los generales Hindenburg y Ludendorf (exitosos comandantes del frente oriental), la última gran ofensiva en el frente del Oeste, planificada para antes de la llegada de los refuerzos norteamericanos, pero fueron contenidos ante París en la segunda batalla del Marne.
A mediados del verano los aliados, ya con los refuerzos de EE UU, comenzaron su ofensiva y echaron atrás a los alemanes. En octubre la situación en Alemania era ya desesperada: la retirada del ejército, los motines en la flota, las huelgas y las manifestaciones en la retaguardia. El alto mando militar alemán prefirió negociar una paz antes de que entraran en Alemania los aliados, mientras que estos deseaban un pronto final de la guerra para acabar con la carnicería y aislar enseguida a la Rusia comunista.
A principios de noviembre estalló una verdadera revolución popular en Alemania, formándose numerosos consejos (según el exitoso modelo ruso) de obreros y soldados en las ciudades, el gobierno dimitió, los soldados y marinos se negaron a seguir luchando. El canciller, príncipe Maximilian de Baden, un pacifista nombrado para negociar la paz, dimitió (9-XI)) y le sucedió el socialdemócrata Ebert, con el fin de parar la revolución, al tiempo que el emperador Guillermo II abdicó y huyó a Holanda, y se proclamó la República. El armisticio de rendición alemana se firmó el 11 de noviembre.
Hundimiento austriaco, búlgaro y turco.
Austria-Hungría cayó ante la ofensiva conjunta aliada, desde el norte de Italia (24-X) y desde Grecia. A finales de octubre la revolución en todos los países del Imperio austro-húngaro lo deshace irreversiblemente y el emperador Carlos de Habsburgo, tras el fracaso de su intento federalista de austriacos, húngaros y eslavos, abandonó el país.
Bulgaria, a su vez, se hundió en septiembre ante el ataque de los ejércitos aliados desde Grecia.
Turquía, por su parte, no pudo resistir el doble ataque británico desde Egipto, Iraq y Arabia, en el que alcanzó fama mundial el coronel Lawrence (llamado Lawrence de Arabia).
1.6. UNA NUEVA ORDENACIÓN DEL MUNDO.
Mapas políticos de comparación de Europa en 1914 y 1919.
Mapa de cambios territoriales en Europa en 1919.
Los Tratados de paz.
Se firmaron en 1919 una sucesión de tratados, los más importantes de los cuales se firmaron en París: Versalles (los Aliados con Alemania), Saint Germain (Austria), Trianon (Hungría), Neuilly (Bulgaria) y Sèvres (Turquía).
Las fronteras fueron modificadas de acuerdo a los principios generales de autodeterminación de los pueblos nacionales, lo que no contó para Alemania y Austria. La primera devolvió a Francia Alsacia y Lorena, mientras que Dinamarca añadió unos territorios en Jutlandia y Bélgica ganaba unas localidades, y la región renana del Sarre era declarada Estado autónomo, con la previsión de un futuro plebiscito para decidir si se incorporaba a Francia (el Sarre votó finalmente a favor de Alemania).
En los Balcanes, Rumanía ganó territorios a Austria-Hungría (Transilvania), Rusia (Besarabia) y Bulgaria (una parte de la Dobrudja); Grecia se extendió por la costa del sur de Bulgaria y temporalmente en la región de Esmirna al oeste de Turquía, hasta que una guerra greco-turca posterior en 1919-1922 fijó las actuales fronteras (el conflicto fue especialmente cruel para los civiles, pues ambos bandos cometieron genocidio).
La disgregación de los cuatro grandes imperios de Alemania, Austria-Hungría, Rusia y Turquía conllevó la aparición en Europa de nuevos Estados (algunos de los cuales nunca habían sido independientes): Finlandia, Lituania, Letonia, Estonia, Polonia, Austria, Hungría, Checoslovaquia (las actuales República Checa y Eslovaquia) y finalmente Yugoslavia, que se formó con la integración de los independientes Serbia y Montenegro e incluyó las zonas eslavas tomadas a los austro-húngaros de Bosnia-Herzegovina, Croacia y Eslovenia.
Italia a su vez ocupó el Trentino y Trieste, tomadas a Austria-Hungría, magro fruto para sus muchos sacrificios.
Bulgaria perdió algunos territorios limítrofes a favor de Grecia, Serbia y Rumanía.
El Imperio Turco se dividió entre una Turquía reducida y en parte ocupada por los aliados, que estuvieron a punto de dividirse todo el país pero que finalmente se retiraron en 1922, y unos territorios bajo mandato francés (Siria, Líbano) y británico (Palestina, Irak).
Alemania perdió sus colonias a manos de Reino Unido, Francia, Bélgica y Japón, en forma de mandatos de la Sociedad de Naciones (en realidad de las potencias aliadas), que debían preparar posteriormente la independencia.
Mapa de las colonias alemanas perdidas en Oceanía, a manos de Japón y Reino Unido, desde las Marianas hasta Nueva Guinea.
El gran derrotado, Alemania, debió aceptar su culpabilidad, pagar una enorme indemnización por reparaciones de guerra, reducir al mínimo su flota y su ejército, sufrir la ocupación de la región de Renania y perder territorios en casi todos las fronteras, sobre todo las regiones de Alsacia y Lorena para Francia, parte de Pomerania (con el corredor de Danzig) para Polonia, y zonas pequeñas a Bélgica y Dinamarca.
Alemania ni siquiera pudo compensarlo con la unión con Austria (cuya población lo deseaba) y vio como varias poblaciones alemanas quedaban en Polonia. Estas duras condiciones la humillaron profundamente y fomentaron un nacionalismo revanchista. Muchos alemanes creyeron haber sido traicionados por los socialistas y anarquistas, pues la propaganda hasta el último día les había hecho creer que estaban ganando la guerra y además los aliados nunca invadieron su país, y de repente se encontraban vencidos y en parte ocupados. Esta idea de la traición comenzó a fraguar ideológicamente el futuro ascenso del nazismo.
