El acoso sexual en las Fuerzas Armadas.
Miguel González, en El acoso sexual aflora en las Fuerzas Armadas [“El País” (15-I-2018)] explica que el Observatorio de la Vida Militar ha hecho la primera radiografía de un problema oculto hasta ahora en los cuarteles:
‹‹Las Fuerzas Armadas, que forman parte de la sociedad, no son ajenas a las conductas relacionadas con el acoso y han comenzado recientemente a tratarlas”. Con estas palabras rompe el Observatorio de la Vida Militar el manto de silencio que hasta ahora ha cubierto las situaciones de acoso sexual, laboral y profesional en el seno de los ejércitos. (…)
Hasta 2014, el acoso ni siquiera estaba tipificado como falta disciplinaria y su introducción en el Código Penal Militar se produjo en 2015 (anteriormente este delito se subsumía en otros genéricos, como abuso de autoridad), mientras que el primer protocolo de actuación frente al acoso sexual y por razón de género fue aprobado en noviembre de 2015, dos años y medio después que el de la Guardia Civil.
El Observatorio de la Vida Militar, un organismo adscrito a las Cortes, ha elaborado el primer estudio sobre la aplicación de este protocolo y también la primera radiografía, aún borrosa, sobre el calado del problema en el seno de los ejércitos.
El estudio, que coincide con el 30 aniversario de la incorporación de la mujer a las Fuerzas Armadas, constata que “en la inmensa mayoría de los casos, la víctima del acoso, en sus distintas acepciones, es una mujer”.
En el primer año de aplicación del protocolo se han abierto 16 procedimientos penales (11 están en fase de instrucción, y cinco se han elevado a sumario). También se han instruido seis expedientes disciplinarios (dos han pasado al ámbito penal y cuatro están en trámite).
Estas cifras suponen un aumento espectacular respecto al año 2015, cuando solo se abrieron dos procedimientos penales (en ambos casos el acosador era un suboficial y la víctima una soldado) y ninguno disciplinario.
El estudio reconoce la dificultad de comparar con periodos anteriores a la aprobación del protocolo, pero incluye datos del Tribunal Militar Central según el cual entre 2004 y 2015 se presentaron 174 denuncias, se abrieron 46 procedimientos penales y se dictaron 22 condenas: 12 por acoso sexual, una por acoso por razón de sexo y nueve por acoso profesional. Es decir, el 63% de las denuncias acabaron archivadas y solo el 12,5% en condena.
“El protocolo merece una valoración positiva como primer paso en la acción de las Fuerzas Armadas para hacer frente al acoso, pero debe ser completado y perfeccionado”, concluye el informe. Critica, por ejemplo, que no incluya el acoso profesional, no se aplique al personal civil de Defensa o no contemple medidas de protección de testigos.
Tolerancia cero.
El Observatorio reconoce que se ha producido “un incremento en la sensibilización de la cadena de mando y del resto del personal” respecto al acoso, pero admite que carece de datos para valorar la eficacia de las medidas de prevención, formación y apoyo adoptadas hasta ahora, por lo que reclama un estudio en profundidad que permita conocer la verdadera “dimensión y caracteres del problema”.
Advierte, en todo caso, que el tema no puede abordarse con regulaciones aisladas, sino que requiere una auténtica política, pues no se trata solo de sancionar a los acosadores sino de “prevenir conductas que potencien un clima propicio al acoso”.
La “represión temprana” de actitudes que incluyan el uso de términos despectivos u ofensivos por razón de género, no solo puede erradicar lo que denomina “acoso difuso” sino tener efectos disuasorios y evitar conductas más graves, recomienda.
“La experiencia demuestra que la mejor manera de luchar contra el acoso es estimulando la reacción no solo del acosado sino de los que lo presencian”, subraya. La ‘tolerancia cero’ que proclama el protocolo debe ser asumida por todos los militares.››
El caso del Yak-42 (2003).
La catástrofe del Yak-42 en 2003, en la que murieron 62 militares españoles, ha perdurado como un problema político, militar, jurídico y ético, sin resolverse todavía plenamente 13 años después, por lo que ha quedado entre los familiares de las víctimas y la opinión pública la duda de si hubo una trama de corrupción que se apropió de parte del dinero y eso desencadenó el accidente y el posterior encubrimiento de los culpables.
Militares españoles antes de subir al avión de la tragedia.
El ministro de Defensa, Federico Trillo, visitando el lugar del accidente.
