OP UD 20. EL CONOCIMIENTO HISTÓRICO. TIEMPO HISTÓRICO
Y CATEGORÍAS TEMPORALES. EL HISTORIADOR Y LAS FUENTES. EXPLICACIÓN Y COMPRENSIÓN
EN LA HISTORIA.
/ HM UD 01. CIENCIA DE LA HISTORIA.
INTRODUCCIÓN.
1. EL CONOCIMIENTO
HISTÓRICO.
La Historia como
ciencia.
Una metodología
de síntesis.
La interpretación
histórica.
Características del
conocimiento científico.
Limitaciones científicas
del conocimiento histórico.
Características especiales
del conocimiento histórico.
Los niveles del conocimiento
histórico.
2. TIEMPO HISTÓRICO
Y CATEGORÍAS TEMPORALES.
2.1. EL TIEMPO HISTÓRICO.
La Historia como
ciencia del tiempo.
TIEMPO, DURACIÓN Y SUCESIÓN.
El tiempo y el tiempo
histórico.
La duración.
La sucesión.
CAMBIO Y CONTINUIDAD.
Los conceptos.
La teoría de Braudel
de los tres tiempos.
El tiempo corto.
El tiempo medio.
El tiempo largo.
2.2. LA CRONOLOGÍA.
Unidades de tiempo.
Calendarios.
Edades.
Periodos.
3. EL HISTORIADOR Y
LAS FUENTES.
3.1. CONCEPTO GENERAL
DE FUENTES.
3.2. CLASIFICACIÓN
DE LAS FUENTES.
3.3. EL RIGOR DE LAS
FUENTES.
Crítica de las fuentes.
Autenticidad.
Fiabilidad.
APÉNDICE: LA ESTRUCTURA
DEL CONOCIMIENTO HISTÓRICO.
INTRODUCCIÓN.
1. LA ESTRUCTURA CONCEPTUAL.
2. LOS PROCEDIMIENTOS EXPLICATIVOS.
FUNDAMENTOS EPISTEMOLÓGICOS DE LA HISTORIA.
APÉNDICE: Artículos para comentarios en clase.
La nueva Historia Cultural.
La nueva Historia Oral (según Ronald Fraser).
INTRODUCCIÓN.
La Historia es una ciencia
(disciplina prefieren decir otros) que exige una reflexión sobre su carácter como
ciencia, su metodología y sus técnicas, su teoría. En suma, sobre su epistemología.
No hay consenso entre los estudiosos sobre estos puntos, y, de hecho, se han elaborado
distintos paradigmas científicos sobre la historia, incluso para negar que sea una
ciencia. Nos centraremos en esta UD en estos puntos, dejando la historiografía
para otras UD.
En cuanto a la estructura
de la UD hemos de alertar sobre el confusionismo de la redacción del título, pues
los puntos primero y cuarto forman un punto indisociable: la metodología de la
Historia, en la que un punto esencial es su consideración como ciencia. Así, la
distinción entre comprensión y explicación en la Historia es la que hay entre
su carácter idiográfico o nomotético. Dilthey ha forjado la distinción científica
entre ambos conceptos: ‹‹En las ciencias naturales explicamos, en las ciencias
humanas comprendemos››.
Más sentido tiene la
especificidad de los puntos segundo y tercero: el tiempo histórico y sus categorías
temporales, y la relación entre el historiador y las fuentes históricas son puntos
de gran importancia y relativa independencia.
Un resumen.
Se pueden establecer
múltiples divisiones de la Historia, tanto por su ámbito geográfico (historia universal,
nacional, local...) como por los aspectos humanos que abarca (historia política,
económica, cultural, social, de las religiones, del derecho, de la filosofía, del
arte, de la ciencia...). La Historia las integra todas, dándoles una base metodológica
común, aunque algunas han conseguido una consistencia propia tan firme que ya pueden
considerarse disciplinas propias, con lo que la Historia sería una “ciencia madre”
para las ciencias sociales históricas, tal como lo fue la Filosofía para las ciencias
naturales y las ciencias sociales no históricas (psicología, sociología...). También
hay una historia de personajes (biografías) y de acontecimientos particulares.
El objeto de la Historia
es el conocimiento científico histórico, es decir, del pasado. Una definición
clásica de Historia es ‹‹La narración ordenada y verídica sobre el conjunto de
los acontecimientos memorables del pasado humano››, pero una definición más moderna
hace hincapié en la interpretación del pasado para mejor conocer el presente y
prever el futuro. La historia es siempre
historia contemporánea, como sostenían Benedetto Croce, Marc Bloch y Lucien Febvre,
pues el pasado es la clave para entender el presente y es desde el presente, desde
nuestras preocupaciones y obsesiones, que miramos e interpretamos el pasado.
La interpretación histórica
da sentido a un tema mediante un proceso de selección, ordenación y síntesis de
datos históricos referidos a ese tema. Pero no puede establecer un rígido criterio
de causalidad histórica: en la historia no hay leyes generales deterministas
(propias sólo de las ciencias naturales), dado que en la evolución histórica influyen
múltiples factores, imposibles de aislar. Por ello, en la actualidad se prefieren
usar los conceptos de “factor” y de “tendencia” para explicar las causas y la evolución
históricas.
El historiador trabaja
con un concepto subjetivo, el tiempo, que debe ser objetivado mediante la cronología,
que ordena el tiempo histórico en categorías temporales.
El historiador trabaja
con una materia prima, las fuentes históricas, que son toda información del pasado
que ayude a conocerlo. Las fuentes pueden ser materiales o humanas y requieren una
interpretación con rigor crítico, a fin de comprobar su autenticidad y fiabilidad.
1. EL CONOCIMIENTO HISTÓRICO.
La Historia como
ciencia.
La cuestión fundamental
en la metodología de la historia puede plantearse así: )Es la historia una ciencia? Nuestra
respuesta es que sí (y que es un saber útil), pero muchos autores responden que
no es una ciencia, sino un mero relato.
Desde finales del siglo
XIX, ante el problema de la revolución científica experimentada por las ciencias
naturales (en especial la física), algunos historiadores y filósofos alemanes,
que a veces se han denominado “historicistas” (Dilthey, Windelband, Rickert...),
propusieron una separación tajante entre el método de las ciencias del espíritu,
entre las cuales se hallaría la historia, y el método de las ciencias naturales.
Las primeras son ideográficas (refieren sólo casos particulares) y tratan de “comprender”
los hechos, en vez de explicarlos; las segundas son nomotéticas (establecen leyes
generales) y tratan de “explicar” los hechos.
La historia sería así
una ciencia distinta de las naturales, que no sería predictiva, pero que ayudaría
a comprender la vida humana. Esta concepción ha influido a lo largo del siglo XX.
El historiador de la ciencia Bernal (1969), siguiendo esta división, ha distinguido
dos grupos de ciencias sociales:
- Las ciencias sociales
descriptivas, asociadas a las tradiciones idiográficas. Son la historia, geografía,
antropología, sociología, que procuran la “comprensión” de la vida social. Se refieren
a las ciencias del espíritu.
- Las ciencias sociales
analíticas, asociadas a las tradiciones nomotéticas. Son la psicología, las ciencias
económicas y políticas, que procuran la “explicación” de la vida social. Se refieren
a las ciencias naturales.
Se puede conceder a estos
autores que, en muchos casos, el acercamiento que el historiador hace al objeto
de su estudio se asemeja más al modelo idiográfico que al nomotético. Cabe preguntarse,
no obstante, si esto no se debe a que la metodología histórica se halla todavía
en un estadio poco desarrollado. Para los investigadores que no admiten el supuesto
de dos realidades enteramente separadas, una natural y otra espiritual, esta división
de principio entre los dos métodos aparece como poco satisfactoria.
Una manera de decidir
el status lógico de la historia sería considerarla una ciencia taxonómica
integrada en una futura teoría sociológica de gran alcance, de un modo similar
a como los estudios paleontológicos han constituido un elemento de capital importancia
para una teoría biológica general como la de Darwin. Así, la historia sería a
la sociología lo que la paleontología a la biología.
Desafortunadamente, esta
analogía no parece muy adecuada, puesto que hay dificultades muy graves en el intento
de integrar la historia en una teoría sociológica general. Las leyes sociológicas
sólo valen, a lo sumo, para un ámbito muy reducido en el tiempo y en el espacio,
y la recopilación de datos históricos no suele ser relevante para la confirmación
o refutación de leyes tan restringidas.
Como ha demostrado Popper
en varios de sus estudios, no se pueden establecer leyes socio-históricas generales,
pues en historia no se puede predecir. En efectos, esas leyes, de ser posibles,
versarían sobre las regularidades en la conducta de los grupos humanos. Ahora bien,
uno de los factores fundamentales que modifican la conducta de los grupos humanos
es el aumento de información. Formular una ley sobre la conducta de esos grupos
es un aumento de información para los mismos, que modificará, por tanto, su conducta,
que la ley trata de predecir. De ello se desprende que no pueden hacerse predicciones
a gran escala partiendo de los hechos sociales pasados: el estudio de la historia
no permite formular leyes predictivas sobre el desarrollo de los acontecimientos
futuros, porque, caso de ser formuladas, se modificaría automáticamente el curso
de la historia que se trata de predecir.
La imposibilidad de
construir teorías históricas de largo alcance revierte sobre la idea misma de
la historia. Es dudoso que la historia pueda concebirse como una ciencia teorética
(nomotética), en el sentido en que lo son la física, la biología, o incluso la
psicología: conjuntos de teorías con potencia predictiva. Para ello debería matematizar
sus enunciados científicos (el rasgo que según Koyré define a la ciencia en sentido
riguroso) y esto nos parece tan improbable para la historia como para otras ciencias
humanas.
En cualquier caso, esto
no implica en absoluto que con el estudio histórico no pueda alcanzarse un conocimiento
objetivo, deseable por sí mismo. La historia podría llegar a considerarse incluso
una ciencia rigurosa (Cardoso), siempre y cuando no se estipule que toda ciencia
debe contener teorías predictivas.
Y aun admitiendo que
la historia no pueda llegar a ser una ciencia en sentido estricto, los métodos
de investigación sí pueden ser (y deben ser) plenamente científicos. Así, la metodología
de ciertas ramas históricas, como por ejemplo la arqueología, la paleografía o el
análisis demográfico, está tan cerca de los cánones de cientificidad usuales como
puedan estarlo otras ramas de las ciencias naturales.
Pero no hay un consenso
al respecto. En muchos autores actuales hay un radical escepticismo sobre el carácter
científico de la Historia. Julio Caro Baroja afirma que: ‹‹En cualquier forma, después de haberse dedicado medio siglo a los estudios
históricos se puede llegar a la conclusión de que la Historia es la ciencia que
trata de las distintas formas de mentiras que el hombre fabrica en su memoria››.
Y es que las predicciones
se demuestran generalmente erróneas. El eminente historiador marxista británico
Eric Hobsbawm escribía en 1978: ‹‹Sólo la revolución soviética de
1917 proporciona los medios y el modelo para un auténtico crecimiento económico
global a escala planetaria y para un desarrollo equilibrado de todos los pueblos››. Estas palabras, a la luz de la posterior caída del bloque comunista en
1989 y del conocimiento de sus angustiosos problemas internos, demuestran que
la maestría en el conocimiento del pasado no proporciona necesariamente una mejor
comprensión del presente ni sirve para prever el futuro, ni siquiera el más inmediato.
