Sus acciones van desde las manifestaciones que convocan regularmente contra la democracia, o la participación en las manifestaciones de las víctimas del terrorismo de ETA y de las católicas contra las reformas socialistas en las que enarbolan sus banderas y gritan sus consignas, hasta la presencia con sus signos externos en los actos públicos del PP y, lo peor, los violentos ataques xenófobos contra los inmigrantes ilegales.
Joaquín Gil en Sin amanecer dorado en España [“El País” Domingo (27-X-2013)] abordaba la cuestión de la todavía escasa presencia electoral entonces de la ultraderecha española:
‹‹Pedro Pablo Peña rechaza la etiqueta de ultra. Se declara nazi y devoto de Adolf Hitler. Defendió en 1996 como abogado a Otto Remer, exjefe de Seguridad del Führer. Y hace un mes asistió a 5 de los 12 extremistas que reventaron el acto de la Diada en Madrid. “Esto no fue nada…”, desafía este exfalangista que pasó más de tres años en prisión por manipular explosivos. Pese a sus rugidos, la neofascista Alianza Nacional (AN), que preside Peña, pasa inadvertida. Reúne a 200 militantes y 3.000 votos. Su fama reposa en excandidatos como Pedro Cuevas, asesino del antifascista Guillem Agulló. O en el primer paso recorrido por la Fiscalía del Supremo para su ilegalización.
La tormenta perfecta que nutre el extremismo en la Europa espoleada por la crisis no arrecia en España. Cuatro formaciones ultras rasparon en las últimas generales 74.000 votos, un 0,3%. Menos que el Partido Animalista. Sin embargo, hay más ultraderechistas declarados. El 3% de la población, según el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS). “Pero la extrema derecha se siente cómoda en el PP”, explica Belén Barreiro, expresidenta del organismo demoscópico, que estima que 9 de cada 10 radicales les vota.
Huérfana de líder, atenazada por la violencia, fragmentada por ojerizas, el radicalismo de derechas se desfonda desde la Transición, cuando tocó techo con el escaño de Blas Piñar. Pero eso fue en 1979.
Hoy, un revoltijo de una quincena de grupos se debate como alma en pena entre el populismo, la nostalgia o la fe nazi. Sus tentativas de unión saltan por los aires. La última fue la plataforma La España en Marcha. Sus cinco formaciones planean entre la tradición y el neofascismo. Nació en julio como embrión de un futuro partido. Y ya amenaza ruptura. Las tensiones entre dos de sus miembros, Alianza Nacional y Democracia Nacional, podrían resquebrajar un proyecto concebido para tumbar el muro que exige un 0,1% de avales para presentar una candidatura al Congreso. “La división, las barreras electorales y el voto útil al PP son nuestros enemigos”, dice José Luis Corral, del Movimiento Católico Español, con 200 seguidores.
Más de 2.000 sitios nazis y racistas infectan la red, el nuevo megáfono del extremismo. El diario digital InfoLibre encajó esta semana cuatro ataques firmados por ultras que tumbaron el portal. “Han impedido la pluralidad”, comenta el director, Jesús Maraña.
Pero nada apunta a un amanecer dorado. El historiador Xavier Casals desplaza el centro de gravedad de la ultraderecha de Madrid a Valencia y Cataluña. Plataforma per Catalunya (67 concejales) y la valenciana España 2000 (5) proclaman en voz alta los murmullos de taberna de un país estrangulado por la crisis: “Sobran inmigrantes y mezquitas”. “Ayudas solo para españoles”. El fundador de España 2000, el abogado José Luis Roberto, olfatea el éxito. “Subiremos en los barrios obreros”, sentencia. Su legión de 4.000 militantes todavía aguarda el día de la victoria.››
El partido Se Acabó la Fiesta (SALF).
Alvise Pérez, líder de SALF.
El partido Se Acabó la Fiesta se ha estrenado consiguiendo tres escaños en las elecciones europeas del 9 de junio de 2024. Su dirigente es Alvise Pérez, muy conocido en la extrema derecha por su compulsión de lanzar falsedades en las redes sociales contra la monarquía, el Estado, la UE, el PP, la izquierda y muchos otros grupos o instituciones. Él mismo reconoce que se ha presentado a las elecciones europeas para lograr la inmunidad judicial y sortear las previsibles condenas que le esperan en varios juicios por bulos, calumnias y delitos de odio. Ha sido promovido por ciertos medios digitales que entienden que Vox no es bastante radical en la ultraderecha.