El editorial Trillo, a su casa [“El País” (4-I-2017)] resume el caso y la exigencia de asumir la responsabilidad política por la catástrofe.
‹‹Mientras permaneció al frente del Ministerio de Defensa, Federico Trillo se negó a asumir la responsabilidad política en la decisión de alquilar un avión en condiciones deplorables para repatriar a 62 militares españoles que habían servido en Afganistán, todos ellos muertos junto con la tripulación en el accidente ocurrido el 26 de mayo de 2003. Tampoco renunció al escaño del que disfrutó después. Trillo se escudó en la inexistencia de informes previos que pusieran en duda la seguridad de los aparatos arrendados para el transporte de tropas. Sin embargo, el Consejo de Estado afirma ahora que tales informes existieron y responsabiliza del accidente al Ministerio de Defensa. Así pues, el actual embajador en Londres ha perdido toda coartada para continuar representando a España en ninguna circunstancia, de forma que el Gobierno de Rajoy tiene que acabar con esta situación, si es que Trillo no toma la iniciativa.
Lo esencial del informe del Consejo de Estado, desvelado por EL PAÍS, deja clara la imposibilidad de que el Estado se desentendiera de la obligación de asegurar en lo posible la actividad de los contratistas utilizados para el transporte de tropas. No deja lugar a dudas sobre la importancia de un informe secreto del Ejército en el que advertía de los elevados riesgos que se estaban corriendo “al transportar personal en aviones de carga fletados en países de la antigua URSS”, cuyo mantenimiento “es como mínimo muy dudoso”. Durante los años transcurridos se ha sabido del agotamiento de la tripulación encargada del vuelo, que llevaba 24 horas de actividad cuando ocurrió la tragedia; de que una de las cajas negras del Yak-42 estaba averiada desde hacía mes y medio; de los sobrecostes provocados por la cadena de intermediarios; y del falseamiento de las identidades de 30 de los 62 militares españoles fallecidos, perpetrado por tres mandos que resultaron condenados judicialmente por ello. Trillo empeñó su palabra ante el Parlamento asegurando que la identificación se había realizado “con todas las garantías”. Un airado José María Aznar, jefe del Gobierno cuando ocurrieron los hechos, llegó a pedir que se dejara en paz a los muertos.
Si después de todo esto Trillo intenta seguir en la Embajada de Londres solo revelará un cortoplacismo similar al de Mariano Rajoy, que ayer pretendió quitarse de encima el problema alegando que sucedió “hace muchísimos años”. Su Gobierno es responsable tanto del nombramiento de Trillo como embajador —saltándose la regla explicitada por el entonces ministro de Exteriores, para designar a miembros de la carrera diplomática—, como del indulto a dos oficiales médicos que participaron en el falseamiento de las identidades de 30 de los fallecidos. El Gobierno debe descartar el recurso de envolverse en la niebla del tiempo para tratar de pasar inadvertido.
Federico Trillo tiene que asumir su responsabilidad política en tan nefasta gestión. Si no lo hace, el Gobierno está obligado a destituirle y a garantizar, como mínimo, que jamás volverá a representar a este país en ninguna parte. Lo exigen la dignidad de España y la memoria de 62 militares muertos por la patria.››
Miguel González, en Los cabos sueltos del Yak-42 [“El País” (15-I-2017)] resume las incógnitas irresueltas:
‹‹Casi 14 años después de la que ha sido la mayor catástrofe de la historia moderna del Ejército español en tiempos de paz, numerosas sombras siguen envolviendo el accidente del Yak-42, en el que perdieron la vida 62 militares que regresaban de Afganistán el 26 de mayo de 2003. Los familiares de las víctimas, que se reunieron el pasado martes con la ministra de Defensa, María Dolores de Cospedal, le pidieron que las aclare y esta se comprometió a investigar “por tierra, mar y aire”. (…) Estas son las principales incógnitas:
¿Quién se enriqueció con el Yak-42?
El Ministerio de Defensa pagó 149.000 euros por el vuelo, pero la empresa ucrania que operó el avión, UM Air, sólo recibió 38.442 dólares (unos 36.500 euros). La cadena de subcontrataciones, que Trillo calificó de “cadena de confianza”, incluyó cinco intermediarios: la Agencia NAMSA de la OTAN, Chapman Freeborn, Volga-Dnepr (con sede en Irlanda), Adriyatik Ltd (Turquía) y JTR (Líbano). El entonces ministro de Defensa, José Bono, encargó en 2004 una investigación, pero los contratos que consiguió estaban incompletos: la empresa JTR solo aportó la primera y la última página del suyo, apelando a una supuesta cláusula de confidencialidad. No se sabe, por tanto, cuánto cobró cada intermediario y en concepto de qué. El Consejo de Estado concluye que las sucesivas rebajas en el precio influyeron en las condiciones [de seguridad] del vuelo.