Una metodología
de síntesis.
Por todo ello, consideramos
que la Historia (al igual que la Geografía) es una disciplina de síntesis, que
aúna la comprensión y la explicación a fin de alcanzar la interpretación histórica.
De síntesis de otras disciplinas, también, pues todos los saberes son útiles para
reconstruir el pasado.
El historiador dispondrá
para alcanzar esa interpretación de los dos métodos científicos: inductivo (que
pasa de lo particular a lo general) e hipotético-deductivo (que pasa de lo general
a lo particular).
Asimismo usará todas
las técnicas científicas propias de la historia y de otras disciplinas: matemáticas,
econométricas, estadística, paleografía, diplomática, arqueología...
La interpretación
histórica.
)Por qué se puede y debe hacer una
interpretación histórica? Se considera hoy que la Historia no puede contentarse
con una simple enumeración o relato de los hechos (por ejemplo el positivismo del
siglo XIX consideraba que bastaba exponer los hechos, que “hablaban” por sí mismos),
sino que debe aportar una interpretación (Carr: ‹‹historiar significa
interpretar››) que nos ayude a conocer mejor el
pasado, el presente y el futuro, que dé sentido y utilidad a la Historia y que
supere la tentación de convertirla en un simple divertimento, aunque aceptando unas
evidentes limitaciones tanto en el conocimiento del pasado como en la predicción
del futuro.
Características del
conocimiento científico.
Veamos cuáles son las
características del conocimiento científico, que se predican también para el histórico.
Las características
del conocimiento científico son: generalización, uso de metodología, técnicas e
instrumentos científicos, expresión con lenguaje científico, verdad, comprobación,
neutralidad, profesionalidad, comunicación.
- Generalización:
reúne los hechos en conjuntos que tienen alguna identidad común.
- Uso de metodología,
técnicas e instrumentos científicos.
- Expresión con lenguaje
científico para explicar el conocimiento abstracto.
- Verdad: búsqueda
de la verdad y rechazo de la falsedad.
- Comprobación: para
aceptar su validez.
- Neutralidad: no debe
estar sometido a la ideología de los grupos sociales.
- Profesionalidad: el
autor ha de ser miembro de la comunidad científica.
- Comunicación: para
que pueda ser conocido y revisado por la comunidad científica.
Limitaciones científicas
del conocimiento histórico.
El conocimiento histórico
científico es un conocimiento distinto al científico porque no cumple rigurosamente
todas sus características pero también es distinto al conocimiento histórico cotidiano
(que se basa en la memoria), porque requiere el cumplimiento de varias de las características
del conocimiento científico ya indicadas.
Veamos algunas de las
limitaciones científicas del conocimiento histórico: la subjetividad del historiador,
la interpretación histórica previa, la carencia de medios científicos de comprobación
y la infinita causalidad histórica.
- La subjetividad del
historiador. Se critica que el conocimiento histórico no es objetivo ya que el
historiador es subjetivo, al “estar en el tiempo” que estudia. Algunos positivistas,
como Langlois y Seignobos, incluso afirman que ‹‹El valor de
la afirmación de un autor depende exclusivamente de las condiciones en que haya
trabajado›› el autor, aunque esta es una
crítica estéril porque es casi imposible averiguar cuáles son la condiciones de
trabajo en la realización de una obra histórica concreta.
- La interpretación
histórica previa. Partiendo de esa subjetividad, el historiador debe hacer una interpretación,
para lo que parte generalmente de una interpretación previa (una hipótesis), basada
en múltiples opciones individuales y sociales inherentes al historiador (su clase
social, su formación, sus ideales políticos...), lo que afecta a su neutralidad
científica.
- La carencia de medios
científicos de comprobación. El historiador carece generalmente de los medios para
verificar absolutamente la validez científica de las hipótesis.
- La infinita causalidad
histórica. La gran mayoría de los teóricos actuales acepta que el historiador casi
siempre estudia acontecimientos únicos, incluidos en un inmenso tejido de interconexiones
con otros acontecimientos, lo que hace imposible aislar acontecimientos para establecer
relaciones causales entre ellos, pues el azar y la libertad personal son muy importantes.
La ley nunca podrá preverlo todo. En contra de esta tesis, el determinismo (por
ejemplo el materialismo histórico) consideraba que sí se pueden establecer leyes
de relaciones causales. En la actualidad, aun rechazando la validez científica
de las causas históricas únicas, se emplea a menudo el concepto de causa (factor)
para significar que un acontecimiento ha influido de modo decisivo en otros (por
ejemplo la Revolución Francesa no es “la causa”, pero sí “una causa” esencial del
nacionalismo del siglo XIX). Paul Veyne distingue tres tipos de factores: azar
(causas superficiales, incidentes, genio, ocasión), causas materiales (causas,
condiciones o datos objetivos), causas finales (libertad, decisión y reflexión
humana). Por ejemplo en el inicio del Imperio Romano contó, entre otros, un azar
con la aparición del gran hombre (Julio César), una causa material con la crisis
político-social de la República, y una causa final con la decisión de César y
de sus partidarios de transformar la estructura del poder en Roma.
De este modo, si no
se pueden establecer leyes generales, sí que se pueden definir tendencias, puramente
empíricas y por lo tanto sin valor predictivo. Por ejemplo hay una tendencia en
la Edad Contemporánea a que se reduzca primero la mortalidad y luego la natalidad,
pero no siempre ha de ocurrir así.
Características especiales
del conocimiento histórico.
Se caracteriza especialmente
por: usar un número limitado de fuentes, basarse sobre todo en fuentes indirectas,
usar el procedimiento de la postgnosis.
- Usa un número limitado
de fuentes: el historiador se limita a las fuentes disponibles, que siempre son
escasas.
- Basarse sobre todo
en fuentes indirectas, que pueden ser existentes (como los seres humanos), inanimadas
(documentos, restos, monumentos), observaciones de otros (crónicas, estudios históricos),
memoria de otros (historia oral), propia memoria, “indicadores ilativos”, etc. En
suma, es un conjunto de conocimientos indirectos, principalmente escritos, obtenido
desde una experiencia científica previa. Al respecto, apunta Marc Bloch: ‹‹la existencia
de intermediarios entre un hecho pasado y el historiador es el criterio de distinción
entre conocimiento directo e indirecto››.
- Usar el procedimiento
de la postgnosis, al partir del conocimiento previo de los efectos de los hechos
que estudia.
El método contrario,
de la prognosis, parte de los hechos para deducir los efectos (leyes de causa-efecto),
pero ya hemos razonado porqué la historia no es capaz de formular leyes explicativas
y predictivas sobre los hechos sociales.
Los niveles del conocimiento
histórico.
En la Historia hay
tres niveles de conocimiento relacionados con la especialización profesional. Son
la historia propiamente dicha, la metodología de la historia y la teoría de la
historia, cada nivel con sus propios especialistas.
1) Los problemas inmediatos,
que estudian los historiadores (los cuales se dedican a ‹‹construir la Historia
mediante sus investigaciones››).
2) Los problemas metodológicos
y de las técnicas de investigación, que estudian los metodólogos de la historia.
3) Los problemas teóricos:
Epistemología, Gnoseología, Historiografía, Teoría de la Historia, etc., que estudian
los teóricos del conocimiento histórico, los historiólogos.
2. TIEMPO HISTÓRICO
Y CATEGORÍAS TEMPORALES.
2.1. EL TIEMPO HISTÓRICO.
La Historia como
ciencia del tiempo.
Como explica Bloch,
la historia es ‹‹la ciencia de los hombres en el tiempo››, así que el tiempo,
la dimensión temporal, es la categoría por excelencia de la historia, por encima
del espacio. Podríamos decir, simplificando mucho, que dentro de las ciencias sociales
la Historia es la ciencia del tiempo y la Geografía la ciencia del espacio.
TIEMPO, DURACIÓN Y SUCESIÓN.
El tiempo y el tiempo
histórico.
La noción de tiempo,
siempre muy debatida en Filosofía (Aristóteles, Descartes, Leibniz, Newton, Kant...),
está en íntima relación con los conceptos de duración y sucesión. El tiempo, para
Aristóteles es ‹‹la medida del movimiento según un antes y un después››; para Descartes
‹‹Es un modo inseparable de las cosas, es la duración misma de los
acontecimientos››; para Leibniz ‹‹el orden de los fenómenos sucesivos››; y para
Newton ‹‹El tiempo es un atributo de Dios, es la duración infinita de Dios››. Se
podría definir el tiempo como la duración de los acontecimientos, pero hay también
un tiempo inmediato (del acontecimiento) y un tiempo sucesivo (del cambio).
El tiempo histórico es
la objetivación del tiempo subjetivo por la ciencia histórica, como explica Bagu.
El tiempo histórico se construye sometiendo el tiempo subjetivo al tiempo
objetivo. Un sometimiento posible gracias al perfeccionamiento de los sistemas
de cuantificación. Así se puede construir el tiempo histórico: ‹‹que es el que
permite a cada individuo vislumbrar un horizonte temporal donde el presente se
vuelve inteligible a través de una comprensión real de su pasado como ser
humano y le hace concebir su actividad y la de las demás personas (la sociedad
en definitiva), como un proceso conflictivo y dialéctico con continuidad
histórica››.
Para Bagu, hay tres
dimensiones en la temporalidad:
a) El transcurso, el
tiempo organizado en secuencia.
b) El espacio, el
tiempo como un campo de operaciones.
c) La intensidad, el
tiempo como rapidez de transformaciones y riqueza de combinaciones.
Así, la Historia, mediante
sus métodos y técnicas, consigue que el tiempo subjetivo del individuo sea objeto
del conocimiento científico.
La duración.
La duración es la noción
del paso del tiempo que transcurre entre el comienzo y el fin de un proceso o cosa.
El tiempo, como demostró Bergson, se aprecia siempre de modo subjetivo, aunque
la cronología procura objetivarlo.
La sucesión.
La sucesión es la continuación
ordenada de una serie de hechos en el tiempo. El historiador se interesa por la
sucesión porque le permite valorar las semejanzas y diferencias entre los distintos
procesos evolutivos de las sociedades.
Tradicionalmente la
filosofía de la historia se ha dividido en dos grandes concepciones de la sucesión:
la lineal (el progreso constante y determinado en etapas hacia la realización
de la historia) y la cíclica (la repetición de ciclos en la historia de los pueblos,
entendidos como organismos vivos). Ambas hoy parecen superadas, apareciendo la
Historia como un proceso irregular, no determinado, de cambios y continuidades en
el tiempo, que pueden ser de intensidad y duración variables.
CAMBIO Y CONTINUIDAD.
El tiempo de la historia
fluye en una tensión entre dos opuestos: los factores de cambio y de continuidad,
cuyo imposible equilibrio marca la sucesión de los hechos históricos.
Debemos distinguir las
distintas velocidades históricas de los hechos políticos (rápidos), económicos
(menos rápidos e incluso lentos, como en la Edad Media) y socio-culturales o de
las mentalidades (siempre lentos en comparación).
Los conceptos.