Austria-Hungría desapareció, sustituida por varios Estados. Austria se redujo a la zona de población alemana desde Viena hasta el Tirol, pero grandes contingentes de población alemana quedaron repartidos entre los Estados de Checoslovaquia (zona de los Sudetes), Hungría y Rumanía.
Mapa de Europa tras los Tratados de París en 1919.
Los desastres de la guerra.
Murieron 9,3 millones de soldados (3,6 millones de
las potencias centrales y 5,7 millones de la Entente). Ninguna guerra anterior había sido tan sangrienta. Su repercusión en la demografía y en la economía de los países se agravó porque eran hombres jóvenes. En Francia murieron el
16,8% de los hombres movilizados, y en Alemania el 15,4%. El país que más
sufrió en términos relativos fue Serbia, con 125.000 soldados y 650.000
civiles, un 15% de la población. En Francia quedaron 600.000 mutilados, de ellos
60.000 con amputaciones. Al final, sobre una población debilitada actuó la
gripe llamada ‘española’: probablemente
mató entre 10 y 21,5 millones de personas (algunos autores afirman que mató cerca de 50 millones) en 1918-1920.
Fueron inmensas las destrucciones materiales. Las tierras del Norte de Francia, principal escenario de la guerra, quedaron destruidas; se hundieron 13 millones de toneladas de barcos; e incontables fábricas fueron arrasadas.
El endeudamiento devino enorme. Hubo que aumentar los impuestos y dedicar la mayor parte de los presupuestos a la guerra. Los bancos ingleses, que habían hecho grandes préstamos a sus aliados al principio de la guerra, al acabar esta debían a los EE UU unos 10.000 millones de dólares.
La industria europea se había concentrado en el armamento y había abandonado los mercados coloniales, China y América. EE UU y Japón, más otros países como España, ocuparon su lugar proveyendo su demanda.
Las consecuencias sociales también fueron terribles: amargura, desesperación, cambios en la mentalidad colectiva, emergencia de nuevos nacionalismos... El escritor austrohúngaro Zweig escribió: ‹‹tal vez nada demuestra de modo más palpable la terrible caída que sufrió el mundo a partir de la I Guerra Mundial como la limitación de movimientos del hombre y la reducción de su derecho a la libertad. Antes de 1914 la Tierra era de todos. Todo el mundo iba a donde quería. No existían permisos ni autorizaciones. La gente subía y bajaba de los trenes y de los barcos sin preguntar ni ser preguntada. No existían salvoconductos, ni visados ni ninguno de esos fastidios. Fue después de la guerra cuando el nacionalsocialismo comenzó a transformar el mundo, y el primer fenómeno visible de esta epidemia fue la xenofobia: el odio, o por lo menos el temor al extraño. En todas partes la gente se defendía de los extranjeros, en todas partes los excluía. ›› [Stefan Zweig. El mundo de ayer. Memorias de un europeo. El Acantilado. Madrid.]
Kershaw (Descenso a los infiernos,
2016) afirma que las cuatro consecuencias más duraderas a su vez fueron causas
de la Segunda Guerra Mundial: 1) la explosión de un nacionalismo violento,
teñido en Alemania de ideas étnico-racistas, 2) el revisionismo territorial
respecto a las fronteras de 1919, tanto de los vencedores como de los vencidos,
3) la agudización de los conflictos de clase tras la revolución bolchevique de
1917, con la radicalización de los extremos a izquierda y derecha, y 4) la
prolongada crisis del capitalismo con la inflación de los primeros años 20 y la
deflación de la Gran Depresión de los años 30.
Estas consecuencias afectaron particularmente a Alemania pero en menor
medida también alcanzaron a las demás potencias occidentales, Reino Unido,
Francia e Italia.
La Sociedad de Naciones.
Uno de los 14 Puntos del presidente Wilson proponía el establecimiento de una Sociedad de Naciones (SN), que tendría como finalidad asegurar la paz, garantizar la independencia política y territorial de los Estados y programar el desarme general. Estableció su residencia en la ciudad suiza de Ginebra.
Sesión inaugural de la SN en 1920.
La SN tenía pocas posibilidades de resultar efectiva porque, desde el primer momento, no formaron parte de ella dos naciones muy importantes: EE UU, porque el Senado no aprobó la política exterior del presidente Wilson y volvió el aislacionismo tradicional, y la URSS.
¡Armas al hombro! (1918). Dirección: Charles
Chaplin. 36 minutos.
Yo acuso (1919). Dirección: Abel Gance. 191
minutos.
Los cuatro jinetes del Apocalipsis (1921). Dirección: Rex
Ingram. 150 minutos.
El gran desfile (1925). Dirección: King
Vidor. 140 minutos.
El precio de la gloria (1926). Dirección: Raoul
Walsh. 116 minutos.
Alas (1927). Dirección: William A. Wellman. 139
minutos. La guerra aérea.
Ángeles del infierno (1930). Dirección: Howard
Hughes. 127 minutos. La guerra aérea.
Cuatro de infantería (1930). Dirección: George W.
Pabst. 97 minutos.
Sin novedad en el frente (All Quiet on the Western Front, 1930). Dirección: Lewis
Milestone. 138 minutos. Escena escogida: Ataque francés y contraataque alemán. 6:51. [https://www.youtube.com/watch?v=dY5GJ4jWT5g]
Adiós a las armas (1932). Dirección: Frank
Borzage. 90 minutos.
La patrulla perdida (1934). Dirección: John Ford.
74 minutos. La guerra en Mesopotamia.
La gran ilusión (1937). Dirección: Jean
Renoir. 94 minutos.