El partido Vox
Gran parte de los grupos neofascistas se han integrado o brindado su voto a partir de 2016 a Vox, un nuevo partido, que rehúye autocalificarse de ultraderecha, a diferencia de los anteriores, porque pretende mostrarse como transversal, aglutinando desde los nacionalistas españolistas a los 'indignados', los contrarios al soberanismo catalán y cualesquiera desencantados con la democracia y los partidos tradicionales, siguiendo un ideario populista y derechista típico: nacionalismo, centralismo, antieuropeísmo, misoginia, xenofobia, antiinmigración, anticomunismo, antisocialismo...
Santiago Abascal, el líder de Vox.
Esto explica el apoyo que ha obtenido del partido de Marine Le Pen, de la Liga italiana de Salvini, de la AfD alemana, de Bannon y de otros movimientos ultraderechistas y populistas nacionalistas, así como la simpatía de los medios de comunicación dominados por Putin.
Su máximo dirigente nacional es Santiago Abascal y ha contado desde sus inicios con el apoyo de Alejo Vidal-Quadras y otros exdirigentes salidos del PP, más unos pocos miles de militantes. Pero su presencia masiva en Internet prueba que cuenta con cientos de miles de simpatizantes, que históricamente han votado al PP y últimamente también a Ciudadanos, y que ahora ven posible que surja en Vox una fuerza que les represente mejor en su ideario extremo.
El primer gran éxito electoral del nuevo partido fue su irrupción inesperada en el Parlamento autonómico andaluz en diciembre de 2018 con hasta 12 representantes, encabezados por el juez Francisco Serrano.
El sociólogo José Pablo Ferrandiz en ¿Hay espacio más allá? [“El País” (6-II-2014)] analizaba la dificultad de que surgiera entonces una alternativa electoral en la extrema derecha, al socaire de la aparición de Vox:
‹‹Un 2% del electorado español se define de extrema derecha, esto es, se autoposiciona en la escala ideológica de 0 a 10 —en la que el 0 equivale a la extrema izquierda y el 10 a la extrema derecha— en las posiciones 9 y 10. En números absolutos este porcentaje supone alrededor de 700.000 personas. En general, la mayoría de ellos han venido apoyando electoralmente al PP, incluso en los momentos en los que este partido ha escenificado con mayor claridad un acercamiento al centro político. Según los datos de Metroscopia, en torno a medio millón de estos electores votaron al PP en las últimas elecciones generales celebradas en 2011. Es probable que este apoyo se deba, en alguna medida, a la ausencia de una alternativa política real ideológicamente más escorada a la derecha de lo que los votantes perciben al PP. Esto no significa, en todo caso, que una escisión política por la derecha del PP, con la creación de un nuevo partido, fuera capaz de reunir el apoyo de la mayoría de este electorado de extrema derecha: es probable que la mayor parte de ellos siguiera fiel al PP, otra optara por la abstención y otra acabara votando a otros partidos. Pero aunque todos votaran a la nueva opción política —para conseguirlo probablemente el partido debería encontrar a un líder con el carisma suficiente para reunir en torno a él a este electorado y crear un espacio político que ahora, si existe, está muy fragmentado y ocupado por pequeños partidos marginales— su relevancia política sería escasa. En unas elecciones al Parlamento Europeo como las que se van a celebrar el próximo mayo (donde la circunscripción electoral es una única nacional) se necesita, en promedio, alrededor de 300.000 votos para conseguir un diputado. Y en unas elecciones generales donde la ley electoral no favorece la entrada de partidos pequeños lo más probable es que no obtuvieran representación en el Congreso. Su cuota de poder institucional podría llegar a través de las elecciones municipales y, en algún caso, de algunas autonómicas, como ya ocurre ahora con, por ejemplo, la Plataforma per Cataluya que consiguió 67 concejales en 2011.
La gran paradoja es que un partido de extrema derecha en España, si quiere crecer electoralmente y ocupar cierta cuota de poder, tiene la obligación de moderarse porque en las posiciones menos extremas de la escala ideológica están los grandes caladeros de votos: un 8% de la población española se sitúa en el 7 y en el 8 y un 10% en el 6. Y ahí ya no estaría solo. Tendría que competir, entre otros, con el PP.››
Rubén Amón explica Por qué Vox es un partido de ultraderecha [“El País” (4-XII-2018)] dado que el proyecto de Abascal enfatiza el populismo, el nacionalismo y el discurso identitario excluyente:
‹‹Marine Le Pen se congratuló con el colega Santiago Abascal antes incluso de trascender la victoria de Vox. Era una felicitación preventiva, una premonición que adquirió vuelo con la proeza de los 12 diputados y que simbolizaba la bienvenida al club de la extrema derecha europea. No porque Vox fuera un partido ajeno al magma ultramontano y ultraderechista, sino porque tenía pendiente homologarse en el espacio sagrado de un Parlamento: Vox ya tiene voz.