Al respecto hay varios
conceptos esenciales: cambio, acontecimiento, coyuntura, estructura, evolución,
revolución, continuidad, desarrollo, condicionamiento, causa, factor, tendencia.
Cambio: constatación
de diferencias en una determinada dirección. El cambio referido a una estructura
social puede ser un acontecimiento (corto plazo), coyuntural (a medio o largo
plazo) o estructural (permanente).
Acontecimiento: el hecho
histórico relevante. Es un nudo de relaciones (Veyne).
Coyuntura: movimiento
a medio o largo plazo en la sociedad que afecta a aspectos aislados o secundarios.
Estructura: realidad
(política, económica, cultural) resistente al cambio y que perdura a muy largo
plazo.
Evolución: es el cambio
estructural lento.
Revolución: es el cambio
estructural rápido. La rapidez es subjetiva (por ejemplo la revolución neolítica
duró miles de años, mientras que la Revolución Francesa sólo unos pocos).
Continuidad: es la permanencia
de una estructura a lo largo del tiempo.
Desarrollo: aparición
y crecimiento de los cambios. También descripción de los cambios con indicación
de su mecanismo de actuación
Condicionamiento: interacción
con un acontecimiento que favorece el cambio.
Causa: motivo decisivo
y necesario del hecho o cambio. Cuanto más particular y pequeño es el cambio,
más fácil es identificar una causa decisiva. Por ejemplo la II República se proclamó
justo el 14 de abril porque ese día los republicanos ganaron las elecciones municipales.
Factor: causa no única
que contribuye al cambio. Los cambios más complejos tienen incontables factores.
Por ejemplo, la II República sustituyó a la Monarquía debido a numerosos factores
políticos, económicos y sociales.
Tendencia: movimiento
predecible hacia una situación.
La teoría de Braudel
de los tres tiempos.
Braudel diferencia entre
acontecimiento a corto plazo (por ejemplo la Peste en 1348; la muerte de
Franco en 1975), coyuntura a medio plazo (por ejemplo la crisis demográfica-social
en 1344-1348; los últimos años del franquismo en 1968-1975) e historia lenta
a largo plazo (la longue durée del estancamiento y la definitiva crisis
desde 1320 hasta el siglo XV; el franquismo entre 1936 y 1975). Los ejemplos se
extienden a todas las épocas. Más pormenorizadamente, la duración, según Braudel,
puede adoptar tres escalas:
El tiempo corto.
Propio de los acontecimientos,
ha sido muy utilizado por las corrientes historiográficas que se centraban en el
análisis de documentos. Puede el acontecimiento servir como indicador ilativo (aquel
dato del que se sacan conclusiones) de los movimientos más duraderos y ser relacionado
con sus causas y efectos. El tiempo corto es el tiempo del cronista, del periodista,
de la vida cotidiana. Para muchos historiadores (sobre todo Braudel) es la más
‹‹engañosa de las duraciones››, por su excesivo detallismo y documentalismo, y
debe ser sustituido por el tiempo medio y largo.
El tiempo medio.
Es el de la coyuntura,
que en el caso de la Historia Económica conduce al estudio de fluctuaciones económicas,
en forma de ciclos regulares, clasificados en:
a) Movimientos de corta
duración, que van desde los diarios, semanales o mensuales, a los ciclos Kitchin
(3-4 años) y Juglar (7-10 años), con los periodos de expansión, crisis, depresión
y recuperación.
b) Movimientos de larga
duración: son los ciclos Kondratieff (50-60 años), de tendencia secular (de un
siglo) o interciclo (10-20 años).
El tiempo largo.
Es el de la larga duración
de las estructuras. Braudel ha sido su mejor investigador, aunque haya sido criticado
por Vilar por su “fatalismo estructural”. Para Braudel ejemplos de estas permanencias
de las estructuras en el tiempo son: la dificultad de romper los marcos geográficos
y biológicos, los esquemas mentales que permanecen, los “universos construidos”
por la ciencia (los de Aristóteles, Galileo o Newton), el capitalismo comercial,
etc. Lo mental evoluciona más lentamente que lo económico.
2.2. LA CRONOLOGÍA.
La Cronología estudia
el orden y las fechas de los acontecimientos. Dado que la duración es subjetiva,
para hacerla uniforme y objetiva las civilizaciones idearon métodos de cronología
para computar el tiempo. Los conceptos más importantes son: unidades de tiempo,
calendarios, edades y periodos.
Unidades de tiempo.
Las unidades de tiempo
miden el paso del tiempo, desde las unidades más breves (segundo, minuto, hora)
a las largas: día, semana, mes, año, lustro (cinco años), decenio (diez años),
siglo (100 años) y milenio (1000 años).
Calendarios.
Los calendarios ordenan
el tiempo tomando como fecha de referencia acontecimientos importantes de las distintas
civilizaciones, lo que ha favorecido la existencia de muchos calendarios: egipcio,
judío, griego, musulmán, cristiano, chino, japonés... Así, la “era cristiana”
(calendario gregoriano, adoptado en 1580) toma como fecha de inicio el año 1 (que
se creía correspondiente al nacimiento de Cristo, aunque en realidad nació en el
4 aC), por lo que se señalan como aC las fechas anteriores y a veces como dC las
posteriores.
Edades.
Se ha realizado una
división ficticia del tiempo histórico, en edades, que tienen como fechas aproximadas
(las fechas más emblemáticas de cortes son 330, 410, 476, 1453, 1492, 1517...):
Prehistoria: 2 M aC-3000 aC.
Edad Antigua: 3000
aC-400 dC.
Edad Media:
400-1500.
Edad Moderna:
1500-1789.
Edad Contemporánea:
1789-hoy.
Esta artificial división
temporal corresponde al eurocentrismo de la civilización occidental y a la historiografía
tradicional. No es universal porque muchos pueblos han tenido una evolución histórica
distinta (por ejemplo algunos pueblos aún viven en el Neolítico; China no vivió
un corte entre la Edad Antigua y la Edad Media hasta el siglo XV) y se acepta generalmente
aunque es criticable (la Prehistoria “también” es Historia aunque no hay documentos
escritos).
Periodos.
Los periodos son otras
divisiones artificiales del tiempo más cortas que las edades. Son cortes temporales
realizados por los historiadores para juntar unidades de tiempo relevantes, basándose
en factores objetivos, con una duración generalmente irregular. Por ejemplo los
periodos románico y gótico, el periodo de las revoluciones liberales... La periodización
es un problema recurrente de la Historia (Kula, Topolski).
La periodización es
un tema muy controvertido, pues la datación de los acontecimientos y sobre todo
de los cambios históricos es altamente subjetiva.
Kula distingue las
periodizaciones:
1) Convencionales,
las más simples, sobre aspectos concretos o periodos cortos.
2) Objetivas, las
más complejas, sobre periodos cuya diferenciación se basa en el proceso
histórico.
Topolsky distingue
en las objetivas una subclasificación:
A) Las
periodizaciones cíclicas, sobre largos periodos, espacios grandes, con
fluctuaciones cíclicas. Hay teorías como la del movimiento pendular o eterno
retorno, la del movimiento direccional en espiral, etc.
B) Las periodizaciones
direccionales, que imaginan un límite, un fin, como en el Juicio Final de los
cristianos que imaginó San Agustín.
C) Las
periodizaciones irregulares, que son las más usadas y se basan en factores
políticos, económicos (el más utilizado por el marxismo) o culturales
(Renacimiento, Barroco, etc.).
3. EL HISTORIADOR Y
LAS FUENTES.
3.1. LAS FUENTES HISTÓRICAS.
Las fuentes históricas
son todo tipo de documento, testimonio o simple objeto que sirve para transmitir
un conocimiento total o parcial de hechos del pasado. Todo lo que aporte información
sobre otras épocas es una fuente histórica.
Los historiadores, como
Marrou y Bernheim han procurado definir las fuentes,
de un modo más preciso, como los productos del hombre que facilitan el proceso
cognoscitivo de reconstrucción de los hechos históricos.
Marrou considera que
las fuentes son ‹‹todo aquello que en la herencia del pasado pueda
interpretarse como un indicio revelador por algún concepto de la presencia, de
la actividad, de los sentimientos y el modo de pensar del hombre que nos
precedió››.
Bernheim opina que
‹‹las fuentes son resultado de la actividad humana que, por su destino o por su
propia existencia, origen u otras circunstancias, son particularmente adecuadas
para informar sobre hechos históricos y para comprobarlos››.
3.2. CLASIFICACIÓN
DE LAS FUENTES.
La historiografía ha
desarrollado muchas clasificaciones y ninguna es universalmente aceptada. Por ejemplo
las fuentes en potencia y las efectivas (mediante el trabajo del historiador);
las locales y las nacionales; las escritas y las orales; etc.
La clasificación historiográfica de las fuentes informa que a finales del siglo XVII la escuela
erudita distingue entre auténticas y falsas.
Lelewel (1815): 1) tradición
(orales), 2) no escritas (monumentos), 3) escritas.
Droysen: 1)
monumentos (fuentes involuntarias pero hechas para durar en la posteridad), 2)
restos (todas las obras humanas), 3) fuentes (realizadas a propósito como
fuentes).
Topolsky: 1)
Directas (restos) e indirectas (documentos para conservar la memoria del
pasado). 2) Escritas y no escritas. Las escritas están subdivididas según los
distintos destinatarios (personas coetáneas, posteridad, historiadores).
Una de las clasificaciones
más comunes es:
Escritas: manuscritas
o impresas; documentos, prensa, memorias, correspondencia, obras literarias. Los
documentos son los más usados y se diferencian en públicos y privados; políticos,
jurídicos, económicos; cuantitativos (estadísticas); censos, registros...
Iconográficas: obras
plásticas (pinturas, esculturas...) y gráficas (fotografías, cine...).
Testimonios orales:
directos o grabados.
Fuentes varias: instrumentos
de trabajo, útiles...
Fuentes arqueológicas:
restos materiales del pasado descubiertos mediante excavaciones.
3.3. EL RIGOR DE LAS
FUENTES.
Las fuentes no son siempre
válidas científicamente, por lo que se debe valorar el rigor de las fuentes con
un análisis crítico permanente, sin caer, por ejemplo en el “fetichismo de los
textos”. Así, para Pierre Vilar sólo la repetición de los testimonios es una garantía
válida de que sean fidedignos.
Crítica de las fuentes.
Salmon explica el método
crítico de las fuentes, que divide en crítica externa y crítica interna.
1) La crítica externa
(o crítica de autenticidad), se divide a su vez en crítica de procedencia y de
restitución.
2) La crítica interna
(o crítica de fiabilidad), se divide a su vez en crítica de interpretación, de
competencia, de sinceridad y de exactitud.
El rigor de las fuentes
se determina por su autenticidad (fuente) y fiabilidad (informante).
Autenticidad.
La autenticidad se refiere
a la fuente que transmite la información. Puede ser auténtica/falsa en 4 sentidos:
a) fecha-lugar: puede
ser auténtica sobre su contexto espacio-tiempo pero falsa para los datos que
dé.
b) alcance o tema de
la investigación: puede ser falsa pero informar verdaderamente de porqué se mintió.
c) total o parcial:
de modo que no sea anacrónica o discordante en exceso respecto a otras fuentes.
d) original (o copias),
aunque puede ser original y falsa.