El sargento York (1941). Dirección: Howard
Hawks. 134 minutos. El más famoso héroe americano en la Gran Guerra.
Senderos de gloria (1957). Dirección: Stanley
Kubrick. 86 minutos.
La gran guerra (1959). Dirección: Mario
Monicelli. 137 minutos.
Hombres contra la guerra (Uomini contro, 1970), de Francesco Rossi. La locura de la guerra,
durante la batalla de Caporetto (1917).
Gallipoli
(1981). Australia. 110 minutos. Dirección: Peter Weir. Intérpretes: Mark Lee, Mel Gibson.
La trinchera (1999). Reino Unido. Dirección: William Boyd. La vida de un grupo de
soldados británicos dos días antes de la batalla del Somme.
1917 (2019), de Sam Mendes. Reseña de
Fernández López, José Manuel. La favorita
‘1917’, un videojuego sin rigor militar. “El País” (8-II-2020).
Documentales / Vídeos. Orden
alfabético.
1914-1918. El ruido y la furia. Documental. 100
minutos.
Ellos no envejecieron (2019). They Shall Not Grow Old. Reino Unido. Dirección: Peter Jackson.
Documental-ficción, con fotogramas y filmaciones originales digitalizadas, de
los veteranos británicos de la Gran Guerra. Reseña de Del Molino, Sergio. Lo que de verdad vemos cuando miramos al
pasado. “El País” (22-VIII-2019).
La Primera Guerra Mundial en 7 minutos. Academiaplay.
Cambrai. 1917. La prueba de los tanques. Documental. Serie:
En la línea de fuego. 49 minutos.
El infierno de la I
Guerra Mundial. Serie
documental de 3 capítulos. 1. La decadencia del hombre. 44 minutos.
2. Purgatorio. 44 minutos. 3. La batalla de las
naciones. 36 minutos.
Gallipoli. Documental de serie Grandes batallas de la Historia. 49 minutos.
Gallipoli - The First Day. Documental en inglés. 46 minutos.
La gripe de 1918. 55 minutos. Las causas y la difusión de la gripe
‘española’, que probablemente mató entre 10 y 21,5 millones de personas en
1918-1920.
Newfoundland at the Some. Documental en inglés de serie Turning Points of History.47 minutos.
Passchendaele. Documental en inglés de serie Turning Points of History.47 minutos.
Primera
Guerra Mundial. Serie documental de
10 capítulos de 50 minutos. Hay algunos errores notables en la traducción (p.
e. 70.000 soldados se convierten en 700.000 en el cap. 4). 1. A las armas. Los precedentes y el
atentado de Sarajevo. 2. A la sombra del
águila. El inicio de la guerra en Europa. 3. Guerra global. La guerra en las colonias. 4. En nombre de Dios. La guerra en Oriente Medio: Turquía, el
genocidio armenio. 5. Alianza mortal.
La guerra en el Este, los Balcanes e Italia. 6. Fin del asedio. La guerra de trincheras en el frente occidental,
con las batallas del Somme y Verdún en 1916. 7. El bloqueo. El bloqueo marítimo de ambos bandos. 8. Revolución. Las revueltas en los
ejércitos y en Rusia. 9. Última ofensiva
alemana. La ofensiva en la primavera de 1918. 10. Guerra sin fin. El armisticio y los tratados de Versalles.
Vidas reales, guerra real. Documental de BBC.
3 partes sobre la vida en tres batallones británicos en la Gran Guerra. 1. El primer día.
Vimy Ridge. Heaven to Hell. Documental. 70
minutos. La batalla de Vimy Ridge, cerca de Arras, luchada por el cuerpo
canadiense (9-12 abril 1917).
Conferencias.
El problema de los orígenes de la Primera Guerra Mundial. Conferencia de Rosario Torres del Río, profesora de Historia Contemporánea
de la UCM. Colegio Oficial Doctores y Licenciados (6-X-2014). 1:10:58. [https://www.youtube.com/watch?v=2te_dxICyQw]
1915, bloqueo y estancamiento. Conferencia de Julio
Gil Pecharromán, profesor de Historia Contemporánea de la UNED. Colegio Oficial
Doctores y Licenciados (31-X-2014). 1:14:20. [https://www.youtube.com/watch?v=mfjL03AJyxg]
1916-1917, la gran matanza. Conferencia de Julio
Gil Pecharromán, profesor de Historia Contemporánea de la UNED. Colegio Oficial
Doctores y Licenciados (17-XI-2014). 1:16:22. [https://www.youtube.com/watch?v=tciZVUK0EEg]
Europa hace cien años. Las
consecuencias económicas de la paz, 1919-1924. Conferencia
de Roberto Salmerón Sanz, Universidad de Mayores (CDL). Colegio Oficial
Doctores y Licenciados 1:32:02. [https://www.youtube.com/watch?v=g7HHThWCArE]
Consecuencias geopolíticas de la Gran Guerra. Conferencia de Francisco Javier Ordóñez Rodríguez, catedrático de
Historia de la Ciencia de UAM. U. P. Carmen de Michelena, Tres Cantos
(3-XII-2018). 1:46:56. [https://www.youtube.com/watch?v=URzPEBVHX8Y]
La percepción de la Primera
Guerra Mundial en Francia, Alemania y España.Conferencia
en Goethe-Institut de Barcelona (2014): Jean-Marc Delaunay (Université Paris-3
Sorbonne Nouvelle), Birgit Aschmann (Humboldt-Universität Berlin) y Francisco
Javier Zamora Bonilla (Universidad Complutense Madrid). Moderador: el
periodista Jacinto Antón.1:30:02. [https://www.youtube.com/watch?v=w4FUSz-0kR0]
La Primera Guerra Mundial: una
aproximación general. Conferencia de Juan Pablo Fusi en Real
Academia de la Historia (2019). 1:04:58. [https://www.youtube.com/watch?v=88JeHnnfy2U].