No cabe argumento más elocuente respecto a la afinidad ideológica y política del partido de Abascal, pero llama la atención la iracundia con que el líder y los simpatizantes de Vox rechazan la etiqueta de la extrema derecha, cuando no hacen otra cosa que definirla con la palabra y con la obra.
Vox es un partido de extrema derecha, en efecto, porque su idiosincrasia se abastece de un modelo nacionalista-confesional que apunta a la supremacía y que se recrea en la retórica identitaria. La discusión del modelo autonómico no obedece tanto a un planteamiento conceptual —el centralismo jacobino frente a la descentralización— como al cuestionamiento de la Constitución y a la evocación de un eje gravitatorio, Madrid, desde el que se vertebra en sentido nuclear la evocación de una España grande y libre, con destellos de autoridad y de ambiciones moralizantes. Abascal y sus costaleros proscriben el aborto y el matrimonio gay, abominan del feminismo y se entrometen en las libertades individuales desde un paternalismo que huele a incienso y cuartel: Dios, patria y familia. Recela Vox por añadidura de la prensa, cuando no la censura o la expulsa a semejanza de la discriminación de Beppe Grillo. Es un partido que ha logrado apropiarse de la bandera itinerante, provisional, de la indignación, pero las buenas intenciones de sus votantes en el rechazo al sistema y en la frustración a la política convencional no contradicen el énfasis de la retórica lepenista respecto a la nostalgia de la España pulquérrima de antaño y precomunitaria. Una percepción eurófoba y antiglobalizadora que se recrea en los miedos —la inmigración, la media luna musulmana—, en los instintos y en las supersticiones históricas, de forma que Vox se instala en un discurso onanista y antiilustrado cuya inercia sintoniza con la xenofobia excluyente de Salvini (Italia) y con el cristianismo militante de Viktor Orbán (Hungría). Se llama extrema derecha.
La réplica paródica de “España primero”, o los españoles primero, establece una conexión inequívoca con los movimientos populistas en boga, de Trump a Bolsonaro, de Marine Le Pen a Geert Wilder. Abascal carece del carisma y de la telegenia de todos ellos, pero imita su perfil altanero y justiciero en nombre de una exacerbación patriótica, emocional, entre cuyas ocurrencias miméticas ha prevalecido incluso la promesa de un muro impenetrable en Ceuta y Melilla.
Es verdad que el modelo económico de Vox antepone el liberalismo al proteccionismo. Y es cierto que Vox ha aprovechado el recurso específico de la reacción al soberanismo y hasta la exhumación estrafalaria de los restos de Franco, pero las peculiaridades del partido español no discrepan del hábitat ultraderechista, sino que establecen una variedad en la fauna y flora del oscurantismo que aspira a transformar España y a desfigurar Europa.››
Pablo Ordaz recoge en ¿Es Vox un partido fascista? [“El País” (6-XII-2018)] las reflexiones de tres expertos y politólogo Guillem Vidal, sobre cómo situar en el espectro ideológico a la formación de Abascal:
‹‹Tras la jornada electoral en Andalucía, miles de personas, en su mayoría jóvenes, se concentraron en varias ciudades en protesta por la irrupción de Vox al grito de “no es democracia, es fascismo”. Los buenos resultados del partido de Santiago Abascal han provocado la discusión de si se trata de una opción de extrema derecha o directamente fascista. El catedrático de Derecho Constitucional y analista político Robert L. Blanco, el historiador Fernando del Rey y el politólogo Guillem Vidal analizan hasta qué punto el nuevo partido ha cruzado la frontera entre una derecha democrática —con planteamientos extremos con respecto a la inmigración o los derechos de la mujer— y un partido directamente antidemocrático.
“Para mí, generacionalmente”, explica el catedrático gallego Roberto Blanco, de 60 años, “la extrema derecha son los tipos de las cadenas, los violentos, aquella Fuerza Nueva de Blas Piñar que iba arreándole a la gente por la calle. Es verdad que hoy existe en Europa otra extrema derecha, la de Marine Le Pen o la de Alternativa para Alemania, que son partidos que compiten por la democracia desde dentro y que no parece que quieran acabar con el sistema. Si a eso le llamamos extrema derecha, a Vox también habría que llamárselo, y de hecho parece que Le Pen felicitó a Abascal. Pero yo, ya digo que tal vez por edad, identifico a la extrema derecha con fuerzas más violentas, más antidemocráticas”.