Fiabilidad.
La fiabilidad o credibilidad
se refiere al informante, que sólo transmite información verdadera si:
a) puede acceder a
la verdad (accesibilidad).
b) si quiere transmitirla
(intencionalidad).
BIBLIOGRAFÍA.
Internet.
[http://www.bbc.co.uk/history/forkids/] Multitud de juegos y simulaciones didácticas para el aprendizaje de Historia.
Dosier: La censura y
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[https://iessonferrerdgh1e07.blogspot.com/2023/01/dosier-la-censura-y-la-revision-del.html]
Dosier: La polémica del cambio de siglo ¿2000 o 2001?*
[https://iessonferrerdgh1e07.blogspot.com/2015/04/la-polemica-del-inicio-del-siglo-xxi-y.html]
Documentales / Vídeos.
La humanidad. Serie documental de capítulos de 44 minutos. 1 x 01. 1x02 Los hombres de hierro. 1 x 03 El cristianismo. 1 x 04 Los guerreros. 1 x 05 La peste. 1 x 06 El renacimiento. 1 x 07 El nuevo Mundo. 1 x 08 Los tesoros. 1 x 09 Los pioneros. 1 x 10. 1 x 11 El progreso. 1 x 12 A dónde vamos.
José Enrique Ruiz-Domènec. Ciclo 'Pensar la Historia'. Cataluña ante el reto del siglo XXI. El valor de la Historia (17-X-2018). Presentación: Andreu Jaume. 70 minutos.
Libros.
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2022. 184 pp. Ensayo del antropólogo haitiano Michel-Rolph Trouillot
(1949-2012), profesor en EE UU, sobre los riesgos de la modificación de los
acontecimientos pasados para ser silenciados o adaptados a nuestra forma de ver
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Artículos. Orden cronológico.
AA.VV.
Constenla, Tereixa; Rodríguez Marcos, Javier.
Retrato de una Academia anclada en la Historia. “El País”
(1-VI-2011) 42-43. El escándalo del controvertido Diccionario Biográfico Español.
Continúa en Redacción. Contra el
falseamiento de la Historia. “El País” (2-VI-2011) 42-43. Mainer,
José-Carlos. Lo peor es que no tiene remedio (42). Rodríguez Marcos, J. Entre la decepción y la vergüenza.
“El País” (3-VI-2011) 42-43. Elorza, Antonio.
La RAH traiciona sus usos históricos. “El País” (3-VI-2011)
42-43. Hermoso, Borja; Constenla, Tereixa.
Gonzalo Anes / Director de la Real Academia de la Historia.
“El País” (4-VI-2011) 40-41. Constenla, Tereixa. ¿Quién es quién en la Academia? “El País” (5-VI-2011) 48. Una minoría pidió la revisión total (48).
Constenla, Tereixa. El Gobierno
exige que se rectifique ya el Diccionario. “El País” (9-VI-2011) 59.
Constenla, Tereixa. Pelea por el pasado. “El País” Babelia
1.078 (21-VII-2012) 10-11 El debate entre memoria e historia.
Gracia, Jordi. Felices sobresaltos. “El País” Babelia 1.078 (21-VII-2012) 10-11.
Rivera, Alicia. 4.500 años de guerras, esclavitud y
comercio marcados en los genes. “El País” (19-II-2014) 33. Un equipo traza
un mapa global del ADN que abarca 160 generaciones y evidencia los contactos
entre grupos humanos entre continentes.
Álvarez Junco, José. Historia y mito. “El País”
(2-III-2014) 37. Dos formas radicalmente diferentes de acercarse al pasado.
Álvarez Junco, José. Cuando éramos libres y felices. “El
País” (13-IV-2014) 33. La retórica política de un pasado utópico, una época
mejor que la actual, pese a la falsedad de los argumentos.
Álvarez Junco, José. El temor al Maligno. “El País”
(9-VI-2014) 33. Alerta sobre los peligros de los nacionalismos y populismos.
Constenla, T. Gonzalo Pontón / Editor. ‘La gente que sale de la universidad hoy es profundamente analfabeta’. “El País” (6-IV-2015) 34-35. Gonzalo Pontón (Barcelona, 1944), mítico editor de las editoriales Crítica y ahora Pasado y Presente.
Aguilar, Andrea. Las preguntas quedan fuera. “El País” Ideas (6-XII-2015) 8-9. La historia oral es una rama de las ciencias sociales dedicada a la indagación de la memoria a partir de testimonios directos. Entre sus máximos exponentes actuales destaca la reciente Nobel de Literatura, Svetlana Alexiévich.
Ruiz Mantilla, Jesús. España pierde uno de los grandes archivos históricos del siglo XX. “El País” (9-II-2016) 27. La Fundación Castañé dona a Harvard gran parte de su fondo contemporáneo, de interés mundial.
Pérez Andújar, Javier. La verdad es de mal gusto. “El País” Ideas (16-X-2016). Una aproximación literario-histórica al tema de que la historia debe ser severa en todos sus pasos y ceñirse a los hechos documentados.
Juliá, Santos. Certezas en la historia. “El País” Ideas (16-X-2016). El historiador ha de poner sentido en la narración de lo que fue y ya no es.
Rieff, David. Cumplir con el deber de olvidar. “El País” Ideas 97 (19-III-2017). La salvaguarda sin límites de la memoria histórica puede desencadenar injusticias.
Beevor, Antony. Una nueva época, un mundo infeliz. “El País” Babelia 1.301 (29-X-2016). El creciente individualismo de nuestras sociedades amenaza a la democracia y a la verdad.
Juliá, Santos. Un relato para uso político. “El País” Babelia 1.301 (29-X-2016). El debate sobre el relativismo en el oficio del historiador.
De Diego, Estrella. ¿Qué hora es allí? “El País” Babelia 1.370 (24-II-2018). Nuevos libros y proyectos sobre la cuestión del tiempo, sus variaciones en diversas culturas…
Martínez Shaw, Carlos. El relato apátrida. “El País” Babelia 1.396 (25-VIII-2018). La historia global no debe renunciar a los temas locales o del presente.
Nava, Sara. 14 mentiras de la historia que nos tragamos sin rechistar. “El País” (11-IX-2018). La imaginación y la épica han maquillado algunos de los episodios más sonados. Hablamos con historiadores y especialistas que desmienten estas tergiversaciones.
Marcos,
Natalia. Poner color en la historia, un
filón para los Documentales / Vídeos. “El País” (22-VIII-2019).
Cruz,
Manuel. Tras las noticias falsas, el
pasado falso. “El País” Ideas 338 (31-X-2021). Se desmorona la idea de la
historia como oportunidad para aprender de los errores y aciertos del pasado.
Cano,
Germán. ¿El fin del “fin de la historia”?
“El País” (28-IV-2022).
Moradiellos, Enrique. El reto de la biografía. “El País” Babelia
1.613 (22-X-2022).
PROGRAMACIÓN.
OP UD 20. EL CONOCIMIENTO
HISTÓRICO. TIEMPO HISTÓRICO Y CATEGORÍAS TEMPORALES. EL HISTORIADOR Y LAS FUENTES.
EXPLICACIÓN Y COMPRENSIÓN EN HISTORIA.
UBICACIÓN Y SECUENCIACIÓN.
En BACH se recomienda
su aplicación en la introducción o ampliación de “Historia de España” (2º) o en
“Historia del Mundo Contemporáneo” (1º), debido a su complejidad teórica. Hemos
optado por BACH, 11 curso, materia de Historia del
Mundo Contemporáneo, para dar una mejor base teórica a este curso.
Bloque 1. Fuentes y
procedimientos para el conocimiento histórico. Apartados: Análisis y utilización
crítica de fuentes y material historiográfico diverso. Contraste de interpretaciones
historiográficas y elaboración de síntesis integrando información de distinto tipo.
En ESO se relaciona
con Bloque 5. Sociedad y cambio en el tiempo. Apartado 5.1. El tiempo histórico.
RELACIÓN CON TEMAS TRANSVERSALES.
Relación con Educación
para la Paz, mediante el interés por los temas relacionados con la paz, y por el
fomento de las actividades de equipo.
TEMPORALIZACIÓN.
La UD está programada
para 3 sesiones de una hora de duración.
1ª Para motivación, introducción,
documentación y preparación de la actividad de comprensión.
2ª Para continuar la
actividad de comprensión.
3ª Para el resto de
la actividad de comprensión y para la evaluación.
OBJETIVOS.
Introducir al conocimiento
científico de la Historia.
Comprender el relativismo
y la necesidad de continua revisión de los resultados en la Historia.
Valorar el papel del
historiador en la construcción de un conocimiento riguroso.
Conocer el concepto
de Historiografía.
Valorar las fuentes
históricas como base del conocimiento de la Historia.
Estimular el interés
por la investigación, mediante un proceso de investigación en el que se apliquen
las técnicas.
Estimular el rigor
crítico y la curiosidad científica.
Valorar la importancia
del debate de ideas para solucionar los problemas científicos.
CONTENIDOS.
A) CONCEPTUALES.
La definición de la
Historia como ciencia.
El puesto y relaciones
de la Historia entre las ciencias.
Los conceptos de tiempo
histórico, duración y sucesión.
Los conceptos de cambio
y continuidad en la Historia.
La cronología: unidades
de tiempo, calendarios, edades, periodos...
El estudio de las fuentes
y su clasificación.
B) PROCEDIMENTALES.
Usar e interpretar diagramas,
ejes temporales, cuadros cronológicos y mapas para interpretar y representar los
procesos históricos.
Realizar secuencias
temporales de acontecimientos.
Diferenciar entre las
causas sociales y personales de un acontecimiento.
Distinguir las causas
de corta y larga duración y sus efectos a corto y a largo plazo.
Estudiar diversos procesos
de cambio histórico, analizando su respectivos duración y ritmo.
Distinguir entre transformaciones
estructurales y coyunturales dentro de los procesos de cambio histórico.
C) ACTITUDINALES.
Fomentar el rigor y
la curiosidad científica por los elementos temporales del cambio histórico.
Interés por el conocimiento
de los antecedentes históricos de los hechos y acontecimientos.
Valorar la importancia
de la cronología y la temporalización para usar datos históricos.
Valorar las investigaciones
de los historiadores.
Fomentar la tolerancia
y la solidaridad.
Participar en tareas
de equipo.
METODOLOGÍA.
Metodología de aprendizaje
activo y significativo por exposición de contenidos por el profesor (receptiva)
y participación activa del alumno (descubrimiento).
MOTIVACIÓN.
De motivación: formar
líneas de tiempo de diversas épocas y acontecimientos.
ACTIVIDADES.
A) CON EL GRAN GRUPO.
Explicación teórica
del profesor.
B) EN EQUIPOS DE TRABAJO.
Elegir un proceso de
cambio histórico y realizar su secuencia temporal y un pequeño análisis, distinguiendo
entre causas de corta y larga duración, y sus efectos a corto y largo plazo.
Dialogar sobre un esquema
de la UD.
C) INDIVIDUALES.
Realización de apuntes
esquemáticos sobre la UD.
Participación en las
actividades grupales.
Búsqueda individual
de datos en la bibliografía, en deberes fuera de clase.