Lawrence de Arabia y la I Guerra
Mundial: el mito como historia.
Conferencia de Jon Juaristi en Real Academia de la Historia (2019).
1:18:24. [https://www.youtube.com/watch?v=1ABLjdQjEWc].
Exposiciones.
*<Cartas al Rey y la mediación humanitaria de
Alfonso XIII en la Gran Guerra>. Madrid. Palacio Real (8 noviembre
2018-3 marzo 2019). Una exposición en el Palacio Real recuerda que el monarca
creó una oficina de rescate de prisioneros de la Primera Guerra Mundial y salvó
a miles de civiles y militares. Reseña de Olaya, V. G. Cuando Alfonso XIII intentó salvar al zar. “El País” (6-XI-2018).
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consecuencia de la Primera Guerra Mundial.
Altares, G. La guerra industrial,
año cero. “El País” Ideas (28-II-2016) 10. Aniversario en 2016 de las
mortíferas batallas de Verdún y del Somme, cuando la matanza bélica alcanzó
niveles industriales, anticipando la mortandad peor, en la Segunda Guerra
Mundial.
Altares, G. Fusilados de la Gran Guerra
sin perdón. “El País” (3-V-2017). La cuestión de rehabilitar a los soldados
franceses fusilados por amotinamiento.
Elorza, Antonio. Los ciegos.
“El País” (1-XI-2018). Causas y consecuencias de la Gran Guerra.
Bassets,
Marc. El renacimiento nacionalista.
“El País” (11-XI-2018). El centenario del fin de la Gran Guerra muestra que sus
causas y consecuencias siguen vigentes en gran parte.
Altares,
G. La paz que trajo el desastre. “El
País” (12-XI-2018).
Moreno
Luzón, Javier. Versalles, 1919. “El
País” (16-VIII-2019). La enseñanza de la necesidad de instituciones de
cooperación internacional.
APÉNDICE. Textos propuestos para comentarios de textos historiográficos.
Luis Fernando Moreno Claros. Errores que se pagan. “El País”, Babelia nº 760 (17-VI-2006) 13. Reseña de Haffner, Sebastian. Los siete pecados capitales del Imperio alemán en la Primera Guerra Mundial. Traducción de Belén Santana. Destino. Barcelona, 2006. 188 páginas.
‹‹Alemania fue la principal causante de la Primera Guerra Mundial, según mantiene Sebastian Haffner en un análisis de impecable estilo e ideas bien argumentadas.
Del periodista e historiador alemán Sebastian Haffner (19071999) contamos en castellano con libros tan excelentes como Anotaciones sobre Hitler (Galaxia Gutenberg), Historia de un alemán, Winston Churchill o Alemania, Jeckill & Hyde (Destino); y pronto aparecerán El pacto con el diablo y La vida de los paseantes. Haffner fue un gran escritor, un hábil periodista y un analista político de su tiempo, a veces muy lúcido y otras polémico y controvertido, pero siempre dotado de ese estilo claro y sintético con el que podía explicar de maravilla lo más enrevesado. Si sus artículos fueron circunstanciales, sus libros de alta divulgación histórico-política mantienen aún hoy su vigencia y proporcionan una lectura gozosa y enriquecedora incluso al lector no especializado.
En 1938, Haffner tuvo que exiliarse a Inglaterra sacudido por el asco que le provocaba el régimen nazi, aunque él era ario y hubiera podido ejercer en su patria como jurista. En Londres trabajó para “The Observer”, agudizó juicio y estilo y consolidó su firma. Al regresar a Alemania en 1954 se granjeó tanto aprecios incondicionales como el acoso de cuantos no soportaban sus incisivos juicios políticos, su implacable hostigamiento desde las páginas de prestigiosos diarios —a veces de tendencias opuestas— tanto a la Alemania federal como a los opacos regímenes situados tras el llamado telón de acero. Haffner no se lo puso nunca fácil a los alemanes; destapó sus miedos y radiografió sus almas, los tachó de antidemócratas y nazis recalcitrantes. Cambió de opiniones políticas varias veces llevado de un furibundo individualismo, aunque en sus análisis históricos jamás se atuvo a clichés facilones ni a simplezas, sino que entró a saco en la historia contemporánea en busca de certezas que, a modo de revulsivos, enseñaran a sus compatriotas las raíces de sus males y los curaran de sus prejuicios. Tal fue el objetivo del libro que nos ocupa, publicado en 1964, con ocasión del cincuentenario de la I Guerra Mundial. Pretendía demostrar a sus compatriotas lo poco que habían comprendido aquella calamidad europea que no fue fruto de ningún “destino” sino de desafortunadas decisiones humanas.
Alemania y sólo ella fue la causante de la Gran Guerra, y no el atentado que costó la vida al heredero del trono austriaco y a su esposa: “Los disparos de Sarajevo no provocaron absolutamente nada”, sostiene Haffner. Partiendo de esta premisa, el autor analiza la actuación de Alemania en una época en que la guerra era todavía una opción “legítima, honorable e incluso gloriosa” de la política entre naciones. En aquel entonces Europa “esperaba y casi deseaba una guerra”, muchos jóvenes la anhelaban como aventura romántica; la realidad demostraría que, al poco de estallar, la contienda sobrepasó todas las expectativas en cuanto a duración, crueldad y horror. A su término, el mundo civilizado cambió su concepción de la guerra y aprendió a considerarla, antes que “opción política legítima”, un cataclismo inhumano. Sin embargo, la polvareda que levantó aquella matanza no atajó ninguna otra guerra y hasta generó el lodazal de sangre de la siguiente al inocular en Alemania un desaliento generalizado que embriagó de odio a un personaje como Hitler.