Blanco establece dos factores para explicar los buenos resultados de Vox. “Uno es el componente nacionalista español. La reacción nacionalista frente a, por una parte, el disparate de los independentistas catalanes y, por otra, al pacto parlamentario de Pedro Sánchez con los partidos que han organizado una insurrección en toda regla, llámese rebelión, sedición o lo que se quiera. Este factor explicaría también la debacle socialista”. El otro factor, según el catedrático de la Universidad de Santiago de Compostela, “es el componente xenófobo, y este sí que puede identificarse sin ninguna duda como extrema derecha”.
El historiador Fernando del Rey establece una cuestión previa: “Esto de derecha, extrema derecha o derecha liberal son clasificaciones muy coyunturales. Los historiadores nos movemos con los parámetros del periodo de entreguerras y quizas es un error porque esa clasificación depende de las circunstancias”. Del Rey, profesor en la Universidad Complutense de Madrid, advierte de forma categórica: “Yo creo que hablar de fascismo es una exageración. El fascismo es un fenómeno en sentido estricto exclusivo del periodo de entreguerras y luego puede haber habido ramificaciones, pero si utilizamos el concepto fascismo para aplicárselo a esto es una distorsión, es no saber lo que fue el fascismo, que es una cosa mucho más bruta y por lo pronto violenta y militar. Evidentemente, es una derecha dura pero no me atrevería a clasificarla hoy por hoy como derecha autoritaria o radical, que abogaba precisamente por la dictadura, por el poder de los militares, por la violencia, por la paramilitarización, nada que ver con esto. Esto es un fenómeno nuevo, típico de nuestro tiempo, que lo estamos advirtiendo en toda Europa”.
El historiador sitúa a Vox en la “derecha radical” pero, al menos por el momento, dentro del juego democrático: “Dentro del arco de las derechas conservadoras, pues evidentemente Vox está más a la derecha del PP. Eso es una obviedad. Ahora, llamarle a esto fascismo me parece una exageración. Yo no veo fascismo por ningún lado. Ellos aceptan mal que bien el marco constitucional, quieren reformar la Constitución, respetan las reglas del juego, tienen un discurso duro en determinados temas como en los derechos de la mujer. Está claro que en eso es un discurso muy duro, y también es muy duro en antinmigración. Ahí hay un claro paralelismo con esta reformulación de la derecha que está teniendo lugar en Europa, en Hungría, en Polonia, es obvio que hay paralelismos, pero a mí el Frente Nacional francés me parece más radical que Vox”.
El politólogo Guillem Vidal, investigador en el Instituto Universitario Europeo, sitúa claramente a Vox en la extrema derecha, pero establece dos subgrupos, la extrema derecha fascista —en la que situaría a los griegos de Aurora Dorada— y una extrema derecha populista radical al estilo de Marine Le Pen: “Ahí situaría yo a Vox. Un estilo de partidos surgidos en los ochenta y que se desmarcan de la ideología fascista y que se centran más en ir contra la inmigración y contra la Unión Europea. Es un poco temprano para decirlo en términos absolutos, pero en mi opinión la dirección que está tomando Vox se acerca mucho más a una derecha populista radical que a una extrema derecha fascista”. Vidal se basa en varios indicios: “Uno es que en la campaña no se ha visto que hayan tenido especialmente un discurso antidemocrático, es decir, de cambio de régimen democrático a un régimen fascista. Cuestionan el sistema democrático liberal pero no entran dentro de esa ideología. Y luego hay cosas como Steve Bannon yendo a Andalucía y hablando con ellos. Yo creo que la dirección que quieren tomar es parecerse a estos otros partidos que han tenido cierto éxito en el norte de Europa”.
Hay otra cuestión importante en la que Del Rey y Blanco están de acuerdo. “Me parece un error mayúsculo exagerar el lenguaje llamándoles fascistas”, dice Del Rey, “porque los estás empujando a serlo. Y, hoy por hoy, no han manifestado que quieran romper el sistema. En ese sentido, y al menos desde el punto de vista verbal, Podemos ha sido mucho más radical y antisistema”.
Roberto Blanco insiste en la idea: “Hay que tener mucho cuidado con las palabras. Por intereses de partido no te puedes poner a disparar por elevación, porque te puedes encontrar diciendo cosas que, lejos de frenar el movimiento, lo favorezca”. Guillem Vidal deja una puerta abierta a la calma: “Hay estudios por los que sabemos que este tipo de discursos, una vez que entran en el Parlamento, tienden a normalizarse”.››
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