Contestar cuestiones
en cuaderno de trabajo, con diálogo previo en grupo.
RECURSOS.
Presentación digital.
Bibliografía, enciclopedia
y fotocopias de textos.
Cuadernos de apuntes,
esquemas...
EVALUACIÓN.
Evaluación continua
durante las tres sesiones.
Los criterios serán:
situar cronológicamente etapas históricas y las sociedades, entender sus vestigios,
identificar cronológica y geográficamente las sociedades y pueblos en el territorio
español.
No habrá prueba escrita,
pero se corregirán las actividades propuestas.
Observación por el
profesor de dudas, preguntas e intervenciones durante las exposiciones. Seguimiento
de las tareas de equipo (facilitar información y anotar aportaciones y nivel conceptual
de cada miembro). Evaluar las exposiciones y el interés del alumno.
RECUPERACIÓN.
En los grupos de trabajo
el profesor reforzará aquellos aspectos que considere incorrectamente asimilados.
Posteriormente considerará
recuperaciones personales, mediante entrevista con los alumnos con inadecuado
progreso.
Realización de actividades
de refuerzo: esquemas, comentario de textos...
APÉNDICE: LA ESTRUCTURA
DEL CONOCIMIENTO HISTÓRICO.
INTRODUCCIÓN.
1. LA ESTRUCTURA CONCEPTUAL.
2. LOS PROCEDIMIENTOS
EXPLICATIVOS.
FUNDAMENTOS EPISTEMOLÓGICOS
DE LA HISTORIA.
INTRODUCCIÓN.
En las categorías o
campos de significados de Phoenix la Historia estaría incluida en la categoría
sinóptica, que comprende los campos de conocimiento que combinan o integran otros
significados, como la historia, la filosofía y la religión, esto es, las ciencias
del espíritu (Dilthey).
Las otras categorías
(definidas por sus significados, métodos y campos de conocimiento) son la: simbólica
(lenguaje ordinario y matemático), empírica (ciencias), estética (artes, música),
sinoética (experiencia e intuición) y ética (moral).
La teoría de Hirst
(1965) afirma que hay una división del conocimiento inherente a este, así que el
conocimiento puede subdividirse en “formas” independientes del uso final a que
se destine. Hay “significados públicos” (consensuados), que han sido construidos
por la Humanidad y que son simbólicos. A su vez están integrados por “conceptos”
(que tienen su origen en la necesidad de formular nuestras experiencias), que en
un “proceso de diferenciación progresiva” se encuadran en “grupos característicos”.
Los conceptos se relacionan entre sí mediante una “gramática lógica” y las proposiciones
(leyes, principios) que relacionan estos conceptos entre sí tienen unas “pruebas
de verdad” que son también inherentes a cada una de las formas de conocimiento.
En la versión (que seguimos)
de la teoría de Hirst por Domínguez (1989), la Historia tiene tres subestructuras:
1) los conceptos, 2) los procedimientos explicativos, 3) los procedimientos de investigación-verificación:
LA ESTRUCTURA CONCEPTUAL.
Otras disciplinas tienen
una estructura conceptual propia, que se puede jerarquizar para establecer qué
conceptos tienen la categoría de “inclusores” y cuáles tienen menos rango y están
“incluidos”. Para muchos historiadores la Historia no presenta una red conceptual
jerárquica ni dispone de unos conceptos específicos, sino que utiliza los de la
experiencia general humana. Para determinar la estructura conceptual de la Historia
tenemos varios problemas:
1) La indefinición conceptual,
con conceptos compartidos por historiadores y hablantes, por ejemplo “histórico”
como acepción de excepcional.
2) O los historiadores
no se ponen de acuerdo en su uso, por ejemplo “crisis, progreso, industrialización”.
3) O cambian según el
contexto espacio-temporal: por ejemplo la “tiranía” en la Grecia Antigua y en el
siglo XX.
Para Domínguez hay dos
tipos de conceptos:
a) Hipótesis o conceptos
explicativos, por ejemplo los usados por el materialismo histórico: clase, siervo,
excedente, etc.
b) Generalizaciones,
sin carácter explicativo, sino convencional. Por ejemplo Renacimiento, Ilustración,
etc. Las generalizaciones pueden considerarse metaconceptos (su comprensión exige
la comprensión de otros conceptos). Así, Novak (1985) considera metaconcepto al
Feudalismo, en la cima de un mapa conceptual, relacionado con conceptos como vasallaje,
feudo, corveas...
LOS PROCEDIMIENTOS EXPLICATIVOS.
Son la trama de relaciones
entre los conceptos. Son los siguientes:
a) El principio globalizador
de los hechos.
b) La explicación causal.
La causalidad tiene dos caracteres: el carácter de multicausalidad por la variedad
de factores y el carácter de internidad (Bunge) por la dificultad de separar efectos
y causas.
c) La explicación teleológica
intencional: las motivaciones personales o grupales explican muchos hechos. Se usa
el concepto de empatía.
d) Los procesos de cambio:
los acontecimientos y las transformaciones. Se distinguen las doctrinas positivista
(los hechos ante todo, como las batallas...) y antipositivista (los hechos no tienen
importancia). Vilar (1992) divide los hechos en causas, consecuencias y síntomas.
Topolski (1982) explica que se interpreta el hecho de dos modos:
- Ontológicamente, un
suceso en sí mismo.
- Epistemológicamente,
la interpretación del suceso por el historiador.
El positivismo participa
de ambas interpretaciones: el pasado es un conjunto de hechos que reconstruye el
historiador.
El estructuralismo (antipositivista)
toma al hecho como una construcción científica en sí misma. El estructuralismo
ha sido acusado de subjetivismo, porque el historiador tiende a crear su propia
realidad histórica.
La tesis dialéctica une
el positivismo y el estructuralismo, y considera que existe una realidad objetiva
e independiente de la materia de estudio, una realidad que no es una mera serie
de hechos, sino que su complejidad exige que deba ser estudiada a través de las
teorías.
¿Qué hechos son históricos? Las tesis
son dos: 1) todos los hechos, 2) sólo los relevantes según ciertos criterios.
Carr considera que los
hechos dependen de la interpretación del historiador, ‹‹los hechos sólo hablan
cuando el historiador apela a ellos: él es quien decide a qué hechos se da paso,
y en qué orden y contexto hacerlo, y él es quien los saca del limbo de los hechos
del pasado››.
Topolski también valora
el papel del historiador, ‹‹fabricante›› del conocimiento histórico. No hay Historia
sin el historiador, pues él la hace accesible a la sociedad.
FUNDAMENTOS EPISTEMOLÓGICOS
DE LA HISTORIA.
Toda la literatura pedagógica
que ha tratado de la enseñanza de la Historia coincide en señalar las dificultades
que se derivan del aprendizaje de esta disciplina por parte del alumnado de la Educación
Secundaria (12-18 años), especialmente en las primeras etapas. Los males se han
detectado en todos los frentes: en el de los profesores/as, muy mediatizados
por su propia formación universitaria en una determinada época y carentes en su
mayor parte de una metodología adecuada a las dificultades de la enseñanza de
la Historia; un alumnado escasamente motivado por las ciencias humanas
y, en especial, por la Historia, algo “inútil”, de escasa aplicación práctica y
alejada de sus problemas cotidianos en el ámbito escolar, familiar o social (barrio,
amistades, asociaciones, etc.); unos materiales que invitan poco a cambiar
el discurso histórico dominante, que sin embargo son sustituidos en ocasiones por
otro recurso peor: los apuntes y la clase magistral; unos centros educativos
y unos departamentos en los que, a pesar de los avances experimentados,
se carece de los necesarios elementos dispuestos para un correcto y motivador aprendizaje
de la historia y en los que las limitaciones físicas pueden determinar la estructura
del currículum (medio rural, medio urbano; barrio obrero, barrio residencial;
proximidad de centros culturales como Museos, archivos, bibliotecas, centros de
recursos, etc.).
Es ineludible, pues,
que clarifiquemos al profesorado cuáles son nuestros presupuestos a la hora de elaborar
este Diseño Curricular. Y para ello se hace preciso definir desde la epistemología,
qué historia debemos o queremos enseñar. Pero antes hemos de saber cómo
se construye, cómo se elabora y cómo se investiga esta ciencia social. Es decir,
debemos aproximarnos, siquiera sea de una forma elemental, a la forma de entender
la Historia. Y eso lo hacemos desde tres planos: desde el plano filosófico,
desde la historiografía o estudio de la propia ciencia histórica en el tiempo
y desde el plano educativo. Son tres perfiles de una misma realidad, pero
se hace necesario su análisis para mejor comprender las conexiones existentes entre
ellos y, en definitiva, llegar a una conclusión: qué historia creemos nosotros
se ha de enseñar para mejor cumplir con los planteamientos de la psicología del
aprendizaje que se abordan en otra parte de este Proyecto.
En un cuadro comparamos
el plano filosófico de la Historia (la Historia que se piensa), el plano historiográfico
(la Historia que se investiga) y el plano educativo (la Historia que se enseña),
con sus correspondencias entre los tres niveles. Lo que debe enseñarse de la Historia
—y el alumnado aprender— es lo siguiente:
1. Fundamentos de
la construcción histórica.
Son aquellos elementos
que utiliza el historiador para explicar los fenómenos del pasado, sin los cuales
sería difícil entender lo que dice. Son el tiempo, entendido como marco
cronológico de corta o larga duración; el espacio, o sea, el marco físico
en el que se desarrolla la acción o el fenómeno histórico (una ciudad, el campo,
un país, el hogar de una familia) y los mecanismos de interrelación, es
decir, aquellos supuestos que permiten explicar cómo actuaron los seres humanos
en el pasado y por qué lo hicieron así y no de otra manera. Estos mecanismos engloban
la intencionalidad o motivos, las causas y la situación (el momento histórico)
que explican en un todo globalizado por qué se produjeron los hechos históricos
de un determinado modo. Discernir estos elementos por parte del alumnado es tarea
compleja y a ello debe dirigirse el proceso de enseñanza-aprendizaje.
2. Contenidos factuales
del proceso histórico.
Abarca la materia histórica,
razón de ser de la disciplina y de su aprendizaje. El pasado humano es la materia
prima que utilizamos en el aula para iniciar al alumno/a al conocimiento no
sólo de lo pretérito, sino de los fundamentos de la explicación histórica que hemos
señalado más arriba. Incluye hechos protagonizados por hombres y mujeres, en sociedad
o como individuos, en el pasado de cualquier área espacial considerada y de todo
tipo: políticos, sociales, económicos, técnicos, culturales e ideológicos. Se incluyen
también aquí los llamados conceptos históricos (monarquía, capitalismo, democracia,
totalitarismo, etc.) o categorías (Renacimiento, Barroco, modo de producción, Neolítico,
clase social).
3. Procedimientos
o métodos de lectura e interpretación de la historia.
Se incluyen aquí el
conocimiento de las fuentes históricas (heurística), su interpretación (hermenéutica)
y su utilización en la construcción del relato histórico. Es propiamente una metodología
inspirada por igual en la de la investigación histórica, como en la de la enseñanza
de esta disciplina. Queremos decir con ello que no sólo interesa conocer cómo
se elabora el conocimiento histórico, sino también cuál es la lógica de su aprendizaje.