¿Dónde están los 42 contratos de los vuelos anteriores?
Defensa no ha aportado, pese a que los han reclamado repetidamente las familias, los contratos de los 42 vuelos anteriores al Yak-42 que, entre febrero de 2002 y mayo de 2003, contrató a través de NAMSA para el transporte de tropas. Resulta inconcebible que se hayan perdido contratos por los que se pagaron 8,2 millones de euros. Una nota remitida en 2008 a la Audiencia Nacional por el entonces jefe del Estado Mayor de la Defensa y actual director del servicio secreto CNI, Félix Sanz, aseguraba que casi tres millones de euros fueron a parar a los bolsillos de intermediarios, lo que tachaba de “escandaloso”.
¿Qué pasó con el seguro de los pasajeros?
Según el contrato firmado con NAMSA, debía suscribirse una póliza de 75.000 dólares por pasajero. Tras el accidente se descubrió que este seguro no existía, por lo que el Ministerio de Defensa lo pagó a los herederos de las víctimas con cargo a fondos públicos. El Estado español nunca pleiteó para recuperar este dinero. NAMSA reclamó a Chapman Freeborn, pero el tribunal arbitral de París resolvió que la agencia de la OTAN no estaba legitimada para actuar en nombre de los militares españoles. Chapman ofreció a Defensa pagar los 75.000 dólares a cambio de que las familias renunciaran a las indemnizaciones por responsabilidad civil que pudieran fijar los tribunales. Defensa rechazó la oferta, pero nunca demandó a NAMSA. Es probable que el Yak-42 no fuera un caso aislado y que la falta de seguro se repitiera en los 42 vuelos anteriores, pero la falta de los contratos impide comprobarlo.
¿Qué debía haber hecho Defensa para evitar el accidente?
Defensa tenía derecho a inspeccionar los aviones en los que volaban sus militares, pero renunció a ello. De haberlo hecho habría comprobado que la caja negra que registra las conversaciones en cabina (VCR) no funcionaba desde hacía 45 días, lo que era suficiente para que se impidiera volar al avión. El Yak-42 pertenecía a un país no miembro de la OTAN, lo que, según el contrato con NAMSA, requería una autorización expresa para utilizarlo. No se sabe si se concedió. Tampoco se atendieron las quejas previas al accidente: algunas se perdieron debido a la falta de coordinación entre los organismos del ministerio; otras se obviaron alegando que se referían a cuestiones como la comodidad o puntualidad; y la más importante, la del Centro de Inteligencia y Seguridad del Ejército de Tierra (CISET), que casi un mes antes advertía del “alto riesgo” que suponía utilizar esos aviones, se menospreció con el argumento de que su autor no era un experto en aeronáutica.
¿Por qué se actuó con tal negligencia?
La clave de este comportamiento negligente la aporta una carta fechada en junio de 2005 del entonces jefe del Mando de Operaciones del Estado Mayor Conjunto, el vicealmirante José Antonio Martínez Sainz-Rozas, a la que Bono aludía el pasado martes en una entrevista con EL PAÍS. Según dicho mando militar, la “sensibilidad política” por la guerra de Irak y las limitaciones presupuestarias, impuestas por la participación del Ejército en este conflicto y en catástrofes como la del Prestige, imponían que solo se pudieran contratar dos vuelos al mes y que, además, hubiera que esperar al visto bueno del propio Trillo para programarlos, “lo que inevitablemente producía improvisaciones”. En el último momento se cambió un Tupolev 154, con mayor autonomía, que no hubiera tenido que hacer la fatídica escala en Trabzón (Turquía), por el Yak-42. Se trabajaba bajo presión política.
¿Quién ordenó repatriar a toda prisa los cadáveres?
La Audiencia Nacional condenó en mayo de 2009 al general médico Vicente Navarro y a los comandantes José Ramón Ramírez García y Miguel Ángel Sáez García por un delito de falsedad en documento público, por las erróneas identificaciones de 30 de los 62 cadáveres de los militares españoles. Los tres militares, comisionados por Trillo para esta tarea, repatriaron los cadáveres sin identificar, como demuestra el acta que firmaron con los forenses turcos el 28 de mayo de 2003, 48 horas después del siniestro, pero una vez en España los entregaron a las familias asegurándoles que estaban identificados y les impidieron abrir los féretros.