Haffner lee la cartilla al bombástico Imperio alemán, al que culpa de siete errores descomunales que lo condujeron a perder una guerra que pudo ganar: el primero fue el abandono de la política mesurada de Bismarck, a la que Alemania renunció obnubilada por su expansionismo y su deseo de emular el imperialismo de la orgullosa Inglaterra. Junto a las razones que desataron la contienda, Haffner detalla los demás errores, entre ellos, el ataque a Francia a través de la indefensa Bélgica según la aplicación militar de un inquebrantable “plan Schlieffen”; la guerra submarina sin cuartel, que por su crueldad, obligó a Estados Unidos a participar en las hostilidades; la “bolchevización” de Rusia por parte de una Alemania que financió a Lenin y su revolución para que al alcanzar el poder firmara la paz; o el pacto de Brest-Litovsk y la vana expansión del Imperio alemán hacia la Europa del Este, donde llegó a conquistar todas las regiones comprendidas entre el Vístula y el Don. Por último, destruye el tópico de la célebre “puñalada por la espalda” —las “izquierdas” y los demócratas habrían conspirado contra “el pueblo” y el Ejército alemán, solicitando el armisticio e impidiendo así la gloriosa victoria—, un “trauma alemán” imaginado por la derecha nacionalista que tan buen papel desempeñó como propaganda hitleriana.
En suma, un libro brillante, de impecable estilo periodístico e ideas contundentes, una lección imprescindible de análisis histórico.››
Käppner, Joachim. Una sola patria para Europa. “El País” (17-I-2014) 6. Un recordatorio de la Primera Guerra Mundial y un análisis de nuestra perspectiva actual. El verdadero significado que tiene actualmente la Primera Guerra Mundial, “esa catástrofe primigenia de Europa”, para la nación y su identidad es síntoma de una inseguridad que no se supera nunca. El hecho de que Alemania no tenga que asumir la culpa en solitario no significa, por conclusión inversa, que sea inocente: en 1914 Alemania desaprovechó o quiso desaprovechar todas las oportunidades, y hubo algunas, para evitar el incendio que inflamó a la antigua Europa y la hizo extinguirse lentamente de manera irrevocable. Lo único que podemos aprender de este horror es a no menospreciar las instituciones de la UE, como está de moda ahora, a no concebir la Europa común como un constructo hueco, sino como una patria; a ser solidarios con los miembros más débiles y a no denigrar a los nuevos Estados.
‹‹“In Flanders fields the poppies blow / Between the crosses, row on row, /That mark our place; and in the sky / The larks, still bravely singing, fly /Scarce heard amid the guns below”. (“En los campos de Flandes florecen las amapolas / entre las cruces que, una hilera tras otra, / marcan nuestra posición; y en el cielo / vuelan las alondras, todavía cantando valerosas, / sin que apenas se las oiga abajo entre la artillería”.)
In Flanders Fields es uno de los poemas más conocidos sobre la Primera Guerra Mundial, un canto transido de tristeza y obstinación. Pero también instaura un sentido, porque al final los muertos, dispuestos en “una hilera tras otra”, exhortan a los vivos a tomar la antorcha y proseguir la lucha: de lo contrario “no dormiremos aunque crezcan las amapolas / en los campos de Flandes”.
Estas líneas esbozan realmente bien el recuerdo inglés de ese incendio que asoló Europa entre 1914 y 1918; aunque, como es natural, los años heroicos de 1940 y 1941, cuando la Inglaterra de Winston Churchill se enfrentó en solitario al contundente poder del imperio nazi, están mucho más presentes. Ambas guerras mundiales aparecen como etapas de una misma lucha por la libertad y la democracia frente al enemigo que se opone a ellas: el imperio alemán. Así es como se presentan los vencedores, así quieren verse a sí mismos y al pasado, volviendo la vista atrás con la convicción de haber servido a una buena causa.
Sin embargo, Alemania fue la gran perdedora de la Primera Guerra Mundial. Fue derrotada y obligada a aceptar la humillante Paz de Versalles de 1919, y tuvo que asumir la culpa de la guerra con todas sus consecuencias. En este país, después de la fractura del mundo civilizado que supuso la época nazi, después del Holocausto y de la guerra de exterminio, después de las tumbas de Oradour y Lidice, es natural que resulte mucho más difícil recordar guerras lejanas.
En este año conmemorativo de los acontecimientos de 1914, la República Federal de Alemania también se muestra muy discreta a nivel oficial, como pone de manifiesto el que, con el año ya comenzado, autores de éxitos de ventas, simposios de historiadores y grandes emisoras de radio y televisión de todo el mundo lleven meses tratando el tema de la guerra mundial, mientras que en el Gobierno federal, una mano no sabe a ciencia cierta lo que hace la otra ni tampoco se discierne qué es lo que se debe hacer realmente.
El verdadero significado que tiene actualmente la Primera Guerra Mundial, “esa catástrofe primigenia de Europa”, para la nación y su identidad es síntoma de una inseguridad que no se supera nunca. Es evidente que, ahora, a los políticos alemanes les resulta mucho más fácil conmemorar junto a los estadounidenses y los británicos el día D del año 1944, la fecha del desembarco aliado en Normandía que, dicho sea de paso, es el segundo gran acontecimiento que se conmemora en 2014 al cumplirse su 70º aniversario. Porque, afortunadamente, en ese caso los alemanes han encontrado su papel: como nación regenerada que comparte valores y alianzas con los enemigos y libertadores del pasado; un país que incluso envía conjuntamente con ellos soldados a misiones de paz para proteger aquellos ideales y libertades que pisotearon las botas militares de sus abuelos.