Esto último, al menos, debe ser conocido por el profesor o profesora.
4. Valores o actitudes
hacia los hechos del pasado:
Tolerancia, respeto
por las minorías, diversidad de culturas, igualdad entre los sexos (o razones que
explican la desigualdad), actitud positiva ante la paz, etc. Son también contenidos
inclusores, ya que afectan a todas las unidades didácticas y a toda el área.
Pero, )qué Historia enseñar? Desde el punto
de vista filosófico se ha planteado la necesidad de acotar qué es el conocimiento.
De ello se ocupa la teoría del conocimiento, hoy más conocida como epistemología
o gnoseología. Si ya hemos visto cuáles son los paradigmas epistemológicos de
la historia desde el campo de la filosofía y de la historiografía (véase Cuadro
anterior), nos falta ahora hablar de los perfiles gnoseológicos de la historia
que se enseña, o que se debe enseñar. El problema que se plantea con la historia
no se da en otras ciencias llamadas de la naturaleza o exactas: matemáticas, física,
química... Aquí las leyes conducen a una causalidad necesaria, mientras que en
historia no siempre que hay unas causas determinadas sucede lo mismo, aunque en
esta cuestión hay encontradas diferencias entre quienes consideran que las ciencias
sociales son estructuralmente similares a las ciencias físicas y quienes afirman
que entre ellas existe un abismo insalvable. Pero nos interesa el “conocimiento
educativo”, y su forma de clasificarse: frente a la postura de quienes mantienen
que el conocimiento es un todo integrado y que así debería enseñarse, la complejidad
de ese mismo conocimiento —como algo existente de por sí y
como algo creado por el ser humano— ha hecho necesario la aparición
y desarrollo de las disciplinas o materias. Así, Hirst (1965) y Graves (1985) han
señalado cómo existen “formas de conocimiento” en las que los conceptos no sólo
están relacionados entre sí por medio de lo que se ha dado en llamar su gramática
lógica (o su lógica interna), sino que las proposiciones que relacionan estos conceptos
entre sí tienen pruebas de verdad que también son características de cada forma
de conocimiento. Si esas pruebas de verdad están claras en las ciencias puras,
ya son menos evidentes en las ciencias humanas o sociales. Así Hirst incluyó en
1965 como “formas de conocimiento” la física, la matemática, la historia, la estética,
la ética, la teología y las ciencias humanas. Pero cinco años más tarde excluía
a la historia, debido al desacuerdo existente entre los historiadores respecto
a qué es lo fundamental en las explicaciones históricas. Para la geografía, Hirst
utiliza el concepto “campo de conocimiento”, ya que considera que es deudora de
varias “formas de conocimiento”, como las ciencias naturales, la matemática y las
ciencias humanas (Graves, 1985: 72-77).
Esta ambigüedad de Hirst
respecto a la historia planea hasta hoy a la hora de definir su perfil desde el
punto de vista educativo. Siguiendo el esquema propuesto en el cuadro anterior,
en el plano educativo hemos señalado hasta seis posibles paradigmas, que se corresponderían
con las escuelas historiográficas y se traducirían en un determinado tipo de contenidos
dominantes. Esta sería la equivalencia:
Plano educativo.
- Historia relato (transmisión
verbal).
- Historia técnica.
- Historia-dogma.
- Historia crítica (instrumento
de cambio social).
- Microhistoria (nuevos
sujetos de historia).
- Historia de las estructuras.
Contenidos.
- Hechos (acontecimientos)
- Conceptos (cambio,
desarrollo proceso, causalidad, estructura, etc.).
- Ideología (marxismo
catequístico).
- Categorías (modo
de producción, lucha de clases, clase social).
- Hechos de la narración
y conceptos del microanálisis.
- Historia de las civilizaciones.
De los seis paradigmas
de historia “para enseñar” hay algunas que son rechazables de plano por diversas
razones que van desde las ideológicas hasta las puramente racionales. Es evidente
que en el marco de un Estado democrático no son válidas las concepciones que estimulan
los valores contrarios, como la marxista ortodoxa, una forma de escolástica que
Fontana ha llamado recientemente “marxismo catequístico” (Fontana, 1992). Tampoco
se acepta hoy la visión de la historia-relato del paradigma historicista. La historia
de las civilizaciones, heredera de la historia estructural y sobre todo de la tendencia
braudeliana del tiempo largo, ha demostrado ya su ineficacia en el actual sistema
educativo. Nos quedan la historia técnica y la historia crítica, que se corresponden
con los paradigmas de la Nouvelle histoire y el marxismo crítico. Si además
se tiene en cuenta que estos dos modelos son los preferidos de los profesores según
un reciente estudio (Guimerá-Carretero, 1992: 120), parece procedente esta decisión.
No es éste un terreno
fácil a la hora de elaborar un proyecto curricular. Jesús Domínguez ya soslayó este
problema con las siguientes palabras:
‹‹Un planteamiento del
problema en estos términos (el de qué escuela historiográfica debe dominar), conllevaría
por un lado una toma de posición frente a las distintas corrientes historiográficas
que impediría de hecho alcanzar unos mínimos puntos de acuerdo sobre el futuro
programa escolar, y por otro, esta forma de abordar la cuestión escamotearía, en
mi opinión, el problema principal, a saber, discernir qué podemos considerar que
sea lo verdaderamente esencial y definitorio de la disciplina, aquello que permite
calificar por igual de historiadores a personas cuyas obras difieran claramente
tanto en los métodos como en las hipótesis explicativas que emplean.›› [Domínguez,
1989: 44.]
Pero Domínguez acaba
con un principio de compromiso necesario:
‹‹Personalmente me situaría
junto a aquellos historiadores para quienes el conocimiento histórico se mueve en
una constante tensión entre dos polos: por una parte una teoría en continua revisión
y construcción (materialismo histórico y aportaciones de la escuela de “les Annales”,
entre las más importantes) y la investigación empírica de los hechos.›› [Domínguez,
1989: 51.]
La fuente de inspiración
más común en la historiografia española actual procede esencialmente de la escuela
de los Annales, es decir, de la Nouvelle histoire, con toda la riqueza
de matices que ha aportado al conocimiento del pasado, pero sin descuidar la utilización
de aquella concepción global y crítica que aporta el materialismo histórico en
su versión no dogmática, es decir, en cuanto método de análisis de la realidad
histórica, alejado, por tanto, de interpretaciones esquemáticas y simplistas tan
frecuentes en algunos materiales educativos que han tenido cierta difusión en nuestro
país. También habrá que incluir alguna referencia a esa nueva historia narrativa,
que aunque no está consolidada, surge como una forma de recuperar personajes, hechos
y situaciones alejadas de la práctica histórica habitual. Al menos, debería estar
presente en alguna unidad, para que el alumno/a pudiera introducirse en el conocimiento
del pasado humano a través de esta nueva forma de entender el relato histórico
(la microhistoria), que es en definitiva la forma en que se presenta toda explicación
histórica.
Y estos paradigmas concuerdan
en cierta forma con las tres “posturas morales” que señala el profesor Bermejo
Barrera (1990: 274-275) y que se corresponden con tres formas de historiografía:
la historia monumental o historia de las naciones y los Estados, motor del
fanatismo e instrumento de control moral, en la que el historiador actúa como ideólogo
o propagandista; el historiador anticuario es un “funcionario de la Historia”
que solo se preocupa de recibir el beneplácito de sus colegas, son los técnicos
de la historia, ideólogos sin ideología; y, por último, la historia crítica,
según la cual la historia ha de estar al servicio de la vida y servirá como instrumento
de crítica social, política y moral. El historiador crítico no estudia un hecho
por el mero hecho de que pertenezca al pasado, sino en tanto que su análisis le
sirva para iluminar alguno de los problemas del presente; es decir, mantiene una
postura ética, de compromiso con la realidad que le ha tocado vivir. Es evidente
que, a pesar del esquematismo de este planteamiento, sólo cabe una adscripción
por nuestra parte, al triple modelo que nos propone Bermejo: el del historiador
crítico, del que deben surgir alumnos y alumnas también críticos, capaces de actuar
en la sociedad en la que viven.
APÉNDICE. Artículos
para comentarios en clase.
La nueva Historia Cultural.
La nueva Historia Cultural es novedosa por su método integral, alejado del reduccionismo, del mecanicismo, de la unicausalidad y del maximalismo, ya sea marxista o historicista. Procura revisar las preguntas, mediante un sincretismo histórico que aúna estructura económico-social y superestructura cultural y política, en búsqueda de la Historia Total (no una Gran Historia), pluridisciplinar, al mismo tiempo que construye una Microhistoria, forjada gracias a la Biografía, la Historia Local, la Historia Oral (sobre todo con entrevistas a la gente común) o los cortes en momentos precisos de los grandes periodos, microestudios que gustan a los lectores.
El historiador no ha de ser un funcionario, sino un intelectual que participe en los grandes debates intelectuales actuales de asunto filosófico, político o económico, lo que enlaza con la división que los historiadores anglosajones practican entre Historia Contemporánea y Mundo Actual, y este debe ser objeto de estudios sociológicos, económicos o culturales, previos a los históricos. El historiador ha de buscar a los protagonistas, ordenar los hechos con un método histórico y exponerlos sencillamente, descubrir e interpretar la verdad, a fin de clarificarla en las conclusiones, que deben responder a las preguntas de la sociedad, a las inquietudes profundas del público.
Con tantas especialidades en juego, es obvio que la metodología exige el trabajo en equipo multidisciplinar, que no desdeñe la informática o la ciencia.
La nueva Historia Oral (según Ronald Fraser).
Fraser, Ronald. La Historia Oral como historia desde abajo. “Ayer” 12 (1993) 79-92.
Hobsbawm estudia las Grass Roots History en los últimos años y solo critica una forma, la Historia Oral, por basarse en una fuente tan falible como la memoria y por no tener una metodología. En Inglaterra, con una Historia Oral populista, positivista, que no hacía análisis de porqué pasaban los hechos, era una crítica acertada de la situación.
Pero en otros países se desarrolló una metodología variada, especialmente en Italia, EE UU, Francia y Alemania, en tres grandes líneas, que coinciden, no obstante en que estas fuentes no bastan por sí mismas.
El concepto de Historia Oral lo rebautiza como Fuentes Orales, basadas en la subjetividad del testigo que comunica al historiador sus recuerdos/vivencias en forma de narración.
Luisa Passerini define la Historia Oral como: 1) Las representaciones colectivas. 2) La serie de elecciones que hacen losindividuos o grupos como la familia para resolver los asuntos cruciales de su vida. 3) El entramado de lo privado y lo público que crea y mantiene las relaciones sociales.
Portelli, Passserini, Grele y Chanfrault-Duchet dan más importancia a la significación de los hechos que a la recuperación de los hechos. Y la captan a través de la narración. Su metodología es “hermenéutica”.
Por contra, Bertaux y Wiame, siguen otra metodología, “étnico-sociológica”: utilizan los relatos de vida con la finalidad de investigar las relaciones, normas y procesos que estructuran y mantienen la vida social. Plantean tres fases: 1) exploración, 2) análisis, 3) saturación. Se trata de hacer muchas entrevistas para conocer si se repiten unas pautas de respuesta subjetiva para un determinado periodo de tiempo.