La causa de esta premura fue llegar a tiempo al funeral de Estado que esa misma tarde, presidido por los Reyes, se celebró en la base aérea de Torrejón de Ardoz (Madrid). El entonces rey Juan Carlos le negó a Bono que él hubiera fijado la hora del funeral. Trillo, que se reunió con Navarro en el tanatorio donde se estaban realizando las identificaciones, ha negado que él diera la orden y este no le denunció en el juicio, por lo que el exministro nunca fue imputado. Pero Trillo ordenó desactivar a la unidad de catástrofes de la Guardia Civil, que estaba lista para acudir al lugar del siniestro, alegando que su presencia no era necesaria porque los cadáveres estaban en buen estado y negó que se hubieran tomado muestras de ADN. Se demostró que mintió en ambos casos. El general Navarro murió antes de ingresar en prisión y los dos comandantes fueron indultados por el PP tras volver al Gobierno, en abril de 2012.››
La ultraderecha en las Fuerzas Armadas.
El editorial Un asunto inquietante [“El País” (25-IX-2013)] incide en que conviene prestar más atención a los casos de militares que no aceptan su neutralidad política:
‹‹El ministerio de Defensa ha anunciado la apertura de una “información” acerca del teniente coronel Miguel Ayuso, que lleva un par de años vertiendo en público opiniones contrarias a la Constitución, no reconoce al rey don Juan Carlos —el rey legítimo, para él, es el carlista ultraderechista Sixto de Borbón— y sigue la vieja fraseología de calificar de “cruzada” a la Guerra Civil de 1936-1939 y de considerar “legal” la represión practicada por la dictadura franquista. Lo cual no es óbice para que el militar —también profesor de Derecho Constitucional en la Universidad de Comillas— se encuentre ahora en la fase de clasificación para el ascenso al empleo de coronel; al tiempo que mantiene la cualidad de juez militar, es decir, de persona que administra justicia en nombre del Rey constitucional.
El departamento de Defensa solo ha reaccionado tras la publicación de tales datos en este periódico. Y eso que no faltan episodios que, aun de distinto cariz, dan cuenta de algunos militares que se sienten autorizados para violar la neutralidad política exigible a su ocupación. En febrero pasado, el general de división Juan Antonio Chicharro, ex comandante general de la Infantería de Marina, sugirió una intervención militar en caso de peligro de secesión en Cataluña e hizo manifestaciones de este tenor: “La patria es anterior y más importante que la democracia”. Ese jefe militar se encontraba en la situación de reserva cuando lanzó su proclama; no así el teniente general José Mena, que en 2006 fue destituido como responsable de la Fuerza Terrestre del Ejército de Tierra tras amagar verbalmente con una intervención, en caso de que el Estatuto de Cataluña (entonces en trámite) desbordara la Constitución.
Afortunadamente, la integración de lo militar en la cultura democrática es un hecho consolidado después de los tensos años de la Transición, salpicados de ruido de sables y rematados con la asonada del 23-F y otros proyectos golpistas. Los incidentes que vienen produciéndose desde entonces, aunque sean muy aislados, muestran la necesidad de prestar más atención a la persistencia de personas que cuestionan la Constitución en el estamento militar o de quienes en su seno, diciéndose servidores de la máxima ley, se erigen en intérpretes de la misma.
Se ha resaltado, con toda razón, la excelente prestación de las Fuerzas Armadas españolas en las misiones en el exterior y su colaboración con las de otras democracias avanzadas, en las cuales es inconcebible que los profesionales de la milicia difundan opiniones contrarias a sus respectivas Constituciones y sistemas democráticos. La politización de los Ejércitos ha sido una de las causas que en el pasado entorpecieron la relación entre las Fuerzas Armadas españolas y la sociedad a la que sirven. Por eso hay que atajar con firmeza cualquier riesgo de que la relación restablecida pueda cuartearse.››
En diciembre de 2020 surgió una gran polémica al conocerse las presiones de militares retirados, de rangos de jefes tan altos como tenientes generales hasta oficiales del rango de capitán, para que el Rey y otros poderes intervinieran contra el Gobierno de coalición del PSOE-UP. Llegaron a proponer un nuevo alzamiento militar y fusionar a más de la mitad de la población, al parece con la idea de depurarla de izquierdistas, separatistas y quienes no comulgaran con sus ideas ultraconservadoras.
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