Pero con la Primera Guerra Mundial esto resulta mucho más difícil. No encaja con el modo de pensar a que estamos acostumbrados ni con los habituales debates políticos sobre la historia que aquí se viven con pasión y no pocas veces con fanatismo. Desde hace al menos un cuarto de siglo, apenas se plantea la cuestión de si hay que recordar o no los crímenes inconcebibles, cometidos por tantos alemanes en la época nazi; el interrogante es cómo hay que recordarlos. La propia posición al respecto se considera un modelo de moral antifascista y de aprendizaje de las lecciones de la historia, tal como atestiguan tristemente las interminables polémicas en torno a los monumentos conmemorativos. Imposible olvidar las voces cada vez más altisonantes que rechazaron el Monumento al Holocausto en Berlín calificándolo de “descargadero de coronas”. Hoy en día es uno de los lugares consagrados a la memoria más impresionantes de la república.
Pero ¿y 1914? Una guerra de un horror inconcebible y, sin embargo, sin el odio de las ideologías. Hasta los ejércitos de Alemania, culpable de la guerra según el Tratado de Versalles y la teoría dominante durante mucho tiempo, se comportaron casi siempre con mucha más moderación que los hitlerianos. Podría incluso ser motivo de orgullo republicano el hecho de que en 1918 los trabajadores y los soldados se liberaran del yugo y pusieran fin a la guerra; pero el aprecio hacia los propios luchadores por la libertad nunca ha sido el punto fuerte del pensamiento histórico alemán.
La efímera República de Weimar arruinó desde el principio la cuestión del lugar histórico que ocupa la Primera Guerra Mundial. La joven democracia surgida de la guerra en 1918 era tan débil que permitió a sus enemigos una sensacional distorsión de la historia. Según la “leyenda de la puñalada por la espalda”, demócratas, socialistas y judíos dejaron en la estacada a las tropas combatientes. Esta tesis se convirtió en el arma propagandística más contundente de aquellos que habían empujado a la guerra, habían apostado insensatamente por la victoria y finalmente la habían perdido: los militares reunidos en torno a Ludendorf y Hindenburg, los nacionalistas alemanes y las antiguas élites políticas y económicas. La novela de Erich Maria Remarque Sin novedad en el frente, que fue un éxito en todo el mundo, describe cómo fue realmente la guerra. En ella, los soldados destacados en el frente “están embrutecidos de un modo extraño y melancólico”, vegetan entre “el fuego graneado, la desesperación y los burdeles de la tropa”, se envilecen hasta convertirse en “animales humanos” y al final les espera la muerte. En 1933 los nazis hicieron quemar el libro. Y después de 1945, de la Primera Guerra Mundial quedó solo una vaga imagen de horror y culpa.
Pero ahora, cuando se cumplen cien años del estallido de la guerra, una nueva generación de historiadores sacude la antigua imagen de este conflicto bélico y de la responsabilidad del mismo, sobre todo el británico Christopher Clark con el libroLos sonámbulos y el profesor de política berlinés Herfried Münkler. Al igual que otros autores, ellos también consideran la cuestión de la culpa de forma muy diferenciada y más allá de modelos explicativos simples. En sus obras todos los implicados tienen su parte de responsabilidad en el hecho de que la clásica política imperialista, la sobrevaloración de las propias capacidades, las contradicciones internas, la falta de transparencia en la toma de decisiones, por ejemplo en la maquinaria de la política exterior, eclosionaran de forma tan mortífera en el año 1914.
Ahora bien, el recuerdo de que en 1914 hubo muchas potencias y fuerzas, aparte del imperio, que empujaron a la guerra no debe ser un nuevo motivo de autosatisfacción para los alemanes de hoy en día: el hecho de que Alemania no tenga que asumir la culpa en solitario no significa, por conclusión inversa, que sea inocente. Pero eso es justamente lo que los apologetas conservadores han querido decir realmente hasta bien entrados los años setenta. Si en 1914 Alemania solo “se vio envuelta” en la guerra debido a circunstancias desafortunadas, eso hace que resulte más fácil presentar la dictadura nacionalsocialista y la guerra de extermino iniciada en 1939 como “accidente de trabajo de la historia alemana”, que en realidad no tiene nada que ver con la historia de la nación. En 1961, el historiador hamburgués Fritz Fischer destruyó esta cómoda explicación con su libro Griff nach der Weltmacht[“La toma del poder mundial”]. Su tesis fundamental: el Estado autoritario del imperio buscaba el ascenso de Alemania a potencia mundial a cualquier precio y solo así se explican los acontecimientos de 1914; ese sería su verdadero núcleo.
Paradójicamente, Fischer era una antiguo nazi, miembro del NSDAP y de las SA y autor de textos antisemitas. Pero precisamente él se convirtió en el salvador de un enfoque histórico crítico de izquierdas y eso otorgó a su mensaje el carácter de exorcismo vivido en carne propia. Más tarde, el movimiento de Mayo del 68 no será el único que considerará tanto la primera como la segunda guerra mundial una obra de la odiada sociedad burguesa y del capitalismo maquinador que la sustenta.
Por tanto, el recuerdo del año 1914 ha seguido siendo terreno de la inseguridad histórica en un país al que tanto le gusta medir el mundo con sus propios patrones morales. ¿Qué deben decir sus representantes con motivo de este centenario? ¿Que nos alegramos de las conclusiones de estos historiadores según los cuales Alemania no es la única culpable sino que también contribuyeron al desastre el rumbo bélico del imperio ruso y el ansia de revancha de los diplomáticos franceses por la derrota de 1871? Eso sería una estupidez, por decirlo suavemente.
El 3 de agosto, Joachim Gauck [el presidente alemán] junto con el presidente francés François Hollande recordará a todos los caídos en el antiguo campo de batalla del Hartmannsweiler Kopf en Alsacia. Y quizá lo mejor que podrían hacer tanto el presidente federal como todos los políticos alemanes es mostrarse humildes. No, 1914 no fue 1939, los ejércitos de la Alemania imperial no irrumpieron como la Wermacht de Hitler en un mundo que no anhelaba nada más que la paz siguiendo un plan general impulsado por el odio, la codicia y un orgullo desmesurado. Pero hace 100 años, Alemania contribuyó por sí misma lo suficiente al estallido de la guerra como para hacer ahora profesión de humildad y no andar pidiendo compensaciones por las décadas pasadas.