Portelli comenta un caso de error colectivo, sobre un error en la fecha de la muerte a manos de la policía de un obrero en 1949, que se traslada a 1953 porque en este año hubo un contexto de lucha más glorioso. Hay «productos generados por el funcionamiento activo de la memoria colectiva, generados por procedimientos coherentes que organizan tendencias de fondo... El hecho histórico relevante, más que el propio acontecimiento en sí, es la memoria». Otros ejemplos explican que junto al error colectivo hay un olvido ideológico, motivado por una adscripción a una determinada imagen propia o de la clase social. Así los obreros o campesinos decían que no leían porque eso sólo lo podían hacer los ricos (cuando lo cierto es que sí leían mucho).
La tercera metodología es la de Niethammer, una heurística interdisciplinaria dado que las fuentes no son directamente accesibles y la forma en que se las investiga determina su carácter. La Historia Oral, de forma fragmentaria, puede crear las bases para una nueva comprehensión de la historia socio-cultural del pasado cercano, en especial de la experiencia. Para Niethammer la experiencia sustituye a la subjetividad.
Otras metodologías, que Fraser no desarrolla por considerarlas menos probadas, son la de archivo y la de recogida de fuentes orales para el historiador del futuro (se hacen entrevistas a personalidades, con vistas a su futura utilización).
Finalmente, hay dos problemas: 1) la memoria, 2) la interpretación. Fraser explica que el historiador ha de estar presente en el texto final, interpretando los hechos. Hay dos grandes ventajas de las fuentes orales: 1) replantean el objetivismo y el subjetivismo puros, 2) abren nuevos campos de estudio, fuera de los grandes temas de la Historia, al tiempo que nos muestran la ambigüedad de muchos acontecimientos.
Fraser concluye con un llamamiento a los historiadores para que hagan una historia comprensible, explicativa, no una historia para otros especialistas.
AA. VV. Pelea por el pasado.
Constenla, Tereixa. Pelea por el pasado. “El País” Babelia
1.078 (21-VII-2012) 10-11 El debate entre memoria e historia. Reseña de Rieff,
David. Contra la memoria. Trad. de Aurelio Major. Debate. Barcelona, 2012.
120 pp. Ensayo. / Judt, Tony; Snyder, Timothy. Pensar el siglo XX. Trad. de Victoria Gordo del Rey. Taurus.
Madrid, 2012. 408 pp. / Mate, Reyes. Tratado de la injusticia. Anthropos. Barcelona, 2011. 318 pp.
/ García Cárcel, Ricardo. La herencia
del pasado. Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores. Barcelona,
2011. 768 pp. / Juliá, Santos. Hoy no es ayer. Ensayos sobre la España del siglo
XX. RBA. Barcelona, 2011. 384 pp. / Buruma,
Ian. El precio de la culpa. Trad. de Claudia Conde. Duomo. Barcelona,
2011. 432 pp. / Koselleck, Reinhart. Modernidad, culto a la muerte
y memoria nacional. Edición
de Faustino Oncina. Trad. de Miguel Salmerón y Raúl Sanz. Centro de Estudios Políticos
y Constitucionales. Madrid, 2011. 150 más LXV pp.
‹‹Stalin fue
expeditivo reescribiendo la historia. Trotski fue literalmente borrado en fotografías
de la nueva iconografía revolucionaria. Ocultar, agigantar, aliñar el pasado a
conveniencia del poder es una tentación de hondas raíces históricas. En 1598, sin
pensar en que pedía un imposible metafísico, el rey francés Enrique IV prohibió
recordar a sus súbditos. Aquel año dictó un edicto en el que ordenaba que todos
los acontecimientos violentos ocurridos entre católicos y protestantes “queden
disipados y asumidos como cosa no sucedida”. Casi nada. El monarca intuyó que
la memoria, pese a su incorporeidad, era letal para las guerras de religión. No
hay que mirar solo en el ojo ajeno. A Bartolomé de las Casas le reprocharon “aunque
fueran verdad” que publicase “cosas muy terribles y fieras de los soldados españoles”
durante la colonización americana. El asunto acabó con la prohibición en 1660
de su Brevísima relación de la destrucción de las Indias. Más recientemente, la versión de la Guerra
Civil que circuló por las aulas durante el régimen franquista fue un relato falseado
de cruzados buenos y malos rojos.
Historia y memoria comparten
influyentes enemigos. En Suiza pueden procesar a alguien por negar el genocidio
armenio durante el Imperio Otomano, mientras que en Turquía pueden procesarle por
afirmarlo. Pero historia y memoria no son lo mismo, aunque actúen sobre un terreno
común: el pasado. Los hechos históricos son sagrados, se cuenten en Estambul o en
Ereván. La conmemoración de los mismos —traerlos del pasado con alguna finalidad
en el presente— difiere forzosamente si parte de las víctimas o de los verdugos,
como evidencia el contraste entre la memoria histórica reivindicada por los nietos
de los sepultados en fosas durante la guerra y la memoria oficial enarbolada por
el régimen franquista, que honró permanentemente a los damnificados de su bando
(con causa general para resarcirles incluida) dejando en la cuneta de la historia
a los otros. “La memoria es una materia de la historia a historiar”, sintetiza el
catedrático de la Universidad Autónoma de Barcelona Ricardo García Cárcel en La herencia del pasado, donde repasa la construcción de relatos identitarios desde la Hispania romana
a la actualidad.
Dado que aspira a contar hechos,
la historia no puede ser una cosa y la contraria (por mucho que aliente interpretaciones
plurales), mientras que la memoria está al servicio de quien la empuña para emitir
un juicio moral sobre lo ocurrido. Sus caminos se entrecruzan, pero no conducen
al mismo paraje. “La historia, incluso cuando es movida por la memoria, tiene que
ser necesariamente crítica y puede resultar la peor enemiga de una memoria impuesta:
fue la historia, en cuanto investigación del pasado, la que desmontó la construcción
memorial de la guerra como una guerra santa; como ha sido la historia la que ha
devuelto a Trotski a la fotografía de la que fue borrado por la memoria colectiva
soviética”, advierte Santos Juliá, catedrático emérito de la UNED. “La memoria,
al traer el pasado al presente con el propósito de establecer un deber —que será
de duelo o celebración, de reparación o de gloria— o de construir una identidad
diferenciada, necesariamente olvida”, planteó en su artículo Por la autonomía de la historia, publicado en “Claves de Razón Práctica”.
En el siglo XX, tras lo que
Hannah Arendt acuñó como “banalización del mal”, eclosionó la memoria histórica
como un fenómeno universal. Lo ocurrido en Auschwitz se convirtió, según el profesor
de investigación del Instituto de Filosofía del Consejo Superior de Investigaciones
Científicas (CSIC) Reyes Mate, en “lo que da que pensar” y alimentó “el deber
de memoria” para acentuar “la construcción de un sentido, la creación de un significado
de ese pasado que valga para el presente”. Propiciado por el grito del “nunca
más” de los supervivientes, recordar pasó a ser un valor en alza. Elie Wiesel,
que pudo revivir el espanto del exterminio, consideraba el olvido como “el triunfo
definitivo del enemigo” y “una injusticia absoluta”.
El Holocausto fue más allá
de cualquier genocidio anterior. “Auschwitz no tenía equivalentes. Era otra guerra
o, mejor dicho, ni siquiera era una guerra. Era pura y simplemente una matanza
masiva, sin una razón táctica o estratégica, sino por pura ideología”, sostiene
el ensayista Ian Buruma en El precio de la culpa. “El sistema nazi había entendido que
la eficacia del crimen debía velar no solo por el exterminio físico de un pueblo
sino también por el metafísico”, afirma Mate en Tratado de la injusticia. Contra las chimeneas que humeaban seres humanos había
que contraponer el recuerdo vívido que no transmite la historia, “el olor a carne
quemada”, describía otro de los deportados que pudo contarlo, Jorge Semprún. Sin
embargo, así como nadie objeta el papel de la historia, la memoria histórica cuenta
con activos detractores, como el periodista estadounidense David Rieff, que ha escrito
un furibundo alegato a favor del “imperativo ético del olvido” en su ensayo Contra la memoria. Cuenta Rieff que la obra echó raíces en Bosnia, donde
trabajó como reportero de guerra. “La memoria histórica colectiva tal como las
comunidades, los pueblos y las naciones la entienden y despliegan —la cual casi
siempre es selectiva, casi siempre interesada y todo menos irreprochable desde el
punto de vista histórico— ha conducido con demasiada frecuencia a la guerra más
que a la paz, al rencor más que a la reconciliación y a la resolución de vengarse
en lugar de obligarse a la ardua labor del perdón”, esgrime. El nunca más de Auschwitz le parece cargado de buenas intenciones
y falto de realismo. Y relata un chiste que circula por Polonia: ¿A quién mata
primero un polaco, al alemán o al ruso? Al alemán, por supuesto; primero el deber,
después el placer.
Todas sus reflexiones le conducen
hacia el elogio de la amnesia. “Lo que garantiza la salud de la sociedad y de los
individuos no es su capacidad de recordar, sino su capacidad para finalmente olvidar”,
sostiene Rieff, sin que esto quiera decir que deba renunciarse a perseguir los
crímenes y reconocer a las víctimas. A diferencia de Mate, cree que la búsqueda
de la verdad “no está por encima de todo” y cita los acuerdos de Dayton que, pese
a contemplar la impunidad de Milosevic, fueron preferibles a seguir la masacre.
Rieff es el último recién
llegado a una controversia alrededor de la memoria, que ha sido especialmente intensa
en países como Alemania, que declaró imprescriptibles los crímenes contra la humanidad
en 1979, tras la emisión de la serie Holocausto. En Francia se han aprobado sucesivas leyes que legislan
sobre episodios históricos. Desde 1990 la ley Gayssot castiga el negacionismo del
Holocausto judío y desde 2001 la legislación reconoce la esclavitud como un crimen
contra la humanidad y el genocidio armenio. La intromisión política soliviantó
a un grupo de historiadores, que emitió un manifiesto, embrión del movimiento bautizado
como Libertad para la Historia. “En un país libre no es competencia de ninguna autoridad
política definir la verdad histórica ni restringir la libertad del historiador
mediante sanciones penales”, señalaban, entre otros Pierre Nora, Jacques Le Goff
o Eric Hobsbawn. Abundan los historiadores reticentes ante el afán memorialístico.
Tony Judt temía que el siglo XX se convirtiese en un “palacio de la memoria moral:
una cámara de los horrores históricos de utilidad pedagógica cuyas estaciones
se llaman Múnich o Pearl Harbour, Auschwitz o Ruanda, con el 11 de septiembre como
una especie de coda excesiva”. Mantener vivo el horror pasado, sí, pero —matizaba—“como
historia, porque si lo haces como memoria, siempre inventas una nueva capa de olvido”.
La memoria puede contaminar
la historia porque no todo lo que emana de ella es riguroso: a veces hay falsos
testigos como Enric Marco, que presidió durante años una asociación de supervivientes
de campos nazis. “Frente a los excesos, manipulaciones y mentiras, los historiadores
tienen caminos muy claros: archivos, erudición y comparación”, prescribe Julián
Casanova, catedrático de Historia de la Universidad de Zaragoza. Concede que “los
recuerdos” a los que la gente llama “memoria” pueden difuminar las fronteras entre
los análisis de los historiadores y las meras opiniones. “En el caso de la Guerra
Civil, el boom de testimonios y divulgaciones de recuerdos
ha servido para alimentar la confrontación entre historia y recuerdos; para seleccionar
los puntos más calientes del debate político (no historiográfico), casi siempre
centrados en la violencia, en quién mató más y cometió más barbaridades; y para
convencer a la gente de que el pasado reciente no puede analizarse con objetividad”.
Porque tampoco conviene a la historia desentenderse de la interpretación del pasado
por la que pugna la memoria. Se ha contado que la expulsión de los judíos fue inevitable
para la unificación española. “Mientras se hacía ruido con estas explicaciones”,
señala Reyes Mate, “se borraban diligentemente las huellas de la milenaria presencia
del pueblo judío en tierras hispanas”. Las sinagogas se reconvirtieron en iglesias
y Maimónides se excluyó de la lista de pensadores españoles. “La recomendación
del historiador contemporáneo de que nos atengamos a la explicación objetiva de
los hechos sería la última edición de la misma estrategia interpretativa del vencedor”,
concluye Mate, que suscribe las palabras de Walter Benjamin: “La memoria abre expedientes
que la ciencia da por archivados”.
Bien tratadas, son simbióticas.
La memoria sirve a la historia y la historia facilita la memoria, en opinión del
catedrático de Historia Contemporánea de la UNED Julio Gil Pecharromán: “Un conjunto
de testimonios de protagonistas y testigos constituye una aportación muy estimable
al conocimiento del proceso histórico, pero resulta comprensible que algunos historiadores
la releguen a un papel secundario. La memoria hay que asumirla con muchas precauciones
porque las personas tendemos a reelaborar nuestros recuerdos”. El propio Primo
Levi, que estremeció con su trilogía del siglo XX europeo (Si esto es un hombre, La tregua y Los hundidos y los salvados), consideraba la memoria un instrumento
maravilloso y falaz.
A perpetuar la polémica contribuye
el hecho de que historia y memoria no parten en similares condiciones. Mientras
la definición de la historia goza de consenso, no todo el mundo se refiere a lo
mismo al hablar de memoria. “Unos piensan que solo se puede hablar de memoria
propiamente dicha cuando se trata del individuo que recuerda sus propias experiencias.
Otros consideramos que también existe una memoria colectiva, social, cultural, etcétera,
pero no porque exista un sujeto colectivo, una sociedad o una cultura con la facultad
de recordar que solo tiene el individuo, sino porque la mayoría de los individuos
afianzan sus recuerdos en grupo, los transmiten a otros y eso hace que surja otro
tipo de memoria que hace que perduren los recuerdos en un ámbito y en un tiempo
que va más allá de la vida de los individuos”, sostiene Pedro Ruiz Torres, catedrático
de Historia Contemporánea y exrector de la Universidad de Valencia, que en 2007
mantuvo un intercambio crítico con Santos Juliá en la revista Hispania Nova. Para Ruiz, la memoria es también una forma
de conocimiento, aunque distinto del histórico: “La memoria trata del pasado real
y en consecuencia hay algo más que imaginación en ella. La memoria es conocimiento
inseparable de las emociones y de los juicios de valor, como cualquier otra forma
de conocimiento incluido el saber histórico, y por ello el conocimiento nunca es
completamente objetivo ni tampoco meramente subjetivo”. Juliá, por el contrario,
la mira en estado de alerta: “La memoria histórica es necesariamente cambiante,
siempre es parcial y selectiva y nunca es compartida de la misma manera por una
totalidad social: depende de múltiples y diversos relatos heredados”. Ante la eclosión,
reclama autonomía para el historiador que “habrá de responder a una serie de preguntas
previas: quién elabora esos relatos, cómo y en qué circunstancias, con qué intención,
con qué resultados, cómo se modifican, quién decide esa modificación, quiénes
la comparten”.
España se incorporó tardíamente
al debate de la memoria histórica, aunque ello no quiere decir que hasta entonces
el pasado se ocultase tras una cortina de amnesia. El hispanista Paul Preston calculó
que hasta 1986 se habían publicado 15000 libros sobre la Guerra Civil y sus secuelas.
Más reciente es el estudio histórico de la memoria. Pedro Ruiz sitúa su arranque
en 1996, con la publicación de un libro de Paloma Aguilar. Dos años después, la
catedrática de la Universidad de Salamanca Josefina Cuesta coordinó un monográfico
sobre la memoria en la revista Ayer, de la Asociación de Historia Contemporánea.
La pujanza de los movimientos a favor de la recuperación de la memoria histórica,
interesados sobre todo en investigar la represión, irrumpieron también en la universidad.
En 2005 la Universidad Complutense inauguró la cátedra extraordinaria Memoria Histórica
del Siglo XX, dirigida por Julio Aróstegui. Además, en los últimos diez años se
han publicado 1.060 trabajos científicos sobre memoria histórica, según Juan Sisinio
Pérez Garzón, profesor de la Universidad de Castilla-La Mancha. “La memoria y
la historia ya han quedado definitivamente entrelazadas como formas de relacionarse
con el pasado y, por más que sature en algún momento, esas relaciones ya forman
parte de las tareas propias del historiador”, afirma.
La marea memorialística es
universal (baste mirar hacia Sudáfrica o América Latina) aunque algunos países
coloquen más diques que otros. Ian Buruma observó que en Japón el debate sobre
la guerra se desarrollaba fuera de las universidades, entre periodistas, columnistas
y activistas de derechos civiles, que a veces formulan teorías estrafalarias. El
primer historiador contemporáneo accedió a la Universidad de Tokio en 1955. “Hasta
el final de la guerra habría sido peligrosamente subversivo, e incluso blasfemo,
que un estudioso escribiera sobre historia contemporánea desde una perspectiva
crítica”, indica Buruma. El sistema del emperador era sagrado y, además, la historia
reciente no era académicamente respetable. “Era demasiado fluida, demasiado politizada,
demasiado controvertida”.››
Jordi Gracia. Felices sobresaltos. Reseña de David Rieff y Manuel Cruz.
Gracia, Jordi. Felices sobresaltos. “El País” Babelia 1.078 (21-VII-2012) 10-11. Reseña
de Rieff, David. Contra la memoria. Trad. de Aurelio Major. Debate. Barcelona, 2012.
120 pp. Ensayo.
Cruz, Manuel. Adiós, historia, adiós. El abandono del pasado en
el mundo actual. Nobel. Gijón,
2012. 256 pp. Premio Internacional de Ensayo Jovellanos 2012.
‹‹El aire de
galimatías (o hasta de gallinero crispado) que a menudo desprende el mundo de los
historiadores puede espantar a más de uno, y es bien comprensible. A mí me pasa
lo contrario: cuanto mayor es el galimatías más feliz me siento ante la hiperactiva
centrifugadora historiográfica actual, aunque en ella figuren insensatos profesionales
o progresistas paradójicamente reaccionarios.
Tanto el libro de Rieff como el de Manuel Cruz están por la labor de armar
ruido, sobre todo el de Rieff, y con más razón que un santo. La beatería universal
de la memoria histórica puede haber llegado a cargarse de razón de tal modo que
quizá ha empezado a perder su función higiénica, reparadora e incluso democratizadora.
De esta sospecha nace un libro titulado provocadoramente, aunque sus argumentos
empiezan por la batalla de Salamina y desembocan en las guerras croata y serbia,
pasando por la civil española o las dictaduras latinoamericanas.
No es un ensayo de historia
a matacaballo sino un ensayo para pensar el peso de la historia y evaluar las consecuencias
de las buenas intenciones cuando las buenas intenciones se enturbian con intereses
políticos o conveniencias presentistas. La memoria histórica es el sintagma que
encarna el ansia de restitución de la justicia histórica pero ha sido y es también
un arma ideológica de construcción de identidades beligerantes, además de otorgarles
el mejor blindaje posible (aunque sea históricamente falso o sencillamente mítico).
Dice Rieff que la memoria histórica es “selectiva, casi siempre interesada y todo
menos irreprochable desde el punto de vista histórico” y demasiadas veces ha acabado
conduciendo “a la guerra más que a la paz, al rencor más que a la reconciliación
y a la resolución de vengarse en lugar de obligarse a la ardua labor del perdón”.
La tentación de corregir la historia es una ilusión óptica sobre el pasado que
juega siempre en presente y para el presente, y no parece ningún disparate activar
el recelo ante la hegemonía emocional de la víctima como emplazamiento del punto
de vista histórico.
¿Basta ya, pues, de memoria
histórica? En absoluto: el libro es panfletario pero no idiota y sobre todo es
limpiamente neoilustrado. Aspira a negociar la reparación de la memoria de las
víctimas con la viabilidad de un futuro pacífico y fecundo. Rehúye anclarse en el
fanatismo de la memoria por ser tan maligno como el fanatismo del olvido. Este
feliz librito se atreve incluso con los buenos sentimientos y sospecha de las coartadas
sentimentales de la memoria histórica porque “casi nunca es tan receptiva a la
paz y a la reconciliación como lo es al rencor, los martirologios contendientes
y la animadversión perdurable”.
Así que Rieff se limita a evocar
el valor pragmático pero no envilecedor del olvido activo que predicó Nietzsche,
por supuesto no para las víctimas inmediatas y sus hijos, pero sí para comunidades
que convierten en razón de vida la rectificación vengativa de la historia y anulan
así, o reducen, o dificultan, los cauces morales e ideológicos de una convivencia
confiada. Las generaciones que no vivieron la situación traumática pueden preferir
legítimamente la paz, la concordia o el perdón antes que una justicia retroactiva,
sólo póstuma, y sobre todo erosionadora del presente.
Manuel Cruz comparte en alguna
medida el punto de vista de Rieff y sobre todo muchas otras referencias —como Margalit—, aunque su ensayo conviene leerlo en el contexto del mapa
tupido de sus libros de los últimos años. Y sin embargo también contiene una tesis
fuerte y provocadora que crece a medida que avanza el libro y cristaliza, sobre
todo, en el último y extenso capítulo de conclusiones. Nietzsche es un justísimo
ángel tutelar también aquí, y lo son los clásicos Benjamin o Hannah Arendt y el
valor de perdonar, pero la conclusión es original: la progresiva percepción vegetalizada
o naturalizada del pasado, como algo donde suceden aberraciones indigeribles a
la razón (el Mal Absoluto, por ejemplo), ha acabado gestando la incapacidad para
proyectar un futuro deseable. De ahí esa suerte de pasividad reflexiva y conformista
actual incapaz de pensar un proyecto de futuro articulado. El mejor capítulo del
libro es el que regresa con brío y lucidez a la reflexión sobre el pasado como
lugar de conflicto. La sintonía con Rieff es evidentemente casual pero delata confluencias
sugestivas. Ambos cuestionan la figura de la víctima como referente o portavoz
o intérprete del pasado (en lugar de aceptar lo que es: dramático testimonio) y
defienden la necesidad de construir un espacio de perdón contra la obstinación instrumental
de la memoria y la satanización del olvido. A Cruz a veces le basta un feliz aforismo:
“la historia debe sobresaltar”.››
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