El emperador, el canciller, el Gobierno, el ejército: durante la crisis de julio de 1914 tuvieron en todo momento en sus manos la posibilidad de no apoyar incondicionalmente las intenciones belicosas del aliado austriaco contra Serbia. La megalomanía, el nacionalismo exacerbado y una política dependiente del Ejército empujaron al imperio a un enfrentamiento armado del que no podía salir victorioso. En 1914 Alemania desaprovechó o quiso desaprovechar todas las oportunidades, y hubo algunas, para evitar el incendio que inflamó a la antigua Europa y la hizo extinguirse lentamente de manera irrevocable.
Lo único que podemos aprender de este horror es a no menospreciar las instituciones de la UE, como está de moda ahora, a no concebir la Europa común como un constructo hueco, sino como una patria; a ser solidarios con los miembros más débiles y a no denigrar a los nuevos Estados que solicitan su admisión tachándolos de nidos de parásitos sociales. Tal como expone el historiador Jorn Leonhard en un libro que aparecerá próximamente, la guerra de 1918 “abrió la caja de Pandora” en Europa, ese horrible recipiente de la mitología antigua del que escaparon todos las desgracias y los vicios del mundo cuando el hombre levantó la tapa en contra de la voluntad de los dioses. Odio entre los pueblos, deseo de revancha, conflictos fronterizos, ideologías totalitarias e irracionalismo político fueron las consecuencias entre las cuales prácticamente quedó olvidada la antigua Europa de la Belle Époque, que parecía tan bien ensamblada, con sus fronteras abiertas, rica vida cultural y rebosante del optimismo del progreso. Esa Europa se quebró en 1914 en el transcurso de unas pocas semanas.
No perder nunca de vista este hecho es también el mensaje de los historiadores actuales que, a diferencia de sus predecesores, no tienen la menor intención de atribuir culpas según sus simpatías, nacionalidad o ideología. Cien años después y a ojos de los lectores jóvenes, puede que la Primera Guerra Mundial parezca tan lejana como las expediciones militares de Atila, el rey de los hunos (a todo esto, hay que decir que en las guerras los británicos llamaban “hunos” a sus enemigos alemanes), pero realmente nos es mucho más próxima por todo lo que significa. “Desde el final de la Guerra Fría, el sistema de estabilidad global bipolar ha sido reemplazado por un entramado de fuerzas mucho más complejo e impredecible”, escribe Clark, unas condiciones “que realmente invitan a hacer comparaciones con la situación de Europa en 1914”.
Esto supone un claro llamamiento a cuidar de las instituciones comunitarias europeas, porque solo ellas proporcionan una mediación pacífica en las situaciones conflictivas. Para Alemania esto significa comportarse con precaución en un momento en que la Unión Europea goza de menos estima que nunca, y no provocar el miedo ante una potencia real o supuesta en el centro de Europa, aunque se trate tan solo de un dominio económico. Y también significa mantener la moderación y el justo medio en política exterior. La desafortunada intervención militar en Irak llevada a cabo por los estadounidenses en 2003 junto con su “coalición de serviciales socios” demuestra en buena medida la facilidad con que los Estados entran en una guerra más allá de toda razón, una guerra nacida de supuestas necesidades imperiosas, antiguas alianzas y nuevos miedos.
Erich Maria Remarque dijo en una ocasión: “Yo siempre pensé que todo el mundo es contrario a la guerra hasta que descubrí que hay quienes están a favor, sobre todo aquellos que no tienen que luchar en ella”.››
Antonio Elorza en Los
ciegos [“El País” (1-XI-2018)] aborda las causas y las consecuencias de la
Gran Guerra:
‹‹En un cuadro de 1915
conocido como Levitación o Los ciegos, Egon Schiele presenta la
desoladora escena de dos hombres que se elevan desde una tierra fragmentada
hacia un lugar desconocido, verosímilmente el vacío. Uno de ellos parece
muerto. Los ojos de ambos se dirigen fijos hacia el frente, configurando una
imagen espectral. Es algo que se repite en otras obras de Schiele del tiempo de
la guerra: La madre con los dos hijos lleva la muerte en el rostro e incluso en
Las dos mujeres sentadas, de 1918, la mirada frontal sugiere algo inexorable.
Schiele no es cronista de guerra, pero sí testigo de
una era trágica que culmina a fines de octubre de 1918. Víctimas de la gripe
española, el 28 fallece su esposa embarazada y él mismo tres días después, el
31, fecha de la derrota de Vittorio Veneto que hunde al Imperio de los
Habsburgo. El azar quiso que ese mismo año desaparecieran los tres artífices
más brillantes de su gloria cultural: Gustav Klimt, el arquitecto Otto Wagner y
el propio Schiele.
Los ciegos admite también una interpretación filosófica, a la sombra de la
afirmación de Freud de que la muerte es el objeto de la vida, tema que encajaba
en el espiritualismo de Schiele. Pero en 1915-1918, la muerte se inscribía en
un marco demasiado concreto, los cientos de miles de austriacos caídos para
nada en la guerra. La alegoría de Los
ciegos designa implícitamente un tiempo de catástrofes, similar al de Las parcas de Goya.
Los ciegos empujados al combate se encontraron
abocados a la muerte por la decisión, también ciega, de una guerra emprendida
por las grandes potencias. Salvo Inglaterra, obligada por defender la
neutralidad de Bélgica, los demás protagonistas ignoraron al declarar la guerra
los enormes riesgos de esa decisión, no solo para sus poblaciones, que parecían
importarles poco, sino para su propia supervivencia como Estados. Tres imperios
desaparecieron: el austrohúngaro, el zarista y el otomano. El Reich alemán fue
derrotado sufriendo enormes pérdidas humanas y territoriales, y en dos
ocasiones —septiembre de 1914 y primavera de 1918— Francia corrió el riesgo de
sufrir una suerte análoga. Incluso Italia, entrada en guerra para anexionarse
territorios de su aliado austrohúngaro, si bien logró unos objetivos
alcanzables en parte por negociación pagó un altísimo precio. El
intervencionismo a toda costa del rey Víctor Manuel III, en contra del
Parlamento y apoyado por demagogos (Mussolini) e intereses chauvinistas, costó
más de medio millón de muertos y millón y medio de heridos y minusválidos. Su
herencia política fue el fascismo, con la consiguiente infiltración en la
mentalidad política italiana de un irracionalismo agresivo, personificado
entonces por el Duce y aún hoy presente.
La fase de prosperidad general, iniciada hacia 1870,
se había visto acompañada por una tensa estabilidad internacional, donde el
espíritu conservador de la riqueza y la presión del movimiento obrero apuntaban
en vano a la conservación de la paz (conferencias de La Haya, Tribunal
Internacional de Justicia). La competencia imperialista y los irredentismos
empujaban sin embargo hacia una conflagración general, aun cuando los propios
Estados Mayores fueran conscientes del desastre de una nueva guerra, dados los
progresos armamentísticos. Resultaba abismal el desfase entre los beneficios a
alcanzar y los riesgos de una contienda. “¡Maldito sea quien arroje la cerilla
al barril de pólvora!”, proclamó ante el Reichstag el viejo Moltke, vencedor de
la guerra franco-prusiana.
En el seno de los nacionalismos anidaron entre tanto
las ideologías de destrucción, el militarismo y el antisemitismo (Carl Lueger,
referente antisemita de Hitler en Viena; affaire
Dreyfus en Francia). Un impostor podía ocupar el distrito de Köpenick solo con
ponerse un uniforme y decir que actuaba por orden del Káiser, entusiasmado ante
la siniestra broma. Tanto el alcalde Lueger como el capitán von Köpenick tienen
hoy estatuas conmemorativas en Viena y Berlín.
El camino de la guerra no fue abierto por uno de los
cuatro grandes (Inglaterra, Francia, Alemania, Rusia), sino por
Austria-Hungría, el socio menor del Reich. Como detonador servirá el atentado
de Sarajevo, pero suele olvidarse que el magnicidio y su secuela bélica fueron
consecuencia del salto al vacío dado por el imperialismo austríaco: en 1908,
Viena sustituyó la administración de Bosnia obtenida en la Conferencia de
Berlin en 1878 por una anexión totalmente ilegal que la enfrentó a Serbia y
Rusia. La ceguera comenzó entonces, y antes de 1914 ya dio frutos de sangre en
las guerras balcánicas.
Austria era el eslabón débil del círculo de las
grandes potencias, a pesar del espectacular crecimiento económico y del
fascinante esplendor cultural. “Era quizá un país de genios”, escribió Robert
Musil, “y probablemente fue esta la causa de su ruina”. Más bien cabría
atribuir esta a un régimen autoritario, belicista y clerical bajo Francisco
José, cuya burocracia bloqueaba todo intento de modernización política. La
hegemonía del Ejército y la confianza en que el Kaiser apoyaría siempre al
aliado “con su fe de caballero” desencadenaron la guerra y el hundimiento del
Imperio.
La pluralidad de efectos secundarios de la Gran Guerra
es de sobra conocida, incluidos los comportamientos de género, al incorporarse
masivamente las mujeres al trabajo. Se alteraron las pirámides de población: el
hueco creado por los millones de soldados muertos afectó a la siguiente
generación de mujeres, ya que las viudas se ocuparon de captar a las cohortes
masculinas más jóvenes. Pero, sobre todo, la guerra cambió el mundo, en la
misma medida que se transformaba en lo que el general Ludendorff calificó de
“guerra total”. Su conversión en genocidio fue anticipada pronto por los
bombardeos y exacciones a poblaciones civiles por el Ejército alemán, aun
cuando la lógica de exterminio del enemigo, en este caso interior, solo fuese
aplicada sistemáticamente por los Jóvenes Turcos a costa del pueblo armenio.
Hitler aprendió la lección, al revelar el 22 de agosto de 1939 sus intenciones
sobre Polonia: “¿Quién se acuerda hoy de la matanza de los armenios?” La
destrucción de los judíos fue la consecuencia lógica, en medio de la estrategia
genocida nazi que para los países ocupados describió Raphaël Lemkin.
Los casi diez millones de soldados muertos hubieran
debido servir de enseñanza, y no faltaron iniciativas políticas, como la
Sociedad de Naciones, para recogerla. Pero en términos políticos prevaleció la
dimensión punitiva del Tratado de Versalles, favoreciendo el auge en Alemania
del revanchismo, con su carga militarista y antisemita. Tampoco del horror de
las trincheras surgió una duradera reacción pacifista, pronto superada por la
exaltación de una máxima violencia, que nutrió al fascismo y al futuro nazismo
frente al riesgo de una revolución soviética. La violencia del excombatiente
fue incluso ennoblecida por la pluma de Ernst Jünger en Tempestades de acero. “La guerra, elemento primordial —resumió en
jerga poshegeliana—, revela las dimensiones propias de la Totalidad”. Hitler se
encargó de aplicarlo, al inaugurar el segundo y definitivo acto de la guerra
civil europea, mucho más sangriento que el anterior. Como en la imagen de
Brueghel, un ciego arrastraba al abismo a los demás ciegos.››
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